viernes, 27 de agosto de 2021

Espacio vital o recuperación?

 

Territorios polacos anexionados por la Alemania nacionalsocialista.

En 1924, Adolf Hitler escribió en su obra “Mein Kampf” que the Reich alemán debería ganar espacio para vivir en el este y colonizarlo con agricultores alemanes. El movimiento folkish en el imperio ya había planeado planes similares.

No se conocen fuentes acreditadas según las cuales la idea de crear un espacio vital alemán significó una política imperialista expansiva con anexiones territoriales y subyugación de otros pueblos que se asentaron al este de Alemania. Más que eso, esta idea significó la recuperación del antiguo suelo cultural alemán en el territorio alemán ocupado por Polonia. Esta fue la zona en la que se desarrolló el Asentamiento del Este de Alemania entre los siglos XI y XIX. Este último fue precedido por un asentamiento de tribus germánicas antes de la migración de los pueblos.

En su puesto como Führer y Canciller del Reich, Adolf Hitler ya no perseguía la intención de ganar espacio para vivir en Oriente en los últimos años de paz e incluso al comienzo de la guerra en 1939. Está demostrado por los resultados de la investigación de Gerd Schultze-Rhonhof y del historiador Stefan Scheil: “En ningún momento de su mandato, Hitler habló expresamente de querer conquistar el espacio vital en Rusia, ni en público ni en secreto”. Durante la campaña polaca, que condujo a la reorganización de los territorios alemanes ocupados, Hitler tenía claro que el pueblo alemán no necesitaba ni podía establecer más espacio. En un informe al Ministerio de Relaciones Exteriores sobre una reunión con Hitler en diciembre de 1939, dictado por el Protector del Reich de Bohemia y Moravia, el propio Konstantin von Neurath:

“ Nos abstenemos de poblar el país (protectorado) con alemanes a gran escala, porque la germanización del Nuevo Este Alemán (Prusia Occidental, Posen, Alta Silesia) es una prioridad y el número de colonos alemanes es insuficiente ” 

La intención de crear un espacio vital en el este para los alemanes fue rechazada por Adolf Hitler en la década de 1930. Incluso antes del comienzo de la guerra en 1939, no había concebido ese plan. Esto se puede ver, entre otras cosas, en el hecho de que la Wehrmacht no estaba preparada para una guerra inminente contra la Unión Soviética. Así que faltaba ropa de invierno, bombarderos, logística de primera línea, etc. (Según la historiografía oficial actual, los territorios soviéticos también deben ser colonizados, los Urales deben servir como una supuesta frontera, el Volga convertirse en el Mississippi alemán.)
El 14 de marzo de 1939, Hitler rechazó la propuesta del primer ministro de la ahora independiente Karpato-Ucrania, Avgustyn Voloshin, de que su país fuera puesto bajo la protección del Reich alemán. 

En septiembre de 1938, cuando Polonia anexó la ciudad de Oderberg, Hitler dijo: “No podemos luchar por todas las ciudades alemanas con Polonia”.

Debido a las negociaciones, la campaña polaca se pospuso durante varios días (tres veces en total). La guía justificó esta decisión diciendo que quería negociar con Polonia sobre el corredor del Vístula y que necesita más tiempo.

En el curso de la “disputa del inspector de aduanas” entre el Estado Libre de Danzig y Polonia en agosto de 1939, se estaba al borde de la guerra. Hitler intervino e instó al presidente del Senado de Danzig a garantizar la relajación y “no envenenar aún más el asunto”. Si Hitler hubiera querido la guerra, fácilmente podría haber aprovechado esta oportunidad y no haber esperado otras cuatro semanas para invadir Polonia y los territorios alemanes ocupados por Polonia. 

Después de la victoriosa campaña francesa de 1940, Hitler redujo en un tercio la producción de tanques y municiones. Además, se disolvieron 35 divisiones del ejército.

Como resultado de la campaña polaca y la reintegración que hicieron posible los territorios alemanes orientales separados por el dictado de Versalles, miles de alemanes étnicos de Europa del Este fueron reasentados en Wartheland como parte de la “campaña de reasentamiento más generosa de la historia mundial” . La “construcción del nuevo Oriente” para el lema propagado por el gobierno del Reich y la creación de un espacio vital en el este alemán recuperado. Al parecer, durante la campaña rusa, se planeó un asentamiento de la península de Crimea con alemanes étnicos, ya que alrededor del año 395 los ostrogodos ya tenían asentamientos allí en el área de la actual Ucrania. Ya en 1941/42, la mayoría de los Gottscheer también pudieron regresar a casa en el Reich.

La historiografía publicada, sin embargo, sabe informar que este plan preveía la expulsión de partes “racialmente indeseables” de la población de los territorios orientales ocupados, su germanización y explotación económica. Además, el supuesto significado de la campaña ruso-alemana de 1941, que fue una guerra preventiva, se falsifica en el sentido de que se pretendía la extracción forzosa del espacio vital necesario. Asimismo, la denominación de Tirol del Sur como hábitat para los alemanes ya descrita en “Mein Kampf” se reinterpreta de tal manera que Hitler pretendía asentar a los tiroleses del sur en el igualmente montañoso Cáucaso o en la península de Crimea después de la guerra.

Las causas de esta representación distorsionada pueden estar en el propio “Mein Kampf” de Hitler, ya que hay pasajes de texto en los que se ve a Oriente como el objetivo de una posible política exterior alemana:

“Los nacionalsocialistas empezamos donde terminamos hace seis siglos. Detenemos la eterna migración alemana hacia el sur y el oeste y volvemos la mirada hacia la tierra del este. […] Pero cuando hablamos de nuevas tierras en Europa hoy, solo podemos pensar principalmente en Rusia y los estados periféricos sujetos a ella “.

En vista del hecho de que a finales de la década de 1930 la política alemana del Reich era fuertemente defensiva y estaba dispuesta a negociar, se puede suponer que Hitler describió sus ideas expresadas en Mein Kampf como solo una de las muchas opciones posibles. Esta aparente “opción” se expresa en la última instancia en el único redondeo de las fronteras imperiales contra la penetración de enemigos externos con el Reichsgau WarthelandHitler se abstuvo de las ideas de expansion en “Mein Kampf”, por lo que la traducción francesa ya no presenta ninguna demanda territorial sobre Francia. La idea a la que se apegó Hitler fue la idea de la autosuficiencia económica (autarquía) para poder asegurar la materia prima y la base nutricional del pueblo.

El “Mito del siglo XX” de Alfred Rosenberg también sirve como la supuesta “evidencia” de los planes de germanización para Europa del Este, ya que allí escribió que “un bloque germano-escandinavo con el objetivo de crear suelo para cien millones de alemanes “Fue el objetivo,” Evitar la formación de una amenaza mongola en el este “. 

