martes, 14 de enero de 2020

Simone de Beauvoir

Cada año por estas fechas los principales medios de Occidente recalan en la figura de Simone de Beauvoir, de cuyo nacimiento se acaban de cumplir ciento doce años. Tirando de su propia hemeroteca, han repetido los lugares comunes del año anterior.
En particular algún medio de la derecha liberal española ha hecho la obligada parada hagiográfica, pagando el peaje que se le supone a todo cuanto les huela a progre. Así el diario del Conde Godó, La Vanguardia, en su sección dedicada a vidas de santas que lleva por título “Mujeres extraordinarias”, menciona las “relaciones amorosas lejos de los cánones establecidos” de  Beauvoir, en referencia a su noviazgo con Jean Paul Sartre, pero ignorando aquellos pequeños detalles que figuran incluso en las biografías más laudatorias. Y es que Simone ligaba con algunas de sus alumnas de enseñanza media que luego también eran disfrutadas en un ‘ménage à trois’ con su compañero Sartre.
Simone, junto con ‘l’enfant térrible’ de aquella ‘gauche’ tan ‘divine’ que se ponía el mundo por montera, tenía un largo curriculum de adaptarse al viento que más soplase, como fue durante los años de la ocupación alemana de Francia, trabajando para el régimen colaboracionista de Vichy como directora de sonido de su emisora de radio, o sea propaganda nacional-socialista pura y dura. Simone fue colaboracionista, como también lo fue su pareja sentimental, el icónico Jean Paul Sartre.
Cuando el presidente de la ‘République’, Charles De Gaulle, decidió establecer a su modo el principio de Retroactividad de la Ley Penal,  como en Núremberg (aberración jurídica donde las haya), algunos autores, incluso de izquierdas, se echaron las manos a la cabeza y tuvieron la hombría de pedir públicamente clemencia ante el inminente fusilamiento del escritor Robert Brasillach, pero a nuestra pareja se le pasó el escrito y ambos se negaron a estampar su firma. La libertad de expresión, consagrada desde los pilares constitucionales de la Revolución Francesa era válida para todos, excepto para algunos, usted ya me entiende.
Transcurrieron los años y siguieron, se supone, escribiendo soflamas anti Sistema, en plúmbeas obras que lucían bajo los sobacos de aquellos jóvenes que en mayo del 1968 se lanzaron a las calles de París a pedir cualquier cosa menos que se terminase la sociedad de consumo. Atrás había quedado el levantamiento de Berlín, el de Budapest y el de Praga, con sus respectivas masacres por los fusiles rusos contra la población. Pero no , ese tema jamás interesó a nuestra feliz pareja. Los revolucionarios del 68 jamás pretendieron rusificar sus vidas ni se les pasó por la cabeza. El mayo del 68 hay que interpretarlo en clave de Enrique Tierno Galván cuando se dirigió a la ‘movida’ madrileña años después: “¡El que no este colocado que se coloque y al loro!”. Un buen porro,  chaqueta de pana y el puño en alto, y ya estaba la revolución en marcha.
Esto lo entendió bien la CIA, que, viendo las pataletas juveniles en Europa tomó la delantera a tan alborotadora generación y decidió darle lo que le pedía el cuerpo. El 15 de agosto de 1969 daba comienzo el Festival de Woodstock en el que ni faltó ‘la hierba’ ni, sobre todo, el LSD  en el colosal colocón que hizo méritos para irradiar hasta todos los campus de las universidades norteamericanas.
La pobre Simone confesaría más tarde que recibía bofetadas de su amado Jean Paul. Con el escritor americano Nelson Algren tuvo una relación apasionada, de la que queda un numeroso epistolario al estilo de la más conservadora dama del ‘Tea Party’ donde lucen frases como “Mi amado marido… tómeme en sus brazos y hágame mujer… lo amo tanto que seré buena, lavaré los platos y barreré y no tocaré sus cabellos si no me autoriza”. Ahí queda…
Pero el icono de la rebeldía antimachista habría de ir más allá con su nueva pareja, Claude Lanzmann (*) : “Chéri, mi amor absoluto, mi niño adorado, no hay palabras para describirte mi amor”; “Sí, mi querido niño, tú eres mi primer amor absoluto, ese que solo se conoce una vez, o jamás”.
Nuestra recordada Simone llegó a firmar un escrito colectivo auto inculpándose de haber abortado, aunque no se sabe si respondía a una realidad. En cualquier caso, estas reivindicaciones suenan a ‘vintage’, pues el aborto es algo que en pleno siglo XXI es algo que se estila en las mejores familias.
Podríamos llenar más páginas de los quehaceres y afanes luchadores de Simone de Beauvoir, que, vistos desde hoy, huelen a bolitas de alcanfor comparados con la nueva frontera de la que ya disfruta la ‘élite’ en lugares exclusivos como la ‘Isla de Ebstein’, porque  ése es el presente que ya está aquí, pero eso lo dejaremos para otra ocasión.
Descanse en paz, Simone de Beauvoir.
JORDI PLA

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