viernes, 31 de enero de 2020

¿Cultura antifascista?. No; loony left (izquierda chiflada). Pedro Carlos González Cuevas

Cada año, aunque unas veces más estentóreamente y otras menos, la gala de los Premios Goya se convierte en una especie de aquelarre pseudocultural y kitsch de nuestra izquierda caviar, de nuestra loony left particular. Sin embargo, esta vez ha batido todos los records de servilismo, estulticia e ignorancia cultural e histórica. Repasemos algunos ejemplos, pocos para no cebarme. Al recoger su Premio Feroz, la directora y actriz Leticia Bolera decía: “Contra la cultura del pin parental, cultura antifascista”. Ignorando que el pin parental es una iniciativa profundamente antitotalitaria, porque para los fascistas genuinos los niños sí son del Estado. Su intervención, según parece, fue de las más aplaudidas. No me extraña, dado el contexto. Luego, los planteamientos de esta señora fueron muy comentados en la gala –o aquelarre- goyesco. Y, como es natural por esos pagos, en el mismo sentido. Normal; es que no falla: todos son previsibles. Alejandro Aménabar, fílmico de la progresía, estableció un paralelo entre la situación política y social actual y la de los años treinta; un tal Asier Etxendía, a quien o tengo el mal gusto de conocer, se declaró “antifascista siempre”; Santiago Segura, el más cutre de nuestros actores, creador del maloliente Torrente, señaló que el fascismo era la “antítesis” de la cultura; Carlos Barden decía: “La cultura es antifascista, yo no conozco la cultura fascista. Del fascismo conozco otras vertientes y otras cosas, pero la cultura, por definición, es antifascista”; Juan de Diego Botto, el frustrado actor shakespiriano, identificaba antifascismo con la “democracia”; el actor Eduardo Casanova, que interpreta a un jovencito melifluo, amanerado y pedante en su no menos cutre serie televisiva Aida, pidió más inversiones públicas para el cine –naturalmente, para las parodias que él representa- y habló de fomentar una “cultura antifascista”; y así todo. Sin novedad en el frente cultural.
Ante tal cúmulo de disparates, el historiador ha de revelarse, no, desde luego, para defender el fascismo, sino simplemente para contextualizar en el tiempo uno de los temas más complicados y polémicos de la era contemporánea, y, de paso, para someter a crítica los tópicos de la pseudocultura dominante en nuestra sociedad. Sobre la cultura fascista se han escrito multitud de estudios en Europa y Norteamérica, que estos señores desconocen. Entre ellos, podemos destacar los de George L. Mosse, Renzo de Felice, Emilio Gentile, Alexandra Tarquini, Zeev Sternhell, Stanley G. Payne, etc, etc. Muchos de estos autores son judíos, homosexuales y políticamente izquierdistas, pero ello no han impedido que sus estudios sobre el fenómeno fascista tuvieran como fundamento un mínimo de empatía hacia su objeto de investigación, como propugna igualmente Roger Griffin. Históricamente, sólo pondré un ejemplo. En 1925, bajo la dirección del filósofo Giovanni Gentile, uno de los intelectuales italianos más influyentes, se publicó el Manifiesto de los Intelectuales Fascistas, firmado por 250 escritores, científicos, artistas e historiadores, entre los que destacaban Gabriello D ́Annunzio, el propio Gentile, Curzio Malaparte, Filippo Tomasso Marinetti, Luigi Pirandello, Giusseppe Ungaretti, Giacchino Volpe, Ugo Ojetti, Guigelmo Marconi, etc, etc. Es decir, lo más granado de la intelectualidad italiana de la época. Tanto es así que los liberales antifascistas se vieron obligados a responder con otro manifiesto, bajo la dirección de Benedetto Croce.
Sin embargo, el problema no es sólo historiográfico, sino político y mediático. Los socialistas crearon, a lo largo de la etapa de Felipe González, una suerte de “Estado cultural” (Fumaroli), de cuyos emolumentos viven todos estos representantes de la loony left. Quede claro que, como dijo hace años el filósofo católico Augusto del Noce, es preciso distinguir entre el fascismo histórico y el fascismo demonológico. Con respecto al “fascismo”, identificado con el Mal absoluto, vivimos bajo el imperio de la mentira mediática. Y es que la llegada a la Casa Blanca del republicano Donald Trump y los éxitos electorales de los nuevos partidos de derecha identitaria en Europa han contribuido a resucitar el espectro del fascismo y, en consecuencia, del antifascismo. Con la aparición de un partido como VOX, España no ha sido una excepción, sino todo lo contrario. Como ya he señalado en otras ocasiones, VOX no me parece ni de lejos un partido fascista, ni tan siquiera de extrema derecha. Se trata del clásico movimiento de derecha tradicional, conservador en lo moral y liberal en lo económico, con algunos aditamentos identitarios. Sin embargo, la opinión dominante va por otros caminos. Por eso, en este como en otros aspectos de nuestra vida política y cultural, lo que destaca es la ausencia de calidad intelectual; y no sólo en nuestra particular loony left, sino en una derecha esclava de los supuestos ideológicos de su antagonista. Por todo ello, resulta significativa la abundancia en nuestras librerías de obras dedicadas al fascismo escritas desde una perspectiva claramente demonológica: Mark Bray, Antifas.El Manual Antifascista; Umberto Eco, Contra el Fascismo; Madeleine Albright, Fascismo; Jason Stanley, Facha; Michela Murgía, Instrucciones para convertirse en un fascista, etc, etc. Ninguno de estos libros vale gran cosa. En concreto, Bray identifica el antifascismo con la izquierda comunista y anarquista; defiende la violencia y, como alternativa, la “sociedad sin clases”. Eco hace referencia desde una perspectiva ahistórica a un “fascismo eterno”. Y estas dos obras son lo más presentable intelectualmente. Las demás resultan grotescas y caricaturescas.
No ha sido, sin embargo, únicamente la izquierda quien ha seguido tan tortuoso y baldío camino. Y es que, en España, igualmente podemos hacer referencia a una loony right, a una “derecha chiflada”, cuyo representante por antonomasia es José María Lassalle, viejo intelectual orgánico de Mariano Rajoy, para quien VOX es una suerte de “fascismo posmoderno”, que encarna “la brutalidad política” y el “populismo reaccionario”. Ese es nuestro nivel; al parecer, no damos para más. Echamos de menos en nuestro país autores de la talla de Pierre André Taguieff, Régis Debray, Michael Seidmann, Emilio Gentile, Chantal Mouffe, Enzo Traverso, Alain Finkielkraut o Stuart Hall, a la hora de analizar los nuevos fenómenos políticos.
Sin embargo, hay que reconocer que este antifascismo tan primario e irreflexivo tiene su funcionalidad política. Por de pronto, contribuye, como denunció el filósofo alemán Peter Sloterdijk, a la salvación de la conciencia de comunistas y revolucionarios, borrando las huellas de su práctica genocida de clase. Además, al demonizar a las derechas identitarias emergentes bloquea los cambios en el mercado político. Y, por último, oculta los problemas fundamentales y las amenazas reales que sufren nuestros regímenes demoliberales en la actualidad, es decir, la partitocracia, la falta de representatividad y la corrupción.
A nivel propiamente historiográfico, este tipo de antifascismo carece de fundamento tanto teórico como empírico. Y es que el antifascismo, a diferencia de lo sustentado por Mark Brey, no puede ser identificado sin más con la izquierda revolucionaria, porque hubo conservadores antifascistas como Charles de Gaulle, Winston Churchill o Alcide de Gasperi; incluso, como ha señalado el historiador norteamericano Michael Seidmann, el Ku-Klux-Klan rechazó el fascismo. Sin embargo, quien ha sometido a una crítica histórica más concienzuda este rebrote de antifascismo demonológico, ha sido el historiador italiano Emilio Gentile, hoy por hoy el máximo intérprete del fenómeno fascista en Europa. Gentile ha publicado recientemente el libro Quien es fascista, en cuyas páginas califica de “ahistoriología” no sólo el contenido de obras como la de Umberto Eco, sino los intentos de identificación de las nuevas derechas con el fascismo histórico. Y es que, a su juicio, sólo pueden ser denominados “fascistas” aquellos sectores políticos que se consideren herederos del fascismo histórico, es decir, un movimiento político-social “totalitario” basado en un “pensamiento mítico”, en un “partido milicia”, “interclasista”, en un “sentimiento trágico y activista de la vida”, en “una ética civil basada en la subordinación absoluta del individuo al Estado”, “una organización corporativa de la economía” y una política exterior imperialista. Ninguno de los nuevos partidos de la derecha identitaria, señala Gentile, se siente heredero de ese proyecto político; todo lo contrario. Así que el antifascismo demonológico se reduce a una retórica marxistoide o a la indigencia cultural conservadora. De ahí la necesidad de combatir este tipo de subterfugios, cuya única finalidad es conservar el poder político y la hegemonía ideológico-cultural.

