jueves, 30 de enero de 2020

La posverdad sobre Hitler


La pseudo periodista propagandista Anna Abella ejerce de meritoria en El Periódico, empresa, a la sazón, de propiedad judía (Antonio Asensio Mosbah). 
LA CONSTRUCCIÓN PERIODÍSTICA DEL MAL ABSOLUTO. Cada día se descubre alguna nueva aberración que arrojar sobre el rostro del odiado pecador Adolf Hitler. Su crimen no fue matar judíos, sino matar judíos. Aquí, donde todo está permitido, se mide la calidad de un periodista y la diferencia entre crítica y difamación o simple linchamiento. En este caso, la periodista comenta un libro que ni siquiera ha tenido la decencia de leer, siendo así que, en ese caso, no osaría afirmar que Hitler era un mero soldado raso enchufado que no destacó en nada. Impostora.  


Al servicio de los amos pero, además, mintiendo sin tasa. No se trata de la típica falsedad por omisión, sino de una  fake news o posverdad, pura invención de hechos o descarada y consciente tergiversación de los mismos. Hete aquí el modus operandi de Anna Abella en su artículo “Hitler, un ‘cerdo de la retaguardia'”. Lástima que ella no trabaje para La Vanguardia, ese gran burdel de la prensa catalana, porque el detalle resultaría incluso jocoso. Cobra Abella, hay que decirlo, de El Periódico, un medio de comunicación oligárquico a la sazón de propiedad judía, como todos sabemos.
Pasen y vean sus difamatorias aseveraciones:
Fue soldado raso, no cabo, no tenía dotes de mando ni de liderazgo y nunca se le escuchó un solo comentario antisemita, y si bien resultó herido, no lo fue en primera línea de fuego. No fue ningún héroe, aunque tampoco tuvo muchas oportunidades de ser un cobarde. Porque el soldado Hitler fue destinado a un cómodo y poco peligroso trabajo de correo en el puesto de mando y, mientras los soldados del frente sufrían carnicerías como la batalla del Somme y soportaban agua y fango hasta la cintura en las trincheras, rodeados de cadáveres putrefactos y diezmados por las bombas y el gas mostaza, él, seco y bien alimentado, dormía bajo cubierto a cientos de metros de ellos. (…) ¿Cómo alguien que no destacó en nada en la guerra llegó a ser un tirano de tal magnitud?

Resulta difícil hallar, como ocurre con las trufas, tantas imposturas juntas en tan escaso espacio. Para empezar, Adolf Hitler fue condecorado dos veces con la Cruz de Hierro, un hecho poco frecuente entre la tropa. No fue cabo, pero sí ostentó un rango que los historiadores han traducido erróneamente como cabo. Thomas Weber, el autor del libro que inspira harto remotamente el artículo de Abella (porque ésta no fue ni siquiera capaz de leerlo), deja claro el asunto en otro artículo, esta vez de El País:
“No, no es que yo lo haya degradado. Su único ascenso fue a Gefreiter, soldado de primera. Nunca tuvo mando de tropa, ni de un solo soldado. No se de dónde viene lo de atribuirle el rango de cabo. En Alemania se conoce perfectamente el término, probablemente es un problema de traducción a otras lenguas que ha persistido a lo largo del tiempo“.
De manera que Hitler no fue soldado raso, como Abella afirma, sino soldado de primera; y nunca mintió al respecto. Además, fue herido por el gas mostaza, circunstancia que le provocó ceguera temporal, un hecho que ningún historiador ha osado cuestionar. Hitler estuvo físicamente presente en el frente repetidas veces y su comportamiento, a diferencia del de la pseudo periodista, puede ser calificado, sin exagerar, de heroico. Un oficial, el teniente coronel Philipp Engelhardt, describe así el perfil profesional del soldado Hitler:
Como comandante del 16º Regimiento de Infantería Bávaro en la Batalla de Ypres, durante el periodo del 10 al 17 de noviembre de 1914, llegué a conocer a Adolf Hitler como un soldado extremadamente bravo, efectivo y concienzudo. Debo destacar lo siguiente: cuando nuestros hombres asaltaban el bosque, salí del mismo, cerca Wytschaete para poder tener una mejor vista de los cambios. Hitler y el voluntario Bachmann—otro ordenanza perteneciente al 16º Regimiento, se pusieron delante mío para protegerme con sus cuerpos del fuego de ametralladora, al que yo había quedado expuesto.
El trabajo de correo entre el puesto de mando y la primera línea no era nada cómodo, o por lo menos no tan cómoda como la impunidad del periodista mentiroso evacuando fake news desde el sillón de su despacho. Los testigos —en este caso otro enlace, Balthazar Brandmayer— describen así a Hitler:
A menudo podía vérsele completamente exhausto, incluso los mejores nervios pueden fallar. Pero siempre se las arreglaba para recuperarse (…) las trincheras eran su mundo.   