Fuente

TRES NOTICIAS PARA UN PROBLEMA: BIDEN – BIN LADEN – ISIS-K

 

Podría pensarse que la llegada de los talibanes a Kabul había puesto término a la guerra de Afganistán (esto es, a un negocio multimillonario para los contratistas norteamericanos que se repartieron un billón de dólares entre 2001 y 2001). Pero no, una semana después de que pareciera que habían terminado cuarenta años de guerra, las cosas se están poniendo -de nuevo- cuesta arriba en aquel país. Hoy la prensa publica tres noticias que así lo presagian. Vamos a comentarlas.

1. “NO HAY PRUEBAS DE QUE BIN LADEN ESTUVIERA TRAS EL 11-S”

Algunos, desde el primer momento, pensamos que era imposible que un tipo perdido en cuevas en Afganistán pusiera en marcha el mecanismo infernal que terminó desencadenando los “extraños” ataques del 11-S a las Torres Gemelas y al Pentágono. Ni nos lo creímos entonces, ni nunca lo hemos creído. En mayo de 2001 publicamos “La Gran Mentira” que demostraba, con las pruebas de que se disponía en aquel momento, que el atentado pudiera ser obra de Bin Laden y nos inclinábamos a pensar que se trataba de la clásica operación de “bandera falsa” que sirvió como casus belli para la invasión de Afganistán primero (con la excusa de que allí se encontraba Bin Laden) y de Irak más tarde (con la excusa de que Saddam Hussein manejaba las redes terroristas internacionales y disponía de “armas de destrucción masiva”).

Hoy se sabe que todo lo relativo a Iraq fueron mentiras trenzadas para que Bush hiciera aceptable para la opinión pública el ataque y se hiciera acompañar en las Azores por Blair y Aznar. Y en cuanto a la presencia de Bin Laden en Afganistán, la lógica indica que hubiera sido mucho más efectivo, adecuado y barato, articular una operación de comando para secuestrar a Bin Laden -si tan peligroso era-, llevarlo a los EEUU, presentar en un tribunal las pruebas de su participación en el 11-S, oir a su defensa y emitir un juicio. En lugar de eso -que era algo que el Estado de Israel ya había hecho en 1961 secuestrando ilegalmente a Adolf Eichman en Argentina y juzgándolo en Israel- se optó por la salida más gravosa y problemática. Y, para colmo, Bin Laden ni siquiera fue encontrado (sobre la operación que llevaron a cabo los EEUU en Pakistán durante el período Obama, todo son sombras y ni siquiera puede tomarse en serio que el ejecutado -si lo hubo- fuera Bin Laden.

En la primera década del milenio los “negacionistas” lanzaron abundantes vídeos, blogs, testimonios e informaciones, sobre lo “extraño” de los atentados del 11-S. Pero, de entre todas las informaciones, había una que llamaba la atención: desde el primer momento, se dio a Bin Laden como autor del crimen ¡sin que existiera absolutamente ninguna prueba fehaciente de su participación! Más aún: ningún tribunal hubiera admitido las pruebas que se presentaron contra la docena de rostros árabes que aparecieron como implicados en el crimen. De hecho, a poco que se rasque sobre el tema y se escuchen los argumentos “negacionistas”, se percibe que aquel atentado -como tantos otros de la época- nunca fue juzgado por los tribunales, ni existen culpables sobre los que pesen pruebas. En otras palabras: hoy se ignora por completo, no sólo quiénes fueron los autores materiales de la muerte de 2.977 personas, sino incluso quién fue el “autor intelectual” del 11-S.

Pues bien, nos habíamos olvidado ya de todos estos elementos cuando, de repente, los talibanes entran en Kabul. Los esperábamos fanáticos, catetos y, como el mulláh Omar que acogió a Bin Laden en su país, incapaces de entender los códigos de comunicación occidentales. Creíamos que iban a mostrarse amenazadores, petulantes después de su victoria, proclamando que su victoria es el primer paso para la “yihad mundial”. Y resulta que no: estos se saben defender mejor que aquellos primeros talibanes de hace 20 años y manejan mejor “el relato”. Verán.

El portavoz de los talibanes, Zabiullah Mujahid en declaraciones a la NBC ha dicho textualmente al periodista Richard Engel: “No hay pruebas de la implicación de Bin Laden en el 11-S”, para aclarar más adelante: “No hay justificación para esta guerra. Fue una excusa para la guerra”. El hecho de que lo diga un dirigente talibán puede parecer una declaración interesada. La NBC, como El Mundo que ha reproducido la noticia en España, la acompañan del inevitable comentario de que, en un vídeo emitido el 29 de octubre de 2004, en vísperas de las elecciones presidenciales de EEUU, un supuesto Bin Laden declaró ser el autor del crimen. Olvidan, por supuesto, decir que el vídeo está universalmente reconocido como falso, con un tipo malamente caracterizado como Bin Laden, con evidentes diferencias a pesar del maquillaje, la túnica, el turbante y la distancia desde la que fue filmado, no es la prueba que hubiéramos esperado…

¿Por qué es importante esta noticia? Por que los talibanes, al menos en este punto, tienen todos los visos de tener razón. Si quitamos toda la hojarasca que cubre el 11-S, lo que encontraremos es precisamente una falta de pruebas sobre la autoría. Los “negacionistas” habían perdido fuelle en los últimos años. Tratar de demostrar que hubo “operación bandera falsa” era muy difícil y, además, sus pruebas eran circunstanciales (pero si hubieran podido ser admitidas en una investigación judicial). Los “negacionistas” habían sido hostilizados, tachados de “anti-americanos” e, incluso, en algún caso, asesinados. Estaban cansados de tratar de demostrar algo que el público norteamericano se negaba a creer.

Los talibanes tienen una espina clavada: aquel atentado justificó 20 años de guerra y muchos muertos, la destrucción de su país y el que su nombre quedara asociado al terrorismo internacional. Y, si logran asentarse en el gobierno, están dispuestos a poner en marcha de nuevo el caso, con la intención de que algún juez se decida a reabrir el sumario y a que la justica de los EEUU entre en juego para esclarecer responsabilidad, que, estamos seguros, no hay que buscar en cuevas afganas, sino en los corredores de la Casa Blanca o en algún rascacielos de Manhatan.

2. BIDEN: NO ESTÁ CLARO QUIEN ESTÁ EN EL TIMÓN EN LOS EEUU

Las noticias de la RT rusa sobre el mal estado de salud de Biden son constantes. No son falsas, en la medida en que siempre vienen acompañadas por filmaciones de declaraciones del presidente. En ellas se evidencia que Biden está aquejado de alguna enfermedad degenerativa que ya empezó a manifestar públicamente durante la campaña electoral. No se trata de las habituales caídas al subir al helicóptero o al bajar por una escalera, son las palabras y el contenido de muchas de sus alocuciones públicas. Confunde poblaciones, se muestra errático, cara abotargada, pinganillo eternamente en el oído, inexpresividad facial, comentarios inoportunos en muchas ocasiones, erróneos en otros, repite incoherencias de lugar y tiempo, da la sensación de que, de un momento a otro, va a caer o a quedarse dormido… Durante la campaña electoral, se dijo que todo esto eran artimañas del malvado Trump. Pero ahora, la campaña hace tiempo terminó y las pruebas del mal estado mental del presidente de los EEUU no dejan de acumularse. Quien desee verlas en youtube las puede encontrar con facilidad y juzgar por sí mismo.

