lunes, 20 de abril de 2020

SLAGETER, EL PRIMER MITO DEL III REICH

Se le conoció como “el héroe del Rhur” y su nombre estuvo presente en calles, bibliotecas, acuartelamientos, unidades militares, escuelas e inspiró obras de teatro y novelas. Incluso se creó una condecoración con su nombre. Seguramente, después de la imagen de Hitler, la de Albert Leo Schlageter fue la más reproducida durante el III Reich. Es frecuente que los gobiernos promocionen mitos, pero nunca como en el caso de Schlageter el mito estuvo tan cerca de la realidad.

Las fuentes sobre Schlageter son muchas. En los últimos tiempos su figura sigue cautivando en la convicción de que a través suyo pasan buena parte del bagaje mítico del III Reich. Su nombre suele citarse también en todas las biografías de Heidegger y, por supuesto, en los libros consagrados a los Freikorps y a la prehistoria del NSDAP. No hubo sin duda durante la República de Weimar un hombre que fuera tan admirado como Schlageter al que incluso la izquierda homenajeó a través de Karl Radek representante en Alemania de la III Internacional (1). En este estudio pretendemos no solamente presentar una biografía completa de Schlageter a la luz de las últimas investigaciones sino también establecer lo que significó su culto en el seno del Reich y cuál fue su alcance en todos los ámbitos.


Los primeros años: la gran decepción

Hay pocos lugares en el mundo tan hermosos como Schönau im Schwarswald en el Bosque Negro que en 2010 apenas tenía 2.300 habitantes. Entre las mismas laderas verdes que hoy pueden visitarse nación Alberto Leo Schlageter el 12 de agosto de 1894. Era el sexo de una familia campesina que había tenido once hijos. En un opúsculo publicado en 1934 en honor de Schlageter, el nuevo régimen define así a quien fuera uno de sus primeros caídos: “El amor a los padres y hermanos y el amor a su patria caracterizaron toda su vida. Pero este amor no se limita a las verdes colinas del Bosque Negro, sino que abarca, desde el principio, todo el territorio alemán”.

Estudio en la Escuela de Friburgo Berthold y hubiera terminado siendo sacerdote católico de no ser porque el estallido de la Primera Guerra Mundial le retiró de las aulas con apenas 20 años. Al estallar el conflicto, los estudiantes de Friburgo se manifestaron por las calles y se alistaron en masa en el ejército como voluntarios. Schlageter fue destinado al 76º Regimiento de Artillería de Campaña. En el curso 1915/16 todavía se inscribió en la facultad de teología, pero el 7 de marzo 1915 se traslada con su unidad al frente occidental, donde combatió durante toda la guerra de Flandes a los Vosgos. Participó en las batallas de Ypres (1915), del Somme (1916), de Verdún (1916) y en la segunda batalla de Ypres (1917). Herido de gravedad en dos ocasiones, fue condecorado con la Cruz de Hierro de Primera y de Segunda Clase. Lo menos que puede decirse a la vista de su historial es que cumplió con su deber.

Con 23 años, los combates del frente lo habían transformado en un líder nato. Quienes lo recuerdan de aquellos años destacan que siempre estaba de buen humor y los que estaban bajo sus órdenes lo recuerdan como un jefe enérgico y humano en quien podían confiar. Es famosa la anécdota que fue repetida hasta la saciedad en tiempo del III Reich, de que durante un descanso en los combates ofrecieron a Schlageter una cama mientras que sus subordinados tenían que dormir sobre la paja. Schlageter rechazó el lecho alegando que él dormía donde durmieran sus hombres. Sus superiores confiaban en él: era duro en el combate y pertenecía a la clase de esos jefes en los que se intuye que se puede confiar para misiones particularmente difíciles. 

Schlageter empieza a intuir las dimensiones de lo que estaba pasando desde el fracaso de la ofensiva alemana de 1918 cuando un buen día aparecen por su unidad un grupo de soldados provistos de brazaletes y banderas rojas. Le preguntan si en su unidad ya se ha formado un “consejo de soldados. Él responde que hablen con los oficiales superiores. En lugar de ello, los recién llegados se disponen a arengar a la unidad. Schlageter los expulsa a cajas destempladas. Poco después, cuando su unidad se retire a su país natal, volverá a tener enfrentamientos con los Consejos de Obreros y Soldados: cree percibir que quienes lo han formado son aquellos que han estado ausentes de los frentes de guerra durante cuatro años. No los ha visto en las trincheras codo a codo compartiendo el barro y el fuego. Son soldados que han pasado la guerra en la retaguardia o de baja quienes forman estas unidades. De esa época data su desprecio hacia el comunismo y hacia todo lo que ha traído consigo la República de Weimar.