jueves, 30 de enero de 2020

La posverdad sobre Hitler


La pseudo periodista propagandista Anna Abella ejerce de meritoria en El Periódico, empresa, a la sazón, de propiedad judía (Antonio Asensio Mosbah). 
LA CONSTRUCCIÓN PERIODÍSTICA DEL MAL ABSOLUTO. Cada día se descubre alguna nueva aberración que arrojar sobre el rostro del odiado pecador Adolf Hitler. Su crimen no fue matar judíos, sino matar judíos. Aquí, donde todo está permitido, se mide la calidad de un periodista y la diferencia entre crítica y difamación o simple linchamiento. En este caso, la periodista comenta un libro que ni siquiera ha tenido la decencia de leer, siendo así que, en ese caso, no osaría afirmar que Hitler era un mero soldado raso enchufado que no destacó en nada. Impostora.  


Al servicio de los amos pero, además, mintiendo sin tasa. No se trata de la típica falsedad por omisión, sino de una  fake news o posverdad, pura invención de hechos o descarada y consciente tergiversación de los mismos. Hete aquí el modus operandi de Anna Abella en su artículo “Hitler, un ‘cerdo de la retaguardia'”. Lástima que ella no trabaje para La Vanguardia, ese gran burdel de la prensa catalana, porque el detalle resultaría incluso jocoso. Cobra Abella, hay que decirlo, de El Periódico, un medio de comunicación oligárquico a la sazón de propiedad judía, como todos sabemos.
Pasen y vean sus difamatorias aseveraciones:
Fue soldado raso, no cabo, no tenía dotes de mando ni de liderazgo y nunca se le escuchó un solo comentario antisemita, y si bien resultó herido, no lo fue en primera línea de fuego. No fue ningún héroe, aunque tampoco tuvo muchas oportunidades de ser un cobarde. Porque el soldado Hitler fue destinado a un cómodo y poco peligroso trabajo de correo en el puesto de mando y, mientras los soldados del frente sufrían carnicerías como la batalla del Somme y soportaban agua y fango hasta la cintura en las trincheras, rodeados de cadáveres putrefactos y diezmados por las bombas y el gas mostaza, él, seco y bien alimentado, dormía bajo cubierto a cientos de metros de ellos. (…) ¿Cómo alguien que no destacó en nada en la guerra llegó a ser un tirano de tal magnitud?

