sábado, 31 de octubre de 2020

Jon Juaristi, sobre el presunto asesinato encubierto de Unamuno: "Es una estupidez siniestra"

En Palabras para un fin del mundo, Manuel Menchón pone en duda la versión oficial y señala al falangista Bartolomé Aragón como posible asesino.

El nombre de Miguel de Unamuno ha vuelto a las páginas de los periódicos por lo mismo de siempre: el encontronazo con Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. En esta ocasión el encargado de resucitar el debate ha sido el realizador Manuel Menchón, que el pasado fin de semana estrenó en la Seminci de Valladolid su documental Palabras para un fin del mundo, con el que dice aportar datos inéditos que ayudan a esclarecer qué ocurrió realmente en aquel acto. Su versión de los hechos, además, le permite aventurarse y especular acerca de la muerte del intelectual, ocurrida dos meses y medio después, señalando que existen motivos para pensar que pudo tener relación directa con las amenazas proferidas por el fundador de la Legión.

Entre las fuentes principales en las que se basa su trabajo, él mismo destaca las transcripciones que llevó a cabo en el momento el catedrático Ignacio Serrano, presente aquel 12 de octubre, vendidas como inéditas pese a que fueron publicadas hace un año por los biógrafos de Unamuno, Jean-Claude y Colette Rabaté. En ellas destaca, entre otras cosas, una alusión del profesor vasco al filipino José Rizal —"para mí es tan español como nosotros (...), que se despidió del mundo en español"—, supuesta mecha que encendió la colérica réplica de Astray: "Los catalanistas morirán y ciertos profesores, los que pretendan enseñar teorías averiadas, morirán también. ¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte! ¡Viva Franco! ¡Viva España!". Menchón conecta esa amenaza con otra frase redactada por Unamuno en diciembre de aquel año — "escribo esta carta desde mi casa, donde estoy desde hace días encarcelado disfrazadamente. Me retienen en rehén, no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí, en mi casa"— y apunta al joven falangista que se encontraba en presencia del escritor en el momento de su fallecimiento, Bartolomé Aragón, desmontando parte de la "posible coartada" que supuestamente se le habría construido después, como que fuera discípulo o visitante habitual del intelectual.

Preguntado sobre el asunto, el profesor Jon Juaristi, que en su día ya se sumergió en toda esa documentación para escribir su particular biografía del autor de Niebla, se muestra receloso. "Según los esposos Rabaté", explica, nada de lo que dice aportar Menchón "es novedoso". Ellos ya "lo habían conocido y no le dieron un valor digamos que primordial". "¿Qué dice nuevo? Por lo que he visto, nada", afirma. "¿Que Millán Astray se mosqueó al oír el elogio unamuniano a Rizal? Bueno. ¿Y? A Rizal lo hicieron fusilar los frailes. Millán Astray, que había llegado a Filipinas semanas antes del fusilamiento, no pudo considerarlo nunca como su peor enemigo. Que no le caía simpática su figura, es evidente. Como el propio Benedict Anderson demostró, las conexiones masónicas de los insurgentes filipinos eran muy extensas, y habían llegado hasta a alguno de los profesores de Unamuno, como Miguel Morayta, que formó parte del tribunal que en 1884 aprobó la tesis doctoral de aquél. Morayta no sólo era masón. Posiblemente fuera quien hizo masón a Rizal cuando el filipino estudiaba medicina en Madrid. Millán Astray detestaba a los masones, pero como no era la primera vez que Unamuno hacía de Rizal una mención pública elogiosa, no creo que le escandalizara mucho", comenta.

En una entrevista reciente en el diario ABC, el matrimonio Rabaté reconoce que "Menchón ha ido más lejos de lo que hubiéramos deseado en la cuestión de la muerte, pero tiene libertad como director. No se puede probar nada, lo que hay son dudas". Para Juaristi, la teoría del asesinato encubierto "es una estupidez siniestra". Ni siquiera es novedosa, ya que desde el principio la prensa republicana se encargó de airear la versión de un supuesto envenenamiento. Que haya vuelto a la palestra, sin embargo, le parece algo "muy propio de la memoria conspiranoica de una izquierda sectaria e indocumentada, que no ha dudado en atribuir a Franco los ‘asesinatos’ de Mola, de Sanjurjo y hasta de su propio hermano Ramón. No merece el menor comentario". Acerca de la utilización de la figura del intelectual por parte de los sublevados y de las sospechas hacia Bartolomé Aragón, falangista admirador de Mussolini con el que, según palabras del catedrático Antonio Heredia en otra entrevista reciente en El Mundo, se sabe que Unamuno mantuvo varios contactos directos antes de morir —y también que la cita del 31 de diciembre fue concertada por intercesión de Rafael, hijo de don Miguel—, explica: "Los falangistas, empezando por José Antonio Primo de Rivera, amaban tiernamente a don Miguel. No por lo que tenía de liberal, sino por lo que rebosaba de nacionalismo español. Es cierto que se apoderaron de su féretro y de su entierro, pero por devoción, no por manipulación política. Para la Falange intelectual, que la hubo, Unamuno fue siempre uno de los suyos".

Por otro lado, el bando sublevado tampoco fue el único que se sirvió de la figura del pensador que más había celebrado la llegada de la II República, pero que también había cargado con mayor rotundidad contra su deriva. "Sobre el acto del paraninfo se saben muchas cosas, pero, sobre todo, que no transcurrió como lo contaron en su día Luis Gabriel Portillo y Hugh Thomas, este siguiendo la versión de aquel". Portillo ni siquiera estuvo presente, aunque su versión de los hechos fuese la que gozó de mayor difusión en la prensa republicana. Para conocer lo mejor posible ese episodio, Juaristi recomienda varios títulos: "Creo que tanto los Rabaté en sus últimos libros —sobre todo en El torbellino— como Severiano Delgado Cruz —en su reciente Arqueología de un mito— han intentado reconstruir los hechos del modo más riguroso posible", apunta. En su opinión, "los hispanistas extranjeros serios como los esposos Rabaté o Stephen G. Roberts, por ejemplo, son mucho más dignos de crédito que la mayoría de los unamunólogos patrios, más propicios al mito".

Preguntado acerca del estado de ánimo del intelectual durante aquellos meses de 1936, de sus aparentes contradicciones insalvables y de otras fuentes que ayudan a comprender su pensamiento, más allá de las cartas que escribió, reconoce que "las notas de El resentimiento trágico de la vida reflejan bastante de la situación anímica del Unamuno de la guerra civil. Pero no toda. Pensemos en lo que hemos sentido cada uno de nosotros del medio político español a lo largo de estos meses de pandemia. Supongo que habremos experimentado fluctuaciones en nuestra intensidad de indignación, por lo menos. También Unamuno debió de pasar por variaciones de ánimo y opinión que no consignó en sus notas". Porque reconstruir perfectamente un acontecimiento ocurrido hace más de ochenta años es tan complicado como conocer enteramente a una persona, por más líneas que dejase escritas.

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miércoles, 28 de octubre de 2020

JESSE OWENS: UNA HISTORIA DE RACISMO EN EL TERCER REICH

(Foto del libro sobre las olimpiadas de Berlín 1936 editado durante la Alemania nacionalsocialista en la que se dedicó un capítulo entero al atleta negro Jesse Owens)

 

La democracia y el liberalismo tienen sus mantras, mitos y leyendas urbanas que se mantienen y difunden sin cesar. Nuestra sección “Perlas de la historia” pretende, en lo posible, rebatir o poner en duda tales historietas.

