domingo, 30 de mayo de 2021

No todos los muertos en España tienen la misma importancia

 

Luis E. Togores

La Razón

 

Si se afrontase un gran proyecto nacional de investigación, se llegarían a desentrañar las claves de la Guerra Civil en cuanto a pérdidas humanas

 

Los políticos, los memorialistas históricos -los honrados y los “negociantes”-, los historiadores y una parte muy pequeña de la sociedad española siguen preocupados en el presente por los muertos en combate, los represaliados y los fallecidos por enfermedades y penurias durante la Guerra Civil que terminó hace ya 85 años.

La verdad es que es una cuestión que se podría cerrar en gran medida si se afrontase un gran proyecto nacional de investigación -como el que se hizo, por ejemplo, para la Armada Invencible- que buscase las cifras ciertas de los muertos, por una u otra circunstancia, como consecuencia de aquella ya lejana y triste guerra. Con los sueldos que cobran los investigadores doctores en Historia, por lo general algo menos de 1.500 euros netos al mes, con un equipo de medio centenar de investigadores, en cinco años de trabajo, sabríamos los muertos en la Guerra Civil con nombres y apellidos, día, hora, lugar, motivo, etc. de todos ellos. El coste de tan importante proyecto estaría entorno a los 5 millones de euros y además sacaríamos a 50 investigadores del paro.

Esto no es un brindis al sol. Recientemente Carlos Navarro, ingeniero, profesor de las Carlos III, en donde fue vicerrector, ha elaborado una base de datos con más de 8.000 nombres en la que constan todas las personas asesinadas en el Madrid del Frente Popular y en la que además están las referencias de la documentación relativa a esas muertes en los archivos nacionales, en la Causa General, para la fácil localización de los expedientes por los interesados en saber más sobre estos tristes sucesos. Esto lo ha hecho él solo y sin ninguna ayuda.

El presupuesto de la ley de Memoria Histórica para el año 2021 es 11.356.530 euros. Con un solo millón de esos once y pico millones del citado presupuesto 2021 se podría comenzar a cerrar una parte importante, la más importante, de la cuestión.

A este proyecto se tendría que unir un estudio comparado, que podría ser objeto de una o varias tesis doctorales sin costes para el erario público, para saber si la Guerra Civil española fue una guerra muy cruenta, si los muertos fueron algo desproporcionado para una guerra civil como la de 1936-1939. Esto solo se podría saber comparando las cifras y la cadena de acontecimientos de nuestra guerra con otras similares. Solo la historia comparada puede permitir saber a los españoles si nuestros abuelos y bisabuelos fueron menos, igual o más sanguinarios en su guerra civil que otros pueblos y naciones del planeta. Comparar la Guerra Civil española con la guerra civil de Secesión de Estados Unidos, la guerra civil Rusa, el holodomor al que sometió Stalin a los Ucranianos, las guerras entre hutus y tutsis en Ruanda, la represión de los colaboracionistas tras la Segunda Guerra Mundial en Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Yugoslavia, las represiones de la dictaduras militares de Chile y Argentina, la represión política en China tras su guerra civil, la de Corea del Norte o la de la Cuba de hermanos Castro contra sus disidentes... ayudaría mucho a poner las cosas en su justo termino, lejos de bastardos intereses políticos y buenismos idiotas.

Sin intentar sentar cátedra sobre los muertos de la Guerra Civil, a la espera del necesario plan de investigación antes citado, voy a emplear las cifras del profesor Moradiellos, aparentemente tan buenas como otras, para una reflexión, a pesar de discrepar en algunas de ellas.

Enrique Moradillos escribe en El País, 27 de marzo de 2021, que los muertos en combate fueron en los dos bandos unos 200.000, 350.000 los muertos por hambre o por deficiencias sanitarias, 130.000 los muertos por las represalias del bando vencedor, la mayor parte durante la guerra, y algo más 55.000 las represalias durante la guerra realizadas por los republicanos, por el Frente Popular (aunque otros estudios solventes hablan de cerca de 80.000 asesinados). Es decir, que en los tres años de guerra, grosso modo, murieron cada año en combate algo menos de 70.000 hombres y por hambre y por enfermedad unas 115.000 personas cada año de guerra. Todo esto en el escenario de una España con veintitrés millones y medio de habitantes al comenzar la Segunda República, que arrastraba una crisis económica que podríamos calificar de secular, y sumida en una guerra civil que provocó combates en todas y cada una de las calles y campos de España a lo largo 34 interminables meses.

En la actualidad España supera los cuarenta y siete millones de habitantes, ocupa el puesto 14 de los países más ricos del mundo, tras 85 años de paz. Es una democracia asentada y con un población que presume de tener una nación que es el mejor lugar del mundo para nacer (según la organización Social Progress Imperative SPI), que ocupa el puesto 15 en el ranking de mejor calidad de vida del planeta y el número 1 por la longevidad de vida de sus ciudadanos, hasta los 84 años, seguida de Japón, Andorra y Suiza que llegan a los 83.

Todo esto nos debe llevar a pensar sobre qué va hacer nuestra clase política, que sigue preocupada por los muertos de la Guerra Civil de forma constante, más allá de un interés puramente histórico, en relación a los más de 100.000 muertos provocados por la pandemia. En el año de pandemia han muerto por el virus chino más españoles que los muertos en combate en un año -el mismo espacio de tiempo- de la Guerra Civil, muchos más que los represaliados por el franquismo en un año de guerra y casi los mismos que fueron eliminados por la España nacional en los tres años de guerra y cuarenta de dictadura. La pandemia en un año ha dejado el doble de muertos que los asesinados por el Frente Popular, si nos fiamos de las cifras de Moradiellos, en tres años de guerra.

Todo esto nos lleva a preguntarnos, ¿va a impulsar algún gobierno una ley de Memoria Histórica sobre la pandemia para que los españoles conozcamos, estudiemos en los colegios y quede registrado en nuestra memoria colectiva el número de muertos de esta tragedia sanitaria y demográfica?, ¿tienen los españoles derechos a saber cuántos, cómo, dónde murieron más de 100.000 españoles?.

Con cinco millones de euros se desentrañarían las claves de un pasado que atenaza el corazón de los españoles 85 años después. Tenemos que preguntarnos ¿es razonable invertir medio millón de euros ahora para conocer la verdad de la otra gran mortandad de españoles en el último siglo junto a la guerra de Marruecos y la Guerra Civil?, ¿va a existir algún partido que incluya algunas de estas propuestas en su programa electoral? La verdad siempre resulta incómoda.

jueves, 27 de mayo de 2021

¿MEMORIA HISTÓRICA? POR UN JUICIO HISTÓRICO OBJETIVO SOBRE EL FRANQUISMO

 

Escribí este artículo hace 11 años. Me hace gracia pensar que, contrariamente a lo que sería de esperar, cuanto más nos distanciamos del período franquista, una época que forma parte ya de la  historia de España y más deberían serenarse los ánimos y dejar a historiadores que aplicasen el “método” para trazar una panorámica de aquella época, cuando menos “franquistas” hay (por muerte natural de los que vivieron aquella época), ocurre todo lo contrario: parece como si el franquismo, junto con las ideologías de género y los dos meses que ha durado el culebrón de Rociíto, fueron lo más importante en este país. Hoy, mucho más que hace 11 años. Por eso rescato este artículo que aspira a ser más objetivo que polémico.

