jueves, 30 de abril de 2020

España tiene que rediseñar sus modelos económico y político y elegir entre libertad o esclavitud

Hoy, 1 de mayo, es un día en el que los sindicalistas y los adoradores del Estado solían invadir las calles y plazas para ampliar su influencia y dominio y para empujar a la sociedad hacia la tiranía del poder absoluto del Estado. España tendrá que elegir pronto entre la libertad y la esclavitud y no podrá aplazar esa decisión por más tiempo. Después del coronavirus, de la dura experiencia de gobierno nefasto bajo Sánchez e Iglesias y de la terrible crisis económica generada por la pandemia, España no puede seguir siendo un país de desempleados y camareros en la economía y de maleantes en la política. La nación está obligada a rediseñar tanto su modelo económico como el político para ser un país más rico, eficaz, decente y digo. La hostelería, que ha ido el gran negocio de España, tiene que dejar de ser el principal motor de la economía y los partidos políticos, dueños y señores del poder, tienen que desaparecer o reformarse hasta que dejen de ser asociaciones de malhechores y se transformen en agrupaciones de ciudadanos ejemplares al servicio del bien común. 

Pero los eternos idiotas que sueñan con recuperar el pasado no parecen darse cuenta de que España tiene que resetearse y cambiar hasta ser irreconocible. Tendrán que cerrar miles de hoteles, bares y restaurantes y tendrán que abrir miles de industrias transformadoras porque en el futuro se hundirán la globalización, el turismo, la hostelería y el imperio de los depredadores en la política. España tendrá que dejar de ser un Estado plagado de parásitos y enchufados políticos y un infierno fiscal del que huyen las empresas y las inversiones y tendrá que flexibilizar el empleo y derribar sus barreras burocráticas para atraer el dinero y facilitar la creación de empleo y riqueza. 

La peor equivocación sería optar por una economía estalizada, propia del comunismo, donde todo el poder y todos los recursos sean de un Estado manejado por políticos inamovibles, una opción que ha fracasado en todos los países donde se ha experimentado, tras dejar a su paso un reguero de pobreza, sufrimiento, esclavitud y muerte. 

Cuando entramos en la Unión Europea nos obligaron a desmantelar nuestras industrias y a tirar por la borda nuestro rango de décima potencia industrial del mundo. Nuestros altos hornos, astilleros, hilaturas y demás complejos industriales y químicos perecieron y Europa nos reservó un papel como país de vacaciones y de servicios. Ahora, ese mundo, basado en las visitas de extranjeros y el turismo, se ha derrumbado porque el miedo a contagiarse de coronavirus ha acabado con el consumo en bares y restaurantes y con ese mundo globalizado que viajaba de una punta a otra en vuelos baratos y atestados. España tiene que cambiar su modelo y elegir entre "la vida y la muerte". 

Pero lo más importante que tendrá que hacer la España del post-coronavirus es optar entre los dos modelos que pugnan por controlar el futuro: la libertad y la esclavitud, o lo que es lo mismo el Estado y la sociedad civil, el comunismo esclavizante y asesino o el sistema de libertades y derechos al que llamamos "democracia". 

Personalmente dedicaré todo mi esfuerzo para que el camino elegido por España sea el de la libertad, entre otras razones porque viví durante dos años en las entrañas del monstruo (Cuba) y conozco demasiado bien su atrocidades. 

Lo lógico es que España avance por las mismas rutas que sus aliados de la Unión Europea y la OTAN, que elegirán la democracia y no el brutal comunismo, experto en fabricar pobreza y esclavitud. Pero antes tendrá que deshacerse de obstáculos peligrosos, adscritos al totalitarismo estatalista, como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus contaminados y degradados partidos políticos, hoy alineados con las corrientes que proclaman la supremacía del Estado sobre la sociedad y del comunismo sobre las libertades democráticas. 

Así que nos encontramos en la gran encrucijada donde se bifurcan los caminos y donde compiten por el futuro la libertad y la esclavitud, las libertades y la sumisión a los poderes estatales, los gobiernos bajo control o los gobiernos descontrolados y dueños de todo, incluso de las vidas de sus ciudadanos, esclavos y sometidos. 

Casi todos los vicios que hoy practica la España de Sánchez tendrán que desaparecer cuando España quede reseteada: tendrá que dejar de ser un infierno fiscal, un paraíso para los políticos, atiborrados de dinero y de privilegios, un drama para el pueblo, sin poder ni influencia, un mundo feliz para los corruptos, una democracia degradada y sin controles ni separación de poderes, una nación endeudada hasta la médula y un basurero moral donde florecen la trata de blancas, la delincuencia internacional, el blanqueo de dinero sucio, la prostitución, el tráfico y consumo de drogas, la mentira como método de gobierno, los partidos llenos de malhechores y corruptos y los gobiernos con poderes casi infinitos. 

Hay que elegir entre una España y otra. O somos amigos de tiranos como Cuba, Venezuela, China, Corea del Norte y unos pocos más o lo somos del llamado "mundo libre", que también tendrá que reformarse y regenerarse porque hoy está contaminado de leninismo intervencionista y múltiples bajezas. 

Francisco Rubiales 


Fuente

Grandes frases de la historia

-Las almas ruines sólo se dejan conquistar mediante regalos
Sócrates, filósofo ateniense del siglo V a.C.

-Sin música la vida sería un error
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX

-Si no cambias la dirección, puedes acabar donde has empezado
Lao Tse, filósofo chino del siglo VI a.C.

-Todo sufrimiento suma y toda calma resta
Omar Jayyam, filósofo y místico persa del siglo XI

-¿Cuál es el propósito de las casas? Es para protegernos del viento y el frío del invierno, el calor y la lluvia del verano, y para mantener fuera a los atracadores y ladrones. Una vez que estos extremos han sido asegurados, eso es todo. Lo que no contribuye a estos fines debe ser eliminado.
Mo zi, filósofo chino del siglo V a.C.

-Quién tiene muchos vicios, tiene muchos amos
Plutarco, filósofo griego del siglo I

-El mundo no es una fábrica y los animales no son productos para nuestro uso
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX

-Al final, cuando todo se acaba, lo único que importa es lo que has hecho.
Alejandro Magno, conquistador griego

-La paz viene de dentro, no busques fuera
Sidartha Gautama, Buda, filósofo y místico del siglo VI a.C.

-Un hombre no debería tener miedo a la muerte, debería tener miedo a no empezar nunca a vivir.
Marco Aurelio, emperador romano del siglo II

-El camino espiritual es invisible, no está trazado, no está a la vista. Tendrás que recorrerlo por tus propios medios, puesto que no te servirán los medios de los demás.
Mahavira, filosofo hindú fundador del Jainismo del siglo VI a.C.

-A veces la calidad de la acción depende de la intención de quien la ejecuta; porque muchas cosas son útiles a juicio de una persona y superfluas a juicio de otras.
Maimónides, filósofo judío sefardí del siglo XII

-Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo
Ludwig Wittgenstein, filósofo austriaco del siglo XX

-A través del intelecto superficial, la mente se vuelve superficial, y se come la mosca, junto con los dulces.
Guru Nanak, fundador de la religión Sij, siglo XV

-Yo no soy lo que me sucedió, yo soy lo que elegí ser
Carl Gustav Jung, psiquiatra suizo del siglo XX

-Lo bueno y lo bello son lo mismo, y deben ser investigados por un solo y mismo proceso; y de la misma manera sucede con lo feo y lo malo.
Plotino, filósofo romano del siglo III

-Ámense unos a otros como yo los he amado
Jesucristo, mesías para los Cristianos

-Para dominar el miedo, tienes que aislarlo. Y para ello tienes que definir su objeto con precisión
Kenzaburo Oe, escritor japonés del siglo XX

-Perseverar en el cumplimiento del deber y guardar silencio es la mejor respuesta a la calumnia
George Washington, político estadounidense del siglo XVIII

-Sería absurdo que nosotros, cosas finitas, tratáramos de determinar las cosas infinitas
René Descartes, filósofo francés del siglo XVII

-Más vale morir con honra que deshonrado vivir
Hernán Cortés, conquistador español del siglo XVI

-Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, peligroso
Confucio, filósofo chino del siglo VI a.C.