Hoy le toca al atleta negro Jesse Owens, al que, según la mitología del sistema, Hitler se negó a darle la mano en las olimpiadas del Berlín de 1936.

En 1936, Owens viaja a Berlín, Alemania, para participar con el equipo de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos. Adolf Hitler estaba utilizando estos juegos para mostrar al mundo una renaciente Alemania nazi. Hitler y otros miembros del gobierno tienen grandes esperanzas en que los atletas alemanes dominen los juegos con sus victorias.

Owens causa una gran sorpresa al ganar cuatro medallas de oro: el 3 de agosto en los 100 metros lisos derrotando a Ralph Metcalfe; el 4 de agosto en salto de longitud, después de unos amables y útiles consejos de su rival alemán Luz Long;el 5 de agosto en 200 metros lisos; finalmente, junto al equipo de relevos 4×100 metros consigue su cuarta medalla el 9 de agosto. Esta marca de cuatro medallas de oro en el atletismo, en una justa olímpica, no fue igualada hasta 1984 por Carl Lewis.

El primer día de las olimpiadas, Hitler solo estrechó la mano en las victorias de Alemania (debido a que eran las únicas victorias hasta ese momento). Los directivos del comité Olímpico insisten a Hitler que desista de saludar a los medallistas debido a que extendía el tiempo de los torneos. Hitler escucha la solicitud del comité olímpico y no continúa en las siguientes presentaciones de medallas, por lo que no saluda ni a alemanes ni a extranjeros.

Sin embargo, cuenta Owens de sus memorias (The Jesse Owens Story) cómo el líder y canciller alemán le saludó y felicitó, mientras por el otro lado, el xenófobo, y sin embargo demócrata, presidente de su propio país, Franklin D. Roosevelt, no le invitó ni siquiera a la Casa Blanca o le envió felicitación por medio alguno.

“Cuando pasé, el Canciller se levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal. Pienso que los reporteros tuvieron mal gusto al criticar al hombre del momento en Alemania.”

El mito propagandístico del repudio a la raza negra por parte de Hitler queda completamente destruido gracias a la sinceridad de Owens en su autobiografía. Por lo demás Owens hizo declaraciones tales como:

«… que su tiempo en Alemania fue el más feliz de su vida, y que al volver a Estados Unidos tuvo que volver a sentarse en el asiento de atrás del autobús»

Mientras que en el Tercer Reich pudo andar libre y tranquilamente por cualquier parte, ir al lugar que deseara y usar el baño que quisiera. Cosas completamente contrarias a la política de segregación y racismo Estadounidense. Owens fue aclamado por 110.000 personas en el Estadio Olímpico de Berlín y más tarde, muchos berlineses le pedían autógrafos cuando le veían por la calle (cosa que ningún blanco de EE.UU hubiera hecho). A Owens se le permitió viajar y hospedarse en los mismos hoteles que los blancos, es decir, gozaba de mejores condiciones de vida y de trato en el Berlín nazi que en “su” Norte América, lo cual en ese momento no dejaba de ser una ironía, ya que los afroamericanos en los EEUU no tenían igualdad de derechos a pesar de ser ciudadanos americanos. El atleta afroamericano obtuvo una sección entera en el Libro de las Olimpiadas Nacionalsocialistas, y, fue personalmente saludado por el Führer y Reichskanzlei alemán Adolf Hitler en persona, ademas de recibir felicitaciones por escrito de manera formal de parte del régimen de Hitler.

Más tarde, el propio Owens contaría:

“Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias que se inventaron sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús en mi propio país. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. Ni siquiera fui invitado a la Casa Blanca a darle la mano al Presidente de mi país.”

El entonces presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Delano Roosevelt, rehusó recibir a Owens en la Casa Blanca. Roosevelt se encontraba en campaña de re-elección y, democracia obliga, temía las reacciones de los estados del sur (notoriamente segregacionistas) en caso de rendirle honores a Owens.

Otra leyenda urbana es que los juegos fueron un momento de humillación para el régimen nazi porque algunos atletas negros consiguieron un gran número de medallas. En realidad, la competencia no constituyó una humillación para la Alemania Nazi, ya que el país anfitrión logró recoger más medallas que los demás países y Hitler se mostró satisfecho con el resultado.

Y es que las mentiras, tienen las patas cortas… Y nunca mejor dicho…

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martes, 27 de octubre de 2020

El Estado del Bienestar de Bismarck


 En el Segundo Reich alemán, tras la construcción bismarckiana de Alemania como nación política, con vocación imperial, los llamados «socialistas de cátedra» (socialistas universitarios) acuñaron la expresión Wohlfahrtsstaat en relación a las políticas bismarckianas en materia social. La Wohlfahrtsstaat sería el primer sistema de protección social generalizado. No obstante, el Estado de Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen, príncipe de Bismarck y duque de Lauenburgo, era un Estado del Bienestar autoritario o conservador, y se ha dicho que venía a ser una clase de «despotismo protector», mas sería criticado como un acusado paternalismo.

Tales medidas se llevaron a cabo a fin de combatir el ascenso del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que tras ser condenado a la clandestinidad (1878-1890) se le tomaron algunas ideas prestadas con el fin de apaciguar el peligro revolucionario de la clase obrera o la tensión que la presión de ésta ejercía sobre las clases dominantes del país, lo cual ponía en entre dicho la eutaxiadel recién fundado Segundo Reich (que venía a ser el núcleode Alemania como nación política). Con la Wohlfahrtsstaat Bismarck pretendía neutralizar todo intento de revolución y de incorporación de la socialdemocracia en la escena política alemana.

Como se ha dicho, «Bismarck, al mismo tiempo que explotaba hábilmente el miedo del burgués ante los obreros, era invariablemente en todas sus formas políticas y sociales el representante de las clases poseedoras, a las que nunca traicionó. Pero la presión creciente del proletariado le permitía, indudablemente, elevarse por encima de los junkers y de los capitalistas, en calidad de sólido árbitro burocrático: en eso consistía su función» (León Trotsky, Historia de la revolución rusa, Traducción de Andreu Nin, Veintisieteletras, Mirador de la Reina [Madrid] 2007págs. 521-522).

Para Bismarck el movimiento obrero que pretendía cohesionar el SPD era «enemigo del Reich», por eso el SPD sería ilegalizado cuando se aprobaron las Leyes Antisocialistas (y entonces la organización del partido sería dirigida desde el exterior). Mientras tanto, el gobierno de Bismarck seducía a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento. El objetivo de estas reformas sociales era mermar el apoyo de los obreros a los socialdemócratas y al mismo tiempo ganarse la lealtad de las clases trabajadoras a fin de fortalecer aún más el nuevo Estado alemán. Bismarck entendió con suma prudencia que al movimiento obrero (o más bien la organización o el intento de lo mismo a través de diferentes partidos políticos, siendo el más fuerte el SPD) no se le podía frenar simplemente con represión policial. Y que era menester adoptar medidas de política social mediante la intervención del Estado, que sería denominada «socialismo de Estado» por los sectores más conservadores del Reich (también se hablaba de «socialismo monárquico»). No obstante, ni los sindicatos amarillos creados por la patronal ni las acciones gubernamentales pudieron impedir el apogeo del momento obrero con el SPD a la cabeza, aunque éste finalmente tendería a anular la revolución y finalmente serían sus escisiones (como la Liga Espartaquista) las que fracasaron cuando quisieron imponer el socialismo mediante la crítica de las armas.  