Cuando no hace mucho se han cumplido los 35 años de la muerte de Franco parece ya el momento de que la sociedad española sea capaz de realizar un análisis mesurado y objetivo de lo que supusieron aquellos cuarenta años en la historia de España. Se suele decir que los ánimos no están todavía serenos (¿Y cuándo lo estarán? ¿Cuándo la sociedad española será capaz de considerar al franquismo como una parte de la historia de España y valorarla como tal al igual que la crisis finisecular de 1898 o que la restauración monárquica o incluso como la dictadura de Primo de Rivera que, a fin de cuentas, no está mucho más lejana en el tiempo que el 18 de julio de 1936?) y que tanto a un extremo como a otro del arco político todavía hay que vencer muchas filias y fobias? A un lado los partidarios de cambiar la historia (y la historia fue lo que fue: una República fracasada e insostenible y un movimiento cívico militar que apuntilló lo que ya estaba muerto prácticamente a desde el mismo momento en que nació, una guerra con vencedores y vencidos) y a otro los partidarios de idealizarla (quienes consideran con añoranza que el franquismo fue el mejor de los mundos y que el régimen y su líder eran, por definición, perfectos). Ni una cosa ni otra. Basta rascar un poco en ambas posiciones para ver que destilan visceralidad e irracionalidad y que ambas tienen un defecto fundamental: no considerar que el franquismo hoy ya es historia, como en 1936. Resulta ocioso, por lo demás, comparar aquellos años con estos y tratar de establecer si cualquier tiempo pasado fue mejor o si el caos actual fue orden en otra época. Lo esencial -y, seguramente, lo más impopular- es, hoy, insertar el franquismo en la Historia de España.

Vale la pena extrapolar los años que han transcurrido. En 1936 estaba claro que lo que había ocurrido 40 años antes (la crisis de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas) ya se consideraba historia y tan solo servía como punto focal de las meditaciones sobre la regeneración de España. Pues bien, el inexorable paso del tiempo ha hecho que el lapso habido entre 2010 y 1936 sea de casi 75 años. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto que el propio Franco, Ramiro, José Antonio y los teóricos de Renovación Española o de la izquierda se hubieran quedado anclados en lo que ocurrió 75 años antes, esto es en 1861 cuando España se anexionó la República Dominicana? El tiempo lo aleja todo y vale más no perder de vista que la historia nunca da marcha atrás, salvo cuando se repite como tragicomedia.

En lo personal, adquirimos uso de razón cuando el franquismo estaba en su apogeo y mayoría de edad cuando declinaba. Hijos de una familia completamente apolítica, a pesar de contar entre sus miembros a fundadores de la Falange barcelonesa, pero también a militares republicanos y a regionalistas catalanes de centro, hoy no albergamos el menor encono al franquismo y tuvimos entre nuestros amigos de infancia a compañeros que luego destacaron en la oposición antifranquista. Por todo esto nos consideramos en disposición de realizar un breve análisis objetivo de lo que fueron aquellos 40 años en la historia de España.

I. La figura de Franco

Cuando Franco dijo a su secretario Salgado-Araujo aquello de “Hágame caso no se dedique nunca a la política” estaba explicando lo que fue el eje de su gobierno: el pragmatismo. Franco era un militar y, como tal, austero. Soldado valeroso, hablaba poco, practicaba el “lenguaje lacónico” enseñado en las escuelas militares desde la antigua Esparta. Así es como se dan órdenes en la milicia, breves como detonaciones, sin posibilidad de equívoco, sin confusión posible, con extrema claridad. En la milicia se enseña al soldado que su eficacia depende de su supervivencia y ésta solamente tiene por encima el honor. Franco durante 40 años fue un superviviente político y debió esa supervivencia, como veremos, al pragmatismo del que siempre hizo gala.

Por una serie de acontecimientos –las muertes de Mola y Sanjurjo- Franco terminó haciéndose cargo de la dirección del Estado y de la conducción militar de una sublevación que, no lo olvidemos, se hizo en nombre de la República y en la que participaron masones como el General Cabanellas que recibió el mando en las primeras semanas y que fue financiada por grandes capitales nacionales (como el sefardita Juan March).

A lo largo de los siguientes 40 años, Franco se apoyó en unas u otras fuerzas políticas que siempre eran las que más convenían en cada momento tal como veremos. La guerra civil y el maquis lo convirtieron sobre todo en un anticomunista, partidario del orden a cualquier precio. Era un hombre de derechas (esto es, de orden y amante del orden), católico (reconocía el magisterio de la Iglesia de su época) y poco más. No fue falangista, no digamos “ramirista”, tampoco fue carlista, ni siquiera Alfonsino y, evidentemente, no fue en absoluto un republicano.

Si algún régimen se le puede parecer en la Europa convulsa de aquella época, podrían tratarse paralelismos con el régimen del Mariscal Petain en la Francia gobernada desde Vichy y, por supuesto, con el Portugal de Oliveira Salazar: regímenes autoritarios pero paternalistas, católicos, de derechas, anticomunistas y antimasónicos (en tanto que católicos), partidarios del “orden” y la “autoridad”.


II. El papel histórico del franquismo en la historia de España

El gran papel que le correspondió asumir a Franco desde 1936 a 1975 fue el conducir a España desde el subdesarrollo hasta un estadio razonable de desarrollo y bienestar para la época.

En 1936, España era un país atrasado que había ido acumulando fracaso tras fracaso. El siglo XIX había constituido una tragedia constante y sumida nuestra historia en un marasmo de guerras civiles, insurrecciones, pronunciamientos, conspiraciones, altas tasas de criminalidad política y una retahíla de gobiernos incapaces de prolongarse en el tiempo y de trazar políticas de larga duración capaces de generar riqueza. Fueron las burguesías catalana y vasca –seguramente por ser las regiones más próximas a Europa y porque los hijos de estas burguesías fueron a aprender a Francia y al Reino Unido, quienes generaron una industria centrada en esas regiones, o por individualidades como el marqués de Salamanca que tuvieron voluntad de innovación muy similar a la que se daba en Europa. Pero en esos mismos años, otras regiones –Andalucía y particularmente Cádiz- se estancaron e incluso bajo el reinado de Isabel II se convirtieron en meros folklorismos pintorescos (favorecidos en la corte francesa por la presencia de Eugenia de Montijo y su amistad con el escritor Próspero Merimé que lanzaron mundialmente el estereotipo) generándose esa imagen de “lo andaluz” casi asimilado a lo gitano que apareció gracias a esa reina, sin duda la más disoluta y discutible de toda la historia de España.

Del atraso económico derivaba todo nuestro atraso político y los altos niveles de analfabetismo que España tenía en esa época y que estaban muy por encima de los países de Europa central y del norte.

Para colmo, el primer tercio del siglo XX fue una prolongación del siglo XIX: atraso, miseria y la sensación de que cada vez se estaba más lejos de Europa y de que se carecía completamente de peso político internacional a la vista de que seguíamos en el subdesarrollo y sin esperanzas de superarlo.