-Cuando los tiranos parecen besar ha llegado el momento de echarse a temblar
Pericles, político ateniense del siglo V a.C.

-¡Querido! sepa que los deseos del ego y la concupiscencia no llegarán a ningún lugar y que su ansiedad jamás tiene fin
Ruhollah Jomeini, líder político y religioso iraní del siglo XX

-Todos los seres derivan de otros seres más antiguos por transformaciones sucesivas
Anaximandro, filósofo griego del siglo VII a.C.

-La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación
Inmanuel Kant, filósofo alemán del siglo XIX

-No leas por leer, ni imites, sino que debes tener interés por descubrir tú mismo estas cosas, se debe reflexionar
Miyamoto Musashi, samurai del siglo XVI

-En cuanto la poesía del mito es interpretada como biografía, historia o ciencia, muere
Joseph Campbell, antropólogo estadounidense del siglo XX

-Todas las religiones son obras humanas y, en el fondo, equivalentes; se elige entre ellas por razones de conveniencia personal o de circunstancias.
Averroes, filósofo español del siglo XII

-Todos miden su éxito por el fracaso de los demás 
Iván Ilich, pensador austriaco del siglo XX

-La belleza es la purgación de lo superfluo
Miguel Ángel, pintor y artista italiano del siglo XVI

-Si no puedes evitar la ira, témplala al menos; si no puedes precaver el furor, cohíbelo al menos
San Isidoro de Sevilla, eclesiástico español del siglo VI

-Ten el valor de la astucia que frena la cólera y espera el momento propio para desencadenarla
Genghis Khan, conquistador mongol del siglo XII

-Deja que las aguas se asienten y verás la luna y las estrellas reflejadas en tu propio ser
Rumi, místico persa del siglo XIII

-Que agradable cuando la primavera siembra de flores las verdes campiñas
Constantino Cavafis, poeta griego del siglo XX

-El amor, a quien pintan ciego, es vidente y perspicaz porque el amante ve cosas que el indiferente no ve y por eso ama
José Ortega y Gasset, filósofo español del siglo XX

-Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos.
Fedor Dostoyevski, escritor ruso del siglo XIX

-La prisa es un pobre consejero
Alejandro Dumas, escritor francés del siglo XIX

-Dame mejor una mano presta que una lengua rápida
Guiseppe Garibaldi, unificador italiano del siglo XIX

-No te aflijas si, algún día, las esferas del cosmos no giran según tus deseos,pues la rueda del tiempo no gira siempre en el mismo sentido
Hafez, poeta místico persa del siglo XIV

-La risa no es más que la gloria que nace de nuestra superioridad
Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVI

-Para ser voluntario un acto, ha de proceder de un principio intrínseco con algún conocimiento del fin
Santo Tomás de Aquino, filósofo italiano del siglo XIII

-Una vez más comprendí hasta qué punto la felicidad terrena está hecha a la medida del hombre
Nikos Katzanzakis, escritor griego del siglo XX

-Debemos considerar a la humanidad como un cuerpo único y a cada nación como un órgano del mismo
Mustafá Kemal Ataturk, estadista turco del siglo XX

-Nunca se va tan lejos como cuando no se sabe a dónde se va
Oliver Cromwell, estadista inglés del siglo XVII

-El conocimiento es la opinión cierta
Platón, filósofo ateniense del siglo IV a.C.

-El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo
Pío Baroja, escritor español del siglo XX

-La civilización occidental moderna aparece en la historia como una verdadera anomalía: entre todas las que conocemos de un modo más o menos completo, esta civilización es la única que se desarrolló en un sentido estrictamente material
René Guénon, filósofo francés del siglo XX 

-Prefiero ser el primero en una aldea que el segundo en Roma
Julio César, general y dictador romano del siglo I a.C.

-Todo lo vivió y todo lo superó
La Epopeya de Gilgamesh siglo XXI a.C.

-La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas
Aristóteles, filósofo griego del siglo IV a.C.

-¿Qué es la capacidad de aprender, sino un aspecto de la eternidad?
Mircea Eliade, estudioso de las religiones rumano del siglo XX

-Uno nunca tiene miedo de los desconocido; uno tiene miedo de lo conocido llegando a su fin
Jiddu Krishnamurti, filosofo indio del siglo XX

Hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí, el segundo entiende lo que los otros disciernen y el tercero no entiende ni discierne lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil.
Nicolás Maquiavelo, filósofo italiano del siglo XV

-Si avanzo, seguidme; si me detengo; empujadme; si retrocedo, matadme
Ernesto “Che” Guevara, líder político-militar argentino-cubano del siglo XX

-Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía
Simón Bolívar, político latinoamericano del siglo XIX

-El que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre pero que no grite cuando lo pisen
Emiliano Zapata, político y miliciano mexicano del siglo XX

-La vida del hombre es interesante principalmente si ha fracasado. Eso indica que trató de superarse
Georges Clemenceau, político francés del siglo XX

-Administrad la justicia con ecuanimidad y rectitud y, si es necesario, con rigor y ejemplaridad
Felipe II, Rey de España siglo XVI

-Es una verdad el que con frecuencia en política se aprende del enemigo
Vladimir Ilich Lenin, político ruso del siglo XX

-Estamos todos en el fondo de un infierno donde cada instante es un milagro
Emil Cioran, escritor y filósofo rumano del siglo XX

-El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado
Jean Jackes Roussea, filósofo suizo del siglo XVIII

-Esclavo es aquel que espera por alguien que venga y lo libere
Ezra Pound, poeta y ensayista estadounidense del siglo XX

-El pánico es más contagioso que la peste y se comunica en un instante
Nikolai Gogol, escritor ruso del siglo XIX

-La experiencia no tiene valor ético alguno, es simplemente el nombre que damos a nuestros errores
Oscar Wilde, escritor inglés del siglo XIX

-Del sufrimiento han emergido las almas más fuertes. Los caracteres más fuertes se forjan a base de cicatrices
Jalil Gibrán, poeta libanés del siglo XX

-El sufrimiento verdadero llega siempre paulatinamente
Yukio Mishima, escritor japonés del siglo XX

lunes, 27 de abril de 2020

Donald Trump lamenta que España haya sido «destrozaday diezmada» por culpa del «ridículo» Gobierno de Pedro Sánchez: «Es un país enfermo»



De “bofetada antológica” se pueden calificar las declaraciones del Presidente de los 