Resulta difícil hallar, como ocurre con las trufas, tantas imposturas juntas en tan escaso espacio. Para empezar, Adolf Hitler fue condecorado dos veces con la Cruz de Hierro, un hecho poco frecuente entre la tropa. No fue cabo, pero sí ostentó un rango que los historiadores han traducido erróneamente como cabo. Thomas Weber, el autor del libro que inspira harto remotamente el artículo de Abella (porque ésta no fue ni siquiera capaz de leerlo), deja claro el asunto en otro artículo, esta vez de El País:
“No, no es que yo lo haya degradado. Su único ascenso fue a Gefreiter, soldado de primera. Nunca tuvo mando de tropa, ni de un solo soldado. No se de dónde viene lo de atribuirle el rango de cabo. En Alemania se conoce perfectamente el término, probablemente es un problema de traducción a otras lenguas que ha persistido a lo largo del tiempo“.
De manera que Hitler no fue soldado raso, como Abella afirma, sino soldado de primera; y nunca mintió al respecto. Además, fue herido por el gas mostaza, circunstancia que le provocó ceguera temporal, un hecho que ningún historiador ha osado cuestionar. Hitler estuvo físicamente presente en el frente repetidas veces y su comportamiento, a diferencia del de la pseudo periodista, puede ser calificado, sin exagerar, de heroico. Un oficial, el teniente coronel Philipp Engelhardt, describe así el perfil profesional del soldado Hitler:
Como comandante del 16º Regimiento de Infantería Bávaro en la Batalla de Ypres, durante el periodo del 10 al 17 de noviembre de 1914, llegué a conocer a Adolf Hitler como un soldado extremadamente bravo, efectivo y concienzudo. Debo destacar lo siguiente: cuando nuestros hombres asaltaban el bosque, salí del mismo, cerca Wytschaete para poder tener una mejor vista de los cambios. Hitler y el voluntario Bachmann—otro ordenanza perteneciente al 16º Regimiento, se pusieron delante mío para protegerme con sus cuerpos del fuego de ametralladora, al que yo había quedado expuesto.
El trabajo de correo entre el puesto de mando y la primera línea no era nada cómodo, o por lo menos no tan cómoda como la impunidad del periodista mentiroso evacuando fake news desde el sillón de su despacho. Los testigos —en este caso otro enlace, Balthazar Brandmayer— describen así a Hitler:
A menudo podía vérsele completamente exhausto, incluso los mejores nervios pueden fallar. Pero siempre se las arreglaba para recuperarse (…) las trincheras eran su mundo.   

Estos testimonios podrían discutirse, por supuesto, pero las dos condecoraciones son un hecho y hemos de suponer que el ejército no se las regalaba a cualquiera, así que dichos elogios vienen precedidos, por razones estrictamente objetivas, de una presunción de veracidad. Así las cosas, las imposturas de la periodista alcanzan el grado de la abyección pura y simple cuando nos informamos sobre el presunto “poco peligroso trabajo de correo”. A tales efectos basta con cotejar el artículo de Abella con el clásico sobre Hitler de Ian Kershaw:
Pero los intentos de sus enemigos políticos de principios de la década de 1930 de minimizar los peligros que entrañaba la tarea de correo y menospreciar el servicio de guerra de Hitler, acusándole de escurrir el bulto y de cobardía, no tenían sentido. Cuando, como era habitual, el frente estaba relativamente tranquilo, había sin duda ratos en que los correos podían haraganear en el cuartel general del estado mayor, donde las condiciones eran muchísimo mejores que en las trincheras. (…) Aún así, los peligros a los que se enfrentaban los correos durante los combates, llevando mensajes al frente a través de la línea de fuego, eran bastante reales. Las bajas entre correos eran relativamente altasSiempre que era posible, se enviaban dos con cada mensaje para garantizar que éste llegase si sucedía que resultaba muerto uno. Tres de los ocho correos agregados al estado mayor  del regimiento murieron y otro resultó herido en un enfrentamiento con soldados franceses el 15 de noviembre. El propio Hitler (y no fue la única vez en su vida) tuvo suerte por su parte dos días más tarde cuando un obús francés estalló en el puesto de mando avanzado del regimiento después de que él hubieses salido, dejando a casi todo el personal que había allí muerto o herido. Entre los gravemente heridos se encontraba el comandante del regimiento, Philipp Engelhardt, que había estado a punto de proponer a Hitler para la Cruz de Hierro por su actuación, asistido por un colega, protegiendo la vida del comandante bajo fuego enemigo unos días antes.
Fuente: Ian Kershaw: Hitler 1889-1936, Barcelona, Península, 2000, p. 111. La periodista ha recuperado pues, en este punto, el estilo de las difamaciones de los años treinta del siglo pasado según Kershaw. Nada nuevo. Mierda ya seca. En la obra de Kershaw se indican en nota los fundamentos bibliográficos de todas estas afirmaciones.