Biden, al principio de su mandato estuvo varios meses sin realizar declaraciones en la Casa Blanca. Los periodistas norteamericanos empezaron a sospechar que “algo” ocurría. Bruscamente, el presidente volvió a aparecer en la sala de prensa. Se empezó a sospechar que a través del pinganillo Biden recibe del “control” instrucciones sobre lo que debe decir y a quien debe dar la palabra en las ruedas de prensa. Un vídeo que hoy exhibe OK Diario y otros medios, va en esa dirección: el presidente repitió textualmente lo que le estaban indicando por el pinganillo, el orden que le habían marcado dar los turnos de palabra a los periodistas. Eso explica el por qué habla tan lentamente. Pero ¿qué ocurre cuando el presidente intenta “volar solo” y explicar algo que no le han dictado por el pinganillo? Ocurre que el “control” corta el sonido como se ve en este clip reproducido por RT y que fue filmado el 25 de agosto de 2021.

Ciertamente, los votos suelen ir a parar a la persona más inoportuna e incapaz de entre los candidatos, no al mejor entre todos ellos, sino a aquel cuyo equipo ha hecho mejor campaña electoral. Y suele ocurrir que el poder lo obtenga un obseso sexual (Clinton, o, incluso, el mismo Kennedy), un paleto iletrado (Georges W. Bush), un oportunista de pocos escrúpulos (Obama), un ególatra bienintencionado (Trump) y así sucesivamente. El problema aparece cuando tienen que asumir “el timón” del que hasta no hace mucho era “el país más poderoso del mundo”. Es entonces cuando la imagen se desmorona y solamente logra mantenerse a flote mediante las campañas de “operaciones psicológicas”. En el caso de Biden, es significativo que el Partido Demócrata colocara como vicepresidente a una mujer de color que, en condiciones normales, jamás habría podido ser presidenta de los EEUU por votación popular. Lo más probable es que, antes de un año, Biden deba retirarse por su estado de salud y Kamala Harris lo sustituya.

Pero el problema es que, en estos momentos, EEUU se enfrenta a numerosos problemas interiores y exteriores: regularización masiva de inmigrantes, relaciones con México, efectos de la retirada apresurada de Afganistán, relaciones con los socios europeos, disputas comerciales con China acompañadas de disputas geopolíticas, etc. Y se ignora quién está tomando las decisiones en la Casa Blanca.

Un fantasma está recorriendo los EEUU: la sensación de que el “timón” está ocupado por un pobre diablo, aquejado de una enfermedad degenerativa, pero que, en cualquier momento, en su demencia senil, puede adoptar una decisión brusca e irresponsable que afecte a todos. Y es en ese momento, cuando se produce la crisis de Afganistán que muestra de manera absolutamente descarnada y sin apelación posible, la crisis de la hegemonía norteamericana.

3. NUEVO INVENTO, EL ISIS-K, PARA UN VIEJO RECURSO: EL TERRORISMO

Se han producido atentados en Kabul. Las informaciones, de momentos son confusas. Se habla de dos atentados, uno de ellos en el aeropuerto, que habría costado la vida a 12 soldados norteamericanos. Otras informaciones hablan de 95 muertos y 150 heridos. Todo lo que llega, de momento, es confuso y sujeto a caución. Al parecer, uno de los atentados se habría producido en la puerta de acceso al aeropuerto y la otra en el Hotel Baron. Dicen que el Daesh los ha reivindicado… en Telegram. Las noticias servidas por las agencias indican que “funcionarios de los Estados Unidos avanzaron que el atentado habría sido cometido por la filial afgana del Estado Islámico, conocido como Estado Islámico Khorasán (ISIS-K)”. A través del pinganillo, Biden, en rueda de prensa a dicho que “lo pagarán”. Así que ya sabemos lo que va a ocurrir a continuación.

Lo malo de una bomba es que cualquiera puede reivindicarla. En España, durante la transición estallaba una bomba y siempre había un subnormal que llamaba y decía “Hemos sido la Alianza Apostólica Anticomunista” y así quedaba para la posteridad. Si citamos este caso es porque en 1976 conocimos a uno de estos habituales de la “reivindicación”. ETA autentificaba la paternidad de sus atentados llamando siempre al mismo periodista y dándole una clave previamente establecida. Y no siempre, por que hubo atentados que, a la vista de lo impopular que fueron, no los reivindicó jamás (el de la Calle del Correo en 1974 en Madrid que generó una polémica interna y partió a la organización en dos “milis” y “poli-milis”, partidarios de reconocer el crimen como propio y partidarios del despiste, respectivamente). Así pues, no todo el que reivindica es el autor real de un crimen.

En 2005, la presión de las distintas organizaciones de resistencia iraquíes sobre el ejército de ocupación, era tal que los servicios de inteligencia optaron por generar atentados bárbaros que fueran atribuidos a las guerrillas anti-americanas, los desprestigiaran a los ojos de la opinión pública y suscitaran luchas fraccionales. En alguna ocasión, que recordemos, la policía iraquí detuvo a algunos de estos “terroristas de bandera falsa” (que fueron, por supuesto puestos en libertad por las tropas de ocupación). Sin embargo, el resultado global fue favorable para la estrategia “contra-isurgente”: nadie sabía ya quien cometía un atentado, ni contra quien iba dirigido, así que unos iraquíes comenzaron a luchar contra otros, dando un respiro a las tropas norteamericanas. La guerra resistencialista contra el ocupante, se convirtió en una guerra civil entre fracciones iraquíes.

Cualquiera puede entender perfectamente que los talibanes no hayan dejado libres los accesos al aeropuerto de Kabul y estén dificultando las salidas del país: entre los que se van hay muchos con cuentas pendientes con la justicia, corruptos que han desvalijado las cajas del estado, delatores que han costado muchas bajas y sangre a los talibanes, gentes capaces de venderse al mejor postor (y, hasta ahora, los ejércitos occidentales han sido los que han pagado mejor la traición). De hecho, lo raro es que no hayan inutilizado las pistas del aeropuerto para evitar nuevos aterrizajes y salidas del país. Por otra parte, las filmaciones muestran también acumulaciones de gente que se va de Afganistán a través de la frontera por Pakistán. Los terribles talibanes no ponen dificultades, si bien solamente permiten que la atraviesen los habitantes de la provincia fronteriza. Hay una gran diferencia entre estos y los que se van por el aeropuerto de Kabul: los periodistas occidentales cuando les preguntan porqué se van, la respuesta es “queremos trabajo y en Pakistán lo hay” No hemos visto la misma respuesta entre los que se salen del aeropuerto de Kabul.