Su madre hubiera querido verlo convertido en un teólogo, pero él, tras la experiencia bélica no estaba dispuesto a orientarse en esa dirección. Al terminar el conflicto, se matriculó en la Facultad de Ciencias Políticas y económicas en Friburgo, pero apenas logró resistir un curso el retorno a la vida civil y el asistir inactivo al desplome de su patria. Eran los tiempos (de noviembre de 1918 a marzo de 1921) de las insurrecciones bolcheviques en el interior de la República de Weimar, del despedazamiento de Alemania en el tratado de Versalles y de las ofensivas soviéticas en el Baltikum. Schlageter no podía permanecer aplicado solamente en sus estudios. 

Como muchos de su generación, el haber vivido cuatro años en primera línea le había supuesto un trauma existencial. El retorno a la patria había sido todavía más duro que las jornadas en el frente: el espectáculo de ver a sus compañeros de filas arrojados a las listas del paro, mendigando en las calles mientras quienes habían permanecido en la retaguardia especulando ocupaban los salones más lujosos, el haber vivido la camaradería del frente y asistir a un país atomizado en el que cada cual se preocupaba solamente por sí mismo, el presenciar cómo la clase política acomodaticia jugaba con la desgracia de los que habían dado los mejores años de su juventud por la patria, todo ello hizo que, Schlageter y tanto otros ex combatientes jóvenes como el, no pudieran acomodarse jamás a la vida civil.

Durante los meses en los que figuró como estudiante de Friburgo entendió que no podía renunciar al compromiso político. Por entonces su opción era tenue y justificada por su origen católico. Militó, pues, en asociaciones estudiantiles católicas (concretamente en la KDSt.V. Falkenstein Friburg) hasta que en 1919 se comprometió con las tropas voluntarias que surgidas espontáneamente en toda Alemania intentaban renacer la decadencia y la ruina de la patria.


Schlageter freikorps

En el mes de marzo de 1919, Schlageter se unió al Freikorps del capitán Walter Eberhard Freiherr von Medem y con él marchó hacia el Báltico como artillero retornando en diciembre de 1919 tras la retirada. En 1920 ingresó en la Brigada Leowenfeld compuesta con antiguos marinos, formada en torno a capitán Horts Peter Dorff. Con esta unidad participó en el golpe de Estado de Kapp y en la represión contra los miembros del Partido Comunista que se produjo tras la llamada “acción de marzo” en el Rhur. En mayo de 1920, la Brigada Leowenfeld fue obligada a disolverse y algunos de sus miembros (así como otros Freikorps) se desmovilizaron, pero se mantuvieron unidos formando “comunidades de trabajo” algunas de las cuales fueron empleadas por terratenientes prusianos o recibieron autorización para ser albergados en las instalaciones agrícolas, Schlageter vivió ocho meses de vida en el campo, trabajando como bracero hasta finales de enero de 1921. En ese momento se comprometió con el Freikorps Hauenstein que combatiría en Alta Silesia. 

En 1922 viviría un pequeño remanso de paz al emplearse en Berlín en unas oficinas de importación y exportación. Por entonces llevaba ocho años de guerra prácticamente continua. Podemos suponer lo que supone para un joven que tenía apenas 20 años cuando se inició la Primera Guerra Mundial el cumplir los 28 habiendo vivido ocho años de su vida con el riesgo constante de perecer. Puede entenderse que a gente que ha atravesado estas experiencias traumáticas y ha sobrevivido sea “esencia”, no le importen ni las grandes construcciones filosóficas o ideológicas, ni tengan lugar alguno para el ego o para los artificios, ni mucho menos asuman los remilgos de la lucha política: para ellos solamente existe la verdad o la mentira, lo justo y lo injusto, el bien y el mal, la patria y quienes la traicionan. Schlageter era un hombre culto, en absoluto un mercenario con los ojos inyectados en sangre tal como lo presentó luego la propaganda anglo-francesa, no es que despreciara la inteligencia y exaltara el primitivismo de la acción, no es que careciera de ideas, es que los ocho años de combate le habían enseñado que los impulsos del alma, los sentimientos profundos y la intuición le indicarían en la paz el camino a seguir de la misma forma que en la guerra habían contribuido a hacer de él un superviviente.