Otro clásico sobre Hitler, a saber, el de John Toland, informa que el futuro Führer no fue destinado a correo inmediatamente sino después de servir en primera línea. Sólo así se explica el incidente con el teniente coronel Engelhardt. De manera que Hitler participó en la batalla de Ypres con un comportamiento más que intachable y fue seleccionado como correo por su valentía y sentido del deber:
Para finales de verano de 1915, Hitler se había vuelto indispensable en el cuartel general del regimiento. Las líneas telefónicas de los batallones y compañías eran cortadas a menudo por la artillería, y los mensaje sólo podían enviarse por estafetas corredores. “Muy pronto supimos en qué mensajeros podíamos confiar más”, recordó el teniente Wiedemann. Sus compañeros mensajeros le admiraban tanto por su astucia —podía deslizarse hasta el frente como uno de los indios de sus lecturas infantiles— como por su coraje excepcional. Sin embargo, había algo en Hitler que perturbaba a los otros hombres. Era demasiado distinto, demasiado excesivo en su sentido del deber.
Fuente: John Toland: Adolf Hitler. Primera Parte. Origen. Juventud. Hombre. Político. Ascenso al poder, Madrid, Cosmos, 1977, p. 76.
Podríamos proseguir, pero nos detendremos aquí. Creo haber refutado, con esta renoticia, el artículo de la propagandista Anna Abella. A partir de ahora, aplicaremos de forma sistemática el mismo método, a saber, pasar el pseudo periodismo por la criba de la bibliografía científica, para pillar in fraganti a las presstitutes. De la hemeroteca a la biblioteca y viceversa: un recorrido muy sano para evitar que los fabricantes de fake news te puedan engañar. Abella ha sido la primera, pero no será la última.
Jaume Farrerons
Figueres, la Marca Hispànica, 28 de enero de 2020

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miércoles, 29 de enero de 2020

La decisión del siglo

Si anteayer parecía que la presentación del “Plan del Siglo” de Donald Trump era una farsa para correr el foco de atención de su impeachment, y del debate por la inmunidad o no para Netanyahu en su procesamiento por corrupción, hoy vemos que el acelerador es pisado hasta el final: no se trataría de un “Plan” sino de una decisión, a ser implementada de modo expeditivo y unilateral, con respaldo del mundo árabe, a expensas de una Autoridad Palestina a la que se le dice: tu intransigencia ya no es gratis.
Hoy se anunció en la Casa Blanca el “Plan del Siglo” de Trump para la paz entre Israel y los palestinos, llamado pomposamente “Paz para la Prosperidad”. Ahora se supieron algunos detalles más, como la “no división” de Jerusalem, pero que el Estado palestino también tendría su capital en Jerusalem, donde “orgullosamente” Trump, dijo “pondría su embajada”.
¿Cómo sería eso? Es que el muro, la Cerca Separadora en Jerusalem, no pasa por el límite municipal de la ciudad, sino por el medio de la parte oriental. Tres barrios: Kafr Aked, la parte oriental de Shoafat, y especialmente Abu Dis, que están dentro del límite municipal de Jerusalem, están, sin embargo, del otro lado de la Cerca Separadora. De ese modo, los palestinos recibirían esa parte de “Jerusalem”, mientras que Israel y los judíos en el mundo no sentirían que está dividiendo nuevamente la ciudad, especialmente porque la Ciudad Vieja quedará entera bajo soberanía israelí.
 Resumen actualizado de los puntos del plan:
1) Soberanía israelí sobre todos los asentamientos israelíes en Judea y Samaria, incluidos los aislados.
2) Anexión a Israel de hasta el 30% de Cisjordania.
3) Soberanía israelí total sobre el Valle del Jordán.
4) Jerusalén permanecerá bajo soberanía israelí, incluida la Ciudad Vieja.
5) Compensación territorial a los palestinos en Jalutza, en el límite con Egipto.
6) No “derecho al retorno“ de refugiados palestinos, salvo un número simbólico de ellos.
7) Creación de un Estado palestino con capital en Abu Dis (barrio árabe de Jerusalem Oriental, pero del otro lado del muro), en el 70% restante de Cisjordania y en los territorios en compensación (punto 5). Ello sería 4 años después de iniciado el proceso, pero sólo si cumplen a rajatablas con el punto 8.
8) Reconocimiento palestino de: * Israel como Estado del pueblo judío. * Jerusalén, capital exclusiva de Israel. * Desmilitarización de Franja de Gaza. * Desarme del Hamás.
9) El Estado palestino estaría desmilitarizado, Israel continuaría siendo responsable de la seguridad, del espacio aéreo y de las fronteras.
Hasta acá todo bien y suena excelente, incluso por primera vez desde el Plan Olmert de 2008, se presenta el mapa de lo que serían, por fin desde la creación de Israel, las fronteras definitivas.
Entonces, ¿cuál es el problema? Los planes de paz tienen dos niveles: lo que proponen, y el principio de su implementación. En los Acuerdos de Oslo, el principio era el gradualismo; en la Hoja de Ruta, la reciprocidad. En el Plan del Siglo de Trump es la implementación expeditiva y unilateral.  
En efecto, este anuncio no se está presentando ni percibiendo como un “Plan del Siglo”, una propuesta, sino como una “Decisión del Siglo”, un anuncio de lo que se hará, en lugar de ser una pregunta a los palestinos a ver si les gusta el plan o si seguimos negociando. Si les gusta bien, tendrán su Estado en cuatro años. Y si no, también, y que les vaya bien.
Netanyahu, incluso, ha anunciado que ya este domingo, en la reunión de gabinete, elevará a votación la anexión expeditiva del Valle del Jordán, y que era sólo el comienzo. Y en pasillos gubernamentales han comenzado a fantasear con creativos planes de ingeniería de Estado: ¿por qué no entregarles en compensación por la anexión de los asentamientos, en lugar de los arenales de Jalutza en el límite con Egipto, el Triángulo del Valle de Ara, lindante con Cisjordania por el norte, poblado por alrededor de 150.000 árabes israelíes?
Los países árabes, salvo Jordania, están aceptando el Plan, como un mensaje a los palestinos de que tienen que aceptar lo que se les da, porque el mundo árabe tiene problemas más graves que seguir preocupándose por ellos, y los están abandonando. Sus problemas tienen un nombre: Irán.
Los palestinos, por su parte, se están organizando para protestar, y todavía no sabemos qué energía tienen para hacerlo, pero ya han habido manifestaciones y muchos posters de Trump y Bibi quemados en medio de gritos y amenazas ultranacionalistas y ultrarreligiosas islámicas radicales. 
¿En cuatro años no habrá un Hamás armado hasta los dientes, reconocerán a Israel como Estado cuna nacional del pueblo judío y se creará entonces un Estado palestino sin Jerusalén, sin derecho al retorno de los refugiados, y acantonado dentro de Israel? Cuánto lo dudo. 
Pero qué sabe uno, quizás funcione. En el Medio Oriente, tan proclive a eternizar conflictos, a veces una fuerza que viene de afuera a patear el avispero ayuda a las partes en pugna trabadas en sí mismas, a salir del pantano, o conformarse con lo que impone el más fuerte. Quizás, después de haber rechazado todos los planes de paz sin proponer nada a cambio, los palestinos tengan que atenerse a esto que están recibiendo hoy por decisión imperial, y por traición de un mundo árabe que los mandó a una intransigencia suicida en primer lugar, allá por 1947.
Lo que sí digo es que, en el camino, quizás tengamos que pasar por una etapa de levantamiento, terrorismo y muertes, de un lado y del otro, que es lo que el “Plan de Paz” de Trump, queremos creer, quería evitar.
por MARCELO KISILEVSKI, Lic. en Comunicaciones, U. de Buenos Aires. Comunicador y Educador. Modiin, Israel.