O mucho nos equivocamos, o la nueva estrategia de los EEUU en la zona va a ser, sembrar el país de atentados mortíferos, en mercados, en plazas públicas, en hoteles, en mezquitas, que nadie sabrá nunca quién los ha cometido, sumir el país en un caos absoluto por simple venganza a mantenerlos en jaque durante 20 años. Eso, o una nueva intervención de aquí a unos meses.

Ahora la “sigla de fortuna” es el ISIS con añadido de la letra “K”. El problema es que el ISIS, el de verdad, está desintegrado por el buen hacer de la aviación rusa y del ejército leal al gobierno del presidente Bashar al-Ásad. Lo que queda del ISIS está debajo de las piedras en las montañas sirias, haciéndose olvidar y pasando a los países vecinos para salvar la vida. ¡Y ahora se nos quiere hacer creer que su sección en Afganistán, inédita hasta ayer y que nunca había salido a la superficie en ningún frente durante los veinte años de la guerra en aquel país, es el responsable de dos mortíferos atentados!

*             *             *

El cui podest?,“¿a quién beneficia?”, es siempre la pregunta clave para identificar al culpable. Y, desde luego, los dos atentados no benefician al nuevo régimen afgano, como el 11-S no benefició al mulláh Omar ni al gobierno afgano de la época. Y, en lo que se refiere a los EEUU, el mantenimiento de un presidente arterioesclerótico en el cargo, beneficia especialmente a los grupos de poder que, a fin de cuentas, son los que están en el “control” dictando por el pinganillo.

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jueves, 26 de agosto de 2021

Dionisio Ridruejo y Ramón Serrano Súñer (3-9-1945) le escriben a Franco como nadie se atrevió a escribirle

 

Dionisio Ridruejo y Ramón Serrano Súñer (3-9-1945) le escriben a Franco como nadie se atrevió a escribirle.

Me complace reproducir hoy una de las cartas que conservo de Dionisio Ridruejo, a quien conocí en casa de don Ramón Serrano Suñer y con los que pasé tardes súper agradables oyéndoles hablar de España, de José Antonio, de la Falange y de lo que había sido y seguía siendo el Movimiento Nacional. No se me olvida el “choque” que se produjo una tarde entre ambos al hablar del futuro de la Falange. Para don Ramón la Falange había muerto con José Antonio, porque los sucesores y herederos oficiales más que falangistas habían sido traidores a José Antonio… sin embargo, para Dionisio la Falange ni estaba muerta ni podría morir nunca, aunque, eso sí, estaba sumida en un sueño profundo, en el que la habían metido el propio Serrano y Franco cuando en Salamanca acordaron y decretaron la Unificación de los Partidos. Allí murió la Falange y se podrá resucitar el pensamiento de José Antonio y las ideas que conformaban su programa, pero la Falange en sí, como Partido y como marca política, estaba muerta,  “bien muerta”, según ambos.


Por ello, no me extrañó que ambos hubieran roto con Franco tan pronto (ya en el año 1942) y que se hubieran alejado del Movimiento. Don Ramón Serrano volvió a su profesión de abogado y por ese camino alcanzó la cúspide de la abogacía española y Dionisio Ridruejo fue más lejos y acabó en la oposición interna a Franco, hasta el punto de ser encarcelado o desterrado más de una vez.

 

Ahora pasen y lean la Carta que le escribió a Franco el 7 de julio de 1942.




Carta a Franco

Madrid, 7 de julio de 1942

Al Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde

Jefe del Estado

Jefe Nacional de FET y de las JONS

Madrid

“Mi General:

Si me atrevo a distraer la atención de V. E. con esta carta es simplemente por una razón de conciencia.

Cuando llegué a España, tras una ausencia larga e ilusionada, tuve, en mi choque con la realidad, una impresión penosa que no quise dejar de comunicar a V. E. en la audiencia que se dignó concederme. Podía yo, aún entonces, creer que se trataba solamente de eso: del choque con una realidad agria al salir de un ambiente de pura esperanza. Luego han pasado meses, he podido estar con unas y otras personas, ver directamente el estado de las cosas y tener según creo una impresión justa de todo. El resultado ha sido para mí doloroso. Todo ha ido llegando a los peores extremos. Vivíamos antes en un estado de mal arreglo, pero ahora no parece quedar ante el falangista sincero el margen de esperanza que hace meses parecía abierto. No creo que se trate de una nueva sensibilidad mía, pero en todo caso lo cierto es que seguir viviendo silencioso y conforme como un elemento, aunque insignificante, del Régimen me parece, en el estado actual de cosas, un acto de hipocresía. Por eso adopto esta actitud sincera al dirigirme a V. E.

No sé si se puede tener una vocación profesional, incondicional, por la política. Yo no la he tenido jamás. Me he encontrado en ella —en un puesto de mando, siquiera sea aparente— sin desearlo, arrastrado por mi voluntad de servicio no simplemente a España —que a ésta creo poder servirla siempre sin función pública, con mi simple vida— sino a un Movimiento político definido y concreto, con sus principios y sus proyectos, que es la Falange. Sólo dentro de ella creía servir políticamente a España con arreglo a mi conciencia y con ilusión eficaz. Cualquier otra cosa podía parecerme incluso respetable pero me parecería siempre «otra cosa», en la que no creo tener nada que hacer. Y éste es el caso. Durante mucho tiempo he pensado —junto con algunos de los servidores más inteligentes y leales, más exigentes y antipáticos quizá también, que ha tenido V. E.— que el Régimen presidido por V. E., a través de todas sus vicisitudes unificadoras, terminaría por ser al fin el instrumento del pueblo español y de la realización histórica refundidora que nosotros habíamos pensado. No ha resultado así y esto lleva camino de que no resulte ya nunca. No voy a aludir al contenido mismo del propósito, sino simplemente a la técnica de su realización, que era la de una dictadura nacional servida por un movimiento único, creadora y revolucionaria.

Puede esa fórmula de Régimen ser mejor o peor que otra, pero en todo caso de lo que sí debemos estar seguros es de que, de ensayarla, habría que hacerlo con todas sus consecuencias, aplicándola seriamente. El dictador no puede ser un árbitro sobre fuerzas que se contradicen, sino el jefe de la fuerza que encarna la revolución. El Movimiento no puede ser un conglomerado de gentes unidas por ciertos puntos de vista comunes, sino una milicia fuerte, homogénea y decidida. Y sobre todo, ese Movimiento, con su jefe a la cabeza, debe poseer íntegramente el poder con todos sus resortes y el mando efectivo de toda la vida social en cuanto la sociedad es sociedad política.

Por supuesto todo esto no al servicio de un capricho de opresión, sino al servicio de una creación verdadera, de una empresa capaz de crear para ese pueblo mejores formas de vida y un ideal colectivo proporcionado a su vitalidad.

Frente a esto, ¿cuál es la realidad? Repito a V. E. que para mí, falangista, la fuerza a que he aludido no podía ser otra que la Falange misma, ensanchada, sin menoscabo de la intención que tuvo en su origen, hasta el límite que permitiese su capacidad de asimilación de las masas nuevas; que el Régimen entero debía ser ocupado por auténticos falangistas —porque los principios viven por los hombres y no por su simple virtud— y que el jefe del Régimen había de serlo en cuanto jefe auténtico de esa Falange.