El puntillazo de todo esto fue la II República que vivió una crisis permanente desde su establecimiento hasta el 1º de abril de 1939.  Conspiraciones de derechas, conspiraciones de izquierdas, conspiraciones separatistas, una violencia política en la calle infinitamente superior a la que se dio en los peores momentos de actividad de ETA y del GRAPO, inestabilidad, gobiernos que en ningún caso duraron más de dos años, escándalos de corrupción, todo ello dentro del mismo marco de subdesarrollo y caciquismo en la mayor parte de España que inhabilitaban los resultados electorales de las derechas y de las izquierdas. Eso fue, en síntesis, la II República.

Tras el desenlace de la guerra civil quedaba la tarea de reconstrucción del país, casi a partir de cero. Es en ese momento, cuando Franco muestra gran lucidez: permanece fuera del conflicto mundial que se desata en septiembre de 1939 (la España atrasada y, además, destrozada no está para más guerras, sino para reconstruirse). A partir de ese momento, Franco se propone ganar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX y proceder a la industrialización del país.

En 1975 esa meta ya está conseguida. La España de 1975, realmente, ha cambiado por completo, en todo: en costumbres, en nivel de desarrollo, en fisonomía, la burguesía cuya debilidad hizo imposible la II República y la generación de cualquier forma de democracia, ese año ya tiene fuerza suficiente como para protagonizar el futuro. La alta burguesía y el gran capital se han concentrado lo suficiente durante los últimos 25 años (1950-1975) como para albergar otros objetivos.

En esos 25 años finales del franquismo se ha formado un capitalismo español quizás todavía raquítico, pero que tiene a su alcance todos los instrumentos jurídicos y financieros para poderse desarrollar. A partir de finales de los años 60, tanto intramuros del régimen como por parte del gran capital autóctono, cobran forma unas cuantas ideas básicas:

  • Franco está envejecido, no durará siempre y, a pesar de que la Ley Orgánica del Estado ha sido aprobada en 1967, lo cierto es que muy pocos creen en un “franquismo sin Franco” y muchos menos en una prolongación del franquismo operada por un príncipe que carecía completamente de simpatías y apoyos fuera de los que Franco le había aportado. Cuando muera Franco, morirá el régimen.

  • Si los años de franquismo sirvieron para industrializar España, el capitalismo autóctono, al tener a finales de los 60 una primera acumulación de capital y un buen nivel productivo, precisaba de otros horizontes comerciales para poder exportar lo producido. El Mercado Común Europeo exigía una fórmula política democrática para ingresar en sus filas. Y España era considerado como poco como un régimen paternalista autoritario y como mucho como una dictaduraMientras el régimen no adoptara un marco democrático, el capitalismo español tendría vedados los mercados europeos.

  • La caída de los regímenes autoritarios de Portugal y Grecia entre 1973-75 daba una sensación de absoluta soledad y aislaba todavía más al gobierno español, sensación que cobró forma especialmente en dos momentos: durante el proceso de Burgos (diciembre de 1970 cuando fueron juzgados y condenados los militantes de ETA con delitos de sangre) y durante septiembre de 1975 (cuando fueron juzgados, condenados y ejecutados dos miembros de ETA y tres del FRAP produciéndose protestas internacionales de alto voltaje). Para colmo, justo cuando se iniciaba la enfermedad terminal de Franco, las relaciones con Marruecos llegaron a un punto pre-bélico por la cuestión del Sahara. Antes, el asesinato del presidente Carrero Blanco había supuesto la muerte del delfín de Franco, el que debería tutelas la transición y, por tanto, hacía todavía más imposible la prolongación del régimen.

En efecto, Carrero Blanco, sin duda la mente más lúcida del régimen tardofranquista tenía un proyecto alternativo: como militar que era, todo consistía en elaborar una estrategia adecuada y esta consistió en intentar por una parte abrir nuevos mercados para los productos españoles que no nos hicieran dependientes del Mercado Común. Estos nuevos mercados estaban situados en la esfera comunista. Se dio la circunstancia, aparentemente paradójica, que- a partir de 1972, Carrero impulsase el comercio con los países del bloque comunista (algo que Blas Piñar le censurará en las Cortes). Por otra parte, se trataba de llevar a cabo una transición tutelada que equiparara a España a países como Alemania en donde el partido comunista estaba prohibido (y reducido a algo anecdótico) y nadie negaba su homologación democráticaCarrero lanzó desde 1970 mensajes al PSOE para que se comprometiera en ese proyecto: democracia hasta los socialistas, sin los comunistas. Los minúsculos círculos socialistas dejaron de ser encarcelados e incluso se impulsaron varios proyectos de “asociacionismo político” para organizar a la derecha frente a una izquierda comunista que empezaba a estar organizada.

Pero cuando es asesinado Carrero, todo esto dista mucho de haber tenido un éxito. Y entre diciembre de 1973 y noviembre de 1975 las esferas gubernamentales viven una creciente desazón en la que cada vez cobra más forma la idea de que la transición, para ser creíble, deberá ser total. El capital autóctono así lo quiere y, para colmo, los EEUU conspiran porque tienen intereses muy concretos: integrar a España en la OTAN para dar “profundidad de campo” a la Alianza Atlántica, y estimular importaciones y exportaciones con España. Lo esencial de la transición se diseña en la reunión del Club Bildelberg celebrada en Mallorca poco después de morir Franco. Es el principio del fin.

Por paradójico que pueda parecer, el franquismo murió víctima del desarrollismo y de la superación del atraso secular de España. Cuando el capitalismo español tuvo un nivel de desarrollo suficiente, simplemente precisó homologarse a las democracias europeas y las patronales se convirtieron en arietes de la democracia.

III. El problema de las libertades

Como todo régimen autoritario (y no hay nadie, por muy partidario de Franco que sea que pueda negar esta componente en el régimen) el franquismo desconsideró las libertades públicas. No había libertad de reunión, de manifestación, de opinión o de organización. La tolerancia –que existió- era mayor o menor con determinadas fuerzas políticas, pero solamente se permitieron manifestaciones en apoyo del régimen, se cerraron diarios dirigidos por disidentes del régimen e incluso en los últimos años, a pesar de los tímidos intentos aperturistas de Fraga, la información no fue libre, y se vivió una situación muy parecida a la del Marruecos actual: censura previa o autocensura que llegó incluso a reprimir a partidarios del régimen y a fuerzas que habían participado en su fundación (caso de la prohibición de manifestarse en Alicante el 20-N de 1970 para las Juntas Promotoras de Falange Española, o incluso prohibición de manifestarse por “Gibraltar español” que fue convocada en 1973 por el semanario Fuerza Nueva, por no hablar del cierre de los círculos José Antonio en 1973 tras los incidentes que tuvieron lugar en el Día Nacional de los Círculos en Toledo). Si esto era lo que tenían ante la vista los partidarios del régimen (o al menos los disidentes moderados del mismo) podemos pensar lo que recibieron otras fuerzas políticas.