La crisis económica de 1873 hizo que descendiesen los salarios y se incrementase el desempleo y que cada vez fuesen más los trabajadores afiliados a los partidos socialistas apoyándolos con sus votos (en 1875 estos partidos se unificarían bajo el programa de Gotha, consecuencia, al fin y al cabo, de la propia unificación de Alemania). Marx no estaba a favor de la unión con los lassalleanos. En la Crítica al programa de Gothasos tiene que se le hacen muchas concesiones a los lassalleanos y que la actitud que toma el partido ante el Estado prusiano no es la correcta, pues lo interpretaba como si fuese una república democrática al estilo de  Francia, Suiza o Estados Unidos, poniendo a un lado el carácter militarista y feudal de Prusia. 

Los socialistas atentaron contra Bismarck en 1874. En mayo de 1878 un obrero hojalatero apellidado Hödel disparó varias veces sin dar en el blanco, el cual no era otro que el mismísimo Káiser Guillermo I. Al mes siguiente, el doctor Karl Nobiling disparó contra el emperador y esta vez sí acertó, hiriéndolo gravemente. Ni Hödel ni Nobiling eran socialdemócratas ni tenían nada que ver con el partido, y sin embargo los atentados sirvieron como pretexto para combatir a los socialdemócratas. Esto supuso el detonante para que Bismarck pusiese en marcha las Leyes de Excepción contra el SPD, pues temía que se produjese en el Reich una insurrección socialista similar a la que estalló en París en 1871. Bismarck, que recibió el apoyo del Partido Progresista, disolvió el Reichstag y convocó nuevas elecciones. 

Las Leyes Antisocialistas eran unas leyes aplicadas «contra las aspiraciones socialdemócratas que suponen un peligro público». Tales leyes fueron sancionadas entre el 19 de octubre de 1878 y marzo de 1881. Se llegaron a cerrar unos 45 periódicos de tendencia socialista. Bismarck exageró la potencia socialdemócrata para ganarse el favor de la burguesía: viejo zorro el Canciller de Hierro, maestro en la dialéctica de clases y en la dialéctica de Estados.

Se acordó que la ley común no era suficiente para frenar o acabar con los socialdemócratas, de ahí que se acordase una ley de excepción. La prohibición se acordó en el Reichstag en octubre de 1878 tras agitados debates por 211 votos a favor y 149 en contra. La ley de excepción terminaría encarcelando a 1.500 personas. No obstante, pese a todo, el Partido Socialdemócrata mantenía sus bancas en el Parlamento y podía intervenir en las elecciones. En tales bancas sentado y a tales elecciones se se presentaban aquellos miembros del partido no tan revolucionariamente ideologizados (más bien era del ala reformista del partido), los cuales convencerían a Bismarck de la buena voluntad de sus correligionarios, y le prometieron al canciller actuar con moderación (esto es, de modo reformista y no revolucionario) si las leyes antisocialistas eran derogadas. Pero el gobierno se negaba a pactar con un partido que en la clandestinidad atacaba (verbalmente) con furia al gabinete. En 1884 el partido consiguió 24 bancas en el Reichstag.  

Y en este contexto surgió el llamado «socialismo de cátedra», un movimiento compuesto por profesores de economía política de las universidades alemanas junto a intelectuales burgueses y funcionarios que exigían un sistema de leyes que protegiese a los trabajadores de la explotación capitalista y a su vez permitiese su integración social y política. Es decir, se exigía un «socialismo de Estado» que implantase un sistema de seguros sociales financiado por el Estado (a través del dinero de los contribuyentes, ¡dónde si no!) y por las empresas privadas. Y así se votaron las leyes de seguro por enfermedad para los obreros industriales y artesanales (1883), el seguro de accidentes (1884) y el seguro de vejez (1889). Los obreros jubilados pasarían a ser pensionistas del Estado, de ahí que se transformasen en elementos potencialmente interesados en mantener el statu quodel Segundo Reich, esto es, el sistema de Bismarck, que sirvió de modelo para los gobiernos de Francia en 1894 y de Inglaterra en 1908. 

Bismarck llamó a su sistema de seguridad social «cristiandad práctica», pero esto no hizo que mejorasen las condiciones laborales ni puso fin a las medidas represivas. Los obreros no se conformaron, y las huelgas se recrudecieron, llegando a su apogeo en 1889. Aunque nada hizo que la situación desembocase en una revolución violenta (que era el objetivo de Bismarck). El partido volvería a la legalidad en 1890, tras ser Bismarck apartado del poder. Un diputado «independiente» (del ilegalizado SPD) votó en contra del sistema del bienestar del Bismarck «porque dichas iniciativas podrían quebrantar el espíritu de lucha de la clase obrera» (Citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 345).     

La activa militancia de la clase obrera a raíz de la creación del SPD (que Marx y Engels, pese a sus críticas y recelos, ayudaron a construir) motivó la creación de este Estado del Bienestar (o proto-Estado del Bienestar, si se prefiere). A medida que iba apaciguándose la ira y la indignación de los desposeídos, se iba calmando la efervescencia revolucionaria. Todo ello fue posible no ya solamente por la pacificación en la dialéctica de clases (adoptando medidas que proponía el SPD), sino también por la pacificación al imponer la paxgermánica en la dialéctica de Estados: imponiéndose a Dinamarca en 1864 (en la guerra de los ducados de Schleswig-Holstein), a Austria en 1866 (en la que Prusia se anexionó Hesses, Frankfurt, Hannover y Nassau, creando la Confederación de Alemania del Norte) y de manera espectacular a Francia en 1870 (por la que pudo anexionarse Baviera y arrebatarle Alsacia y Lorena a Francia). Sin estas guerras no se hubiese llevado a cabo la unificación de Alemania, y así el 18 de enero de 1871 se proclamó el Segundo Imperio Alemán (Segundo Reich) en el Palacio de Versalles de París, donde Guillermo I, para mayor humillación de La France, sería coronado como Emperador y Bismarck sería además de canciller primer ministro. Asimismo el Canciller de Hierro no brilló sólo en la política del poder militar sino que también supo forjar un entramado favorable a Alemania en el poder diplomático junto a Austria, Rusia e Italia con el fin de aislar a Francia y que ésta no se tomase la revancha. Pero Bismarck no consideraba prudente la construcción de un Imperio de ultramar, cosa que sí ansiaba el Emperador Guillermo II, y por tal discrepancia el Canciller de Hierro se vio obligado a dimitir en 1890. La paxbismarckiana duraría 43 años (de 1871 a 1914). Y precisamente se deterioró por las políticas imperialistas colonialistas que Guillermo II puso en marcha en contra del criterio y de la prudencia del Canciller de Hierro. 

Bismarck era partidario de mantener una política exterior equilibrada, a fin de centrarse en la evolución económica interior y en consagrar a Alemania como nación política (y no como Imperio más allá del continente), enfrentándose a internacionalistas como los católicos (con la Kulturkampf) y los socialdemócratas (con las Leyes Antisocialistas). En 1878 Bismarck decide dejar de perseguir a los católicos y se centra en la persecución de los socialistas con las Leyes Antisocialistas.   