La realidad es casi absolutamente opuesta a este esquema. V. E. puede, si quiere, pensar que, producida esa identidad formal entre jefe del Movimiento y jefe del Régimen, todo se legitima simplemente por la concurrencia de las decisiones en este vértice. Pero yo me permito sostener que la autenticidad ha de ser cosa de hecho y extenderse a cada organismo; que no basta una disciplina común. Y lo cierto es que los falangistas no se sienten dirigidos como tales, no ocupan los resortes vitales del mando, pero, en cambio, los ocupan en buena proporción sus enemigos manifiestos y otros disfrazados de amigos, amén de una buena cantidad de reaccionarios y de ineptos.

El resultado es catastrófico. En primer término, la Falange gasta estérilmente su nombre y sus consignas amparando una obra generalmente ajena y adversa, perdiendo su eficacia. En segundo lugar, la pugna hace que toda su obra aparezca llena de contradicciones y sea estéril. La mitad de la energía del Régimen se pierde en discusiones, recelos, actos de ataque y defensa, etc. Por último, la pretensión de los que inútilmente se disputan el Régimen engendra en todo el país desesperadas indiferencias o bien pugnas enconadas: un estado mixto de desentendimiento y guerra civil.

Por otra parte el Movimiento mismo, al no sentirse misionado, pierde fe y realidad, desgasta sus equipos y termina por hacer prevalecer a los que, por mediocres, resultan más cómodos, mientras dura en su seno la pugna de una unificación que será imposible mientras las posiciones más contradictorias tengan autoridad para diluir sus principios en el patrioterismo tópico de la derecha tradicional.

Amén de esto, el Movimiento se desprestigia por su burocratismo inoperante y se hace grotesco e indigno al tener que soportar frente a sí otras fuerzas más reales, mejor armadas y de contraria voluntad política. Ser falangista ya apenas es ser cosa alguna y es además exponerse a diario vejamen. ¿Cómo un Movimiento en tal situación puede ser lo que debe ser: la extensa minoría revolucionaria que posee y defiende el plan al que todos tendrán que plegarse y el cuerpo galvanizador del pueblo en los trances decisivos?

Mientras esto sucede, he aquí la terrible realidad del Régimen:

1.º Fracaso del plan de gobierno y de la autoridad en materia económica. Triunfo del «estraperlo». Hambre popular desproporcionada.

2.º Debilidad del Estado, que sufre las intromisiones más intolerables en materias que afectan a su propia contextura política, mientras se enajena el apoyo popular con una política excluyente de estilo conservador.

3.º Abandono de una política militar de previsión eficiente y, en cambio, permanencia del Ejército como vigilante activo de la vida política; cosa que se justifica por la inestabilidad del Régimen, en la tradición intervencionista, no superada, procedente de un siglo de guerras civiles.

4.º Confusión y arbitrariedad en el problema de la justicia, con agudización del encono rojo en extensas zonas del pueblo.

5.º Conspiración incesante de los sectores reaccionarios, anglófilos de ocasión, que invita a la intriga a las gentes que defienden privilegios y toman posiciones enfrente del Régimen y más concretamente contra la Falange.

6.º Olvido total de la verdad fundacional falangista. El Movimiento inerme y sin programa. Los mandos poco auténticos y sobradamente vulgares. La masa a expensas de los demagogos.

Todo esto, mi General, en un recuento a la ligera. Pero basta. Quiero subrayar con él que no tenemos régimen que valga, salvo en sus aspectos policiales, y que la Falange es simplemente la etiqueta externa de una enorme simulación que a nadie engaña.

¿No sería mejor avanzar decididamente hacia un régimen sincero? Yo y cualquier falangista preferiríamos hoy una dictadura militar pura o un gobierno de hombres ilustres a esta cosa que no hace sino turbarnos la conciencia.

Por mi parte puedo decir a V. E. que no he hablado con persona alguna del Régimen que no ponga un tono de «oposición» en sus palabras. ¿Es esto normal? Nadie se siente responsable de lo que se hace porque todos piensan que esto es una cosa provisional en la que están de tránsito.

Puede pensar V. E. en cómo todos estos problemas, que quizá el tiempo pudiera resolver en ocasión más tranquila, adquieren un carácter de trágica urgencia ante la situación del mundo, en el que España está fatalmente situada y en el que quizá puedan llegar momentos peligrosos y en el que es inútil pensar en rebelarse porque el conato de rebeldía podría ser utilizado por los de fuera e interpretado como traición.

Que el Régimen es impopular no es preciso decirlo. Y es claro que esta impopularidad comienza a minar grave y visiblemente el prestigio de V. E. y a invalidar históricamente la Falange, cuyas ideas no han sido ensayadas y cuyos hombres son insignificante minoría en el mando efectivo del país. El falangista tiene que luchar dentro contra el sentido general del Régimen, contra bloques enteros del Estado que le hostilizan. Y tiene que luchar fuera para defender este mismo Régimen con el que está disconforme. ¿Cómo es posible sostenerse en tal situación? Pero la cosa es más grave: la campaña antifalangista se replica en el seno de la Falange con otra campaña contra V. E. y las dos pueden tener éxito. Porque, en efecto, «parece» que la Falange manda y, en efecto, también «parece» que V. E. burla a la Falange. Nunca ha sido más fácil provocar una crisis. Por eso, repito, sería preferible una situación del todo adversa, manifiesta y clara.

Todo parece indicar que el Régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como «tinglado». No tiene, en efecto, base propia fuerte y autorizada y la crisis de disgusto es cada vez más ancha. Un día podría producirse el derribo con toda sencillez. Entonces los falangistas caeríamos envueltos entre los escombros de una política que no ha sido la nuestra. ¿Piensa V. E. qué desgracia mayor podría yo tener, por ejemplo, que la de ser fusilado en el mismo muro que el general Varela, el coronel Galarza, don Esteban Bilbao y el señor Ibáñez Martín? No se trata de no morir. Pero ¡por Dios! no morir confundido con lo que se detesta.

Pero yo no pretendo otra cosa que advertir. Confieso que los pequeños cargos aparenciales con que V. E. me distinguió me pesan en exceso y sería feliz librándome de ellos. Por el momento pido meditación solamente. Preveo que esto tal como lo vivimos acabará mal. No sé si aquellos camaradas míos a quienes aludí creen otra cosa; no he querido mezclar a nadie en estas manifestaciones. Desde luego sé que ellos —como yo— saben cuán fácilmente el porvenir podría tomar un rumbo diferente. Se trataría de dar el paso decisivo. De mi entrevista con V. E. saqué la conclusión de que el paso no se daría. Y cumplo con mi conciencia presentando ante V. E., y sólo ante V. E., mi más absoluta insolidaridad con todo esto. Esto no es la Falange que quisimos ni la España que necesitamos. Y yo no puedo exponerme a que V. E. Me tenga por un incondicional. No lo soy. Simplemente pienso con tristeza que aún todo podría salvarse. Pero mientras lo pienso estoy ya moralmente de regreso a la vida privada.