En agosto de 1922, los Freikorps Rossbach y Hauenstein entraron en contacto con un partido muniqués que en esos momentos estaba dando mucho que hablar y de cuyo líder hablaban los Freikorps como si se tratara de la gran esperanza para Alemania. En efecto, hasta ese momento, el NSDAP de Adolf Hitler solamente tenía presencia en Múnich y sería a través de estos dos Freikorps como se extendería al Norte de Alemania.

Albert Leo Schlageter ingresaría con su Freikorps en el NSDAP. En enero de 1923, en tanto que nacionalsocialista asistió al primer congreso del NSDAP celebrado en Múnich. Se ha dicho que jamás militó en esta organización. Es completamente falso. Schlageter murió como nacionalsocialista, con el carné del NSDAP en el bolsillo y con la svástica en la solapa.


La traición y la venganza

Con la excusa de un retraso en la entrega de mercancías en maderas, Francia y Bélgica deciden ocupar el 11 de enero de 1923 la mejor zona industrial de Alemania, el Ruhr. Se apoderó de Alemania una ola de indignación y de elemental furia nacionalista. Muchos freikorps y miembros del recientemente formado NDSAP (Schlageter ya se había afiliado el año anterior) fueron allí a resistir a la ocupación extranjera. 

En uno de los sabotajes realizados por Schlageter y su equipo en una vía férrea, se produce una delación y el responsable junto a varios miembros del grupo resulta detenido pocos días después. A los camaradas de Schlageter les costará poco identificar de dónde ha procedido la delación y actuarán en consecuencia. 

En 1923, Walter Kadow, el hombre que traicionó a Schlageter cae abatido por las balas de dos jóvenes que no habían tenido edad suficiente para participar en los combates de la Primera Guerra Mundial pero que sí estaban imbuidos por el espíritu de los freikorps. Ambos jóvenes ostentarían puestos de máxima responsabilidad en el III Reich: Martin Borman y Rudolf Höss.

Cuando en Nuremberg el tribunal preguntó a Höss si era él quien había ejecutado a Walter Kadow respondió sin sombra de duda: “Soy uno de los cuatro que golpeamos hasta la muerte a Kadow”. De hecho, ante el tribunal de Nuremberg, las respuestas de Höss solamente fueron sospechosas en lo relativo a su gestión al frente del campo de concentración de Auschwitz y, por supuesto, en el contenido de su “memoria” que, prácticamente fue redactada al dictado por los interrogadores soviéticos y norteamericanos. Pero cuando se le preguntó sobre la etapa de ascenso del NSDAP al poder las respuestas que dio coinciden con los datos objetivos que se poseía y que ya habían sido publicados bajo el III Reich. De hecho, tanto él como Martin Bormann fueron considerados héroes del nacionalsocialismo por esta ejecución y recibieron la Blutorden (la Orden de la Sangre) la máxima distinción para los que habían sufrido persecución, cárcel y heridas durante la fase de ascenso al poder

Preguntado Höss sobre por qué participó en el asesinato de Kudow lo explicó detalladamente: “Aquel hombre había formado parte del freikorps Rossbach, luego había robado cierta cantidad de dinero, organizó tráficos ilícitos y se le había separado del ambiente de la resistencia alemana. Luego, en mayo de 1923 reapareció en Meclemburgo para inducir a los alumnos de mi escuela a trabajar para los franceses. Se llamaba Walter Kadow. Era un maestro desocupado que tenía en torno a 20 años”.
Al ser preguntado por el tiempo que estuvo en prisión en relación a este asesinato, Höss dio también una versión que coincide con la que aportaron los archivos y los documentos objetivos de la época: “Fui condenado a diez años de trabajos forzados, pero fui puesto en libertad cinco años después”. El fiscal le preguntó por qué se le había penado con una condena tan leve cuando estaba acusado de delito de homicidio: “La corte no lo había considerado como un homicidio, por lo menos no como un simple homicidio. La muerte de aquel hombre había sido considerada como el resultado de una represalia. Todo ocurrió en un restaurante en el que íbamos a menudo a encontrarnos. Los otros tres camaradas fueron condenados a doce, diez y ocho años. Estuve en prisión en Brandeburgo, cerca de Berlín. Fui puesto en libertad en 1928 en virtud de la llamada “amnistía Hindenburg” por la cual fueron puestos en libertad todos los que eran comunistas o pertenecían a partidos de la derecha”.

