martes, 5 de mayo de 2020

España, un país de imbéciles que han sobrevalorado a sus políticos y los han tratado como héroes

La crisis del coronavirus, pésimamente gestionada por el gobierno español, ha puesto de relieve ante el mundo la baja calidad del liderazgo español, minado por la corrupción y el abuso de poder. Haber llenado el país de infectados y muertos por negligencia del gobierno y haber precipitado al país en una crisis económica que conduce a la quiebra y al rescate han servido no sólo para hundir la nación en la tristeza, la desesperación, la impotencia y en la peor crisis de su economía en muchas décadas, sino también para que los españoles y el resto del mundo constaten hasta que punto se ha deteriorado la política y el liderazgo en España, pobre víctima de sus políticos. 

Los españoles nos hemos equivocado fatalmente. Hemos entregado a nuestros políticos todo el poder que reclamaron, todo el dinero que quisieron y privilegios desmesurados, tratándolos como héroes, cuando sólo eran torpes verdugos que pusieron todo su empeño en destruir la nación. La imbecilidad de los españoles ha sido prodigiosa, hasta el punto de que nos avergonzará como pueblo por muchas décadas, cuando analicemos con frialdad los estragos que los políticos han causado a España. 


Les hemos permitido todo tipo de abusos y arbitrariedades y ahora ellos, tanto los políticos de la izquierda como los de la derecha, acostumbrados a ser impunes y a disfrutar de privilegios y ventajas que les convierten en semidioses, se niegan a regenerarse y a introducir en sus vidas la austeridad, los deberes y las servidumbres que son comunes en las democracias avanzadas del mundo. 

Los españoles no han sabido ejercer como ciudadanos en democracia, cuyo principal deber es vigilar y controlar a sus gobiernos para evitar que se conviertan en tiranías destructivas. 

El reciente "chantaje" de Pedro Sánchez a España, afirmando que no hay "plan B" y que si no le aprueban otro periodo de "Estado de Alarma" peligran las ayudas públicas, es una prueba palpable y repugnante de esa clase política endiosada que se ha vuelto el mayor riesgo para España y sus ciudadanos. 

Han llenado el país de corrupción, han cobrado comisiones por contratos públicos, subvenciones, suministros y obras, han llenado España de infectados y de cadáveres gestionando pésimamente la crisis del coronavirus, han cobrado impuestos confiscatorios e inconstitucionales, como los de Patrimonio, Sucesiones y Donaciones, han pactado con partidos que odian a España y que en lugar de disfrutar de poder y privilegios merecen la ilegalización, han hecho pedazos el principio constitucional de la igualdad, beneficiando a unas regiones sobre otras, han castigado a las autonomías gobernadas por la oposición, han politizado la Justicia, han aplicado la ley con parcialidad y sin que sea igual para todos, han aplastado al varón en las leyes de género, rompiendo el principio constitucional de la igualdad, han financiado generosamente a las asociaciones, ONGs y grupos sometidas a la izquierda y han marginado a las independientes o influidas por las derechas, han comprado votos y votantes con el dinero público, han financiado con generosidad extrema a los medios de comunicación que se sometieron al gobierno y asumieron el papel de blanquear sus miserias y ocultar sus maldades, han desmantelado la democracia y han llenado el país de mentiras y engaños, creando en la población un estado de confusión y desinformación sin precedentes. 

Han convertido las redes sociales en el escenario de una batalla a cuchilladas donde las derechas y las izquierdas se enfrentan con la misma saña y odio que en vísperas de la Guerra Civil de 1936. 

Los políticos españoles han adquirido vicios que en cualquier otro país democrático serían insoportables, como el de jamás rendir cuanta al ciudadano y a la sociedad de sus actos y decisiones. Han financiado generosamente a los partidos políticos, se han autosubido los sueldos, se han atiborrado de privilegios, dietas, pensiones de lujo, coches oficiales, asesores, chiringuitos y muchos otros adornos y servicios exclusivos, todos ellos de alto coste y pagados con el dinero de los impuestos. 

Han alentado el independentismo, han cerrado los ojos ante el delito, cuando el delincuente era aliado o amigo, han corrompido o comprado a muchos profesionales, han silenciado a miles de críticos, a los que han hecho la vida imposible, han manejado listas negras, han violado la Constitución y las leyes amparados en su impunidad y se han comportado de manera que el mundo entero considera a España como un país corrompido y devaluado, poblado por vagos y despilfarradores, a pesar de que el pueblo español ha permanecido ajeno y lejos de la obscena orgía de poder y abusos protagonizada por su clase política. 

Los políticos españoles jamás dimiten y no dimiten porque nada les obliga a hacerlo. Han perdido el miedo al pueblo y a las leyes porque el dominio que ellos ejercen está blindado y es intocable. Al no temer ni al pueblo ni a las leyes, se han convertido el despreciables tiranos. No son una clase política cualquiera sino la casta política más privilegiada de Europa y la que reúne más poderes y privilegios, sin ningún riesgo a cambio. 

Manipulan las elecciones y en las últimas citas las sospechas se han disparado, hasta el punto de que hay millones de españoles que consideran que hubo fraude electoral. 

Manipulan la información, utilizan las encuestas como martillos contra la oposición, mienten, engañan y toman decisiones caprichosas y ajenas al bien común. Sus partidos políticos han acumulado tantos delitos que se asemejan a asociaciones de malhechores y sólo son superados por la banda terrorista ETA en la gravedad y el número de sus fechorías. 

Incumplen la Constitución convirtiendo a los partidos políticos, que están obligados a ser democráticos, en agrupaciones autoritarias verticales sin un ápice de democracia interna. 

Pero quizás el peor de los delitos contra la democracia y el pueblo ha sido y es anteponer siempre los propios intereses al bien común y al interés general, una forma de gobernar y de dominar que ha convertido a los políticos y a sus partidos en los peores enemigos de España y de su pueblo. 

Pero nada de esto es tenido en cuenta a la hora de votar. Ellos merecen castigos, pero la gente les da votos, sobre todo porque una de sus vilezas mas conseguidas ha sido dividir la sociedad en bandos irreconciliables y sembrar el odio entre españoles, lo que convierte las citas electorales en confrontaciones entre derechas e izquierdas, entre los "míos" y los "tuyos", toda una desgracia que refleja la podredumbre imperante en esta España hecha trizas por una de las peores y más miserables clases políticas del planeta. 

Francisco Rubiales 

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