En España, además, aunque la tortura no fuera generalizada, los malos tratos y las detenciones eran constantes en la extrema-izquierda y no precisamente contra terroristas sino contra simpatizantes de grupos incluso de izquierda moderada. Los nombres de algunos policías de la Brigada Político Social se hicieron tristemente famosos por cumplir con excesivo celo su tarea de mantener el orden público y por la facilidad con que recurrían a la tortura y a los malos tratos. Y nadie puede negar esto. Si tenemos en cuenta que yo mismo fui detenido en cuatro ocasiones en 1973 sin ningún motivo y que mi teléfono y mi correspondencia estuvo intervenida sin orden judicial alguna durante más de dos años e incluso que se me negó el certificado de “buena conducta” (sic) necesario para obtener el carné de conducir, se verá que desde el punto de vista de los derechos cívicos el franquismo no fue ninguna ganga.

Pero todo ello tenía una intención precisa. Franco se había propuesto industrializar el país y para ello fue necesario establecer varios Planes de Desarrollo que no se hubieran podido aplicar si el país hubiera tenido un gobierno democrático y, por tanto, sometido a cambios cada cuatro años. El desarrollo implicaba estabilidad en el ejercicio del poder y en las orientaciones del mismo.

En otras palabras: las libertades políticas estaban por detrás del afán de industrialización y de los planes de desarrollo. ¿Se hubiera conseguido prosperar económicamente de otra manera? Sospecho que no, al menos en este país. La historia enseña que hay que concentrar esfuerzos en función del objetivo que se pretende alcanzar: la URSS lo hizo especialmente a partir de Stalin cuando en pocos años se pasó de las hambrunas del período leninista a disponer de la bomba de hidrógeno. Alemania y Japón consiguieron convertirse en motores económicos después de 1945 cuando renunciaron a disponer de ejércitos fuertes y bien armados; su revancha no sería militar sino económica. La reducción de las libertades políticas fue una exigencia del desarrollismo y la planificación económica.

Cuando se trató de expandir la economía española y aplicar un modelo de economía liberal, poco a poco fueron (durante la transición y durante el felipismo) desapareciendo los rasgos de paternalismo franquista (durante el período de Franco un empleado que trabajase tres días en una empresa ya pasaba automáticamente a ser empleado fijo, los “puntos” daban un apoyo a los padres de familia, existían amplios sectores de la economía sometidos a regulaciones y demás medidas proteccionistas), el nuevo modelo económico exigía también un nuevo modelo político homologable en Europa: la democracia liberal y partidocrática. Y así se hizo.

IV. El franquismo uno y trino

Se suele hablar del “franquismo”, sin tener en cuenta que el franquismo no existió como tal, sino que existieron “los franquismos” como fruto del pragmatismo del régimen y de su cabeza visible. Llama la atención como los partidarios del régimen todavía hoy cuando son pocos, pero sobre todo en la transición cuando eran bastante más, desconocían el hecho de que Franco era fundamentalmente apolítico y pragmático y en distintos momentos se apoyó en fuerzas políticas contradictorios y que estuvieron en permanente guerra civil entre sí.

Ya hemos recordado en alguna ocasión cuáles fueron esos momentos, pero los volvemos a repetir a fin de completar el esquema que nos hemos propuesto.

1) Período falangista imperial (1936-1943).- En el momento en que el destino del régimen recién nacido dependía de la ayuda de los países del Eje (Alemania e Italia) gobernados por regímenes fascistas y nacional-socialistas, Franco echó mano de la Falange cuyas características eran homologables a esos regímenes: masas militarizadas, uniformidad, ansias de “revolución nacional”, rituales exactamente iguales, misma retórica, etc. Era una forma de satisfacer a los aliados, Mussolini e Hitler, pero también de galvanizar a las masas con una retórica imperial y el alumbramiento de una nueva fe y de una esperanza patriótica de redención y de aumento de la potencia. Se llegaron a publicar libros en los que España manifestaba sus “reivindicaciones territoriales” a costa de Francia o de Marruecos, e incluso se proponía una ampliación de Guinea Ecuatorial.

Este período duró hasta la derrota alemana en Stalingrado. Serrano Suñer partidario de esta opción cayó en desgracia, oficialmente a causa de un asunto de faldas, pero su caída tenía mucho más calado. Tanto él como otros altos cargos del régimen fueron sustituidos por “aliadófilos”, se retiró la División Azul, se convirtió en apátridas a los voluntarios que siguieron combatiendo en el Frente del Este, se ayudó bajo mano a los judíos exiliados en España en un intento de hacerse perdonar por los aliados.

Es evidente que en un momento en que la guerra quedaba cerca y el esfuerzo de la Falange era evidente, Franco no pudo (o no quiso, por puro pragmatismo) alejarla definitivamente de las esferas de poder, pero se limitó a reducirla al terreno que le era propio: las políticas sociales, mientras que el carlismo (entonces bastante anglófilo) vio reducida su influencia al ministerio de justicia, casi hasta los últimos momentos del régimen. Franco lo que estaba hizo continuamente fue variar las proporciones en las que cada fuerza política estuvo presente en cada momento. Estas fuerzas eran fundamentalmente tres: la falange, los propagandistas católicos y el Opus Dei.

A partir de 1943, Franco entendió que la Falange debía pasar a segunda fila o de lo contrario su régimen sería considerado como enemigo por los aliados vencedores en la medida en que sus signos externos eran los mismos que los del vencido. Y lo hizo sin pestañear.

2) Período nacional-católico (1943-1955).- Desplazados los falangistas como fuerza hegemónica y galvanizadora de las masas, Franco advierte que tanto en Alemania como en Italia (los países vencidos) la fuerza hegemónica a partir de 1945 es la “democracia cristiana”. En España no existía nada de todo esto, pero un sector político que se aproximaba lo suficiente: la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.

Fundado en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, su función era seleccionar jóvenes católicos de preparación política suficiente para revitalizar el mortecino catolicismo de la época reducido a mero culto exterior. Su primer presidente fue Ángel Herrera Oria un abogado del Estado (antes de alcanzar el sacerdocio y el cardenalato) eficaz organizador y periodista de talento tal como demostró en El Debate. Durante la dictadura de Primo de Rivera tuvieron participación en el poder. La ACNP no era un partido, pero sí un grupo de presión cuya influencia se extendí en muchos ámbitos. De ellos partió la fundación de Acción Española (con tres “propagandistas”: Vegas Latapié, Víctor Pradera y Pemán que secundaron a Ramiro de Maeztu). Las derechas durante la República estuvieron dirigidas por otro “propagandista”, Gil Robles, los carlistas tuvieron entre su dirección al también “propagandista” Marcelino Oreja Elósegui. En 1934 lograron llevar a las Cortes a 34 propagandistas por distintos partidos.

En cuanto a Falange Española tuvo también su cuota de “propagandistas” en la figura de Onésimo Redondo, lo que no fue óbice para que durante el “período falangista imperial”, la ACNP fuera inicialmente marginada de las esferas de poder. Cuando los falangistas dejaron en 1943 de ser la fuerza hegemónica dentro del franquismo, las necesidades de amistad con el Vaticano y de asimilarse lo más posible a las “democracias cristianas” europeas hizo que Franco recurriera a los “propagandistas” desde el inicio de la segunda fase de su régimen.