lunes, 27 de enero de 2020

Declaraciones al «New York Times» de Francisco Franco (26 de enero de 1952)

26 de enero de 1952

- ¿Cuál sería el mejor modo de asegurar en todos los órdenes una colaboración fructífera entre España y los Estados Unidos?
«Con un conocimiento más íntimo entre nuestros dos pueblos. Cuantas veces se ha establecido relación entre americanos y españoles se han creado lazos de amistad y aprecio, lo mismo cuando se ha tratado de hombres interesados en el comercio que cuando se han puesto en relación personajes científicos, técnicos o militares. Lo mismo ocurre con cuantos españoles visitan Norteamérica o con los americanos que recorren nuestra Nación.
Con ese conocimiento, la mejor base para la amistad y colaboración es la mutua tolerancia, sin inmiscuirse en lo que es privativo de cada nación. La gracia del mundo reside precisamente en las diferencias y particularidades de las naciones que lo componen.»
- En lo que respecta a ayuda económica y militar por parte de los Estados Unidos, ¿cuáles son las necesidades de España? ¿Qué ofrecería España como contrapartida?
«Hoy todas las naciones necesitan vivir en un régimen de relación y mutua dependencia. Sus ayudas se basan en el concierto de sus intereses correlativos y de aquellos servicios que puedan mutuamente prestarse, muy distintos en tiempos de paz a cuando se espera una conflagración.
Las necesidades de España están en este orden de intima relación con la inminencia de los peligros que en el horizonte se levanten, ya que para enfrentarse victoriosamente con ellos, aparte del fortalecimiento espiritual, se necesita el económico y el militar. España con sus propios recursos viene haciendo en este camino cuanto en su mano está, y lo que en este orden se le ayude sirve de interés general del Occidente y al de la propia nación americana comprometida en su defensa, en cuya estrategia ha de ser capital la zona en que España está enclavada.
De la amistad y colaboración entre los pueblos se obtienen frutos no sólo para la hora presente, sino también para el futuro. En política exterior los pueblos no pueden vivir al día, pues se verían arrastrados por los acontecimientos. que se construye hoy prepara el futuro y si la colaboración de España con los Estados Unidos en esta hora de peligro para el Occidente puede ser preciosa, tiene también para Norteamérica un valor inestimable para el porvenir. No se trata de una operación comercial, sino de más altos valores que no podríamos cifrar en dólares.»
- ¿Cuál es la postura española en relación a la conclusión de un acuerdo que, conforme con las inspiraciones filosóficas del «American Mutual Security ACT» y de la «Enmienda Benton», respete los principios de «un aumento gradual de la iniciativa privada en el desarrollo de la riqueza de países extranjeros», la condenación de los «cartels y monopolios» y que preste también el desarrollo e incremento, siempre que sea posible, de los Sindicatos libres» ?
«No creo que los enunciados del «American Mutual Security ACT» ni el espíritu de la «Enmienda Benton» puedan, en ningún caso, afectar a las relaciones y colaboración entre nuestros países, ya que la política general de nuestra Nación viene precisamente sirviendo al espíritu de esa mutua seguridad que se persigue. Y aunque se trata de cosa propia y privativa de nuestra Nación, podemos decir que la iniciativa privada tiene en nuestro país un campo amplísimo para desarrollarse, y en orden a los «cartels y monopolios», es precisamente el Estado el que lucha aquí con el espíritu de monopolio que algunos sectores de la producción pretenden de hecho mantener. En su interior cada nación es un complejo difícil de comprender para los que en ella no viven; pero, por parecidos caminos, todas las políticas buscan el bien común, un mayor bienestar de los administrados y la máxima libertad compatible con el orden.»
- ¿Cuál sería la postura de España en caso de agresión soviética a las potencias de la NATO, Alemania occidental, Grecia, Turquía, Finlandia y Suecia?
«Aunque España siente como el que más los peligros de la hora presente y no se hurta a las obligaciones morales que como país europeo le corresponde, no puede considerar esas preguntas por no encontrarse entre las naciones de la NATO ni tener compromiso alguno con las enumeradas, excepción hecha del contraído con Portugal respecto al área peninsular.»
- Aparte del proyectado con los Estados Unidos, ¿estaría dispuesta España a firmar un pacto bilateral con cualquier otro país?
«Sí así conviniese al interés general y al particular de España, estoy convencido de que tanto mi Gobierno como las Cortes Españolas estarían dispuestos a considerar con la mejor voluntad cuanto en este orden se construyese.»
 - ¿Está España realizando gestiones diplomáticas en relación con Gibraltar cerca de la Gran Bretaña? ¿Cuál es lo postura española en este respecto?
«La reivindicación española sobre esa Plaza está tan viva en el espíritu de toda la Nación que no necesita plantearla nuevamente: está planteada hace
dos siglos, prometida solemnemente su devolución repetidas veces y reivindicada en los momentos en que de ella se habla. Si un día podía incluso justificar una guerra, hoy ha perdido su valor militar, y no digamos en el correr de los años. En el futuro podrá ser una de las grandes equivocaciones de la Gran Bretaña. España ha dicho en este orden cuanto podía decir. Su postura es esperar, ya que el tiempo no trabaja contra ella.»
- ¿Cuál es la opinión del Generalísimo, en su calidad de Jefe militar, en relación al potencial de Occidente frente al del bloque soviético?
«Si las naciones del Occidente se movilizasen les sobraría potencial frente al de aquel bloque, aunque de lo que carecen es del espíritu que requieren las grandes empresas. Por eso en este orden urge el afirmar la decisión y levantar el espíritu.»
- ¿Recibiría España gustosa la visita de jefes sindicales norteamericanos con el fin de que pudiesen ver a los obreros españoles en sus hogares y fábricas?
«Lo mismo los Sindicatos españoles que los trabajadores en ellos encuadrados recibirían con gusto a representantes de los Sindicatos obreros norteamericanos, pues creen que, lo mismo que a ellos les interesa la marcha del progreso social en otros países, deberá interesarles a los americanos la marcha de lo social en nuestra Nación y el progreso que en ello han alcanzado nuestros trabajadores; pues aunque para el progreso social se necesita de un paralelo progreso económico que lo haga posible, y la crisis sufrida por nuestra Nación ha limitado la eficacia de mucho de lo proyectado, lo cierto es que la legislación social española y el progreso en este orden son evidentes.
En esta materia hay que separar lo verdaderamente social de lo político, ya que lo primero es lo que interesa a las clases productoras; lo político suele gustar más a los dirigentes que a los administrados.»
- Ya que dice que España ha invitado a los refugiados políticos del Marruecos español a volver a su Zona, ¿prevé España la posibilidad de invitar a los emigrados políticos que antes residían en la Península a volver a la misma?
«Las contadas personas del Marruecos español que viviendo fuera de la Zona a ella han vuelto, lo han hecho a solicitud propia, y se trata de casos singulares de escasa trascendencia. Respecto al territorio propiamente español, España mantiene las fronteras abiertas en forma generosa a cuantos deseen reintegrarse a sus hogares, siempre que no sean responsables de crímenes u otros graves delitos durante la insurrección roja. Muchísimos son los que se han acogido a la generosidad de las disposiciones vigentes en esta materia, e incluso a alguno a quien alcanzaba grave responsabilidad criminal se le permitió, con arreglo a dichas disposiciones, volver al exilio.»    
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viernes, 24 de enero de 2020