  Así pues, se trató de un homicidio político y como tal fue considerado por el tribunal. El fiscal, llegado a este punto, le pidió que explicara las diferencias entre un homicidio y un homicidio político y Höss se explayó: “Existe una diferencia. Si se mata para robar a alguien es un homicidio simplemente, pero si se mata por razones política es un homicidio político”, en ese momento, cuando se disponía a proseguir, Höss fue de nuevo interrumpido por el fiscal: “¿Quiere usted decir que justifica el matar a sus enemigos políticos?” Y Höss respondió serenamente: “No, quiero decir que las emociones que llevan a estas cosas son diversas, la misma causa del homicidio es completamente diferente”. Sería fusilado pocas semanas después y su nombre –y su “memoria”- pasaría a la historia como el hombre que puso en marcha en complejo del holocausto en Auschwitz, mientras que apenas se le recordaría por el homicidio que efectivamente sí reconoció haber cometido en la persona de Walter Kadow.

Kadow, por su parte, había nacido en 1860, por razones de edad no participó en los combates de la guerra, pero posteriormente se sumó a las unidades irregulares de freikorps que combatieron al comunismo. Después de una vida gris, la mayor parte ejerciendo como maestro de escuela, trabó amistad con Albert Leo Schlageter. Al conocer que su amigo había sido el autor del atentado a la línea férrea Duisburgo-Dortmunt, lo denunció fríamente a las autoridades francesas a cambio de una recompensa que jamás ha sido posible cuantificar. Cuando los camaradas de Schlageter reconstruyeron los últimos días de su vida cayeron en la cuenta de que el lugar en el que fue detenido solamente podía haber sido conocido por Kadow. Citado en un bar por los cuatro juramentados, fue asesinado a golpes, según declararon, como corresponde a los perros y a los traidores.

Höss fue condenado a diez años de prisión de los que sólo cumplió cuatro y Bormann a uno. Éste último permaneció en prisión preventiva durante seis meses por este sumario que cumplió en el penal de Leipzig. Sin embargo, parece que Bormann no fue uno de los que participaron directamente en el crimen, sino que solamente se le acusó de encubrirlo recibiendo una condena de un año que cumplióEn el momento de ejecutar a Kadow ninguno de los miembros del comando vengador pertenecía al NSDAP, pero todos ellos eran simpatizantes. Bormann ingresó en el partido el 17 de febrero de 1927 con el carné 60.508 y Höss, si bien había ayudado a organizar el NSDAP en 1922 pero no ingresó en el partido hasta 1927 y en las SS en 1933 en la Totenkopfverband.

Los últimos días

Los abogados de Schlageter, los doctores Marx y Sengstock solicitaron una revisión del juicio antes de cumplirse el plazo establecido de 24 horas. Pero todas sus razones para la revisión serán rechazadas por el tribunal. Quedaba solamente pedir perdón y solicitar que se aplicara una pena de prisión en lugar de la condena a muerte. Pero Schlageter rechazó esa actitud y desautorizó a sus abogados: "Querido señor abogado, le agradezco a usted y al Doctor Marx por sus buenas intenciones no puedo permitir que adopten ese camino. No estoy acostumbrado a pedir misericordia".

Se sabe del comportamiento de Schlageter en los últimos días que pasó en prisión antes de su fusilamiento por las cartas que escribió a sus familiares y amigos, por el testimonio del capellán de la prisión y por el médico de la misma, doctor Sengstock Fassbender, los cuales mantuvieron largas conversaciones con él. Los datos aportados en la época en que sucedieron los acontecimientos son sorprendentemente coincidentes. Les hablaba de su familia, del destino de su patria, de la fe en el despertar de Alemania, de la guerra y de los combates de los freikorps en Curlandia y contra los bolcheviques, pero nunca, absolutamente nunca, de sí mismo. Schlageter era uno de esos individuos para los que parecía que el ego nunca había existido.

