Reconozco que no me interesa excesivamente quién gane las elecciones norteamericanas, pero sí que mantengo cierto interés por Trump, ese outsider, odiado por los gestores de la globalización, temido por los mundialistas y con las ideas mucho más claras de lo que generalmente se suele reconocer. Ahora bien, no se me ha escapado que la campaña que han realizado y que están realizando en estos mismos momentos, las grandes cadenas mediáticas, los grupos de comunicación con puesto en Bildelberg (no, este no va a ser un artículo conspiranoico), apostando por Biden, ha sido innoble, tendenciosa, mentirosa y miserable. Por ello, me alegraría que ganara Trump. Lo que no quita para reconocer que los EEUU es hoy una potencia en declive, con unas estructuras de poder inamovibles desde el siglo XVIII y en la que la única creación “moderna” ha sido la Reserva Federal, ese club selecto de banqueros que sustituye en EEUU a un “banco central” digno de tal nombre.
Los méritos de Trump no se han reconocido en los medios de comunicación europeos. No se ha reconocido, por ejemplo, que ha sido el único presidente de los EEUU desde, prácticamente la Guerra de Secesión Norteamericana, que no ha embarcado a su país en ninguna guerra colonial. Es más, se ha desenganchado de la herencia envenenada de Siria, herencia del “progresista” Obama. De haber estado Hillary en el poder, a saber a quién habría bombardeado. Por otra parte, las relaciones con Rusia no se han deteriorado… a diferencia de lo que prometía Hillary durante la campaña electoral que le llevó a la derrota. Luego está el haber cumplido su promesa de mejorar las infraestructuras del país que se habían quedado anticuadas. Esas medidas económicas generaron creación de empleo, incluso en estos tiempos de Covid (que han golpeado a EEUU, tal como alardea la prensa española, pero ocultando que nuestro país, tiene una tasa de fallecimientos por cada 100.000 habitantes, más alta que los EEUU, si se acepta que los fallecidos en este momento se acercan a 65.000).
La gestión de Trump, lejos de haber sido catastrófica, ha supuesto un período de paz que contrasta con los períodos anteriores: Obama estimulando y excitando la guerra de Siria, Bush invadiendo Afganistán e Irak, Clinton bombardeando Yugoslavia para ocultar las manchas de semen en su pantalón, Bush junios interviniendo en Kuwait, Reagan avivando la guerra de Afganistán contra los soviéticos e interviniendo en Iberoamérica, el anterior dictando su “doctrina Carter” en la que EEUU se reservaba el derecho de intervenir en aquella parte del mundo donde se percibieran problemas para los intereses de los EEUU, Ford dejando Indochina empantanada, Nixon alcanzando el clímax de bombardeos en Vietnam, Johnson interviniendo aumentando la presencia norteamericana en Indochina y extendiendo la guerra a toda la zona, JFK iniciando la guerra del Vietnam y hostigando a Cuba, y así sucesivamente, sin olvidar al presidente William McKinley que no tuvo problemas en volar el Maine en la bahía de Cuba para justificar el casus belli contra España. La historia del poder norteamericano es una historia continua de tropelías que solamente se han interrumpido durante el trumpismo.
Trump, por otra parte, ha tenido claro que el enemigo es la globalización económica. De ahí que iniciase una guerra comercial con China. ¿Se le puede reprochar? ¿Se le pueden reprochar luego las mentiras sobre el Covid-19 y el que haya responsabilizado obsesivamente a China de haberlo fabricado ex profeso? ¿Se le puede reprochar el que chalados conspiranoicos de Qanon le apoyen? Él mismo dijo que, en democracia, cuenta cualquier apoyo.
Se le reprocha que no haya liquidado definitivamente la globalización. No es tarea de un día. Especialmente habida cuenta de la situación económica norteamericana y los billones que tiene China invertidos en EEUU. Bastante ha hecho iniciando un rearme arancelario.
Trump es un “populista” norteamericano: un país excepcionalmente simple en el que hay que partir de la base de que todo en política debe simplificarse si se quiere tener audiencia. Es lo que ha hecho Trump. Y, por lo demás, lo que han hecho también sus enemigos.
Recuerdo el día que venció en las anteriores elecciones: los progresistas lloraban, decían que esto iba a suponer la tercera guerra mundial, el final del aborto y del feminismo, la persecución contra los homosexuales y demás catástrofes. Y el “muro” que suponía un atentado a la libre circulación de personas y a no sé qué enmienda de la constitución americana, la que dice que “todo el que llega a América es americano”. A diferencia de presidentes como Franklin Roosevelt, vástago de una familia de banqueros que se negó incluso a saludar a Jessy Owens, el atleta negro vencedor en los 100 metros lisos en las Olimpiadas de Berlín, simplemente por ser negro (hasta su muerte recordó siempre que en el Tercer Reich le habían tratado mejor), la cuestión étnica no ha empeorado en los EEUU durante el mandato de Trump, ni se ha producido el holocausto de gays, feministas y transex. Es más, incluso, en algunas zonas agrícolas se ha experimentado un crecimiento económico brutal gracias a la extensión del cultivo de la marihuana. Sí, porque Trump, como cualquier otro político, precisa a una población narcotizada para poder gobernar.