Y así la paxgermánica bismarckiana hizo posible el Estado del Bienestar bismarckiano, el cual no fue fruto de la generosidad y la buena voluntad de Bismarck y los suyos, sino por solidaridad contra la amenaza formal del movimiento obrero comandado por el SPD, que con el tiempo se haría un partido completamente reformista, hasta el punto de apoyar los créditos de guerra en el Reichstag el 4 de agosto de 1914 (como sus partidos predecesores ya los apoyaron en la guerra franco-prusiana); y, todavía más, hasta el punto de derrotar a la subversión comunista a finales de 1918 y principios de 1919, esto es, a la revolución o intento de lo mismo de la Liga Espartaquista (ya transformada en el Partido Comunista Alemán) liderada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht (hijo de Wilhelm Liebknecht, que también se negó a firmar los créditos de guerra en 1870). Finalmente Bismarck, como el Cid Campeador, seguía ganando batallas desde la tumba. Casi se puede decir que el gran canciller ganó batallas «de la cuna a la tumba»: de victoria en victoria hasta la victoria final. Pero eso desde la dialéctica de clases contra el socialismo revolucionario, pues desde la dialéctica de Estados es cierto que Alemania terminaría perdiendo las dos guerras mundiales, precisamente por no atender el consejo del gran canciller: no abrir una guerra por dos frentes. Eso sí, Alemania sería una nación tan potente que harían falta dos guerras mundiales y tres Imperios universales para acabar con su hegemonía en Europa (que a su vez significaría el fin de la hegemonía de las potencias europeas, incluyendo al Imperio Británico, a nivel mundial). Y sin embargo Alemania es la primera potencia industrial y financiera de la Unión Europea (siendo el alemán el idioma más hablado).  

El Estado del Bienestar procura ser universal, pero no universal de cara a la humanidad sino en relación al Estado en el que se circunscribe su acción. No se trata de la sympatheia tôn holôn, sino de procurar la supervivencia, la estabilidad y al ser posible la prosperidad de toda la población de cara a la solidaridad contra potencias extranjeras. Bismarck supo verlo muy bien. El Estado del Bienestar fortalecería a la nación y cohesionaría a su población, y al mismo tiempo venía a ser un preservativo contra la revolución. Esto significa que el Estado del Bienestar es imposible sin la construcción previa de un Estado nacional. El Estado del Bienestar brota del Estado pero a su vez lo fortalece al cohesionar a su población. Ello no quita que tal Estado pueda fortalecerse mejor con una revolución (o no), que es lo que quiso impedir Bismarck con la Wohlfahrtsstaat.

El Estado del Bienestar era necesario para la posición geoestratégica de Alemania, pues éste cohesionaba a la nación para que ésta alcanzase la hegemonía político-militar y se transformase en el gallo del corral europeo, y además se transformaría en un gigante industrial. Había que cohesionar a la nación a fin de reforzar la capacidad bélica del Segundo Reich, y el Estado del Bienestar era la mejor forma de hacerlo, pues tal medida fortaleció el sentimiento de conciencia nacional (el orgullo de ser alemán). El Estado del Bienestar incumbía a todos los alemanes, de ahí que estos tuviesen que defender a la nación si querían defender el Estado del Bienestar sustentado por la nación política

La escolarización de todos los niños alemanes era fundamental para fomentar la conciencia nacional (de la nueva nación política). Asimismo se estableció un sistema de pensiones por la que la jubilación llegaría a los 65 años (por entonces el 10% de la población), un seguro de enfermedad y vacaciones para los trabajadores. 

Así pues, el Estado del Bienestar bismarckiano servía a la nación alemana tanto en la dialéctica de clases para neutralizar la política revolucionaria del SPD (partido que acabaría siendo un partido reformista inofensivo para el Estado capitalista e incluso defensor del mismo contra los espartaquistas y demás comunistas), como en la dialéctica de Estados para cohesionar a la nación y así hacer frente a los Estados enemigos; pues Alemania estaba entre Francia y Rusia, esto es, en el centro geográfico de la disputa geopolítica de las grandes potencias, y lo que temía Bismarck era que quedase cercada, como así sucedería en las dos guerras mundiales precisamente por no seguir sus prudentes consejos. Bismarck estaría de embajador de Prusia en Frankfurt, San Petersburgo y París, lo que le reportaría un gran conocimiento de los asuntos internacionales.

Con su genio en las relaciones internacionales, Bismarck atacaba a todo lo que fuese internacionalista, como por ejemplo a la Iglesia católica (de ahí la Kulturkampf). La Iglesia católica es una agencia internacional, cuyo internacionalismo fue mucho más efectivo que el del SPD (cuyo internacionalismo fue nulo, aunque su reformismo sí influyó en el socialismo europeo; es decir, su repercusión internacional fue contrarrevolucionaria o, más en rigor, anticomunista). Contra el catolicismo, representado por el partido Zentrum, se aprobaron las Leyes de Mayo de 1873, 1874 y 1875, con las cuales se ilegalizó a la Compañía de Jesús, se instauró el matrimonio civil, se cerraron colegios católicos y se romperían las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Pero llegado 1878 y 1879 Bismarck decidió reanudar las relaciones con los católicos, pues el canciller necesitaba al Zentrum, puesto que el Partido Conservador Nacional no apoyaba su política económica proteccionista.

Con la Kulturkampf Bismarck pretendía desviar el conflicto entre las clases sociales hacia un conflicto entre católicos y protestantes, es decir, pretendía que la cuestión religiosa eclipsase a la cuestión social, que el Canciller de Hierro pretendía controlar desde arriba, desde los resortes del Estado y así pondrían en marcha la Wahlfohrsstaat. No obstante, en la Kulturkampf Bismarck tuvo que conformarse con negociar con los católicos (lo que muestra que la institución de la Iglesia tenía más peso que la socialdemocracia revolucionaria, que en nuestro presente es inexistente, y el catolicismo -pese al concilio Vaticano II  y el Papa Francisco- ahí sigue).  

También Bismarck luchó contra el liberalismo al buscar éste la solidaridad económica internacional, y en 1876 el Estado emprendió una lucha contra el libre cambio, pues Bismarck era partidario de un nacimiento económico proteccionista imponiendo tarifas aduaneras altas. Esto le enfrentaría al partido Liberal Nacional Conservador.  

A pesar de ser un político «conservador», Bismarck sería señalado como «socialista», al igual que Roosevelt cuando en 1935 aprobó la Ley de Seguridad Social de su New Deal. Bismarck procuró acabar con el movimiento obrero inmerso en el vector ascendente desde el vector descendente de las capas y ramas del poder político imitando parte del programa de los partidos que se presentaban como representantes del mismo. Dicho de otro modo: si tales partidos pretendían hacer la «revolución desde abajo», nuestro protagonista quiso llevar a cabo la «revolución desde arriba». ¿Podríamos diagnosticar al sistema de Bismarck como un sistema análogo a lo que Gustavo Bueno ha denominado derecha socialista, refiriéndose al maurismo, el primorriverismo y el franquismo? Parece el diagnóstico más cercano para aplicarlo a la política del gran canciller.  

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80 años de Hendaya: Lo que pudo haber sido y no fue

 

Este 23 de octubre se cumplen 80 años de la histórica entrevista de Franco y Hitler en la estación de Hendaya, en el sur de Francia, en 1940.