Estados Unidos al hablar de Pedro Sánchez y su gestión de la Pandemia de Covid-19.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha vuelto a utilizar a España para ponerla de ejemplo de los efectos devastadores de la pandemia y criticar la gestión de la crisis. «Mira lo que ha pasado en España, es increíble, ha sido destrozada», señaló Trump en un encuentro con periodistas. Y lo hizo justo después de detallar cómo está afectando la propagación de la enfermedad a las siete principales potencias: «En todo el mundo la gente está muriendo. Recibí una llamada del G7 y sus economías están hechas jirones, están destrozadas […] Japón, Alemania y Francia […] Mira lo que le pasó a Italia. Es increíble. Simplemente ha sido destrozada. Muchos otros países están destrozados», señaló.
No es la primera vez que Trump mira hacia España para ponerla de ejemplo de los efectos devastadores del coronavirus. La pasada semana, fue también muy crítico con la política llevada a cabo en general en Europa, cuando Estados Unidos ya era el país con más número de contagiados y fallecidos del mundo. Cierre de fronteras a Europa«No diría que a Italia le esté yendo muy bien en estos momentos, no diría que a España le esté yendo muy bien en estos momentos. Francia acaba de extender su orden de confinamiento», dijo para justificar sus decisiones. Sobre España fue más lejos, al afirmar que «está siendo diezmada». Y anunció que cerrará las fronteras a los europeos hasta que «sanen».
También explotó el error del Gobierno de Pedro Sánchez que hace días tuvo que devolver una partida de 58.000 test rápidos a China que no cumplían con las especificaciones requeridas, como ejemplo de lo que no se debe hacer. «Eso no puede suceder en EE.UU.», lanzó Trump, porque el material se prueba, se analiza y se investiga, añadió para dejar en ridículo al Gobierno español. E insistió en que el COVID-19 salió de un laboratorio de Wuhan.
Trump también ha manifestado que España es un país que «está enfermo».

domingo, 26 de abril de 2020

DESENGÁÑENSE : NO.USTEDES NO VAN A DERRIBAR LA CRUZ. Por Juan Chicharro Ortega

Era evidente. Algo tenían que introducir en la arena política para desviar la atención de los españoles sobre los 40000 muertos que tiene este Gobierno sobre la mesa. España está a la cabeza de todos los “rankings” de incompetencia en el mundo. No hace falta enumerarlos. Los conocen Vd,s de sobra. Y es sobre los muertos que este Gobierno socialcomunista, este Frente Popular marxista, nos lleva paso a paso hacia un cambio de régimen político camino de una república bananera bolivariana. No sé porqué se extrañan todavía algunos. El Sr. Iglesias, el del casoplón en Galapagar, nunca ha escondido sus intenciones; si algo tiene de positivo este comunista de salón es que lleva diciendo la verdad sin complejos desde hace mucho tiempo. Otra cosa es que alguien quiera oírle. Nosotros llevamos avisando desde hace mucho tiempo. Todos los pasos que este Gobierno está dando bajo la batuta de este individuo van en ese camino: ataque a la monarquía, control del CNI, establecer renta básica para captar votos eternos, descalificación del poder judicial , utilización de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en su beneficio ,ninguneo de las Fuerzas Armadas, control de los medios, restricción y prohibición de cualquier acto de culto católico…etc.
¿ Habrá en esta nación alguien que haya leído las viejas tácticas comunistas de asalto al poder desde los tiempos de Lenin, actualizadas al mundo global de hoy ? Sí, algún medio queda pero le auguro poco tiempo de existencia en cuanto le asfixien económicamente. Ya les queda poco.
Mas tienen ahora sobre sus espaldas  40000 muertos y una crisis económica que se avecina que va a llevar a la ruina a esta nación con millones de parados en perspectiva y con evidente riesgo de que la opinión pública se le vuelva en contra más pronto que tarde.
No le queda a este Gobierno otra opción que desviar la atención de la población planteando conflictos ideológicos y consecuentemente provocar una división entre españoles. Ya tiene experiencia. Al fin y al cabo es lo que hizo durante año y medio con la profanación de la tumba del Generalísimo Franco.
Y es en este contexto cuando nos encontramos con una proposición de ley que el Grupo de Izquierda Confederal en el Senado ha presentado el pasado día 21 de abril. Una proposición denominada “ reconocimiento y protección integral a las víctimas del franquismo y de la memoria democrática del Estado Español”.
Es una proposición que ya ha levantado árnica en algún que otro medio si bien cabe decir que en general apenas difiere de la “proposición de ley de memoria histórica y democrática” que el PSOE presentó en el Congreso el pasado mes de enero. Ambas proposiciones responden al mismo patrón de odio, sectarismo y totalitarismo al que nos tiene acostumbrados esta izquierda rancia  anclada en 1917.
La lectura de ambas proposiciones no deja de sorprendernos por la incongruencia , dislates y odio bestial que destilan todos sus postulados.
De no ser porque nos encontramos con un Presidente de Gobierno, el Sr. Sanchez, y un PSOE digno de los tiempos de Largo Caballero, dispuesto a lo que sea con tal de permanecer en la Moncloa,  estas proposiciones no merecerían ni un minuto de atención, más es conocido que en estos momentos todo es posible. Es tan posible como esperpéntico el que haya 40000 muertos y nadie se haga responsable.
Destaca el que los medios, que de momento se han hecho eco de esta última proposición, reflejen como más llamativo de la misma no ya el establecimiento de una comisión de la verdad ni que se ilegalice a todo aquel que no se atenga a la misma y a los postulados del Gulag social comunista. No. Lo que destacan los medios es lo que el artículo 27 de la misma dice respecto al Valle de los Caídos : 

  1. Se procederá a la resignificación de todo el complejo, eliminando toda expresión y connotación franquista, o en caso de valorarse su escaso valor arquitectónico, después de una valoración artística y arquitectónica de una comisión de expertos creada para tal fin, se procederá a la demolición del mismo previa exhumación de todos los restos y entrega a sus familiares. Se procederá a anular los convenios y acuerdos de gestión, administración o cesión de la titularidad y uso de todas las partes de este recinto firmados antes de la democracia y se gestionará en su caso como Patrimonio Nacional, de manera pública.
O sea , en roman paladino : demolición de la Basílica y la Cruz.
Es evidente que llevar a cabo semejante barbaridad no cabe en cabeza alguna. De entrada una acción como la propuesta tendría una repercusión internacional de tal calibre que la imposibilitaría y es notorio que eso significaría además dejar sin efecto los acuerdos Iglesia- Estado sobre los lugares de culto.
Claro que uno se acuerda de como los talibanes pese a la oposición internacional volaron los Budas milenarios de Bamiyan en al año 2001 y que recientemente la Jerarquía Eclesiástica española colaboró con la profanación de quien fuera su primer valedor, Francisco Franco, ponién dose de perfil cuando fuerza armada irrumpió y profanó la Basílica del Valle forzando a su máxima autoridad a plegarse. Y de ese recuerdo cabe pensar en lo aparentemente imposible .
Confiamos en que tamaña barbaridad así como todo lo que en esas proposiciones de ley se establecen sean convenientemente impugnadas en vía parlamentaria y con la previsible oposición de la mayoría de los españoles.
Y termino con franqueza y que cada cual entienda lo que quiera :
No . Vd,s no van a demoler la Cruz del Valle de los Caídos. No . En ningún caso . ¿Lo han entendido?
JAMÁS

sábado, 25 de abril de 2020

El Papa Negro ha hablado: Desaparecerán las naciones, y nacerá un Gobierno Mundial Todopoderoso “Para estabilizar el sistema financiero”


Tal y cual y sin cortarse, por decirlo castizo. 

Si de verdad hay alguien que al enterarse de semejante tropelía y atropello masivo permanezca pasivo, con esa expresión facial que tan española se ha vuelto, que nos define política y moralmente, y que se resume en una imagen visual “Como vaca lechera mirando pasar el tren”, es como para mandarlo directamente al desolladero.