Ayuso y Monasterio acuerdan que los alumnos madrileños estudien la cultura judía en España



La presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, y la portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, han acordado impulsar la modificación de un decreto para que los alumnos madrileños de Secundaria amplíen sus estudios relacionados con el pueblo judío a partir del curso 2020-21. Así lo ha avanzado la líder del PP durante su intervención en el homenaje a las víctimas del Holocausto que se celebró en la Asamblea regional. La medida afectará a los estudiantes de segundo, tercero y cuarto de la ESO, ampliando el temario de Geografía e Historia.
En concreto, según un portavoz de la consejería de Educación, se introducirán los siguientes contenidos: El pueblo judío: origen y características; La presencia de los judíos en la península ibérica, su religión, su importancia social y su legado hasta los Reyes Católicos; Los judíos en la Edad Moderna; Los judíos en la época de los Reyes Católicos; La expulsión de los judíos de la Península Ibérica y sus consecuencias; El legado judío: su influencia en la literatura, la economía, la ciencia y las distintas manifestaciones artísticas’; y ‘Situación y evolución del pueblo judío a partir del Holocausto’.
Díaz Ayuso y Roçio Monasterio siempre se han declarado “amigas de Israel”, país al que definen como “gran democracia de Oriente Medio”.

jueves, 23 de enero de 2020

Libertad, moral y autoridad en el liberalismo

Recientemente hemos asistido a una polémica en torno a la cuestión del llamado «pin parental», una pugna dentro del ámbito educativo entre izquierdas y derechas sobre la responsabilidad moral y en la forja de valores en los más jóvenes. Nosotros, Hipérbola Janus, nos negamos a tomar partido en cualquier disputa en el terreno partitocrático, pues nuestro caballo de batalla está en el ámbito de las ideas y en la necesidad de combatir aquellas formas de ideologías modernas que han redundado en visiones erradas y antitradicionales, tanto del hombre, a nivel más antropológico, como de aquellas estructuras de gobierno y de poder que caracterizan a nuestros sistemas políticos actuales bajo las democracias liberales. No obstante, no creemos sorprender a nuestros lectores cuando afirmemos que nos oponemos radicalmente a cualquier forma de perversión e ingeniería social que pueda utilizarse con pretendidos fines didácticos. Del mismo modo, también nos oponemos a cualquier forma de egoísmo y relativismo moral de impronta liberal que implique la claudicación en el terreno moral o espiritual para preservar pretendidos «derechos individuales». 