Sin embargo, dado que cualquier parecido con una democracia formal era pura coincidencia, los “propagandistas” jamás fueron homologados como “democristianos”, asumiendo y aceptando el calificativo de “nacional-católicos”. Así como los Girón de Velasco, los Fernández Cuesta y demás fueron los nombres señeros de la línea falangista, los de Larráz López, Ruiz-Giménez, Castiella, Silva Muñoz, Martín Artajo, fueron los apellidos de referencia nacional-católicos.

Esta línea incidía en la educación católica, en el vínculo con el Vaticano y la promoción de una moral inspirada en el catolicismo más estricto. Fue en esa época cuando se cerraron los burdeles, cuando la censura cinematográfica se exaspero y cuando llegaron a taparse con pez negra anuncios ingenuos de sujetadores femeninos.

La convivencia con los falangistas fue de mal en peor especialmente con José Luis de Arrese y con su propuesta de transformar el régimen en una “democracia orgánica”. Preparó la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y reivindicó de nuevo el papel galvanizador de la Falange sobre las masas… pero desde un punto de vista desprovisto de los rasgos “fascistas” que quedaban en la Secretaria General del Movimiento. Era 1955.

3) Período tecnocrático-desarrollista (1955-1975).- En 1953 tienen lugar dos hechos fundamentales que liberan al régimen franquista de buena parte de la presión internacional que había tenido a partir de 1946 cuando empezó el aislamiento internacional. Se firman en un lapso de pocos meses, los acuerdos de cooperación con los EEUU y el Concordato con el Vaticano. El resultado de todo esto es que es que, en 1955, el presidente norteamericano Eisenhower visita España y se funde en un abrazo con Franco. A partir de ese momento afluye dinero a España (tanto capitales particulares de los grandes consorcios de inversión de la época, como en forma de ayuda por parte del gobierno americano). A partir de ese abrazo se inicia el tercer período en la historia del régimen. A tiempo nuevo, gestores nuevos.

La firma de los acuerdos con los EEUU y el abrazo Franco-Eisenhower finiquitaron el período de influencia nacional-católica. A partir de ese momento, Franco ya no necesitaba ni a los falangistas (que encerró prácticamente en la Secretaría General del Movimiento y en los Sindicatos verticales), ni en los nacional-católicos (reducidos a unos cuantos medios de prensa, a la censura y poco más), sino que precisaba técnicos y gestores capaces de desarrollar la economía del país, planificarla y realizar una ambiciosa tarea de saneamiento económico que serían el Plan de Estabilización (1959) que supuso la ruptura con la autarquía económica, y los Planes de Desarrollo (Primer Plan de 1964 a 1967, Segundo Plan de 1968 a 1971 y Tercer Plan de Desarrollo de 1972 a 1975).

Ni los falangistas tenían técnicos económicos, ni los nacional-católicos disponían de ellos. Para administrar esa tercera etapa existía un pequeño grupo católico que desde 1939 se había apalancado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en distintas universidades: el Opus Dei. A los “tecnócratas” del Opus les correspondió gestionar esta tercera etapa en permanente rivalidad con la falange que seguía teniendo cierto peso movilizador.

En esa etapa los nacional-católicos (los “propagandistas” se vieron sorprendidos por el cambio progresivo de costumbres (el turismo, la relajación de la moral sexual con la aparición de la píldora anticonceptiva y la minifalda, la música rock, etc.) y, especialmente, por la desorientación en la que cayó el catolicismo español después del resultado catastrófico del Concilio Vaticano II.

Por otra parte, los “propagandistas” estallaron literalmente: unos fundaron Cuadernos para el Diálogo y con Ruiz Giménez pasaron al campo de la oposición, otros con Gil Robles participaron en el “Contubernio de Múnich”, los hubo –como Pemán- que se sumaron a los partidarios de Don Juan de Borbón, ingresando en su consejo privado… Y otros, finalmente, como Blas Piñar, miembro también de los “propagandistas”, tendieron a reducir todo el franquismo a los apenas 10 años de nacional-catolicismo, para luego en el tardo-franquismo y en la transición pasar a dirigir el llamado “bunker”. Blas en ese momento, pidió su baja como “propagandista”. En la transición siguieron actuando políticamente a través del Grupo Tácito, en Alianza Popular, en la UCD y, por supuesto, en las distintas formaciones democristianas que aparecieron en ese momento con poco éxito a pesar de estar auspiciadas por el cardenal Tarancón (bestia parda del “bunker”). Hoy siguen parapetadas en la COPE (con Coronel de Palma) y en el PP.


En cada una de estas tres etapas (falangista-imperial, nacional-católica y tecnocrático-desarrollista) una sola fuerza es hegemónica, permaneciendo las otras dos en situación de minoría, pero representadas siempre en el régimen. Esto fue lo que dio cierta coherencia al franquismo y también lo que le permitió sobrevivir y hacer gala de un pragmatismo extremo.

V. La democracia orgánica

Entre los intentos del franquismo de institucionalizar su régimen, figura la propuesta –como hemos visto lanzada por Arrese- de crear una “democracia orgánica”. Se trata de una forma de democracia no partidocrática, en la que la idea inicial era un desarrollo de un fragmento del discurso de José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, cuando aludió a la “familia, el municipio y el sindicato” como “estructuras naturales” de la sociedad. Arrese infirió que era necesario crear un “poder legislativo” en el que estuvieran presentes estas estructuras “orgánicas” que, el “fundador” había contrapuesto a la estructura “inorgánica” de los partidos políticos.

La Ley Orgánica del Estado dio forma legal a todo esto. Las Cortes quedaron divididas en “tres tercios”: el familiar, el sindical y el corporativo. En el primero estaban representados los cabezas de familia en tanto que representantes de la célula básica de la sociedad, en el segundo los sindicatos y en el tercero la sociedad civil y otras estructuras de poder: ejército, asociaciones culturales, universidades, juventud, ayuntamientos, etc.

No se puede negar que, a la vista de cómo han ido estos últimos 30 años en la vida política española, la forma “partido” ha constituido un rotundo fracaso por lo que José Antonio Primo de Rivera ya había previsto: los intereses de los partidos prevalecen desde el primer momento sobre los intereses de la sociedad. Por tanto, esta idea de “democracia orgánica” figura entre los aspectos más interesantes del franquismo.

Es innegable que aquella idea fracaso. La democracia “orgánica” no fue tal. Se ironizaba diciendo que era una “democracia digital”, esto es, elegida a dedo y que ninguno de los tres tercios era representativo de la sociedad de su tiempo. Algo de eso había, en efecto. Pero en 1967-75, en España existía la presunción de que los partidos políticos representaban opciones ideológicas mientras que los alcaldes, responsables sindicales eran elegidos a dedo y en las elecciones municipales no se podía presentar todo aquel que quería sino aquellos cuya fidelidad a Franco estaba suficientemente atestiguada. Por otra parte, desde principios de los años 60, el franquismo tenía de su parte a una mayoría silenciosa, mientras que la oposición (reducida al PCE y a grupos de extrema-izquierda cada vez más numerosos) iba teniendo una creciente capacidad de movilización especialmente en el mundo sindical y estudiantil.

