miércoles, 3 de julio de 2019

Homofobia árabe e indiferencia occidental

Uno de los más despreciables términos que han surgido en la campaña global contra el Estado de Israel es el de pinkwashing, con el que se insinúa que éste se sirve cínicamente de su comunidad LGTB+ para limpiar su reputación en materia de derechos humanos, a fin de desviar la atención del pretendido apartheid que sufren los palestinos bajo su férula.
Este tipo de planteamientos maliciosos son vulnerables porque se les puede dar la vuelta fácilmente. Así, uno puede igualmente decir que la acusación de pinkwashing es una taimada estratagema para desviar la atención de una mancha social que ensucia a todo el mundo árabe –la persecución de los hombres homosexuales– y poner el foco en uno de los numerosos conflictos nacionales de Oriente Medio. Después de todo, estaría en consonancia con el approach tradicional a la homosexualidad en la región. En 2016, en un estudio sobre los derechos de los homosexuales en los países musulmanes, el editor para Oriente Medio del diario británico The Guardian, Brian Whitaker, explicaba que la razón para el “relativamente pequeño número de acusaciones” era “la ficción oficial de que los gais no existen en proporciones significativas en los países musulmanes: la homosexualidad es contemplada primordialmente como un fenómeno occidental, y un gran número de arrestos la pondría en duda”.
Pero cuando se reflexiona o debate sobre la homosexualidad en esa parte del mundo, las emociones predominantes son el odio y la repulsión. Una encuesta levantada por la organización Arab Barometer para la BBC y publicada la semana pasada demostraba muy gráficamente que, para la vasta mayoría de los árabes –el 93% de los cuales profesa el islam–, ser homosexual equivale a ser menos humano.
La sociedad árabe con menor tolerancia a la homosexualidad es la palestina, donde sólo el 5% considera “aceptable” ser gay. En Jordania la cifra es del 7%; en Sudán, del 17, y en Argelia se da un comparativamente más abierto 26%. En el Líbano –no hace tanto tenido en Occidente como un paraíso de clubes nocturnos, mujeres seductoras y cócteles embriagadores–, la tolerancia a la homosexualidad se cifra en un paupérrimo 6%.
Cuando a esos 25.000 encuestados se les preguntó sobre los crímenes de honor –etiqueta que apenas hace justicia a lo que designa, la repugnante práctica por la que mujeres y niñas son ejecutadas por parientes varones tras haber supuestamente avergonzado a sus familias–, las respuestas fueron mucho más positivas. La misma empatía mostraron cuando se les preguntó sobre Israel, al que la mayoría de los árabes sigue percibiendo como una amenaza a su mera existencia (incluso residiendo a miles de kilómetros de distancia, por ejemplo en Marruecos o Libia).
El auténtico valor de la encuesta de la BBC no radica en su confirmación del muy asentado odio a los homosexuales en el mundo árabe, sino en su confirmación de lo que acompaña a la homofobia árabe. Como el odio a los judíos, el odio a los homosexuales rara vez se da en el vacío, sino que forma parte de una red más amplia de animadversiones (en la que, la mayoría de las ocasiones, los judíos desempeñan el papel más diabólico). Tremendamente importante: estos prejuicios se ven bendecidos por la ley, por lo que los varones homosexuales viven como en la clandestinidad en los países musulmanes –Irán, Arabia Saudí, el Yemen, Nigeria, Sudán y Somalia, entre otros– donde ser sacado del armario significa afrontar la muerte por lapidación.
El hecho de que estas concepciones homofóbicas coexistan con el antisemitismo, el antisionismoy una violenta misoginia da cuenta de la suerte de interseccionalidad a la inversa que impera en el mundo árabe. No es casual que el odio a Israel vaya de la mano del odio a los homosexuales y la justificación del asesinato de mujeres (el 25% de los marroquíes, el 21% de los jordanos y el 8% de los palestinos piensan que se trata de una práctica “aceptable”). Van de la mano porque son producto del ambiente político y religioso imperante. Las mismas pasiones que animan el rechazo a la existencia de un Israel considerado un intruso colonial subyacen a la convicción de que la homosexualidad es un pecado distintivo de Occidente. Si quiere, puede considerarlo una extraña mezcla de concepciones premodernas sobre la libertad humana y concepciones posmodernas sobre los males del imperialismo occidental.
De una manera perversa, esa consideración describe correctamente la situación. Si pones a Israel en un listado de países que se tomen en serio las preocupaciones de la comunidad LGTB+ –en lo relacionado con el matrimonio, la adopción, la educación sexual y sanitaria, los crímenes de odio, etc.–, lo pondrás junto a otros como Canadá o Australia, no junto a Egipto o Irak. Dada la localización geográfica de Israel, en este punto sí que se trata de un cuerpo extraño.
En lugar de suscitar cuestiones sobre la legitimidad de Israel, esto debería desencadenar un debate muy diferente sobre el estado civilizatorio de los mundos árabe y musulmán. La conocida reluctancia –más en la izquierda americana que en la europea– a entrar en él ha dejado el cambio abierto a los populistas de derecha, que son ahora presentados como paradigma del putrefacto estado de la política.
La paz en Oriente Medio no puede depender sólo de un “Estado palestino” (como dice la Autoridad Palestina) o de la “prosperidad” (como sostiene Jared Kushner); es preciso además unatransformación de los valores sociales. En 1979 –es decir, hace nada menos que 40 años–, una feminista iraní que firmaba con el pseudónimo de Atusa H. publicó una crítica demoledora del apaciguamiento de la izquierda occidental para con el conservadurismo social que acompañaba a la revolución islamista en Irán. “La izquierda liberal de Occidente debe saber que la ley islámica puede convertirse en una carga letal para las sociedades que anhelan el cambio”, escribió en el magacín francés Le Nouvel Observateur. “La izquierda no debería dejarse seducir por un remedio que quizá sea peor que la enfermedad”.
La Historia reciente demuestra que la izquierda occidental fue de hecho seducida. Y las advertencias de Atusa H. siguen teniendo plena vigencia.

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