Cuatro horas antes de recibir cuatro balas francesas, el capellán de la prisión pudo recibir su confesión. Schlageter luego fumó un cigarrillo. Cuando le comunicaron la hora de la ejecución se limitó a pedir un papel y escribir una carta a sus hermanos y a sus padres. Los soldados franceses que le custodiaban en el interior de la misma celda se sentían violentados por el valor y la serenidad de Schlageter y porque albergaban la convicción de que no merecía ni ese destino ni la bajeza que le depararon sus ejecutores. Los soldados franceses fueron testigos y declararon posteriormente que el ánimo de Schlageter no decayó ni un solo momento. A todos les deseó un feliz reencuentro en el más allá. Esas cartas fueron reproducidas por la propaganda nacionalsocialista y lo muestran como un hombre poco dado a la melancolía y al desfallecimiento del espíritu. En cuanto a los comentarios que intercambió con los soldados franceses, estos no pudieron sino como considerarlo como un camarada que el azar había colado en frente, una valoración muy habitual entre los soldados del frente que habían conocido los desastres de la guerra: no conocían el odio, sino el deber. Schlageter supo transmitir a sus guardianes ese mismo estado de ánimo.

Fue custodiado al lugar de la ejecución por un convoy compuesto por un escuadrón de caballería y tres compañías de infantería, así como por varios vehículos. Todos se dirigieron a Golzheimer, el lugar de la ejecución. Parecía como si las autoridades francesas tuvieran miedo de que una súbita acción de los patriotas alemanes intentara liberarlo. 

Estuvieron presentes en la ejecución su compañera, un sacerdote y sus abogados. Sus últimas palabras fueron para ella: "¡Dale saludos a mis padres, hermanos y parientes, a mis amigos y a Alemania!". Luego caminó erguido y con pasos firmes hasta el paredón de ejecuciones.

“Una ráfaga rompió el silencio de la madrugada. Un corazón que amaba a su país y a su pueblo más que su propia vida, ha dejado de latir (…) Schlageter tenía tan sólo 28 años de edad. El oficial francés que mandó el pelotón de fusilamiento pareció sentir temor ante los restos mortales de aquel que había muerto como un verdadero héroe de su pueblo y bajó su sable”. El mismo médico militar francés presente en la ejecución y que testificó el fallecimiento del reo, el doctor Sengstock, explicó: "Hemos visto morir a algunas personas, pero nunca a alguien que lo hiciera de forma tan valiente e íntegra, hasta el punto de que si a algunos de nosotros nos cupiera alguna vez tener un destino similar desearíamos habernos comportado como él”. Y más adelante alabó su “patriotismo más y puro y desinteresado”.

Poco después de su fusilamiento su cadáver fue robado de la morgue de Düsseldorf por un grupo de SA al mando de Viktor Lutze (futuro jefe de las SA después de la purga de 1934) quién llevo el cuerpo hacia una zona alemana no ocupada por Francia.

El ataúd cruzó Alemania suscitando movilizaciones patrióticas allí en donde el tren que lo trasladó efectuaba paradas. El ataúd viajaba cubierto por la Reichskriegsflagge,la bandera de combate de la marina del Reich que había pasado a ser el emblema de los freikorps. En Friburgo, última estación, le esperaban las corporaciones estudiantiles que acompañaron el cuerpo hasta Schoenau. El ataúd fue llevado por los camaradas de armas de Schlageter, del Regimiento de la Artillería de Campaña 76. Allí se levantó un memorial que permaneció indemne hasta junio de 1985, cuando fue profanado por desconocidos. Seguramente se trató de una acción llevada a cabo por activistas de extrema-izquierda. Wolfram Mallebrein escribió en aquellos días: "El monumento fue destruido, pero el espíritu de Schlageter, el espíritu de sacrificio personal dedicado a su país vivirá en la nueva generación".