Antes de hablar de dicha entrevista, es preciso recordar que cuando estalló la II Guerra Mundial el 3 de septiembre de 1939, las victorias del Eje eran jaleadas sin rebozo por la España oficial. Solo hay que ir a una hemeroteca y consultar la prensa española de entonces para comprobarlo. Y eso que Hitler aún no había iniciado el ataque a la URSS. La España oficial se declaró entonces “No beligerante”, es decir, neutral pero favorable a un bando, al bando del Eje. Si no fuera así, el Ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, no hubiera empleado esa rebuscada perífrasis y hubiera dicho, simplemente, neutral. Pero no. España es “No beligerante”. Y sin riesgos ni disparar un solo tiro, España ocupó Tánger en 1940. “Tánger nuestro es. Gibraltar nuestro será”, decían entonces los falangistas por las calles. Franco y su gobierno dejan hacer, y esperan. Y así llega la entrevista de Hendaya. ¿Qué sucedió allí, de verdad? Durante mucho tiempo sólo hemos tenido el testimonio de personas interesadas en cuidar su imagen, como fue el de Ramón Serrano Súñer, quien fue durante muchos años el único superviviente de los que estuvieron presentes en esa entrevista. Se ha pretendido que en dicha entrevista Franco, astutamente, engañó a Hitler, haciéndole creer que entraría en la guerra a su lado, pero dando largas al asunto. Hitler, según parece a tenor de las explicaciones oficiales, debió ser un redomado idiota, al que todo el mundo engañaba. -menos mal que era tonto, que si llega a ser listo…-. El caso es que España no entró en la guerra. Churchill prometió a Franco, a través del embajador de España en Londres, el Duque de Alba, la devolución de Gibraltar al final de la guerra si España conservaba su neutralidad. Y España permaneció neutral. Neutral, aún cuando tras el ataque alemán a la URSS, España mandó allí a la “División Azul”, que continuó luchando en Rusia… Sólo en Rusia, porque cuando los soviéticos irrumpieron en Polonia, el gobierno español dio orden de regresar a sus tropas que combatían contra el comunismo. Por lo visto, el comunismo sólo era peligroso en España en 1936-39, y en Rusia en 1941-43, pero no en Polonia, Hungría, Alemania, etc., a partir de entonces…



Igualmente, el Ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer fue destituido y sustituido por el aliadófilo Conde de Jordana, más acorde a la evolución de la guerra cuando la estrella alemana comenzaba a apagarse.

Pero hay otro testimonio que, aunque no estuvo presente en la entrevista de Hendaya, sí fue el que planeó la Operación Félix, el plan para tomar Gibraltar, el Mariscal Hermann Goering. En mayo de 1945, cuando Goering fue hecho prisionero por los aliados, le hicieron una entrevista en prisión, y en una parte de esa entrevista, en la que le preguntaron en concreto por la reacción alemana a la invasión aliada del norte de África en noviembre de 1942, salió el tema de la Operación Félix.


La transcripción literal de esa parte de la entrevista es la siguiente:

– Mayor Kenneth W. Hechler: ¿Por qué no conquistasteis Dakar primero?

– H. Göring: En 1940 teníamos un plan para apoderarnos de todo el norte de África desde Dakar hasta Alejandría, y con él las islas del Atlántico para las bases de submarinos. Esto habría cortado muchas de las rutas marítimas de Gran Bretaña. Al mismo tiempo, cualquier movimiento de resistencia en el norte de África podría ser aplastado. Luego, tomar Gibraltar y Suez sería simplemente una cuestión de tiempo, y nadie podría haber interferido en el Mediterráneo. Pero Hitler no haría concesiones a España en Marruecos, a causa de Francia. España no puso objeciones a la campaña; de hecho, los españoles estaban listos para ello.

– Mayor K.W. Hechler: ¿Quién hizo este plan? ¿Dónde y cuándo fue la conferencia?

– Göring: Hitler y Joachim von Ribbentrop se reunieron con Francisco Franco y Ramón Serrano Suñer, el Ministro de Asuntos Exteriores y negociador jefe de Franco, en Hendaya (Francia) el 23 de octubre de 1940. Lamentablemente yo no estuve allí.Benito Mussolini estaba celoso y temía tener a los alemanes en el Mediterráneo. Pero en 1941, el peligro ruso en la mente de Hitler excluía todas las demás consideraciones. La falta de barcos nos había impedido invadir Inglaterra, pero, antes de las dificultades con Rusia, podríamos haber llevado a cabo el Plan Gibraltar, con 20 Divisiones en África Occidental, 10 Divisiones en África del Norte, y 20 Divisiones contra el Canal de Suez, dejando aún 100 Divisiones en Francia. Todo el ejército italiano, que no era apto para una guerra importante, podría haber sido utilizado para las fuerzas de ocupación. La pérdida de Gibraltar podría haber inducido a Inglaterra a pedir la paz. El incumplimiento del plan fue uno de los principales errores de la guerra. El plan fue originalmente mío. Hitler tenía ideas similares y todos estaban entusiasmados con eso. La Armada estaba a favor de este plan ya que le habría dado mejores bases. En lugar de estar encerrada en Vizcaya y Burdeos, podría haber tenido bases para submarinos mucho más lejos en España y las islas del Atlántico. Si la campaña tuviese éxito, yo personalmente quería atacar las Azores para asegurar bases de submarinos allí, lo que habría paralizado las rutas marítimas británicas. La tarea principal para tomar Gibraltar habría recaído en la Luftwaffe. Los paracaidistas habrían tenido que ser usados. Así que estaba principalmente preocupado, y habría llevado a cabo la operación ansiosamente. La Luftwaffe tenía muchos oficiales que habían participado en la guerra en España un año y medio antes, y conocían a la gente y al país. Incluso si no se hubiera tomado Gibraltar, podríamos tener Algeciras como base de operaciones, y con morteros de asedio de 800 mm podrían haber roto la piedra blanda de Gibraltar y tomar la base. Solo había un campo de aviación desprotegido en la Roca. En 24 horas, la RAF habría sido expulsada de la Roca, y podríamos haberla destrozado. Esta fue una tarea real y estábamos ansiosos por lograrlo. Los barcos habrían sido hundidos por minas, y ningún dragaminas podría haber operado.

– Mayor Hechler: ¿Puede culpar de la derrota del Plan de Gibraltar directamente al miedo y la desconfianza de Hitler hacia Rusia?

– Göring: A principios de 1941, la amenaza rusa había comenzado a aparecer como un peligro muy real. Rusia estaba llevando grandes fuerzas y haciendo preparativos en la frontera. Y en ese momento, sólo teníamos 8 Divisiones en toda la frontera rusa. Si se hubiera llegado a un acuerdo con el Comisario de Asuntos Exteriores, Molotov, en febrero de 1941, y el peligro ruso no hubiera sido tan real, ciertamente deberíamos haber llevado a cabo mi plan en la primavera de 1941.  (Fin de la cita de la entrevista).

Como vemos, en esta entrevista a Goering donde él se confiesa como el principal impulsor de la Operación Félix, nombre del plan de la Wehrmacht para tomar Gibraltar programado para el 10 de enero de 1941, pero nunca ejecutado, ello fue debido no tanto al fracaso de las negociaciones en la entrevista de Hendaya y otras en Berlín, ya que según asegura Goering, España no se opuso a dicho plan, sino a las razones que señala Goering, concretamente por el temor de Hitler hacia Rusia a principios de 1941, pues Hitler temía un ataque militar de Rusia al no aceptar Alemania las demandas de Molotov en febrero de 1941, que eran básicamente la ocupación de Finlandia y de Rumanía. Goering dejó claro en esa entrevista que fue un error no haber tomado Gibraltar para asegurar todo el norte de África, y que así no hubiera posibilidad de que ningún enemigo penetrara en el Mediterráneo, pues al haber tomado también las islas del Atlántico  (se refiere a las islas Azores y seguramente también a las Islas Canarias, donde quería poner bases de submarinos), ello habría supuesto una mayor protección para la costa de África, y se hubiera evitado el desembargo aliado en el norte de África en 1942. Pero, en palabras de Goering, “el miedo a Rusia nos detuvo”.