No ya es porque el Papa -Monarca absolutista él, como debe de ser- no deba entrometerse en las labores políticas de los ciudadanos, sino porque lo que propone es de tal magnitud que solo sirve para que la Iglesia se busque enemigos y quede debilitada. Pero en fin. Suponemos que este Papa Negro es lo que busca. 

El Vaticano dice que si no nace un “gobierno mundial” con capacidad para afrontar la especulación a gran escala, “se generará progresivamente un clima de creciente hostilidad e incluso de violencia hasta minar las bases de las instituciones democráticas”.La propuesta incluye una Banca Central Mundial, impuestos sobre transacciones financieras proporcionales a la sofisticación del producto financiero, un Fondo mundial de recapitalización bancaria, y reglas distintas para banca comercial y de inversiones.


POR UNA REFORMA DEL SISTEMA FINANCIERO Y MONETARIO INTERNACIONAL EN LA PROSPECTIVA DE 

UNA AUTORIDAD PÚBLICA CON COMPETENCIA UNIVERSAL



Prólogo

«La presente situación del mundo exige una acción de conjunto que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la polí­tica de los Estados, “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guí­a del Espí­ritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido».
Con estas palabras Pablo VI, en la profética y siempre actual Encí­clica Populorum progressio de 1967, trazaba de manera lí­mpida «las trayectorias» de la í­ntima relación de la Iglesia con el mundo: trayectorias que se cruzan en el valor profundo de la dignidad del ser humano y en la búsqueda del bien común, y que además hacen a los pueblos responsables y libres de actuar según sus más altas aspiraciones.
La crisis económica y financiera que está atravesando el mundo convoca a todos, personas y pueblos, a un profundo discernimiento sobre los principios y de los valores culturales y morales que son fundamentales para la convivencia social. Pero no sólo eso. La crisis compromete a los agentes privados y a las autoridades públicas competentes a nivel nacional, regional e internacional a una seria reflexión sobre las causas y sobre las soluciones de naturaleza polí­tica, económica y técnica.
En esta prospectiva, la crisis, enseña Benedicto XVI, «nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada, más que resignada».
Los lí­deres mismos del G20, en el Statement adoptado en Pittsburgh en el año 2009, han afirmado como «The economic crisis demonstrates the importance of ushering in a new era of sustainable global economic activity grounded in responsibility».
Recogiendo el llamamiento del Santo Padre y, al mismo tiempo, haciendo propias las preocupaciones de los pueblos – sobre todo de aquellos que en mayor medida sufren los efectos de la situación actual – el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, en el respeto de las competencias de las autoridades civiles y polí­ticas, desea proponer y compartir la propia reflexión “Por a una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”.
Esta reflexión desea ser una contribución a los responsables de la tierra y a todos los hombres de buena voluntad; un gesto de responsabilidad, no sólo respecto de las generaciones actuales, sino sobre todo hacia aquellas futuras, a fin de que no se pierda jamás la esperanza de un futuro mejor y la confianza en la dignidad y en la capacidad de bien de la persona humana.
Toda persona individualmente, toda comunidad de personas, es partí­cipe y responsable de la promoción del bien común. Fieles a su vocación de naturaleza ética y religiosa, las comunidades de creyentes deben en primer lugar preguntarse si los medios de los que dispone la familia humana para la realización del bien común mundial son los más adecuados. La Iglesia, por su parte, está llamada a estimular en todos, indistintamente, «el deseo de participar en el conjunto ingente de esfuerzos realizados [por los hombres] a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, respondiendo [así­] a la voluntad de Dios».

1. Desarrollo económico y desigualdades

La grave crisis económica y financiera, que hoy atraviesa el mundo, encuentra su origen en múltiples causas. Sobre la pluralidad y sobre el peso de estas causas persisten opiniones diversas: algunos subrayan, ante todo, los errores inherentes a las polí­ticas económicas y financieras; otros insisten sobre las debilidades estructurales de las instituciones polí­ticas, económicas y financieras; otros, en fin, las atribuyen a fallas de naturaleza ética, presentes en todos los niveles, en el marco de una economí­a mundial cada vez más dominada por el utilitarismo y el materialismo. En los distintos estadios de desarrollo de la crisis se encuentra siempre una combinación de errores técnicos y de responsabilidades morales.
En el caso del intercambio de bienes materiales y de servicios, son la naturaleza, la capacidad productiva y el trabajo en sus múltiples formas, quienes ponen un lí­mite a la cantidad, determinando un conjunto de costes y de precios que permite, bajo ciertas condiciones, una asignación eficiente de los recursos disponibles.
Pero en materia monetaria y financiera, las dinámicas son distintas. En los últimos decenios, han sido los bancos los que han extendido el crédito, el cual ha generado moneda, lo cual a su vez ha exigido una ulterior expansión del crédito. El sistema económico ha sido impulsado en tal modo, hacia una espiral inflacionista que, inevitablemente, ha encontrado un lí­mite en el riesgo sostenible para los institutos de crédito, sometidos a un ulterior peligro de quiebra, con consecuencias negativas para todo el sistema económico y financiero.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las economí­as nacionales progresaron, aunque con enormes sacrificios de millones e incluso de miles de millones de personas que habí­an otorgado su confianza con su comportamiento de productores y empresarios, por un lado, y de ahorradores y consumidores, por el otro, hasta llegar a un progresivo y regular desarrollo de la moneda y de las finanzas, en conformidad con las potencialidades de crecimiento real de la economí­a.
A partir de los años noventa del pasado siglo, se descubre en cambio como la moneda y los tí­tulos de crédito a nivel global aumentaron mucho más rápidamente que la producción del rédito, incluso a precios corrientes. Se derivó, por consiguiente, en la formación bolsas excesivas de liquidez y burbujas especulativas que luego se transformaron en crisis de solvencia y de confianza que se han propagado y subseguido en el transcurso de los años.
Una primera crisis se verificó en los años setenta hasta principios de los ochenta, debido a los precios del petróleo. Posteriormente se verificaron una serie de crisis en varios Paí­ses en ví­as de desarrollo. Baste pensar en la primera crisis de México en los años ochenta, o en las de Brasil, Rusia y Corea; y luego nuevamente en México en los años noventa, en Tailandia y en Argentina.
La burbuja especulativa sobre los inmuebles y la reciente crisis financiera tienen el mismo origen: la excesiva cantidad de moneda y de instrumentos financieros a nivel global.
Mientras las crisis en los Paí­ses en ví­as de desarrollo, que han estado a punto de involucrar el sistema monetario y financiero global, han sido contenidas con formas de intervención por parte de los paí­ses más desarrollados, la crisis que ha estallado en el año 2008, se ha caracterizado por un elemento decisivo y disruptivo respecto a las precedentes. Se ha originado en el contexto de Estados Unidos, una de las áreas más relevantes para la economí­a y las finanzas mundiales, involucrando la moneda a la que se remiten todaví­a la gran mayorí­a de los intercambios internacionales.
Una orientación de tipo liberal – reticente respecto a las intervenciones públicas en los mercados – ha propiciado la quiebra de un importante instituto internacional, imaginando de este modo, delimitar la crisis y sus efectos. Se ha derivado, desafortunadamente, una propagación de la desconfianza que ha impulsado a mutar repentinamente de actitud, estimulando intervenciones públicas de diverso tipo, de enorme alcance (el 20% del producto nacional) a fin de contener las consecuencias negativas que hubieran afectado todo el sistema financiero internacional.
Las consecuencias sobre la denominada «economí­a real», pasando s través de las graves dificultades de algunos sectores – en primer lugar el de la construcción – y con la difusión de expectativas desfavorables, han generado una tendencia negativa de la producción y del comercio internacional, con graves repercusiones en la ocupación, y con efectos que probablemente aun no han agotado su alcance. El costo para millones, e incluso miles de millones de personas, en los Paí­ses desarrollados, pero sobre todo también en aquellos en ví­as de desarrollo, es inmenso.
En Paí­ses y áreas donde se carece todaví­a de los bienes más elementales como la salud, la alimentación y la protección contra la intemperie, más de mil millones de personas se ven obligadas a sobrevivir con unos ingresos medios de poco más de un dólar diario.
El bienestar económico global, medido en primer lugar por la producción de renta, y también por la difusión de las capabilities, se ha acrecentado, en el curso de la segunda mitad del siglo XX, en una medida y con una rapidez antes jamás experimentado en la historia del género humano.
Pero también han aumentado enormemente las desigualdades en varios Paí­ses y entre ellos. Mientras que algunos Paí­ses y áreas económicas, las más industrializadas y desarrolladas, han visto crecer notablemente la producción de la renta, otros Paí­ses han sido excluidos, de hecho, del progreso generalizado de la economí­a, e incluso han empeorado en su situación.
Los peligros de una situación de desarrollo económico, concebido en términos de liberalismo, han sido denunciados lúcida y proféticamente por Pablo VI – a causa de las nefastas consecuencias sobre los equilibrios mundiales y la paz – ya en 1967, después del Concilio Vaticano II, con la Encí­clica Populorum progressio. El Pontí­fice indicó, como condiciones imprescindibles para la promoción de un auténtico desarrollo, la defensa de la vida y la promoción del progreso cultural y moral de las personas. Sobre tales fundamentos, Pablo VI afirmaba que el desarrollo plenario y planetario «es el nuevo nombre de la paz».
A cuarenta años de distancia, en el año 2007, el Fondo Monetario Internacional reconocí­a, en su Informe anual, la estrecha conexión por una parte de un proceso de globalización que no ha sido gobernado adecuadamente, y las fuertes desigualdades a nivel mundial por el otro. Hoy los modernos medios de comunicación hacen evidentes a todos los pueblos, ricos y pobres, las desigualdades económicas, sociales y culturales que se han producido a nivel global, creando tensiones e imponentes movimientos migratorios.
Más aún, se ha de reafirmar que el proceso de globalización, con sus aspectos positivos está a la base del grande desarrollo de la economí­a mundial del siglo XX. Vale la pena recordar que, entre el 1900 y el 2000, la población mundial casi se cuadruplicó y que la riqueza producida a nivel mundial creció en modo mucho más rápido de manera que los ingresos medios per cápita aumentaron fuertemente. A la vez, sin embargo, no ha aumentado la equitativa distribución de la riqueza; sino que en muchos casos ha empeorado.