La conversión en mito: el Culto Schlageter

Schlageter fue transformado por la propaganda nacionalsocialista en un “héroe popular alemán”. Cada 26 de mayo, todas las organizaciones del NSDAP, tanto de la Organización Política, como de las Secciones de Asalto, realizaban mítines y actos en su homenaje. Luego, cuando Hitler se convirtió en Canciller estos actos se convirtieron en celebraciones oficiales.

A partir de 1924 y hasta mayo de 1933 aparecieron quince libros sobre Schlageter y decenas de folletos, novelas juveniles e incluso cómics en su honor. Hitler lo nombrará en su Mein Kampf (1925) y con nombre cambiado es el protagonista de la novela de Goebbels Michael. Ein deutsches Schicksal in Tagebuchblättern (1926) que constituyó un éxito de ventas. El dramaturgo Hans Johst le dedicó una obra titulada con su apellido, Schlageter, estrenada el día del cumpleaños de Hitler, el 20 de agosto de 1933, en el Staatlichen Schauspielhaus de Berlin y con la presencia personal del Führer y la jerarquía nazi. La obra siguió representándose en los teatros alemanes hasta mayo de 1945. 

Goebels publicó la correspondencia de Schlageter demostrando que aquellas cartas estaban escritas con sinceridad, simplicidad y espontaneidad, logrando llegar al corazón de sus lectores. En todas las ciudades alemanas una calle, frecuentemente céntrica o muy céntrica, recibió el nombre del “héroe del Ruhr”, en otras ocasiones fueron plazas en las que se instaló un monumento en su honor, o bien placas, monolitos o memoriales. Se dio también su nombre a una condecoración del NSDAP, un buque de guerra, marchas militares, unidades de caza de la Luftwaffe ostentaron el nombre de Schlageter, pero, sobre todo, cada 26 de mayo, hasta el final del régimen nazi, tuvieron lugar actos multitudinarios en recuerdo del soldado-mártir de la revolución nacionalsocialista por excelencia.

En los años de la República de Weimar y del III Reich se levantaron un mínimo de un centenar de monumentos en honor de Schlageter, de los que todavía hoy siguen en pie alrededor de 20. Cuando se produjo el décimo aniversario de su fusilamiento, en Kreuzberg, tuvo lugar un acto al que asistieron 5.000 personas, la mayoría miembros del Casco de Acero, de las SA y de las Juventudes Hitlerianas. Hacía menos de tres meses que Hitler era canciller. El primer monumento fue levantado en julio de 1927 en Elberfeld, donde habían tenido lugar algunos de los sabotajes de Schlageter contra las tropas de ocupación francesas. Sin duda, el monumento más grandioso se levantó en Golzheimer, próximo a Düsseldorf promovido por las corporaciones estudiantiles y la municipalidad. El monumento fue inaugurado el 23 de mayo de 1931, diseñado por el arquitecto Clemens Holzmeister y consistía en una cruz de 27 metros de altura de acero sobre un sarcófago de piedra que se encontraba en el interior de un recinto circular de 28 metros de diámetro. El monumento fue destruido en 1946 por iniciativa de las autoridades de ocupación británicas.
Alemania debe sobrevivir 
(por Friedrich Bubenden) 

Canción de guerra de Albert Leo Schlageter
Aunque al principio somos solamente pocos
quizá tú, yo y un par de camaradasamplio es el camino y claro el objetivo.
Adelante paso a paso,valor y prosigamos,aunque al principio somos pocos,sin duda lo conseguiremos
En noviembre del año 1918 Alemania estaba rota en pedazos; triste, caída, lánguida, de un amarillo otoñal que se mezclaba con la amarga y a la vez dulce fragancia de las hojas de otoño que caían; la sombra de la desolación y de la muerte se extendió sobre todos los barcos de guerra y cubrió nuevamente millones de cuerpos muertos en los cruces de los caminos; en los campos vacíos, sobre las montañas cubiertas de nubes, sobre las playas en las que las olas rompían atónitas, podían verse caras de soldados todavía sofocadas por la batalla, con el aliento cortado, los unos estremeciéndose en sus hombros, los otros preguntando inquietos y profundamente alarmados: “¿Ha acabado?”. Sí, terminó.