El caso es que la neutralidad, incluso la “no beligerancia” de España, resultó altamente beneficiosa para los Aliados, según reconoció el propio Churchill. Es fácil comprenderlo. Si España entra en guerra en 1940, cuando Francia se había hundido estrepitosamente e Inglaterra, en ese momento, se encontraba sola, la irremediable ocupación de Gibraltar y el cierre del Estrecho hubieran hecho imposible la continuación de la guerra en el Norte de África e igualmente la “comedia francesa” en Marruecos y Argelia. El Mediterráneo se hubiera convertido en un mar del Eje y la neutralidad turca –que tanto le costó a Inglaterra mantener, pagándola usurariamente– hubiera probablemente basculado. No importaba la probable intervención inglesa a través de su entonces satélite portugués mediante un desembarco de las tropas inglesas en Portugal. Los alemanes ya habían echado a los ingleses al mar, en similares circunstancias, en Noruega, en Dunkerque, en Yugoeslavia, en Grecia, en Creta…. Y aún cuando no lo hubieran logrado en la península ibérica, algo parece indudable: la guerra se hubiera prolongado y Alemania hubiera ganado esos meses que la separaron de la victoria total, con la llegada de las nuevas armas secretas, que no eran una invención de Goebbels, como luego se demostraría con la llegada de la bomba atómica alemana, el arma total entonces. Pero Alemania perdió la guerra. E Inglaterra, naturalmente, no devolvió Gibraltar a España. Tal vez, si, en Hendaya, Hitler hubiera presionado más y Franco hubiera entrado en la guerra, el mundo ofrecería hoy una imagen bien diferente. Franco hubiera tenido, políticamente, una muerte igual a su vida, y Adolfo Suarez, eso sí, habría continuado siendo Ministro Secretario General del Movimiento. O, si se portaba bien, embajador en Berlín. Pero eso es ya historia-ficción, lo que pudo haber sido pero no fue.

Eduardo Núñez

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lunes, 26 de octubre de 2020

Franco juzgaba a sus condenados: los milicianos socialistas les asesinaban en las checas sin juicio alguno

 

Otra leyenda negra: la población reclusa del Franquismo desde 1939.


En la moción de censura de esta semana, han vuelto a utilizar como arma política la historia falsa del franquismo: “Franco, tirano, sanguinario…” Reducir a estas tres palabras la historia que transcurre de 1936 a 1975 es la mejor manera de cerrar la inteligencia para averiguar lo que pasó en esos años.

Pedro Sánchez lanzó la idea de que España durante el franquismo se resume en fusilamientos y cárceles, dictados a capricho. De los ejecutados por sentencia judicial tras la conclusión de la Guerra Civil, ya me he ocupado en otro artículo de Hispanidad, en el que me he referido a su número y a los procedimientos judiciales. A diferencia de los crímenes cometidos en las checas de los socialistas, los comunistas y los anarquistas, de los que no hay expedientes de los juicios, las ejecuciones del otro bando han generado archivos con un elevado número de expedientes, en los que se pueden estudiar las garantías de los procesados y las sentencias por las que fueron ejecutados.

Y otro tanto podría decirse de los presos; a la conclusión de la Guerra Civil se permanecía en prisión tras ser juzgado y por sentencia firme. El 8 de mayo de 1940 el Director General Prisiones puenteó al Ministerio de Justicia, y utilizando su amistad con Fernando Polo, cuñado de Franco y su secretario, envió al Jefe del Estado un informe en el que le manifestaba que todavía había en prisión 103.000 personas esperando sentencia firme y que el ritmo de la justicia era muy lento, pues desde el final de la guerra hasta entonces solo se habían sustanciado con sentencia 40.000 casos. Esto motivó que Franco ordenara la incorparación a las Auditorías de un número importante de oficiales jurídicos.

No son pocos los historiadores que se han ocupado de una cuestión tan importante como la de fijar el numero de presos tras la Guerra Civil. Y entre estos historiadores no faltan los que dan los datos con errores, como es el caso de George Hills, Ricardo de la Cierva, Hartmut Heine y Javier Tusell. O lo que es más grave que un error, los que dan unos números de presos extraídos de su imaginación, como hacen Brian Crozier, Max Gallo, Ramón Garriga o Tuñón de Lara.

El número de presos durante el franquismo no fue ningún secreto de Estado y tanto la Dirección General de Prisiones como el Instituto Nacional de Estadística ofrecen esa información, a partir de la cual se puede trabajar. El número máximo de presos se alcanzó el 1 de enero de 1940 con un total de 270.719, de los que 247.487 eran hombres y 23.232 eran mujeres. Bien entendido que en este número las estadísticas no distinguen entre presos por delitos comunes y por delitos no comunes.

Los presos cumplieron sus condenas, pero la gran mayoría se vieron beneficiados la redención de penas por el trabajo y por los numerosos indultos

 

A partir de 1941 la población reclusa fue descendiendo rapídamente: 159.392 en el año 1941, 74.095 en 1944 y 36.379 en 1947. Y es solo desde del año 1943 cuando hay datos que distinguen entre presos por delitos comunes o no comunes. Concretamente los presos por delitos no comunes son 60.058 en 1944 y 20.391 en 1947. También puede resultar interesante conocer la evolución de la población reclusa en relación con la población de España; pues bien en 1940 era del 10,46 por mil y siete años después era del 1,33 por mil.

Contra lo que a veces se ha dicho, la disminución del número de presos no se debió únicamente ni a la muerte en la cárcel por las malas condiciones, ni a los fusilamientos. Los presos cumplieron sus condenas, pero la gran mayoría se vieron beneficiados la redención de penas por el trabajo y por los numerosos indultos. Franco siempre se negó a conceder una amnistía, pues en su opinión eso significaba el desconocimiento de los delitos. Por la tanto, la compasión con las personas se aplicó a través de la redención de penas por el trabajo y los indultos.

La redención de penas por el trabajo la conoció Franco por los escritos del jesuitaJulián Pereda, discípulo del catedrático de Derecho Penal, el socialista Luis Jiménez Asúa. El padre Pereda fue profesor de Derecho Penal en la Universidad de Deusto y rector de esta institución académica.

La redención de penas por el trabajo, según el padre Pereda, se asienta sobre los siguientes presupuestos: a) su carácter voluntario es lo que distingue este régimen de los trabajos forzados; b) la consideración del delincuente, no como un enfermo mental, sino como un enfermo moral al que hay que hacerle recuperar el sentido pleno de su responsabilidad; c) ofrecer a los presos la oportunidad de reinsertarse en una trabajo y d) si bien la pena impuesta por un delito es el modo por el que el reo paga su deuda a la sociedad, esto no puede impedir que con un trabajo voluntario pueda mejorar sus condiciones de vida y las de su familia.