¿Pero qué es lo que ha impulsado al mundo en esta dirección extremadamente problemática incluso para la paz?

Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideologí­a, de una forma de «apriorismo económico», que pretende tomar de la teorí­a las leyes del funcionamiento del mercado y las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos. Una ideologí­a económica que establezca a priori las leyes del funcionamiento del mercado y del desarrollo económico, sin confrontarse con la realidad, corre el peligro de convertirse en un instrumento subordinado a los intereses de los Paí­ses que ya gozan, de hecho, de una posición de mayores ventajas económicas y financieras.
Reglas y controles, si bien de manera imperfecta, con frecuencia están presentes a nivel nacional y regional; sin embargo a nivel internacional, dichas reglas y controles se realizan y se consolidan con dificultad.
A la base de las disparidades y de las distorsiones del desarrollo capitalista, se encuentra en gran parte, además de la ideologí­a del liberalismo económico, la ideologí­a utilitarista, es decir la impostación teórico-práctica según la cual «lo que es útil para el individuo conduce al bien de la comunidad». Es necesario notar que una «máxima» semejante, contiene un fondo de verdad, pero no se puede ignorar que no siempre lo que es útil individualmente, aunque sea legí­timo, favorece el bien común. En más de una ocasión es necesario un espí­ritu de solidaridad que trascienda la utilidad personal por el bien de la comunidad.
En los años veinte del siglo pasado, algunos economistas ya habí­an puesto en guardia para que no se diera crédito excesivamente, en ausencia de reglas y controles, a esas teorí­as, que hoy se han transformado en ideologí­as y praxis dominantes a nivel internacional.
Un efecto devastante de estas ideologí­as, sobre todo en las últimas décadas del siglo pasado y en los primeros años del nuevo siglo, ha sido la explosión de la crisis, en la que aún se encuentra sumergido el mundo.
Benedicto XVI, en su encí­clica social, ha individuado de manera precisa la raí­z de una crisis que no es solamente de naturaleza económica y financiera, sino antes de todo, es de tipo moral, además de ideológica. La economí­a, en efecto – observa el Pontí­fice – tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona. El Papa ha denunciado, a continuación, el papel desempeñado por el utilitarismo y por el individualismo, así­ como las responsabilidades de quienes los han asumido y difundido como parámetro para el comportamiento óptimo de aquellos – operadores económicos y polí­ticos – que actúan e interactúan en el contexto social. Pero Benedicto XVI ha también descubierto y denunciado una nueva ideologí­a, la «ideologí­a de la tecnocracia».

2. El rol de la técnica y el desafí­o ético

El enorme desarrollo económico y social del siglo pasado, ciertamente luego con sus luces, pero también con sus graves aspectos de sombra, se debe, en gran parte, al continuado desarrollo de la técnica y, en las décadas más recientes, a los progresos de la informática y a sus aplicaciones, a la economí­a y, en primer lugar, a las finanzas.
Para interpretar con lucidez la actual nueva cuestión social, es necesario evitar el error, hijo también de la ideologí­a neoliberal, de considerar que los problemas por afrontar son de orden exclusivamente técnico. En cuanto tales, escaparí­an a la necesidad de un discernimiento y de una valoración de tipo ético. Pues bien, la encí­clica de Benedicto XVI pone en guardia contra los peligros de la ideologí­a de la tecnocracia, es decir de aquella absolutización de la técnica que «tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia» y a minimizar el valor de las decisiones del individuo humano concreto que actúa en el sistema económico-financiero, reduciéndolas a meras variables técnicas. La cerrazón a un «más allá», comprendido como algo más, respecto a la técnica, no sólo hace imposible el encontrar soluciones adecuadas para los problemas, sino que empobrece cada vez más, a nivel material y moral, a las principales ví­ctimas de la crisis.
También en el contexto de la complejidad de los fenómenos, la relevancia de los factores éticos y culturales no puede, por lo tanto ser desatendida ni subestimada. La crisis, en efecto, ha revelado comportamientos de egoí­smo, de codicia colectiva y de acaparamiento de los bienes a grande escala. Nadie puede resignarse a ver al hombre vivir como «un lobo para el otro hombre», según la concepción evidenciada por Hobbes. Nadie, en conciencia, puede aceptar el desarrollo de algunos Paí­ses en perjuicio de otros. Si no se pone remedio a las diversas formas de injusticia, los efectos negativos que se producirán a nivel social, polí­tico y económico estarán destinados a originar un clima de hostilidad creciente, e incluso de violencia, hasta minar las bases mismas de las instituciones democráticas, aún de aquellas consideradas más sólidas.
Por el reconocimiento de la primací­a del ser respecto al del tener, de la ética respecto a la economí­a, los pueblos de la tierra deberí­an asumir, como alma de su acción, una ética de la solidaridad, abandonando toda forma de mezquino egoí­smo, abrazando la lógica del bien común mundial que trasciende el mero interés contingente y particular. Deberí­an, en fin de cuentas, mantener vivo el sentido de pertenencia a la familia humana en nombre de la común dignidad de todos los seres humanos: «por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad».
Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el Beato Juan Pablo II habí­a puesto en guardia contra el peligro de «una idolatrí­a del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancí­as». Es preciso, hoy sin demora acoger su amonestación y tomar un camino más en sintoní­a con la dignidad y con la vocación trascendente de la persona y de la familia humana.