Una guerra termina; una guerra mundial termina con un estrépito final. Un gigantesco esqueleto emerge y ríe inaudiblemente sobre victoriosos y vencidos. ¿Quién es el victorioso? En este momento en que incluso la misma tierra permanece quieta, nadie lo sabe. Las leyes eternas y elementales que gobiernan nuestro planeta vuelven a ponerse en movimiento y la tierra gira una vez más. Cesa la petrificación. Alguien comienza a respirar; después otro y otro: Las manos se mueven también. La tierra gira más y más de prisa, siempre sobre su eje hasta alcanzar su velocidad habitual. Pero sí, ahora los inteligentes han comprendido realmente. La sangre vuelve nuevamente a circular sobre sus venas. Las chimeneas silenciosas y sin humo de las minas de Lorena, en la frontera, apuntan hacia el cielo como dedos índices en el aire, y un teniente, con su botonadura descubierta y agitada por el viento, permanece sonriente en la puerta de su cuartel. Los rifles descargados se apilan en la estación de ferrocarril de Colonia. Sobre ellos se halla arrojado un puñal, y tren tras tren los va recogiendo y alejándose por los raíles. Los hombres van, poco a poco, llegando a sus casas desde todos los sectores del frente. Un pequeño puñado de héroes permanece aún en las olvidadas tierras de guerra, enraizados en ellas, siempre incomprendidos. Ni siquiera saben que la tierra ha vuelto nuevamente a girar. Entre ellos se encuentra Albert Leo Schlageter.


El cobarde Consejo de soldados retrocedió delante de sus ojos furiosos y llameantes, y mucho más todavía delante de sus puños cerrados; los dejaron pasar. En la Madre Patria los rojos se alzan victoriosos. La alegría, el ardor y el gusto por la vida han reemplazado al choque paralizador. Los licores corren por los vasos. Y como los almacenes y graneros poco a poco se van llenando, se ha olvidado que la tierra ha estallado. ¡Vuelven los nuevos tiempos! ¡Los negocios son como de costumbre! Existe un espíritu que va brazo con brazo y que se pliega a todo lo que sea paz y quietud. Pero todavía queda una persona. Firme como los estudiantes ante sus libros. Siempre al frente y en la jefatura de los que le siguen. ¿Debe o no debe vivir a Alemania? Bajo las capas llenas de colores en Friburgo un hombre llora: es Albert Leo Schlageter.

De repente desaparece. Riga, la Riga alemana llama, su batería lanza llamaradas sobre los estrechos puentes. Riga es liberada (1). Entre aquellos que respiran libremente, uno de los más felices, de los que más se regocijan, es Albert Leo Schlageter, el jefe de la batería. Dicen que Schlageter es mercenario. ¿Realmente lo es?

Las olas crecen en la Patria. Manos ansiosas se alzan buscando el oro, que fluye en forma de papel. Esto no es nada. No hay que escucharlo. ¡Hay que vivir la vida! ¡La paz es ante todo! ¡La paz de Versalles!

Solamente uno escucha: Albert Leo Schlageter. El escucha el rugido subterráneo de las montañas del Ruhr. Los salvajes miserables y seducidos por los rojos se levantan. Los burgueses solamente tiemblan. Ni siquiera ven la máscara amarilla de Moscú. Nuevamente Schlageter lucha impetuosamente con su batería hasta aplastar a los rojos.
Los burgueses fácilmente se adaptan a la situación: ¡No es tan mala!

¿Dónde está la jefatura? ¡Aquí! —dice Schlageter— ¡En el cuerpo de oficiales libres, en Silesia! Los comerciantes y los usureros gritan: ¡Fuera con el cuerpo libre de oficiales que nos han liberado! ¡La guerra ha terminado! ¡Que nos dejen en paz y tranquilos! ¡Seamos civilizados!

En la retaguardia sonríen los marxistas, los comunistas, los judíos y un gobierno del Reich contemporizador.

Pero existe un hombre que no sonríe. ¿Se debe descansar? ¡No Alemania llama de nuevo! Sí; he aquí su llamada, pero sólo para aquellos que la escuchan. Y ésos deben seguirla. Han de mantenerse escondidos, tanto de la policía como de los burgueses. Moviéndose cuidadosamente de aquí para allá. Entre ellos está él. Aquí están sus ojos, sus oídos, aquí sus soldados desconocidos, a quien sólo conocen unos pocos. Aquí incluso sin haber sido llamado se encuentra él; siempre está aquí. Bajo la tierra, oculto y cerca de la capital del Reich, pero nunca atrás, Schlageter se dedica completamente a su misión y sus hombres.