Perdóneme V. E. toda esta impertinente crudeza. Sepa en cambio que con todo fervor le deseo una vida de aciertos para España.

Respetuosamente a las órdenes de V. E.

Dionisio Ridruejo

Carta de Serrano a Franco

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, con la victoria de los Aliados, la situación de España era muy comprometida, puesto que los países vencedores no le perdonaban a Franco sus relaciones con Hitler, a pesar de no haber entrado en la Guerra con la gran presión que lo intentó Berlín. En aquellos momentos se temían las represalias de los aliados y el Régimen salido de la victoria de la Guerra Civil española estaba en peligro. Ante una encrucijada tan vital Don Ramón Serrano Súñer, que se había retirado de la Política activa en 1942, se dirigió a Franco con una Carta que se haría famosa ( y escondida después) y en la que el que fuera su Ministro de Asuntos Exteriores le exponía sus pensamientos con la sinceridad que siempre le hablaba al Caudillo. Por su interés y por ser un texto casi desconocido la reproduzco en su integridad:

“Querido Paco:

Hoy hace tres años que salí del Gobierno presidido por ti. Meses antes de cesar te confesé con ingenuidad –sin cuidarme de buscar ningún efecto político- que tenía perdidas mi ilusión y mi fe en nuestra empresa. Desde entonces, física y moralmente maltrecho, hubiera necesitado no ya sólo un completo alejamiento de toda actividad pública, sino incluso por algún tiempo de toda otra privada o profesional para recomponer en parte mi salud destrozada y serenar mi espíritu. Si el segundo no estuvo al alcance de mis medios materiales, sí tuve firme voluntad para mantener del modo más absoluto el primero. Lo que ya no he podido –ello es superior a las fuerzas de cualquier ser consciente- es despreocuparme de tanta cosa grave como en estos tres años ha ocurrido. Sobre ellas, sobre la suerte de España, sus posibilidades y caminos, no pretendo haber discurrido siempre lo más acertado, pero la verdad es que, con la visión más entera que alcanzan la observación y la meditación cuando se producen fuera del Poder después de haber vivido metido en él, he pensado tanto que me considero hoy en el deber de ofrecerte estas reflexiones, aunque sólo fueran, que no lo creo, puntos de vista puramente subjetivos, sobre la situación a que políticamente ha llegado el país.

Acaso resulte extraño que lo haga en este momento en el que las mismas gentes más visiblemente impresionadas ante el comunicado de Postdam, las que entonces lo creyeron todo perdido, lo consideran ahora, tras el discurso de Bevin, en plena euforia, definitivamente salvado. Más extraviadas las creo ahora que entonces a pesar de que también yo advirtiera el positivo calor del acto producido por el Secretario del Foreign Office. Y realmente es de admirar (no obstante las claras y poderosas razones de nuestro desafecto hacia Inglaterra cuya síntesis está en Gibraltar y que los ingleses, precisamente porque han demostrado poseer tan alto grado de patriotismo, no dejarán de entenderlas al considerar la cuestión situándose en la vertiente del patriotismo español) el impresionante aplomo de aquel pueblo que, vencedor en la guerra más grande de la Historia, derrota en las urnas al principal artífice de su victoria para dar paso a un Gobierno laborista desde el que un Ministro obrero acredite ante el mundo tan gran sentido de responsabilidad. En el punto a que han llegado las cosas del mundo no se podía esperar tanto. De tal manera que el tan apetecido triunfo de Churchill no hubiera podido ofrecernos, aún queriéndolo él, lo que inesperadamente ha traído el triunfo de Attlee. Todo hay que agradecerlo a la providencia de Dios, pero sería insigne insensatez valorar aquel discurso como absolución de nuestra política y garantía de nuestro presente y porvenir. Bien al contrario. La recta interpretación del beneficio que nos reporta es ésta: cuando ya teníamos cerrados todos los caminos, sin el más pequeño espacio para maniobrar, al borde mismo del abismo, se nos ofrece, ¡otra vez!, la posibilidad de hacer algo. Temerario sería, sin embargo, pensar que aquel espacio ha de mantenerse indefinidamente y serían graves las consecuencias de no utilizarlo pronto, sin atropellamientos indignos –que nunca tienen justificación ni utilidad- pero sin pausa mortal. Porque no es improbable que pasado algún tiempo el mismo Bevin, si alguna circunstancia útil al interés del Imperio lo aconseja, hable de nuevo para decir que, serenamente, nos hizo una advertencia demasiado impasiblemente recibida y sitúe en plano más peligroso la relación con España. Por eso la evolución política sigue siendo ahora tan necesaria como antes; meditándola tanto como se quiera; ejecutándola con la necesaria cautela y sin soltar alegremente, resortes fundamentales para que se produzca y se mantenga con orden.

Ahora la realidad –bien distinta a la que se nos ofrecía cuando empezamos en Salamanca llenos de pureza ideal nuestra tarea- es que el signo político entonces en auge ha sido destruido con la derrota militar del Eje y que las democracias han quedado triunfantes aunque amenazadas de otros males. Entonces hicimos lo que convenía al ser y poder de España. Estábamos obligados a aprovechar la coyuntura de una transformación política de Europa para así lograr una presencia interesada en las cuestiones del mundo y para recobrar algo del rango y poder que otro tiempo tuviéramos. Yo, que en lo episódico y en lo personal haría hoy casi todas las cosas de modo bien distinto a como entonces las hice, no me arrepiento sin embargo de la línea fundamental de nuestra política de entonces que tuvo, ¡entonces!, plena justificación.

Permíteme que intente poner ¡ya es hora! Unas ideas en orden frente a tanta habladuría y confusión: en 1931 padeció España una República que fue inoportuna y anacrónica porque contrariamente a la ilusión y buena fe de algunos políticos liberales que trabajaron por su instauración, al proletario español –acompasado a las corrientes universales- no interesaban las libertades civiles sino la igualdad económica. No deseaba ver triunfante la democracia liberal sino la revolución socialista, que era la cuestión de nuestro tiempo como herencia del capitalismo y la democracia. Por eso la República fue imponente para contener el terror de las masas y acabó por colaborar con él. La derecha española se aprestó a la defensa. La guerra civil la provocó el último Gobierno republicano. La Falange, entonces incipiente, no creyó por la claridad y valentía de su jefe, en la reacción posibilista. Pensó con acierto que la revolución que en España se había abierto ya no se podía evitar y que abandonada a sí misma concluiría matemáticamente en la dictadura marxista. Su solución estaba en prestar a la revolución cauce y meta diferentes. Esto es, en separar de la dialéctica materialista la tendencia de las masas a una relativa nivelación económica, salvando en un orden nuevo lo más legítimo de cuanto encierra la libertad humana (incluido el derecho a la propiedad) y los valores espirituales heredados: La tradición nacional, la fe religiosa y la cultura espiritualista. La realización de esta tarea había de tener bastante de experimento. En orden a los métodos provisionales a seguir no había mucho que inventar. Adoptamos los que se había acreditado como más eficaces en el mundo. Pues ya antes que nosotros otros países, Alemania, Italia y Portugal (cada uno con características propias y distintas) en la imposibilidad de hacer viable una democracia no marxista, se habían visto, como luego nosotros, en el trance de idear una desviación nacional y en cierto modo tradicional de la revolución. Ahora bien, en España fue tan rápido el proceso de la revolución marxista amparada por la República que el de la Falange no llegó a su madurez y, con la sola excepción de su jefe, no tuvo tiempo para formar un grupo de mando sólido y prestigioso.

