miércoles, 9 de agosto de 2023

Timos demoscópicos - Juan Manuel de Prada

 


Cada vez son más numerosas las gentes que proclaman sin rebozo que han dejado de leer periódicos y, en general, de nutrirse con la información que les proporcionan los medios de comunicación de masas, que consideran tergiversada. Indudablemente, en esta proclamación orgullosa hay un componente de cerrilismo, de solipsismo, de suspicacia enfermiza y engreimiento fatuo. Pero pecaríamos de lo mismo si concluyéramos que esas personas son todas unas majaderas. Pues, en efecto, los medios de comunicación han ingresado en un túnel muy oscuro del que no sé si sabrán salir (no podrán hacerlo, desde luego, sin una purificación muy dolorosa), en parte por culpa de su creciente precariedad económica, que poco a poco los convierte en lacayos de tal o cual negociado ideológico y los obliga a dar por buenas (porque carecen de medios para comprobar su veracidad) noticias burdamente sesgadas, intoxicaciones groseras, bulos despepitados y -lo que resulta más peligroso- 'versiones oficiales' sistémicas, como las que nos tragamos durante la plaga coronavírica (disfrazadas con un barniz cientifista) o nos estamos tragando ahora con la guerra de Ucrania.


Inevitablemente, la gente que no ha perdido por completo la nefasta manía de pensar acaba desarrollando desafección y hasta repugnancia hacia los medios de comunicación que divulgan estas 'versiones oficiales' falaces y las defienden con ardor de jenízaros. También contribuye extraordinariamente al desprestigio de la prensa el constante apedreo con encuestas demoscópicas que tratan de vaticinar los resultados electorales (y que, por supuesto, suelen fallar en su vaticinio de forma estrepitosa). A nadie que no sea completamente memo se le escapa que las encuestas demoscópicas se 'elaboran' o 'fabrican' para inducir el voto; o, dicho más finamente, para 'encauzarlo' según las preferencias de cada negociado ideológico en liza. Los 'demóscopos' se han convertido así en los asesores más cotizados de dichos negociados, que sólo anhelan poder guiar al 'rebaño desconcertado' hasta su redil. Resultaría muy interesante hacer una historia de la decadencia política, desde aquellos remotos tiempos en que los asesores de los gobernantes eran, sobre todo, consejeros espirituales, al estilo del cardenal Cisneros, hasta esta degradada época nuestra, en la que los principales asesores son estos 'demóscopos' charlatanes, que tratan de moldear la opinión pública creando artificiosamente 'marcos interpretativos' de la realidad que presentan como verdades científicas. Todos hemos visto a estos nuevos gurúes soltando su alfalfa desde las grandes tribunas mediáticas, que misteriosamente no advierten que, al ponerse a su servicio, comprometen su prestigio cada vez más exiguo. Pues tales encuestas demoscópicas (que ahora, en el colmo del desvarío, se hacen diariamente, para que se puedan observar en detalle -«¡en tiempo real, oiga!»- las fluctuaciones de la opinión pública) son instrumentos sibilinos de biopolítica, concebidos para la manipulación consciente de los hábitos y opiniones de la masa, según los intereses de los negociados ideológicos en liza, que desean moldear nuestras mentes, formar nuestros gustos y sugerir nuestras ideas, en un proceso de colonización de nuestro mundo psíquico. Que los medios de comunicación se hayan convertido en propagadores estólidos de toda esta morralla resulta, en verdad, sobrecogedor.


Pero, más allá de otras consideraciones, las encuestas demoscópicas son siempre un timo. Pues, más allá de que los encuestados puedan engañar al encuestador, se fundamentan sobre un presupuesto antropológico radicalmente falso, según el cual las opiniones de una persona representan a otras cien mil (o a mil o a cien o a diez, la cantidad es lo de menos). Lo cual, aparte de un error, es una blasfemia, pues la divina labor creadora -a diferencia de la humana- no admite la producción en cadena: todos los seres humanos son diversos e intransferibles, nadie tiene los mismos gustos y preferencias que otro, ni piensa las mismas cosas, ni le preocupan idénticos asuntos. Sabemos bien que la sociedad de masas pretende abolir la naturaleza humana, creando personas gregarias, repetidas y unidimensionales; y sabemos también que existen herramientas cada vez más sofisticadas para tratar de apagar la llama divina que alumbra y distingue a cada persona, para convertir la humanidad en un monótono campo de alfalfa. Uno de esos instrumentos son las encuestas demoscópicas. Si la misión del periodismo es alumbrar el misterio humano, deberíamos empezar por dejar de publicar bazofias que sólo pretenden reducir ese misterio inaprensible a estadística barata.

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