La campaña anti-Trump ha sido brutal, no solo en EEUU sino también en Europa. El invento de los Black Lives Matter ha supuesto el intento de que el voto negro se desplazara hacia Biden. Se ha olvidado que EEUU no es un país “normal”: cualquiera puede entrar en una armería y comprar un arma automática y unos cuantos miles de cartuchos. En esas circunstancias, pensar que la policía puede actuar con la suavidad y educación de otras latitudes, es ilusorio. Más aún si tenemos en cuenta que la principal causa de muerte de jóvenes negros en EEUU es a causa de tiroteos ¿con la policía? ¡No, con otros jóvenes negros! A partir del recuento electoral, los negros dejarán de importar a los demócratas, salvo como carne de cañón electoral en las siguientes elecciones.
Durante estos últimos dos años hemos asistido a una proliferación de documentales anti-Trump sobre los temas más variados. Comprometerle en el movimiento conspiranoico Qanon ha sido una de las últimas salvas. Pero hay muchas más y en los streammingstelevisivos este tipo de documentales sesgados y descaradamente parciales son legión. Sospechosamente no hay ningún documental sobre Biden.
En cuanto a los artículos de la “prensa libre”, en prácticamente todos se difundieron mentiras: “si Trump pierde, no reconocerá los resultados”, “Trump prepara un golpe de Estado”, “las huestes de Trump se preparan para la guerra civil si pierde las elecciones”… Incluso se sugería que, si Biden ganaba, Boris Johnson daría marcha atrás con el Brexit. En cuanto a Sánchez, precisa en la Casa Blanca a alguien que lo reciba y, al menos, los demócratas que ya tuvieron que lidiar con las hijas góticas de Zapatero, hasta podrían aceptar recibir al moños, siempre y cuando no haya cámaras de televisión delante.
De entre todos los editoriales y artículos de hoy en la prensa española, el que me ha parecido más aceptable es el publicado en El Confidencial con el título de “Aún no ha ganado Trump, pero ya han perdido los listos”. No puede ser que los laboratorios de sondeos, dieran una victoria aplastante de Biden para que luego se esté, en estos momentos, produciéndose un empate técnico. O las empresas de sondeos son inútiles (a pesar de que los algoritmos matemáticos con los que funcionan tienden a sembrar certidumbres) o bien mintieron como tantos otros en esta carrera electoral.
Resumamos: si pierde Trump gana la globalización y el mundialismo. Si gana Trump se ralentiza como ya ha ocurrido en su primer mandato. Si pierde Trump, EEUU se “reabrirán al mundo”, es decir, generarán conflictos allí donde se cuestionen sus intereses. Si gana Trump, EEUU dará otro paso hacia su “espléndido aislamiento” y a un “decoupling” cada vez mayor con Europa. Pero, lo que está claro, es que EEUU, con o sin Trump, con o sin Biden, seguirán siendo una potencia declinante, con riesgo de guerra civil. Y no será Trump quien la desencadene, sino los radicales para los que la muerte de un negro, hasta las trancas de crack, en el curso de una detención, es mucho más importante que 150.000 sirios masacrados por armas exportadas por EEUU. Las reformas que deberían aplicarse en los EEUU son tantas y de tanto calado que hace ya mucho tiempo que pasó la época de la “reforma necesaria que todavía es posible”. Hoy estamos en la época de la “reforma necesaria pero imposible”.
No hay unos “Estados Unidos de América”, están los EEUU de los WASP, los EEUU de los “Black Live”, los EEUU de Qanon y los EEUU de los liberales blancos, los EEUU de los hispanos (que quieren unos EEUU mucho más hispanizados), los EEUU de Hollywood, los EEUU del “cinturón de la Biblia” y los EEUU de Nueva York y de la Costa Oeste, los EEUU de California y los EEUU de Florida, los EEUU del Pentágono, los EEUU del “dinero nuevo” y los EEUU de las grandes dinastías económicas, los EEUU conservadores a ultranza y los EEUU fanáticos de la corrección política… Lo que mantiene unido al país es la persecución del dólar. Pero las tensiones interiores que el país debe soportar en estos momentos (con el Covid, por un lado, las elecciones y su nivel de incertidumbre por otro y una deuda pública que se cifra en 15 billones de dólares) parecen ser excesivas como para que los EEUU, con o sin Trump, con Biden o con una presidenta negra, transexual y con implantes mecánicos, puedan evitar el estallido interior.
La URSS se hundió por un desplome interior y su sociedad era bastante más sólida que la actual sociedad norteamericana. Vale la pena no olvidarlo.
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