La Ley Orgánica introdujo innovaciones que limitaron todavía más la capacidad de movilización de los partidarios del Régimen: se transformó el “Movimiento Organización” en “Movimiento Comunión de todos los españoles en los ideales del 18 de julio”… pero estos ideales cada vez estaban más difuminados.

Se nos insistía en aquella época (1971) en que el edificio franquista estaba sostenido por varias columnas, fundamentalmente la falange y los tecnócratas del Opus, constituyendo las dos columnas sobre las que se instalaba el frontispicio del Estado en cuyo vértice superior había una bandera que eran las “Leyes Fundamentales”, esto es, el equivalente a la constitución. Se añadía que, si estas dos columnas se peleaban entre sí, el edificio amenazaba con derrumbarse. Pero, mientras se nos decía esto, el Opus y la Falange se enzarzaban en una permanente guerra de desgaste que tuvo su momento álgido durante el Caso Matesa (escándalo de fraude en las exportaciones que arrastró en su caída a los ministros más conocidos del Opus Dei).


Paralelamente, a partir de 1967, se inició un período de atenuación doctrinal del régimen, se relajó la tensión ideal en el Frente de Juventudes y en los Hogares de la OJE, el Movimiento franquista, “organización” o “comunión” pasó a ser un aparato burocrático-administrativo. Los organismos del régimen (la propia policía, la magistratura, las fuerzas armadas, esto es, los poderes fácticos) empezaron a defender su “profesionalidad” y a proclamar que estaban al servicio de quien gobernara en cada momento…

Todo esto permite entender por qué una semana después de la muerte de Franco, los partidos políticos de la oposición prácticamente actuaban y se reunían con entera libertad y porque año y medio después tenían lugar las primeras elecciones democráticas.

La “democracia orgánica”, sin duda el intento más serio de superar el sistema de partido, no funcionó: el capitalismo autóctono no quería experimentos de este tipo que hicieran recelar a Europa, quería penetrar en los mercados europeos y muerto Franco se trataba solamente de forzar lo antes posible la homologación política en Europa.

Da que pensar el hecho de que, en Italia, el régimen fascista cayera cuando los aliados tenían ocupada Sicilia y habían desembarcado en Anzio, cuando los bombardeos de terror aliados sobrevolaban cada día Roma y cuando los resistentes practicaban el tiro en la nuca. Pues bien, con la guerra perdida, con una inevitable sensación de derrota, Mussolini pronunció su último discurso en el Teatro Lírico de Milán cuatro meses antes de que terminara la guerra y él mismo resultara asesinado. Hasta el último momento hubo voluntad de resistencia entre los cuadros de la República Social Italiana. Y fueron cientos de miles quienes optaron por resistir. En Alemania ocurrió otro tanto hasta principios de mayo de 1945 cuando entre las ruinas del Berlín destruido prosiguió la resistencia armada y cuando hasta 1946 el Wehrwolf siguió resistiendo y atentando contra los aliados.

En la España de 1975, con una situación infinitamente menos dramática, no se produjo ninguna resistencia numantina por parte de los miembros del aparato franquista: el Frente de Juventudes, la Sección Femenina, los Sindicatos Verticales, la Guardia de Franco, etc, fueron disueltas sin pena ni gloria. Suárez poco antes de las elecciones de junio de 1977 reunión a los lugartenientes provinciales de la Guardia de Franco explicándoles que todo seguiría igual, pero en lugar de llamarse “Guardia de Franco”, a partir de entonces se llamarían “UCD”. Solamente el lugarteniente de Lérida se opuso… los funcionarios del Movimiento pasaron a ser destinados al ministerio de cultura, frecuentemente en los archivos de los sótanos; los profesores de Formación del Espíritu Nacional como todo el resto de funcionarios franquistas se intentaron acomodar como pudieron ante la nueva situación… Si la monarquía Alfonsina cayó sin que saliera a la calle “ni un solo pelotón de alabarderos”, el franquismo se disolvió como un azucarillo con muy leves resistencias por parte del “bunker”.

A fin de cuentas, Franco supo trasladar su propio pragmatismo a su grey, la cual asumió que en cada momento histórico había que actuar en función de ese mismo pragmatismo. Nada más.

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miércoles, 19 de mayo de 2021

1 5M Aniversario - La evolución de las izquierdas

 

Lo que le ha ocurrido a la izquierda española en estos últimos 40 años es de traca. Vale la pena esquematizar el devenir de la izquierda en las últimas décadas para poder advertir que lo ocurrido con Unidas Podemos y con el PSOE-Sánchez, no es más que la fase terminal de disolución de la izquierda decimonónica y su conversión en “otra cosa” que ya no tiene nada que ver con lo que fue y que, más bien, cabría llamar “ultraprogresismo marciano”. Las fases recientes de degeneración de la izquierda pueden resumirse así:

1ª FASE: EL NUEVO PSOE DE FELIPE. Si bien el PSOE de Felipe González fue el hijo directo de la socialdemocracia alemana -mucho más que del PSOE histórico-, desde que ocupó el poder, su línea estuvo más próxima al PSI italiano, más preocupado en saquear los fondos del Estado y desviarlos para ellos y para los amiguetes que en generar conquistas sociales que transformaran al capitalismo. Esto quedó claro cuando, finalmente, Aznar llegó al poder y demostró que el modelo de la derecha no era muy diferente. Felipe era en 1973 marxista ortodoxo, a la izquierda Carrillo. El SPD alemán lo domesticó y lo financió y él, siervo obediente, se adaptó. Le exigieron abandonar el marxismo, y lo abandonó. Le exigieron entrar en la OTAN y entró el primero. Luego le ordenaron desmantelar la industria pesada española y lo hizo para mayor gloria de la siderurgia alemana. Ese oportunismo tuvo como contrapartida esperada, una primera oleada de corrupción que resultó escalofriante e impune en la España del siglo XX.

2ª FASE: EL COMUNISMO QUE YA NO LO ES TANTO. Desde 1976, Carrillo, Berlinguer (PCI) y Marchais (PCF), habían asumido que el “bolchevismo” era cosa del pasado. Los tanques en las calles de Praga en 1968 y la represión contra los trabajadores polacos en 1970, les convencieron de que el “modelo soviético” ya no tenía tirón en Europa Occidental. Así que se sacaron de la manga el “eurocomunismo”. Era una forma de adoptar un “look” menos tosco. La suerte los acompañó hasta que, a finales de los 70, los intelectuales empezaron a desengañarse del marxismo. El nuevo “look” eurocomunista perdió brillo. Luego vinieron las derrotas electorales y la crisis de la URSS (el PCE siguió recibiendo fondos de la URSS y de otros países del Este hasta la caída del Muro de Berlín). Así que no tenía sentido persistir en posiciones “marxistas-leninistas”, “marxistas ortodoxas”. El “eurocomunismo” languideció y, no fue el “ascenso de la lucha de clases”, lo que hizo que el PCE promoviera una estrategia frentista constituyendo Izquierda Unida, sino la sensación de haber perdido el tren de la historia. Pero, a mediados de los 80, el PCE-IU todavía recibía el voto de “intelectuales”, “personalidades del mundo de la cultura”, “jóvenes trabajadores” y “clase obrera”. Con Izquierda Unida, el PCE se replegó y quise ser un “frente de izquierdas moderadas” post-Guerra Fría. La “ideología” quedó aparcada en beneficio de la táctica política.