Estos testimonios podrían discutirse, por supuesto, pero las dos condecoraciones son un hecho y hemos de suponer que el ejército no se las regalaba a cualquiera, así que dichos elogios vienen precedidos, por razones estrictamente objetivas, de una presunción de veracidad. Así las cosas, las imposturas de la periodista alcanzan el grado de la abyección pura y simple cuando nos informamos sobre el presunto “poco peligroso trabajo de correo”. A tales efectos basta con cotejar el artículo de Abella con el clásico sobre Hitler de Ian Kershaw:
Pero los intentos de sus enemigos políticos de principios de la década de 1930 de minimizar los peligros que entrañaba la tarea de correo y menospreciar el servicio de guerra de Hitler, acusándole de escurrir el bulto y de cobardía, no tenían sentido. Cuando, como era habitual, el frente estaba relativamente tranquilo, había sin duda ratos en que los correos podían haraganear en el cuartel general del estado mayor, donde las condiciones eran muchísimo mejores que en las trincheras. (…) Aún así, los peligros a los que se enfrentaban los correos durante los combates, llevando mensajes al frente a través de la línea de fuego, eran bastante reales. Las bajas entre correos eran relativamente altasSiempre que era posible, se enviaban dos con cada mensaje para garantizar que éste llegase si sucedía que resultaba muerto uno. Tres de los ocho correos agregados al estado mayor  del regimiento murieron y otro resultó herido en un enfrentamiento con soldados franceses el 15 de noviembre. El propio Hitler (y no fue la única vez en su vida) tuvo suerte por su parte dos días más tarde cuando un obús francés estalló en el puesto de mando avanzado del regimiento después de que él hubieses salido, dejando a casi todo el personal que había allí muerto o herido. Entre los gravemente heridos se encontraba el comandante del regimiento, Philipp Engelhardt, que había estado a punto de proponer a Hitler para la Cruz de Hierro por su actuación, asistido por un colega, protegiendo la vida del comandante bajo fuego enemigo unos días antes.
Fuente: Ian Kershaw: Hitler 1889-1936, Barcelona, Península, 2000, p. 111. La periodista ha recuperado pues, en este punto, el estilo de las difamaciones de los años treinta del siglo pasado según Kershaw. Nada nuevo. Mierda ya seca. En la obra de Kershaw se indican en nota los fundamentos bibliográficos de todas estas afirmaciones.

Otro clásico sobre Hitler, a saber, el de John Toland, informa que el futuro Führer no fue destinado a correo inmediatamente sino después de servir en primera línea. Sólo así se explica el incidente con el teniente coronel Engelhardt. De manera que Hitler participó en la batalla de Ypres con un comportamiento más que intachable y fue seleccionado como correo por su valentía y sentido del deber:
Para finales de verano de 1915, Hitler se había vuelto indispensable en el cuartel general del regimiento. Las líneas telefónicas de los batallones y compañías eran cortadas a menudo por la artillería, y los mensaje sólo podían enviarse por estafetas corredores. “Muy pronto supimos en qué mensajeros podíamos confiar más”, recordó el teniente Wiedemann. Sus compañeros mensajeros le admiraban tanto por su astucia —podía deslizarse hasta el frente como uno de los indios de sus lecturas infantiles— como por su coraje excepcional. Sin embargo, había algo en Hitler que perturbaba a los otros hombres. Era demasiado distinto, demasiado excesivo en su sentido del deber.
Fuente: John Toland: Adolf Hitler. Primera Parte. Origen. Juventud. Hombre. Político. Ascenso al poder, Madrid, Cosmos, 1977, p. 76.
Podríamos proseguir, pero nos detendremos aquí. Creo haber refutado, con esta renoticia, el artículo de la propagandista Anna Abella. A partir de ahora, aplicaremos de forma sistemática el mismo método, a saber, pasar el pseudo periodismo por la criba de la bibliografía científica, para pillar in fraganti a las presstitutes. De la hemeroteca a la biblioteca y viceversa: un recorrido muy sano para evitar que los fabricantes de fake news te puedan engañar. Abella ha sido la primera, pero no será la última.
Jaume Farrerons
Figueres, la Marca Hispànica, 28 de enero de 2020

Fuente 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

  Lamentablemente, cuando hoy alguien busca información sobre un tema acude de forma inmediata a la red. Un lugar donde cabe cualquier cosa ...