Así las cosas el asesinato por agentes del Gobierno de un hombre relevante, Calvo Sotelo, jefe moral de oposición a aquel régimen, movió a todas las fuerzas conservadoras (desde la extrema derecha hasta los republicanos moderados y no marxistas) a unirse en torno del ejército, para atajar la revolución.

Desgraciadamente el 18 de julio no pudo ya ser un golpe de estado porque la revolución estaba ya eficazmente armada y si antes provocó entonces resistió. Fue una cosa mucho más terrible: la guerra civil. Por esta razón apuntada, de falta de tiempo para su desarrollo, la aspiración falangista de dar curso diferente a la Revolución quedó aplazada: la coalición del 18 de julio limitaba provisionalmente, su significación a la defensiva anti-marxista. Monárquicos liberales y tradicionalistas republicanos de orden sindicalistas moderados, populistas católicos, y falangistas, coincidían en ella. Y también coincidieron –sin filiación política- la casi totalidad de las clases campesinas, la vieja aristocracia y la burguesía media y pequeña. El fundente apolítico y nacional de todo esto fue el ejército. Así resulta que si no materialmente, moralmente fue el 18 de julio un plebiscito de plena legitimidad.

Pasados muchos meses de guerra victoriosamente conducida fue preciso pensar en la fórmula política útil para resolver en la paz los problemas de la vida española; y el trastorno que en ella produjera la contienda armada bien valía la pena de aprovechar aquella oportunidad ¡única! Para hacer un reajuste a fondo de la misma que intentara ganar la altura de tanto sacrificio y dolor como costara.

Las tres formulas políticas genéricas de nuestro tiempo eran: democracia liberal, fascismo o comunismo. La democracia liberal que no había podido evitar en la paz el deslizamiento hacía el marxismo mucho menos había de ser viable sobre los rescoldos abrasados de una guerra intestina. El marxismo era la negación del ser nacional. No quedaba más que el experimento intermedio: un fascismo que por reversión a los valores nacionales podía ser íntegramente original. El último factor para tomar aquella orientación nos vino impuesto de fuera; pues mientras las democracias y el comunismo cerraban frente a nosotros (y rusos, checos, franceses, etc., bien equipados entraban por el Pirineo) Italia, Alemania y Portugal vinieron en nuestra ayuda, modesta en el aspecto material pero moral y diplomáticamente valiosa. Esta actitud tuvo aquí lógica repercusión y abrió hacía los tres países una corriente natural de simpatía y gratitud.

Por todo ello a partir de abril de 1937 (decreto de unificación) el movimiento nacional, primero apolítico, tuvo una doctrina, una organización política y un jefe. Pero no hay que engañarse, la diversidad de los elementos fusionados quedo latente y decidió para siempre la neutralidad política del Estado. La Falange no fue nunca la fuerza básica del Estado. Solo en tiempo ya lejano luchó por hacerse sitio. Luego no hizo más que cuidarse de su permanencia en el disfrute del Poder de cualquier forma y quedó reducida a ser la etiqueta externa de un régimen políticamente neutral. En política exterior tuvo una clara significación germanófila. Yo fui resueltamente germanófilo, y, aunque ello fuera físicamente posible jamás cometería la villanía de negar la sinceridad de mis sentimientos. Mi amistad hacía los pueblos hoy vencidos fue inequívoca, leal y digna. Leal amigo de ellos pero con el sentido responsable y la dignidad de un verdadero Ministro de España. (En esto –y en otras cosas- mi conducta fue bien distinta de la de algunos sucesores míos del Partido, ultragermanófilos entonces, neoanglofilos luego, que mientras yo “con muchísima amistad” pare en Berlín y en Berchtesgaden, durante muchas horas de acoso los golpes de la afilada dialéctica de Hitler apremiándonos para que cerrásemos el Estrecho –vivo está el testimonio del profesor Tovar y del Barón de las Torres-, iban los tales, hoy neoanglófilos, a la Embajada de Alemania en Madrid con el “alquila” levantado a hacer méritos informando al extranjero de que mi germanofilia era escasa y poco sincera con lo que cometían la traición de disminuir la autoridad de un Ministro español sobre quien pesaba tan delicada misión. Pero no quiero rebajar el tono de mi escrito manchándole con interminables capítulos –discursos y artículos supergermanófilos a mí salida del Gobierno, muecas de guerra contra los aliados en la hora más inoportuna, etc.- si hiciera el recuento de tanta insolvencia y maldad como he conocido y he padecido.)

Cerrado el paréntesis vuelvo a decir que aquella política fue la que entonces convino a España. Recuerdo todavía el ambiente de hostilidad que en mi primer viaje a Berlín respiré en la Wilhelmstrasse donde calificaban de equívoca y leal –por otra parte lógica- hacia el III Reich podía salvarnos de la invasión que de otra manera se habría producido con estas consecuencias:

  1. Para España la guerra en la forma más humillante e incómoda sin la dignidad ni la esperanza que cuadran a una nación cuando libremente decide su destino.
  2. Para las Naciones Unidas desventajas tales que o habrían comprometido su victoria o al menos la habrían dificultado en términos muy onerosos. Nuestros enemigos más enconados, de dentro o de fuera, han de reconocerlo así porque otra cosa sería negar la evidencia. Dos hechos, pues, son incontrovertibles y su desconocimiento significaría siempre un acto de mala fe: Uno, que la España falangista fue amiga de las naciones vencidas; otro, que no hicimos la guerra a las naciones vencedoras.