3ª FASE: TODOS CONTRA EL PP.- La primera victoria de Aznar en 1996 no fue una sorpresa para la izquierda. Había estado en el poder 13 años… pero, en absoluto había realizado una “política de izquierdas”, sino más bien una política socialdemócrata moderada que se pudo prolongar gracias a la preponderancia socialista en Cataluña y Andalucía, gracias a los grupos clientelares que fue sumando y a que el motor interno del partido era las posibilidades de corromperse con elevadísimo grado de impunidad. La derecha, no aportó nada nuevo a la situación, solamente que sus apoyos se concentraron en Madrid, Galicia, Valencia y Castilla-León. Todo siguió igual: Aznar tuvo un período de bonanza gracias a la llegada de “fondos estructurales” (producto de la liquidación felipista de amplios sectores de la economía nacional). Y empezaron a entrar inmigrantes. El PSOE e IU se dieron cuenta, a partir del 2000 que les iba a costar desbancar a Aznar que lucía ya mayoría absoluta. Y entonces se les ocurrió la idea brillante: “aislar a la derecha”. El ideador de la estrategia fue Pascual Maragall al frente de la gencat, cuando ya daba muestras de senilidad y tristes problemas neurológicos, junto con Carod-Rovira, de ERC, tras entrevistarse con ETA. Aquello se llamó “Pacto del Tinell” y es el responsable de que se haya producido en Cataluña un “procés”. El acuerdo se basaba en el consabido “todos contra la derecha”, lo que, en la práctica, significaba sólo “aislar al PP”. Para ello, la izquierda debió asumir diluidas las propuestas independentistas, transformándolas en “federalistas”.

4º FASE: EL ZAPATERISMO O EL FIN DE LA SOCIALDEMOCRACIA.- Con todo, el PSOE seguía desorientado y con problemas internos. El candidato que presentaron en 2003 carecía de tirón y era objeto de todas las ironías (Zapatero = ZP = Bambi). Ganó gracias a las extrañas bombas del 11-M y a que el PP había colocado en Interior a un siervo tan fiel como ineficaz. Zapatero ni tenía formación marxista, ni siquiera era un socialdemócrata a la alemana, sino, más bien, un individuo formado al calor de la ideología de los “derechos humanos” y cuya lectura de cabecera eran los documentos y revistas de la UNESCO. La ideología de los “derechos humanos” y el “progresismo”, a partir de entonces, se convirtieron en la única definición ideológica del PSOE, máxime cuando al llegar la crisis de 2008, en lugar de salir en defensa de los parados, ZP priorizó la defensa de la banca y del gran capital. Eso y la corrupción. En cuando a Izquierda Unida, había dejado atrás a Anguita y era una especie de coletilla del PSOE, un poco más ecologista que éste que, en lugar de “federalismo”, defendía el “derecho a la autodeterminación”. Sin darse cuenta, IU había ido perdiendo a su electorado obrero y el PSOE iba en camino de perderlo.

5ª FASE. LOS INDIGNADOS DEL 15-M. En 2008-2011, la sociedad española vivió una situación dramática. Seis millones de parados, sin perspectivas, con la economía colapsada (y no sólo por la crisis internacional, sino también por el fracaso del “modelo Aznar” de economía). Era inevitable que un sector de la población protestase en la calle. En los primeros días, las protestas fueron espontáneas. No había nadie detrás de ellas: la propia coyuntura las promovía. Pero unos días después, todo había cambiado. Seguían las tiendas y los acampados en las plazas, pero los discursos ya no tenían nada que ver con la globalización, con los desmanes de la banca, con el deterioro de los servicios sociales, sino que las discusiones se centraban sobre los “derechos de las minorías sexuales”, “el derecho a la ocupación”, “la legalización del porro” y el “papeles para todos”. La izquierda radical, siempre diestra en el uso de la demagogia, se había hecho con el control del movimiento de protesta y había impuesto sus temáticas obsesivas. No era una izquierda “marxista”, ni “bolchevique”, era algo peor: había irrumpido el “ultraprogresismo”. Tras su fundación y en las primeras elecciones a las que se presentó, Podemos logró engañar a una parte del electorado: incluso apareció en los spots electorales como patriota, no habló de Marx, ni de lucha de clases, ni de internacionalismo proletario. Su mensaje iba destinado a los que huían de la socialdemocracia, a los damnificados de la globalización, a los jóvenes y a las mujeres. Era legítimo…, pero era un engaño. En realidad, lo que había ocurrido es que el empequeñecimiento de Izquierda Unida, había hecho que muchos de sus cuadros se sentaran en el banquillo y nunca desempeñaran los ansiados “cargos públicos” que, a fin de cuentas, eran los que “dan dinero” y permiten realizar negocios a la sombra del poder. Pues bien, fueron esos miembros de IU, permanentemente en el banquillo de los reservas, los que habían decidido que, ahora, querían jugar ellos como titulares. Así nació Podemos.


6º FASE: DE PODEMOS A UNIDAS PODEMOS.- En 2015, IU debió reconocer que su recorrido político se había terminado. El PCE seguía existiendo como sombra, pero carecía por completo de influencia, el resto de componentes de IU ya no existían y los medios parecían amar más a los dirigentes de Podemos, así que aceptaron someterse, y antes de perderlo todo, presentarse en coalición. Pero aquello distaba mucho de ser un “frente”: era, como máximo, una suma de una miríada de círculos, grupos locales, federaciones, grupos sectoriales obsesionados por sus propios temas, partidos y sectas políticas trotskistas y neo-trotskistas que buscaban parroquia sobre la que influir e individuos descarriados que en pos de un sueldazo para tener un lugar bajo el sol. Un conglomerado de esta magnitud empezó a tener problemas interiores: no había cargos para todos, así que empezaron las disensiones (Mas Madrid, Catalunya en Comú, Mareas), enmascaradas como variantes estratégicas que, en realidad, evidenciaban la atomización de la izquierda que permanecía fuera de la burocratización del PSOE. Los sectores más “chillones” empezaron a tener un protagonismo desmesurado dentro de la coalición. Iglesias lo aceptó: a fin de cuentas, se trataba de hacer lo que antes habían hecho otros partidos, tener una base clientelar que garantizase el “suelo” de su opción, para permitir que los altos cargos del grupo seguirían cobrando sueldos y sueldazos. Eso, y esperar un golpe de fortuna que les permitiera entrar en alguna coalición de izquierdas y ampliar horizontes lucrativos. Unidas Podemos encontró esa base en cuatro grupos sociales: inmigrantes recién nacionalizados, minorías LGTBI+ radicales, ni-nis en busca de “salario social” y colgaetes fumaporros. La presencia creciente de estos grupos en la sociedad, les daba fundadas esperanzas en que, sumados, les garantizarían un “suelo electoral”.