En primer lugar deberíamos atender a las propias contradicciones que emanan de la formulación del estado liberal, en relación a una pretendida neutralidad y vaciamiento de todo contenido ideológico en el terreno moral, religioso o filosófico, de tal manera que sea la libertad de cada individuo la que imponga, en su particular visión, sus propios puntos de referencia en esos ámbitos. De este modo, el Estado debe permanecer en una situación de equidistancia en relación a esa esfera privada que representan las opiniones particulares y, en teoría, no debe decidir sobre qué modos de vida son preferibles o cuáles son mejores en una clara separación entre aquello que forma parte de la esfera privada respecto a aquella pública. Es la fórmula ideada por el liberalismo político en el contexto de la Modernidad, bajo unos poderes públicos y estatales regidos por el principio de absoluta neutralidad, en base a los pretendidos principios de la objetividad científica y el método racionalista, desde la frialdad y desapasionamiento de las consideraciones puramente técnicas. De este modo la consecuencia no es otra que la reducción de cualquier problema político, social o de los valores a la aplicación de diferentes metodologías y técnicas, como si los comportamientos humanos se pudieran reducir a problemas matemáticos o estuvieran desligados de la propia experiencia histórica, la trayectoria vital de los pueblos o sus dinámicas espirituales y tradicionales. 

De este modo, el liberalismo es ajeno a la concepción tradicional y orgánica que liga a los miembros de la comunidad a un pasado común, y a unas tradiciones y cosmovisión del mundo concretos. Más allá de cualquier vínculo de esta naturaleza, el liberalismo encuentra su eje de vertebración en la idea de mercado y negociación llevada a todas las esferas de la vida social, lo cual supone que todos los acuerdos comunes serán fruto del contractualismo, de los acuerdos «libremente» alcanzados por las partes implicadas, que hoy se llamarían «agentes sociales». E incluso estas consideraciones son llevadas al extremo de confiar al mercado, ese ente casi divino para los liberales, las funciones de gestión y autorregulación de la sociedad liberal a través de los propios mecanismos impersonales que lo rigen. En la vertiente del liberalismo político tenemos aquello que se concibe bajo la denominación de «Estado de derecho», el pretendido imperio de la ley al cual se someten todos los particulares que forman parte de la sociedad, incluyendo instituciones y al propio Estado, que en teoría debe permanecer en la más absoluta neutralidad y actuar en conformidad al aparato legal previamente establecido. En este sentido estamos bajo aquel principio que vemos repetido hasta la saciedad en innumerables tertulias políticas, en debates a través de las redes sociales y otros tantos contextos bajo la sentencia «tu libertad termina donde empieza la mía». Aquí reside, de hecho, parte del conflicto a partir del cual se genera el dilema de la defensa de una pretendida libertad que está compartimentada en millones de «pequeñas libertades individuales» que se limitan entre sí en virtud de las posturas particulares que cada una de éstas pueda sostener. Se trata de una forma de privatización de las fuentes de la moral, la filosofía o la religión, que son replegadas sobre la esfera privada, mientras que aquella pública es, de alguna manera, objeto de «purificación» para que ninguna de esas posturas particulares sea hegemónica. Esta es la base del llamado «pluralismo», en el cual todas las posturas son válidas e igualmente legítimas, ninguna vale más que otra. En el contexto de una sociedad como aquella liberal, orientada hacia la economía y la impersonalidad del mercado, es la mejor forma de evitar la lógica racionalista y supuestamente objetiva que la regula. 

Lo que hemos expuesto hasta el momento sería parte de la teoría clásica del Estado liberal, que dentro de la polémica que planteábamos de inicio nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Realmente el Estado liberal es en la práctica objetivo? Está claro que no, y que toda forma de civilización se articula social, religiosa o espiritualmente en torno a la afirmación de una serie de valores y principios compartidos, que son los que nutren su visión del mundo, idea en la que no nos cansaremos de insistir. En el caso del liberalismo también práctica una forma de «moral», aunque ésta se encuentre en las antípodas de aquella que práctica el antiliberalismo o el tradicionalismo. 

El liberalismo es ajeno a cualquier principio tradicional, y el eje de esos valores que dice compartir giran en torno a la libertad, entendida ésta en su esencia como la elección particular sin que realmente esté dotada de un contenido o referencia esencial que la guíe. Y aquí está la contradicción precisamente, en tomar la idea de la libertad sobre la base de un desierto normativo, donde realmente todas las opiniones son equivalentes y ninguna vale más que otra. Y es que en la vida real, en la concreción de los hechos, no se puede prescindir de unos valores que guíen un concepto de libertad.

Otra de las contradicciones reside en otro de los ejes del pensamiento liberal, que no es otro que la ideología del progreso, y esa creencia en una mejora continua e ilimitada de los aspectos de la vida material. Esta idea implica una cualificación de los hechos propios de la existencia, tanto aquellos del pasado como los del presente o del futuro. Al mismo tiempo, ésta cualificación de los hechos debe ser necesariamente moral, y pese a situar el progreso en un contexto de «necesidades históricas objetivas» es inevitable plantear un dilema en términos morales sobre las consecuencias de la propia modernidad progresista. 