En plena Guerra Civil, Franco puso en marcha la redención de penas por el trabajo. Un decreto de 28 mayo de 1938 concedió a los reclusos el derecho a trabajar. El 7 de octubre de 1938 se crearon el Patronato Central y los Locales, y el 27 de abril de 1939 Franco designa a Nuestra Señora de la Merced como su patrona, así como de las prisiones de España. Dicho Patronato se creó siendo director general de Prisiones el general Máximo Cuervo Radigales, que fue sustituido en ese cargo por otro miembro como él de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, José María Sánchez de Muniain. El jesuita Antonio Pérez del Pulgar fue el asesor religioso del Patronato, hasta su muerte el 28 de noviembre de 1939. El propio padre Pérez del Pulgar manifestó que la idea de la redención de penas por el trabajo no fue suya, sino que fue una iniciativa de Franco.

El 23 de noviembre de 1940 la redención de penas por el trabajo se amplió al trabajo intelectual. De este modo algunos presos también pudieron reducir su condena asistiendo a clases a alfabetización, de lectura, de formación religiosa o a conferencias

 

El 23 de noviembre de 1940 la redención de penas por el trabajo se amplió al trabajo intelectual. De este modo algunos presos también pudieron reducir su condena asistiendo a clases a alfabetización, de lectura, de formación religiosa o a conferencias. Y entre los colaboradores más destacados se encuentra el antiguo decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, el catedrático Manuel García Morente, del que uno de sus biógrafos nos cuenta lo siguiente: “Todas las semanas visitaba el local de Yeserías, donde los recluidos a resultas de la guerra esperaban la depuración de sus expedientes. Allí, en una sala destinada a instrucción y conferencias, daba Morente la suya, cuyo tema principal versó sobre ‘Ser y vida del caballero cristiano’. Su público lo formaban en su mayor parte intelectuales, profesores y periodistas, no muy numerosos, pues era voluntaria la asistencia; pero todos (dice uno de ellos) le escuchaban con fervor. Después se quedaba a conversar con alguno de los reclusos que lo deseara”.

Al principio, el sistema de redención de penas por el trabajo reducía como mínimo un tercio los años de la condena, pero hubo otras variables que aumentaron este porcentaje de redención. Alberto Bárcena ha estudiado meticulosamente en los archivos la aplicación de este sistema en su libro Los presos del Valle de los Caídos, en el que pone de manifiesto las condiciones en las que trabajaron esos reclusos, los salarios que cobraban y las condiciones en las que vivían en el Valle ellos y sus familias, desmintiendo con documentos la versión, tan falsa como manipuladora, de que el Valle de los Caídos fue levantado mediante trabajos forzados.

De la aceptación por los reclusos del régimen de redención de penas por el trabajo, dan fe los siguientes datos: en 1940 el 6,93% de la población reclusa se acogió a la redención de penas por el trabajo, y este porcentaje aumentó al 22,40% en 1943 y al 34,37% en 1947.

La segunda de las medidas de Franco que permitió acortar las penas de los presos fueron los numerosos indultos. El primero de ellos tiene fecha de 1 de octubre de 1939, que indultaba a los miembros de las fuerzas armadas republicanas, cuya sentencia fuera inferior a seis años.

El 24 de enero de 1940 se crearon una serie de comisiones jurídicas militares especiales, con capacidad de confirmar o reducir las sentencias dictadas hasta entonces, pero nunca para ampliarlas.

El 1 de abril de 1941, segundo aniversario del final de la guerra, se puso en libertad a 40.000 presos políticos. Y durante el invierno de 1941 a 1942 se indultaron a otros 50.000 presos. Lo que equivalía a que dos terceras partes de los presos de la guerra estaban ya en libertad a mediados de 1942.

La segunda de las medidas de Franco que permitió acortar las penas de los presos fueron los numerosos indultos. El primero de ellos tiene fecha de 1 de octubre de 1939, que indultaba a los miembros de las fuerzas armadas republicanas, cuya sentencia fuera inferior a seis años

 

En 1943 se extendieron los indultos a quienes tenían sentencias de veinte años. Y en 1945 se indultó a los condenados por rebelión militar que “no hubieran cometido delitos repulsivos para toda conciencia honrada”. Un decreto de 1 de abril de 1964 ordenó borrar de los registros los antecedentes correspondientes a los delitos indultados. En 1966 se aplicó el indulto a las responsabilidades políticas de cualquier clase. Y por fin el 31 de marzo de 1969 se declararon prescritos con anterioridad al término de la guerra civil. Por lo tanto, 1969 se puede considerar como el final de la represión de los delitos de la Guerra Civil.

Pues bien, a pesar de lo expuesto anteriormente, no pocas veces se ha dicho en los medios de comunicación que fue la amnistía de 1977 la que zanjó los delitos de la guerra Civil, a pesar de que desde 1969 ya habían sido declarados prescritos. Por lo tanto, dicha amnistía a quien en realidad indultaba era a los terroristas. La amnistía fue aprobada el 15 de octubre de 1977 con el apoyo de casi todos los grupos parlamentarios: Unión de Centro  Democrático, PSOE, Partido Socialista Popular, Partido Comunista de España, Minoría Vasco-Catalana y El Gupo mixto,  y con la abstención de Alianza Popular, y los diputados Francisco Letamendía de Euskadiko Ezkerra, e Hipólito Gómez delas Roces de la Candidatura Aragonesa Independiente de Centro.  

Se iniciaba así un proceso que acabaría sentando en el Congreso de los Diputados a los defensores de las tesis de los terroristas, hasta convertirlos en socios del Gobierno actual de España

 

Desde la muerte de Franco hasta la aprobación de la amnistía de 1977 los terroristas habían asesinado a 24 personas. El mensaje que transmitió dicha amnistía a los terroristas desató su actividad criminal: en 1978 fueron asesinadas 64 personas, al año siguiente perecieron otras 84, en 1980 la cifra de las víctimas del terrorismo se elevó 93… Se iniciaba así un proceso que acabaría sentando en el Congreso de los Diputados a los defensores de las tesis de los terroristas, hasta convertirlos en socios del Gobierno actual de España.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.

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miércoles, 21 de octubre de 2020

Los inquisidores españoles tenían un mayor grado de racionalismo. Entrevista a Iván Vélez.

 



Entrevista a Iván Vélez, arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor entre otros de los libros “Sobre la leyenda negra”, “El mito de Cortés” y “Nuestro hombre en la CIA”. En esta entrevista hablamos de su nuevo libro, “Torquemada. El gran inquisidor”.

La inquisición es el tema estrella en la literatura negrolegendaria, es la organización que mejor representa a una España católica siniestra y fanática.

Si, la Inquisición junto a la conquista, pacificación y civilización del Nuevo Mundo son los dos grandes pilares de la leyenda negra. Luego habría otros, pero de menor entidad. Al fin y al cabo, lo que subyace aquí es una inquina contra el catolicismo, aunque luego se asume por parte de la sociedad española e hispana, pero está claro que es uno de los grandes pilares negrolegendarios.

Dedicó un capítulo a la Inquisición en su libro “Sobre la leyenda negra”. ¿Por qué ha elegido ahora a la figura de Torquemada?

En realidad, es un encargo de La Esfera de los Libros y está justificado porque precisamente este mes se cumplen seiscientos años de su nacimiento. Un aniversario que va a pasar totalmente inadvertido por razones fáciles de adivinar.

Según el historiador negrolegendario por excelencia de la Inquisición, el sacerdote apóstata Juan Antonio Llorente, Torquemada quemó a 10.000 personas y persiguió a muchas más. También se le ha presentado como un personaje sádico y sanguinario. ¿Cómo fue en realidad Torquemada? ¿Hay algo de cierto en estas acusaciones?