7ª FASE: LA RECONVERSIÓN IDEOLÓGICA DEL PSOE

Zapatero supuso para el país una “catástrofe nacional”, pero mucho más una tragedia para el PSOE. Cuando abandonó el poder, en lugar del superávit que había dejado Aznar en las cuentas públicas, había un agujero de casi un billón de euros. Insostenible. Hoy es considerado como un obtuso con el cerebro desquiciado por sus lecturas desordenadas y erráticas. Los que se disputaban la secretaría general, eran una corte de mediocridades, sin el más mínimo carisma y, lo que era peor, sin ideas: entonces a alguien se le ocurrió que el rey de los mediocres, aquel en el que la distancia entre sus capacidades reales y sus ambiciones era mayor, ponerlo al frente del partido por su única cualidad: tenía buen aspecto y podía suscitar una riada de votos femeninos y gays. Así empezó el “sanchismo”. Pero Pedro Sánchez tenía un problema: era un oportunista, pero sin la brillantez de Felipe; y, a diferencia de ZP, carecía por completo de ideales y de modelos para el país. Ese vacío absoluto solamente ocupado por un ego sobredimensionado, enfermizo y maníaco. Su razonamiento fue: “el PSOE es de izquierdas, por tanto, vamos a ver por dónde circula la izquierda en nuestro país”. Y entonces miró a Podemos y se dijo: “pues eso, pero más moderado y con un corte de pelo y americana en lugar de coleta, chándal y porro en ristre”. Ese es el PSOE de hoy: el hermano ideológico de Unidas Podemos. La única diferencia es que el sanchismo mira los sondeos del CIS e IU le basta con saber que asume marginalidades varias garantes del famoso “suelo electoral”. Era lógico que, antes o después, las simetrías electorales, facilitaran las convergencias entre ambos.


8ª FASE: LA IZQUIERDA HACIA SU HOLOCAUSTO CANIBAL

El vacío ideológico del PSOE que el sanchismo ha cubierto con los mismos fragmentos ideológicos utilizados por Podemos, diluidos y con un look algo más presentable, explica, por sí mismo, el descalabro electoral madrileño, mucho más que la oposición de Ayuso a las medidas de confinamiento del sanchismo. En efecto, si para Podemos, la ideología LGTBI+, el recurso a la inmigración, a los “nuevos españoles” recién nacionalizados, a los porreros y a los ni-nis, garantiza el “suelo electoral”, no hay que olvidar que la mayoría de argumentos presentados por estos grupos solamente pueden definirse en términos de “post-verdad” (esto es, de argumentaciones emotivas, sentimentales, pero, en absoluto racionales) y que, si bien sirven para cosechar permanentemente un mínimo de votos, rebotan e, incluso, son consideradas como aberraciones por parte de ciudadanos que tienen la funesta manía de pensar. O, dicho de otra forma: la deriva ideológica de Podemos, sirve a Podemos, pero, ni siquiera diluida y con un look postmoderno, puede servir para que el PSOE se mantenga en el poder durante mucho tiempo. El hecho de que, en el interior del PSOE, existan miembros del colectivo LGTBI+, tanto o más radicales que los de Podemos, confirma que, una vez una formación ha asumido una línea doctrinal -el “ultraprogresismo” en el caso de la izquierda española- tiende siempre a sus fatales consecuencias finales y aumenta siempre su velocidad de caída. El PSOE, hoy está en esta actitud y es significativo que la generación socialista de la transición (los Guerra, los Leguina, los Corcuera, los Ibarra) se sienta completamente desvinculada del partido, al igual que los que han constituido su electorado tradicional (clase obrera, clase media baja e intelectuales). Podemos y el PSOE, o el PSOE y los disidentes de Podemos, o todos estos y las izquierdas regionales, están destinados a devorarse unos a otros tratando de sumar votar y a falta de mejores estrategias.

9ª FASE: EL DÉCIMO ANIVERSARIO DEL 15-M O CUANDO EL HOMENAJEADO ES UN ZOMBI

Y llegamos a estos días en los que los nostálgicos rememoran hace diez años cuando dormían bajo las lonas y querían tomar el cielo por asalto. Es casi tan ridículo como cuando tipos fofos, grasientos, barrigones, calvorotas y abandonas te cuentan lo que hacían en París en mayo del 68. La izquierda que ya no tiene futuro, se refugia en el pasado, lo idealiza, lo maquilla y escribe hagiografías sobre sí misma. El tránsito del marxismo a la socialdemocracia, de la socialdemocracia a la “ideología Bambi-UNESCO” y de esta al ultraprogresismo, ha terminado mutando a la propia izquierda, restándole su base social y sustituyéndola por un conglomerado de marginalidades varias en el que se reconoce tanto el sanchismo como los restos de Unidas Podemos. A la izquierda le va a ser muy difícil desandar lo andado y salir de la vía muerta en la que se encuentra. Su única solución es procurar que el número de marginados y de outsiders aumente: solamente así se elevarán sus posibilidades electorales. Y ese aumento, en España, solamente puede producirse por tres circunstancias:

- aumento del voto independentista en las comunidades periféricas. La paradoja es que, cada vez más, la no-España es más decisiva a la hora de gobernar España.

- aumento de los “nuevos españoles”, procedentes de la inmigración masiva (en el momento de escribir estas líneas la prensa publica que solamente ayer entraron 5.000 inmigrantes ilegales en Melilla, de los que 1.500 son MENAs) a los que se ofrece nacionalidad y subvenciones a cambio de paz étnica y religiosa.

- aumento de la agitación LGTBI+ y máximos beneficios y subvenciones a todo aquel que proponga “ideologías de género” y los predique en la enseñanza, en los medios de comunicación y en el asociacionismo. Insistirán en supuestas e insoportables “desigualdades”, no dudaran en falsear estadísticas para afianzarlas y se prometerá conjurarlas mediante “discriminación positiva” y subsidios.

- aumento del número de subsidiados que recibirán lo justo y necesario -el famoso “salario social” a cambio de nada- que les situará fuera del mercado laboral, pero con garantías de sobrevivir mientras vivan sus padres y de languidecer en silencio entre comida basura, tele basura, porno y porrito entre los labios.

La evolución de la sociedad española hacia una pirámide dotada de una amplísima base formada por estos grupos subvencionados e improductivos, con un grupo medio sobre él, la antigua clase media, aquellos que cobran salarios superiores a 1.400 euros y con contrato fijo, se situarán en el escalón superior, mientras que en la cúspide de la pirámide estará aquella minoría que, por algún motivo, goza de una situación económica privilegiada. Pues bien, los dirigentes de la izquierda aspiran a situarse en la cúspide de la pirámide gracias a los votos clientelares de las bases de la misma: a esto lleva el ultraprogresismo.

Las elecciones ya no se ganan por los programas, se ganan por el “electorado cautivo”. Las distintas izquierdas caníbales de hoy, no aspiran a otra cosa más que a generar ese tipo de electorado clientelar que les garantice su permanencia en el poder. Eso es la izquierda. Por eso la partidocracia es inviable a medio plazo, a menos que uno acepte que nuestro destino es algo parecido a la sociedad descrita por Orwell en 1984.

El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

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