En este contexto también existe otro debate, que es aquel que se plantea en torno a lo justo y al bien. Se trata de un debate filosófico de profundo calado sobre la dicotomía o antítesis entre morales deónticas kantianas y aquellas teológicas aristotélicas. En el caso de las morales aristotélicas hablamos de una ética de la virtud fundamentada en el bien como elemento prioritario y con una finalidad específica. En el caso de aquellas kantianas, que constituyen uno de los fundamentos de la modernidad en términos morales, supone colocar lo justo por encima del bien. Si bien lo justo es lo ideal, el bien forma parte de los deseos de las personas en la medida que sus actos y anhelos se adapten a las exigencias de la obligación moral: el bien será el objeto del deseo justo. Por otro lado, si el bien es fundamental, lo justo será aquello que hay que hacer para alcanzar el bien, de tal modo que ambos conceptos se ven retroalimentados: el bien es aquello que es justo, mientras que lo justo es aquello que está bien. La moral kantiana arruinará por completo esta relación apuntada por la teología aristotélica para conformarse con lo justo, y deduciendo a partir de éste, que una sociedad puede vivir conforme a unos principios de justicia que no entrañen ninguna concepción particular del bien, ni sobre su sustancia particular. De forma que plantea una ley moral puede imponerse a los sujetos individuales incondicionalmente, y al margen de sus deseos, hasta el punto de determinar el bien, y no al revés. A partir de este momento la validez moral de un argumento no tiene por qué coincidir con su legitimidad política, de tal modo que se establece una separación entre el bien y lo justo en el ámbito de lo público. La justicia y lo justo no atiende a ninguna concepción del bien, a una ética del honor, sino a la racionalidad y a los intereses individuales. 

El mismo carácter subjetivo y particular que entraña el concepto de libertad en el liberalismo, lo encontramos plasmado en la ideología de los derechos humanos, que son de un carácter inalienable y que también tienen un fundamento esencialmente moral. No obstante, éstos, al ser planteados como universalmente válidos, también asumen una apariencia de «neutralidad» en la medida que son construidos al margen de toda concepción particular del bien. De tal manera se pretende construir un principio de justicia universalmente válido y aplicable desde una supuesta neutralidad para invadir el ámbito de lo público y plantear una moral pública de aquello que «debe ser». Así, toda sociedad demoliberal debe adaptar al cuerpo jurídico que la vertebra la ideología de los derechos humanos. A partir de este principio las voluntades y comportamientos individuales deben adaptarse a los contenidos de esta ideología, que en los últimos decenios especialmente han visto aflorar multitud de reivindicaciones paradójicamente particulares, que ligadas a los movimientos contraculturales del 68 han desembocado en un buen número de pseudoideologías que pretenden erigirse como guardianes de la moral y la ortodoxia derecho-humanista en todo el orbe de la llamada cultura occidental. 

En este contexto la ideología derecho-humanista y sus derivaciones han acaparado todo el espectro ético-moral y existencial en nuestro mundo de hoy. Nadie puede ser considerado una persona de bien, moralmente sana y socialmente adaptada en la medida que no acepte en su integridad esta suerte de derecho-humanismo de cuño liberal y occidental. Es imposible «ser persona» si no transiges con los postulados unívocos de las ideologías de género, sostenidos como parte de una moral social derecho-humanista, con un carácter autoritario frente al cual no caben matices de ningún tipo. Se trata de un «bien universal» que, como decíamos anteriormente, trasciende las opiniones particulares y el derecho de cada cual. En la propia Declaración de los Derechos Humanos de 1948, como en la de 1789 y en todas los restantes textos legales de matriz liberal encontramos los mismos conceptos que hemos desarrollado respecto a la libertad kantiana sin reglas, una concepción negativa. Existe un sentido nihilista y autodestructivo en la lógica derecho-humanista que vemos en nuestros días, a través del propio proceso descendente de la Posmodernidad, así como los mencionados procesos disolutivos impulsados por la contracultura sesentayochista, que son los que nos llevan a una exasperación de unos «nuevos derechos» que vienen relacionados directamente con las llamadas «identidades particulares». Retomando los textos legales en los que se funda el derecho-humanismo liberal, aquellos de 1789 y 1948, hay un principio decisivo que es la fundación de toda autoridad en el sufragio, sin que haya otras fuentes a partir de las cuales se pueda edificar otra forma de autoridad que no sea aquella que comprende la voluntad humana. Este es uno de los grandes problemas que genera en torno a la libertad y la autoridad en los regímenes burgueses, de modo que se pone en duda todo aquello que no esté sancionado por el sufragio: la autoridad de los padres sobre los hijos, en la familia o en el ámbito educativo. Se trata de un proceso de demolición de las autoridades naturales, que se ven sistemáticamente negadas por la lógica del liberalismo, desde la moral kantiana, pasando por los textos legales y constitucionales del liberalismo hasta llegar a la Posmodernidad con sus destructivas pseudoideologías deshumanizadoras

Ahora es el momento de volver al inicio para concluir este artículo, y reafirmarnos en nuestra radical oposición hacia cualquier ingeniería social que pervierta la infancia a cualquier nivel dentro del ámbito educativo, pero al mismo tiempo también nuestro rechazo a la integridad del sistema liberal, a sus falsas libertades y la negación del papel de la Tradición, de los derechos naturales y los Absolutos que deben articular cualquier comunidad humana bien pertrechada y sanamente constituida en principios sagrados e incontestables. La Libertad, la Verdad o la Autoridad no son principios que puedan someterse al relativismo moral o intelectual de los particulares, como promueve la doctrina liberal a través de sus asertos ideológicos. En este terreno debemos apelar a la radicalidad de los principios en su sentido etimológico, de tal modo que en la batalla de las ideas hay que reivindicar principios Absolutos, radicales e irrenunciables, proponiendo un modelo antropológico y de civilización, una auténtica Cosmovisión que debe superar las componendas propias de la democracia liberal.

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