3. El gobierno de la globalización

En el camino hacia la construcción de una familia humana más fraterna y más justa y, aún antes, de un nuevo humanismo abierto a la trascendencia, se presenta particularmente actual la enseñanza del Beato Juan XXIII. En la profética Carta encí­clica Pacem in terris del 1963, él advertí­a ya que el mundo se estaba dirigiendo hacia una unificación cada vez mayor. Tomaba pues conciencia, del hecho que en la comunidad humana, habí­a disminuido la correspondencia entre la organización polí­tica a nivel mundial y las exigencias objetivas del bien común universal. Por consiguiente, auguraba fuera creada un dí­a, una «Autoridad pública mundial».
Ante la unificación del mundo, propiciada por el complejo fenómeno de la globalización; ante la importancia de garantizar, además de los otros bienes colectivos, el bien representado por un sistema económico-financiero mundial libre, estable y al servicio de la economí­a real, la enseñanza de la Pacem in terris se presenta, hoy en dí­a, aún más vital y digna de urgente concretización.
El mismo Benedicto XVI, en el surco trazado por la Pacem in terris, ha expresado la necesidad de constituir una Autoridad polí­tica mundial. Dicha necesidad se presenta además evidente, si se piensa que la agenda de cuestiones a tratar a nivel global se hace cada vez más amplia. Piénsese, por ejemplo, en la paz y la seguridad; en el desarme y el control de armamentos; en la promoción y la tutela de los derechos humanos fundamentales; en el gobierno de la economí­a y en las polí­ticas de desarrollo; en la gestión de los flujos migratorios y en la seguridad alimentaria; en la tutela del medio ambiente. En todos esos campos, resulta cada vez más evidente la creciente interdependencia entre los Estados y las regiones del mundo, y la necesidad de respuestas, no sólo sectoriales y aisladas, sino sistemáticas e integradas, inspiradas por la solidaridad y por la subsidiaridad, y orientadas hacia el bien común universal.
Como lo recuerda Benedicto XVI, si no se sigue ese camino, también «el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correrí­a el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes».
La finalidad de la Autoridad pública, recordaba ya Juan XXIII en la Pacem in terris, es, ante todo, la de servir al bien común. Dicha Autoridad, por tanto, debe dotarse de estructuras y mecanismos adecuados, eficaces, es decir, a la altura de la propia misión y de las expectativas que en ella se ponen. Esto es particularmente verdadero al interno de un mundo globalizado, que hace a las personas y a los pueblos permanecer cada vez más interconectados e interdependientes, pero que muestra también el peso del egoí­smo y de los intereses sectoriales, entre los cuales la existencia de mercados monetarios y financieros de carácter prevalentemente especulativo, perjudiciales para la «economí­a real», en especial de los Paí­ses más débiles.
Es este un proceso complejo y delicado. Tal Autoridad supranacional debe, en efecto, poseer una impostación realista y ha de ponerse en práctica gradualmente, para favorecer también la existencia de sistemas monetarios y financieros eficientes y eficaces, es decir, mercados libres y estables, disciplinados por un marco jurí­dico adecuado, funcionales en orden al desarrollo sostenible y al progreso social de todos, e inspirados por los valores de la caridad y de la verdad. Se trata de una Autoridad con un horizonte planetario, que no puede ser impuesta por la fuerza, sino que deberí­a ser la expresión de un acuerdo libre y compartido, más allá de las exigencias permanentes e históricas del bien común mundial, y no fruto de coerciones o de violencias. Deberí­a surgir de un proceso de maduración progresiva de las conciencias y de las libertades, así­ como del conocimiento de las crecientes responsabilidades. No pueden, en consecuencia, ser desatendidos considerandos superfluos, elementos como la confianza recí­proca, la autonomí­a y la participación. El consenso debe involucrar, un número cada vez mayor de Paí­ses que se adhieren por convicción, mediante ese diálogo sincero que no margina, sino más aún que valora las opiniones minoritarias. La Autoridad mundial deberí­a, pues, involucrar coherentemente a todos los pueblos en una colaboración a la que están llamados a contribuir con el patrimonio de sus propias virtudes y civilizaciones.
La constitución de una Autoridad polí­tica mundial deberí­a estar precedida por una fase preliminar de concertación, de la que emergerá una institución legitimada, capaz de proporcionar una guí­a eficaz y, al mismo tiempo, de permitir que cada Paí­s exprese y procure el propio bien particular. El ejercicio de una Autoridad semejante, puesta al servicio del bien de todos y de cada uno, será necesariamente super partes, es decir, por encima de toda visión parcial y de todo bien particular, en vistas a la realización del bien común. Sus decisiones no deberán ser el resultado del pre-poder de los Paí­ses más desarrollados sobre los Paí­ses más débiles. Deberán, en cambio, ser asumidas que asumirlas, en el interés de todos y no sólo en ventaja de algunos grupos formados por lobbies privadas o por Gobiernos nacionales.
Una institución supranacional, expresión de una «comunidad de las Naciones», no podrá por otra parte, durar por mucho tiempo, si las diversidades de los Paí­ses, a nivel de las culturas, de los recursos materiales e inmateriales, y de las condiciones históricas y geográficas, no son reconocidas y plenamente respetadas. La ausencia de un consenso convencido, alimentado por una incesante comunión moral de la comunidad mundial, debilitarí­a la eficacia de la correspondiente Autoridad.
Lo que vale a nivel nacional vale también a nivel mundial. La persona no está hecha para servir incondicionalmente a la Autoridad, cuya tarea es la de ponerse al servicio de la persona misma, en coherencia con el valor preeminente de la dignidad del ser humano. Del mismo modo, los Gobiernos no deben servir incondicionalmente a la Autoridad mundial. Esta última, ante todo debe ponerse al servicio de los diversos Paí­ses miembros, de acuerdo al principio de subsidiaridad, creando, entre otras, las condiciones socioeconómicas, polí­ticas y jurí­dicas indispensables también para la existencia de mercados eficientes y eficaces, que no estén hiperprotegidos por polí­ticas nacionales paternalistas, ni debilitados por déficit sistemáticos de las finanzas públicas y de los Productos nacionales que, de hecho, impiden a los mercados operar en un contexto mundial como instituciones abiertas y competitivas.
En la tradición del Magisterio de la Iglesia, retomada con vigor por Benedicto XVI, el principio de subsidiaridad debe regular las relaciones entre el Estado y las comunidades locales, entre las Instituciones públicas y las Instituciones privadas, sin excluir aquellas monetarias y financieras. Así­, en un nivel ulterior, debe regir las relaciones entre una eventual, futura Autoridad pública mundial y las instituciones regionales y nacionales. Tal principio es en garantí­a tanto la legitimidad democrática, como la eficacia de las decisiones de quienes están llamados a tomarlas. Permite respetar la libertad de las personas y de las comunidades de personas y, al mismo tiempo, responsabilizarlas respecto de los objetivos y de los deberes que les competen.
Según la lógica de la subsidiaridad, la Autoridad superior ofrece su subsidium, es decir su ayuda, cuando la persona y los actores sociales y financieros son intrí­nsecamente inadecuados o no logran hacer por sí­ mismos lo que les es requerido. Gracias al principio de solidaridad, se construye una relación durable y fecunda entre la sociedad civil planetaria y una Autoridad pública mundial, cuando los Estados, los cuerpos intermedios, las diversas sociedades – incluidas aquellas económicas y financieras – y los ciudadanos toman las decisiones dentro de la prospectiva del bien común mundial, que trasciende el nacional.
«El gobierno de la globalización» – se lee en la Caritas in veritate – «debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recí­procamente». Sólo así­ se puede evitar el riesgo del aislamiento burocrático de la Autoridad central, que correrí­a el peligro de la deslegitimación de una separación demasiado grande de las realidades sobre las cuales se funda, y podrí­a fácilmente caer en tentaciones paternalistas, tecnocráticas, o hegemónicas.
Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearí­a que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas. El fruto de tales reformas deberí­a ser una mayor capacidad de adopción de polí­ticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. Entre las polí­ticas aparecen como más urgentes aquellas relativas a la justicia social global: polí­ticas financieras y monetarias que no dañen los Paí­ses más débiles; polí­ticas dirigida a la realización de mercados libres y estables y una distribución ecua de la riqueza mundial incluso mediante formas inéditas de solidaridad fiscal global, de la cual se referirá más adelante.
En el proceso de la constitución de una Autoridad polí­tica mundial no se pueden desvincular las cuestiones de governance (es decir, de un sistema de simple coordinación horizontal sin una Autoridad super partes), de aquellas de un shared government (es decir de un sistema que, además de la coordinación horizontal, establezca una Autoridad super partes) funcional y proporcionado al gradual desarrollo de una sociedad polí­tica mundial. La constitución de una Autoridad polí­tica mundial no podrá ser lograda sin una práctica previa de multilateralismo, no sólo a nivel diplomático, sino también y principalmente en el ámbito de los programas para el desarrollo sostenible y para la paz. No se puede llegar a un Gobierno mundial si no es dando una expresión polí­tica a interdependencias y cooperaciones preexistentes.