Pero el destino de Alemania llama nuevamente a Albert Leo Schlageter a otra tarea. Entre el Rin y el Ruhr se ha roto nuevamente el fuego. De acuerdo con el tratado de compromiso el cobarde enemigo (2) puede invadir, asaltar, matar, torturar y violar a los hijos y a las hijas de los alemanes. Se silencia la guerra en el territorio del Ruhr. Albert Leo Schlageter está nuevamente en pie cuando Alemania le llama. No sabe que es su última llamada en vida y la última vez que Alemania le demande su sacrificio. La guerra se hace más intensa y sórdida, acrecentándose en secreto. De una lucha abierta en campo de batalla se vuelve oscura, secreta, misteriosa, casi una defensa imposible. Pero se lucha intensamente en todas partes.

Resuenan las explosiones y los ferrocarriles saltan por los aires. Los puentes vuelan. El terror permanece noche y día en las temblorosas rodillas del «victorioso». Pero repentinamente aparece la traición junto al heroísmo. Incomprensiblemente cae en pri­sión. Siempre existe alguien que ha de sufrir sobre la Tierra y que termina con la muerte. Dios le perdone, porque no sabe lo que hace.

Nuevamente se eleva la cruz del Gólgota en un solitario lugar de Golzheim. Nuevamente un predestinado debe ofrecer su vida, porque los demás le odian, porque deben odiarle.
Una salva resuena en un pálido día, el 26 de mayo de 1920. Albert Leo Schlageter ha muerto.

¿Ha muerto en realidad? ¡No! Donde él ha muerto nace todo nuevamente, como una primavera de vida. En torno a ella su heroísmo. Él luchó en los batallones de los héroes alemanes de después de la guerra. A su lado con él, antes que él, mucho antes y mucho después, sus compañeros y camaradas lucharon por el mismo premio: por Alemania... Este Albert Leo Schlageter, que no tuvo descanso en vida, porque vio a la nueva Alemania, ahora ha muerto, expande a su alrededor su espíritu entre otros miles de nuevos hombres. ¿Quién fue Albert Leo Schlageter? Cualquiera que lea estas simples cartas y piense un poco en él, le conocerá. En verdad nadie podía haber escrito con más sencillez. ¿Fue un creador de ilusiones, un charlatán, un cantante de la libertad, un heraldo de la palabra, un poeta? Este pequeño volumen de cartas dice ¡no!

Pero realmente este Albert Leo Schlageter no fue y no es él mismo mucho más que sus cartas. Fue un verdadero producto de su pueblo y de su Patria; y esto es una gran cosa.
El no predicó el valor; él mismo fue la imagen del valor. Pero como fue un hombre de acción y no de palabras, aceptó el cáliz amargo por el destino de su Patria y lo bebió hasta la última gota, permaneciendo en pie y consciente de su fe en un destino alemán. Su conciencia de alemán fue azotada por la lucha durante toda su vida. Y hoy, en el silencio, una vez desaparecido el fragor de la lucha, todavía permanece con nosotros su conciencia de alemán.

Siempre y constantemente estará entre nosotros mientras exista la lucha entre Dios y el diablo, entre la luz y la oscuridad. Solamente terminará con la redención final del mundo.

Hasta entonces, nosotros, que nos llamamos alemanes y que creemos en nuestra sangre, debemos perseverar en esta lucha incluso si nos cuesta la vida. Debemos hacerlo así, como lo hizo Albert Leo Schlageter por el honor de Alemania.
Si nos llega a faltar el valor y estamos en peligro, entonces el testamento que reflejan estas cartas nos llevará nuevamente al sendero del heroísmo. Entonces la conciencia alemana de estas páginas volverá a nosotros de nuevo.

NOTAS

1. Liberada del avance bolchevique. En 1920 se vieron obligados a reconocer la  independencia de Letonia, con Riga como capital.

2.       Francia y Bélgica.

(Del epílogo a Deutschland muss leben: Gesammelte Briefe von Albert Leo Schlageter, publicado por Friedrich Bubenden [Berlín: Paul Steegemann Verlag, 1934], pp. 70-75, 77-78.)

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