Nosotros hicimos lo que al interés de España convenía durante la dominación alemana en Europa. Con nuestra política hacia fuera, y nuestra pugna por un Estado falangista hacia dentro, además de evitar la invasión, positivamente hubiéramos prestado a España un señalado servicio en el caso de una victoria del Eje que en algún momento tuvo grandes probabilidades según la opinión, no recatada, de militares muy calificados. Si el Eje hubiera triunfado España habría tenido un papel en el mundo gracias a nuestra presencia en el Poder. Pero no debemos ahora exponernos a que por la misma razón España sea perseguida. Hicimos un servicio y debemos consumarlo. Entonces y ahora lo que quisimos y queremos es que España se salve aunque nosotros parezcamos. Y piensa que aunque el segundo de los hechos que dejo sentados –que España no hizo la guerra a las naciones vencedoras- sea inconmovible (es un hecho físico que Inglaterra y EE.UU. reconocieron en su día, y que ahora no sería correcto negar, y sería en su consecuencia injusto castigar a España como culpable) es evidente que sea cual sea el último designio de los aliados para con España la apariencia totalitaria del régimen les da pretexto para cualquier agresión. Tan evidente es lo que digo que el Estado al percibirlo –con gran retraso- ha tomado una serie de rectificaciones parciales destinadas a borrar su propia imagen. Esas rectificaciones no siempre son honrosas para Falange ni útiles para España. Ni esa carrera de rectificaciones parciales, ni aquel embrutecido afán de algunos para permanecer a todo trance en el mando desconociendo las insobornables realidades del mundo.

La Falange debe ser hoy honrosamente licenciada con la conciencia de haber servido a España en su momento. Si mañana fuera derribada por coacción exterior pesaría sobre ella la vergüenza de haber antepuesto su vanidad al servicio de la Patria. Y aunque ello fuera obra no de la Falange sino de “aquellos jefecillos que piensan que la salud de la comunidad va ligada directamente a su permanencia en el Gobierno” ante la Historia el hecho sería aquel. La Falange en sus mejores días tiene una Historia de honor que ha de ser respetada. No se puede ahora inventar una Falange democrática y aliadófila sin faltar a aquel respeto. Pero lo que es mucho más importante es que España como pueblo, como comunidad, ha de salvarse de la revolución o la invasión a cualquier precio. Ayer fuimos nosotros los posibles salvadores. Dejemos que hoy lo sean quienes pueden serlo. Adopte el Estado una nueva fisonomía, pero de verdad y sin pueriles malabarismos. Disuélvase o apártese del Poder a la Falange, pero esta disolución con dos cláusulas: una respecto a la Falange misma, otra respecto al Estado. La Falange debe ser relevada con honra y con libertad para justificarse y seguir sirviendo a España. Permítasele, disuelta oficialmente, reponer su primitivo ambiente. Lo que nos quede de autenticidad permanecerá. Y ya podría el Estado conformarse con no tener más oposición que la significada por esa fuerza en radical discrepancia con él pero en cada hora difícil a su servicio para defender la vida de España.

Respecto al Estado es necesaria la continuidad. No se trata de la caída en lo que se ha llamado una “etapa Berenguer” –tópico al que se ha acudido con demasiada vulgaridad- sino de la orientación del régimen hacia donde sólo es posible: hacia un Gobierno nacional apoyado sobre la base popular extensa y apolítica de un frente nacional que empezará en la extrema derecha para acabar en la zona templada de la izquierda. Todo lo español no rojo estará integrado allí y el Gobierno compuesto por hombres eminentes (empezando por los monárquicos de mayor respetabilidad, pasando por políticos de excepcional valía como Cambó, para terminar en otros del tipo político intelectual de Ortega o Marañón) con nombres resonantes en el mundo será capaz de hacerle entender que la mayoría del pueblo español, por miedo a la revolución comunista de la que tiene cruel experiencia, está unido en ese frente nacional detrás de ti para configurar el Estado atemperándose a las realidades del mundo, pero sin entregarse cobardemente a amenazas o exigencias ilegítimas.

(Ya me imagino lo que unas veces la pasión limpia y respetable, otras la vulgaridad o la ambición de tanto zarramplín con ínfulas de estadista, objetará ante alguno de estos nombres. La contrarréplica es fácil y segura para quienes de vuelta de ingenuidades o cerrazones ven las cosas de modo más humano y real.)

Ese Gobierno del frente nacional con energía inteligente convocaría y ganaría un plebiscito popular, forma de democracia directa que a la material legitimidad del Estado le añadiría una legitimidad formal inatacable. Sobre ese plebiscito habrá que asentar la Monarquía nacional tantas veces anunciada.

Todo ello operando con destreza tendría éxito seguro. Porque hoy todavía –pero pronto no lo serán- son ciertas estas dos cosas: una, que si tú abandonases de cualquier forma el mando del Estado se producirían la anarquía y la guerra civil, para desembocar seguramente en el triunfo de los comunistas. Otra, que la gran mayoría de la masa española, alentada por el recuerdo y la experiencia, está dispuesta a defenderse a toda costa y con olvido de agravios e injusticias nadie desertaría el cumplimiento de su deber. Los mismos falangistas oficialmente fuerza del Poder formarían una legión defensiva, cada uno sería un soldado, como lo serían muchísimos españoles más. No sería perder una base –la Falange oficial, que no es nada-, sino conquistar otra más ancha. Porque si los republicanos exiliados pueden poner en la balanza a unos millones de hombres, el Estado nacional –abierto a todo el pueblo- puede poner en todo caso los 12 millones que le dieron la victoria más tres o cuatro entre los arrepentidos y los escarmentados. Hay que dar a esa gran masa nacional la oportunidad de manifestarse y convertirse en una milicia general, defensiva y apolítica, capaz de ser incorporada con ardimiento y presteza, en los cuadros mismos del Ejército si la hora difícil llega. Y en ese servicio pedirían el último puesto los mismos hombres que al precio de inútiles y pobres mistificaciones no aceptarían el más alto del Estado.

Todo ello lo someto a tu consideración con el mejor deseo.

Ramón Serrano Suñer”

¿Y cómo reaccionó Franco?, le pregunté tras leerme con su vocesita campanillera la Carta en su casa de Príncipe de Vergara. "¿ Qué cómo reaccionó?. Ay, si no lo hubiera conocido como le conocía me hubiese hecho llorar, porque a medida que fue leyendo se fue emocionando y casi se le saltaban las lágrimas... Luego, todavía emocionado dijo : Que razón tienes, Ramón, todo lo que dices es verdad, la situación es muy delicada y hasta peligrosa, los vencedores siguen sin entender lo que hicimos y por eso me temo lo peor.... a pesar de las buenas palabras de ese inglés. (E hizo una pausa)... Pero, eso de Cambó, Marañón y tu filósofo (eso me decía siempre que salía a relucir Ortega)... y quedó callado, moviendo ligeramente la cabeza. Mira, Ramón, te aseguro que en otras circunstacias seguiría tus consejos, pero... con un puebo pasando hambre y una España deshecha ¿crees tú que podemos perder tiempo en esas cosas que tú dices?... en cualquier caso, déjame unos días para que lo medite todo y te vuelvo a llamar. Creo que estamos peor que en Salamanca, pero, ya veré cómo capeamos el temporal... "¿Y qué pasó?, pregunté yo. ¿Le llamó?... NO, y no volví a verle en algún tiempo. Franco era así. Aunque en su honor hay que decir que supo capear hasta el cerco internaciona y la fuga de los embajadores más duro que había vivido España en toda su Historia.

El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

  Lamentablemente, cuando hoy alguien busca información sobre un tema acude de forma inmediata a la red. Un lugar donde cabe cualquier cosa ...