4. Hacia una reforma del sistema financiero y monetario internacional que responda a las exigencias de todos los Pueblos

En materia económica y financiera, las dificultades más relevantes se derivan de la carencia de un eficaz conjunto de estructuras capaces de garantizar, además de un sistema de governance, un sistema de government de la economí­a y de las finanzas internacionales.
¿Qué se puede decir de esta prospectiva? ¿Cuáles son los pasos que se deben desarrollar concretamente?
Con referencia al actual sistema económico y financiero mundial, se deben subrayar dos elementos determinantes: el primero es la gradual disminución de la eficiencia de las instituciones de Bretton Woods, desde los inicios de los años Setenta. En particular, el Fondo Monetario Internacional ha perdido un carácter esencial para la estabilidad de las finanzas mundiales, es decir, el de reglamentar la creación global de moneda y de velar sobre el monto de riesgo del crédito asumido por el sistema. En definitiva, ya no se dispone más de ese «bien público universal» que es la estabilidad del sistema monetario mundial.
El segundo factor es la necesidad de un corpus mí­nimo compartido de reglas necesarias para la gestión del mercado financiero global, que ha crecido mucho más rápidamente que la «economí­a real» habiéndose velozmente desarrollado, por efecto de un lado, de la abrogación generalizada de los controles sobre los movimientos de capitales y de la tendencia a la desreglamentación de las actividades bancarias y financieras; y, por el otro, con los progresos de la técnica financiera favorecidos por los instrumentos informáticos.
En el plano estructural, en la última parte del siglo anterior, la moneda y las actividades financieras a nivel global crecieron mucho más rápidamente que las producciones de bienes y servicios. En dicho contexto, la cualidad del crédito ha tendido a disminuir, hasta exponer a los institutos de crédito a un riesgo mayor de aquel razonablemente sostenible. Baste observar lo acaecido a los grandes y pequeños institutos de crédito en el contexto de las crisis que se manifestaron en los años ochenta y noventa del siglo anterior y, en fin, en la crisis de 2008.
Aún en la última parte del siglo anterior, se desarrolló la tendencia a definir las orientaciones estratégicas de la polí­tica económica y financiera al interno de clubes y de grupos más o menos amplios de los Paí­ses más desarrollados. Sin negar los aspectos positivos de este enfoque, no se puede dejar de notar que así­, no parece respetarse plenamente el principio representativo, en particular de los Paí­ses menos desarrollados o emergentes.
La necesidad de tener en cuenta la voz de un mayor número de Paí­ses ha conducido, por ejemplo, a la ampliación de dichos grupos, pasando así­ del G7 al G20. Ha sido, ésta, una evolución positiva, en cuanto ha consentido involucrar, en las orientaciones para la economí­a y las finanzas globales, la responsabilidad de Paí­ses con una población más elevada, en ví­as de desarrollo y emergentes.
En el ámbito del G20 pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel internacional.
Los lí­deres mismos del G20 afirman en la Declaración final de Pittsburgh de 2009 que «la crisis económica demuestra la importancia de comenzar una nueva era de la economí­a global basada en la responsabilidad». A fin de hacer frente a la crisis y abrir una nueva era «de la responsabilidad», además de las medidas de tipo técnico y de corto plazo, los leaders proponen una «reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI»; y por tanto además «un marco que permita definir las polí­ticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado».
Es preciso por tanto, dar inicio a un proceso de profunda reflexión y de reformas, recorriendo ví­as creativas y realistas, que tiendan a valorizar los aspectos positivos de las instituciones y de los fora ya existentes.
Una atención especí­fica deberí­a reservarse a la reforma del sistema monetario internacional y, en particular, al empeño para dar vida a una cierta forma de control monetario global, desde luego ya implí­cita en los Estudios del Fondo Monetario Internacional. Es evidente que, en cierta medida, esto equivale a poner en discusión los sistemas de cambio existentes, para encontrar modos eficaces de coordinación y supervisión. Se trata de un proceso que debe involucrar también a los Paí­ses emergentes y en ví­as de desarrollo, al momento de definir las etapas de adaptación gradual de los instrumentos existentes.
En el fondo se delinea, en prospectiva, la exigencia de un organismo que desarrolle las funciones de una especie de «Banco central mundial» que regule el flujo y el sistema de los intercambios monetarios, con el mismo criterio que los Bancos centrales nacionales. Es necesario redescubrir la lógica de fondo, de paz, coordinación y prosperidad común, que portaron a los Acuerdos de Bretton Woods, para proveer respuestas adecuadas a las cuestiones actuales. A nivel regional, dicho proceso podrí­a realizarse con valorización de las instituciones existentes como, por ejemplo, el Banco Central Europeo. Esto requerirí­a, sin embargo, no sólo una reflexión a nivel económico y financiero, sino también y ante todo, a nivel polí­tico, con miras a la constitución de instituciones públicas correspondientes que garanticen la unidad y la coherencia de las decisiones comunes.
Estas medidas se deberí­an ser concebidas como unos de los primeros pasos en la prospectiva de una Autoridad pública con competencia universal; como una primera etapa de un más amplio esfuerzo de la comunidad mundial por orientar sus instituciones hacia la realización del bien común. Deberán seguir otras etapas, teniendo en cuenta que las dinámicas que conocemos pueden acentuarse, pero también acompañarse de cambios que hoy dí­a serí­a en vano tratar de prever.
En dicho proceso, es necesario recuperar la primací­a de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primací­a de la polí­tica – responsable del bien común – sobre la economí­a y las finanzas. Es necesario volver a llevar estas últimas al interno de los confines de su real vocación y de su función, incluida aquella social, en vista de sus evidentes responsabilidades hacia la sociedad, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén efectivamente al servicio de la persona, es decir, que sean capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trascendiendo toda forma de monótono economicismo y de mercantilismo performativo.
En la base de dicho enfoque de tipo ético, parece pues, oportuno reflexionar, por ejemplo,
a) sobre medidas de imposición fiscal a las transacciones financieras, mediante alí­cuotas equitativas, pero moduladas con gastos proporcionados a la complejidad de las operaciones, sobre todo de las que se realizan en el mercado «secundario». Dicha imposición serí­a muy útil para promover el desarrollo global y sostenible, según los principios de la justicia social y de la solidaridad; y podrí­a contribuir a la constitución de una reserva mundial de apoyo a los Paí­ses afectados por la crisis, así­ como al saneamiento de su sistema monetario y financiero;
b) sobre formas de recapitalización de los bancos, incluso con fondos públicos, condicionando el apoyo a comportamientos «virtuosos» y finalizados a desarrollar la «economí­a real»;
c) sobre la definición de ámbito de actividad del crédito ordinario y del Investment Banking. Tal distinción permitirí­a una disciplina más eficaz de los «mercados paralelos» privados de controles y de lí­mites.
Un sano realismo requerirí­a el tiempo necesario para construir amplios consensos, pero el horizonte del bien común universal está siempre presente con sus exigencias ineludibles. Es deseable, por consiguiente, que todos los que, en las Universidades y en los diversos Institutos, llamados a formar las clases dirigentes del mañana, es deseable se dediquen a prepararlas para asumir sus propias responsabilidades de discernir y de servir al bien público global, en un mundo que cambia constantemente. Es necesario resolver la divergencia entre la formación ética y la preparación técnica, evidenciando en modo particular la ineludible sinergia entre los campos de la praxis y de la poiésis.
El mismo esfuerzo es requerido a todos los que están en grado de iluminar la opinión pública mundial, para ayudarla a afrontar este mundo nuevo no ya en la angustia, sino en la esperanza y en la solidaridad.