Lo primero que hay que decir es que Torquemada es un hombre de su tiempo. Lo segundo es que estamos en un contexto ideológico que no se puede analizar desde la perspectiva del presente. Con respecto a la Inquisición porque era un tribunal de la fe, hoy nos puede parecer inconcebible, pero dichos tribunales estaban implantados en todas partes. De hecho, en el propio mundo judío se dan procesos durísimos como el que sufre Espinosa o Uriel da Costa, es decir, la idea de tolerancia religiosa no existía según se entiende hoy. Torquemada es un hombre de su tiempo. De hecho, un siglo después, el padre Juan de Mariana lo elogia. En su momento fue un símbolo de ortodoxia, es en el siglo XIX cuando la figura de Torquemada empieza a sufrir esa quiebra por las críticas vertidas sobre todo por Juan Antonio Llorente. Pero lo que está claro es que la Inquisición no responde a un capricho personal de Torquemada.

¿Hay algo de lo que ha descubierto de Torquemada que le haya sorprendido?

Lo asombroso del personaje es que tenemos todos una imagen de él, una especie de arquetipo, de hecho, Torquemada es un apellido convertido en adjetivo. Y ese es el problema, que el Torquemada histórico, el hombre, está sepultado por el mito. Entonces, lo más sorprendente es la falta de información de hecho protagonizados por él mismo, más allá de la reglamentación inquisitorial. He localizado alguna cosa inédita en el libro y hay una petición para su propio convento, él tenía mucho celo en lo relativo a su orden. Pero lo sorprendente de Torquemada es lo poco que se conoce del Torquemada persona, oculto por una imagen en gran medida arquetípica.

Torquemada tuvo un peso decisivo en la expulsión de los judíos en 1492. Un hecho considerado una prueba irrefutable del fanatismo religioso en España. 

La expulsión de los judíos era la culminación de un proceso en el cual la comunidad judía se había debilitado, se había producido un trasvase hacia el mundo cristiano que es el fenómeno converso, que es el verdaderamente importante, y desde luego se ha exagerado mucho el drama de la expulsión. No voy a negar que efectivamente fue desgarrador para algunas familias y de hecho en el libro recojo algunos testimonios, pero la expulsión es el fin de un ciclo que venía produciéndose entre otras cosas porque los judíos formaban parte del tesoro real y eran poco menos que huéspedes. Entonces, el desalojo va unido a un intento de homogeneización, tanto en lo político como en lo religioso.  

Se usa la expulsión para acusar a España de fanatismo, pero fuimos uno de los últimos países en tomar esta medida.

Claro, se expulsa a los que persisten en su fe, pero somos de los últimos de Europa en hacerlo. Muchos pasan a Portugal y regresan después admitiendo el cristianismo, bien por convicción o bien porque quieren regresar a su patria. Al fin y al cabo, los judíos españoles eran españoles. Y ya digo que el caso de Espinosa demuestra que la salida de España no garantizaba una buena integración. Los judíos que abandonan España no van a sitios mejores, sino que en muchos casos peores.   

La cifra de brujas quemadas en España, 49, es ridícula comparada con las 50.000 mujeres asesinadas en Europa. Los inquisidores españoles acabaron considerando a la brujería como casos de fantasía y neurosis colectiva. ¿Qué diferencia había entre nuestros inquisidores y los del resto de Europa?

En mi opinión, los inquisidores españoles tenían un mayor grado de racionalismo. El ejemplo es lo que ocurre con las brujas de Navarra y cómo actúan los inquisidores franceses, Pierre de Lancre, o los españoles, Salazar Frías. Este último demuestra un racionalismo muy superior, por ejemplo, no admite los testimonios de niños por creerlos fantasiosos, y luego Salazar Frías demuestra que el fenómeno de la brujería viene inducido y que se habla de brujas cuando se configura una literatura hecha a medida. En España la brujería fue considerada en gran medida superstición y esa consideración es una prueba del racionalismo católico español.  

En el mundo anglosajón la leyenda negra sigue muy presente. No hace mucho, el escritor británico Ken Follet declaraba que los españoles fueron los mayores torturadores de la Historia. Además de por una razón de conveniencia histórica, ¿por qué pervive el mito?

El mito pervive porque es un material que ellos utilizan constantemente y lo reelaboran, y tiene un público predispuesto a eso. Un público que no podría entender, por ejemplo, cosas como lo que ocurrió en el auto de fe de Logroño donde hay una reconciliación de muchos de los acusados. La idea del perdón nunca aparece, aparece la condena. Y luego como la Inquisición es un tribunal muy protocolizado, es decir, el auto de fe está perfectamente regulado como describo en el libro, el reglamento y las instrucciones están tan detalladas que permiten una recreación completa. Creo que eso juega a nuestro favor, no el que lo usen en nuestra contra, sino hasta qué punto no se ocultaban las cosas y que el reo tenía ciertas garantías. El tribunal de la Inquisición era más garantista que el tribunal civil e incluso el encausado tenía atención médica. Y luego ha habido asuntos que han sido muy manipulados como el secretismo de las acusaciones, algo que tenía mucho que ver con la protección del testigo y que es algo que todavía existe, el testigo protegido.

Es comprensible que en los países protestantes perviva el mito, pero también sucede en países católicos. Cuando visité el palacio de la Inquisición en Palermo me repitieron todos y cada uno de los tópicos negrolegendarios. En España ocurre lo mismo, pese a todo lo que sabemos. ¿Por qué ese empeño en mantener una mentira?

Porque la leyenda negra se ha asumido por parte de amplios sectores de la sociedad española y además hay un anticlericalismo de brocha gorda en muchos casos y un desconocimiento total, y el acercamiento a este tema se hace muchas veces mediante libros o películas que incorporan la dosis negrolegendaria adecuada. Entonces no hay forma de entender que era un tribunal de la fe no constituido por sádicos, sino por juristas reputados siguiendo un proceso muy bien reglamentado. Y que la brujería era absolutamente testimonial y lo que se perseguían eran otras cosas, por ejemplo, se perseguía la alcahuetería o la vana adivinación. Fíjate hasta qué punto eso es un rasgo de racionalismo, no asumir que alguien puede adivinarte el futuro. En gran medida es la lucha contra la superstición, pero como no se admite un racionalismo que vaya vinculado al catolicismo, pues es necesario irse a casos muy extremos y el público demanda ese tipo de escenas. En muchas cabezas no entra la idea de que el catolicismo tiene un componente racionalista importante.

Hay una entrevista de Iñaki Gabilondo a Arturo Pérez-Reverte que está circulando mucho en redes sociales. En esa entrevista se defiende que el protestantismo es luz y progreso mientras que nosotros escogimos una fe oscura y reaccionaria que nos hizo cobardes, delatores, analfabetos y envidiosos. Quería hacerle la misma pregunta de esa entrevista, ¿nos equivocamos de Dios en Trento?

En absoluto, no nos equivocamos. Otra cosa es que muchos españoles, algunos con mucho predicamento y popularidad, se hayan tragado el mito de la ilustración, pero ese es un problema que tienen que resolver ellos que son víctimas de sus propios prejuicios. A los que opongan a la ilustración el oscurantismo español, yo les pondría delante a un español con faldas, a un hombre de iglesia, el padre Feijoo. Que lean más al padre Feijoo y menos literatura afrancesada.

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El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

  Lamentablemente, cuando hoy alguien busca información sobre un tema acude de forma inmediata a la red. Un lugar donde cabe cualquier cosa ...