Conclusiones

En medio de las incertezas actuales, en una sociedad capaz de movilizar medios ingentes, pero cuya reflexión en el campo cultural y moral permanece inadecuada respecto a su utilización en orden a la obtención de fines apropiados, estamos llamados a no rendirnos, y a construir sobre todo, un futuro que tenga sentido para las generaciones venideras. No se ha de temer el proponer cosas nuevas, aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerza preexistentes que dominan a los más débiles. Son una semilla que se arroja en la tierra, que germinará y no tardará en dar frutos.
Como ha exhortado Benedicto XVI, son indispensables personas y operadores, en todos los niveles – social, polí­tico, económico y profesional – motivados por el valor de servir y promover el bien común mediante una vida buena. Sólo ellos lograrán vivir y ver más allá de las apariencias de las cosas, percibiendo el desvarí­o entre lo real existente y lo posible nunca antes experimentado.
Pablo VI ha subrayado la fuerza revolucionaria de la «imaginación prospectiva», capaz de percibir en el presente las posibilidades inscritas en él y de orientar a los seres humanos hacia un futuro nuevo. Liberando la imaginación, la persona humana libera su propia existencia. A través de un compromiso de imaginación comunitaria es posible transformar, no sólo las instituciones, sino también los estilos de vida, y suscitar un futuro mejor para todos los pueblos.
Los Estados modernos, en el transcurso del tiempo, se han transformado en conjuntos estructurados, concentrando la soberaní­a al interior del propio territorio. Sin embargo las condiciones sociales, culturales y polí­ticas han mutado progresivamente. Ha aumentado su interdependencia – hasta llegar a ser natural el pensar en una comunidad internacional integrada y regida cada vez más por un ordenamiento compartido – pero no ha desaparecido una forma deteriorada de nacionalismo, según el cual el Estado considera poder conseguir de modo autárquico, el bien de sus propios ciudadanos.
Hoy, todo eso parece surreal y anacrónico. Hoy, todas las naciones, pequeñas o grandes, junto con sus Gobiernos, están llamadas a superar dicho «estado de naturaleza» que ve a los Estados en perenne lucha entre sí­. No obstante de algunos aspectos negativos, la globalización está unificando en mayor medida a los pueblos, impulsándolos a dirigirse hacia un nuevo «estado de derecho» a nivel supranacional, apoyado por una colaboración más intensa y fecunda. Con una dinámica análoga a la que en el pasado ha puesto fin a la lucha «anárquica», entre clanes y reinos rivales, en orden a la constitución de Estados nacionales, la humanidad hoy, tiene que comprometerse en la transición de una situación de luchas arcaicas entre entidades nacionales, hacia un nuevo modelo de sociedad internacional con mayor cohesión, poliárquica, respetuosa de la identidad de cada pueblo, dentro de las múltiples riquezas de una única humanidad. Este pasaje, que por lo demás tí­midamente ya se está en curso, asegurarí­a a los ciudadanos de todos los Paí­ses – cualquiera que sea la dimensión o la fuerza que posee – paz y seguridad, desarrollo, libres mercados, estables y transparentes. «Así­ como dentro de cada Estado […] el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley – advierte Juan Pablo II – «así­ también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional».
Los tiempos para concebir instituciones con competencia universal llegan cuando están en juego bienes vitales y compartidos por toda la familia humana, que los Estados, individualmente, no son capaces de promover y proteger por sí­ solos.
Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westphaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberaní­as para el bien común de los pueblos.
Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economí­a, y el progreso de la tecnologí­a trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho están ya erosionadas.
La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo.
En este contexto, para cada cristiano hay una especial llamada del Espí­ritu a comprometerse con decisión y generosidad, para que las múltiples dinámicas en acto, se dirijan las hacia prospectivas de la fraternidad y del bien común. Se abren inmensas áreas de trabajo para el desarrollo integral de los pueblos y de cada persona. Como afirman los Padres del Concilio Vaticano II, se trata de una misión al mismo tiempo social y espiritual que, «en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».
En un mundo en ví­as de una rápida globalización, remitirse a una Autoridad mundial llega a ser el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo y con las necesidades de la especie humana. No ha de ser olvidado, sin embargo, que esta paso, dada la naturaleza herida de los seres humanos, no se realiza sin angustias y sufrimientos.
La Biblia, con el relato de la Torre de Babel (Génesis 11,1-9) advierte cómo la «diversidad» de los pueblos puede transformarse en vehí­culo de egoí­smo e instrumento de división. En la humanidad está muy presente el riesgo de que los pueblos terminen por no comprenderse más y que las diversidades culturales sean motivo de contraposiciones insanables. La imagen de la Torre de Babel también nos señala que es necesario preservarse de una «unidad» sólo aparente, en la que no cesan los egoí­smos y las divisiones, porque los fundamentos de la sociedad no son estables. En ambos casos, Babel es la imagen de lo que los pueblos y los individuos pueden llegar a ser cuando no reconocen su intrí­nseca dignidad trascendente y su fraternidad.
El espí­ritu de Babel es la antí­tesis del Espí­ritu de Pentecostés (Hechos 2, 1-12), del designio de Dios para toda la humanidad, es decir, la unidad en la diversidad. Sólo un espí­ritu de concordia, que supere las divisiones y los conflictos, permitirá a la humanidad el ser auténticamente una única familia, hasta concebir un mundo nuevo con la constitución de una Autoridad pública mundial, al servicio del bien común».


El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

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