sábado, 18 de julio de 2020

LA ORDEN DE LA CALAVERA. HEINZ HÖHNE

En 1967 el periodista e historiador alemán Heinz Höhne (1926-2010) publicó su libro “Der Orden unter dem Totenkopf. Die Geschichte der SS”, publicado en castellano dos años después como “La Orden de la Calavera” en traducción de Manuel Vázquez, y que obviamente es una historia de la organización SS de la Alemania del Tercer Reich. De dicho libro presentamos aquí su capítulo séptimo, con algunos párrafos y palabras menos y sin la mayoría de las numerosas notas, fragmento que describe algo de las circunstancias iniciales y aspectos del desarrollo posterior de dichos Escuadrones de Protección, matizado con diferentes citas, hoy difícilmente verificables, de personajes en su mayoría poco conocidos, todo lo cual, a pesar de la disposición contraria del autor frente a su tema, puede ser un aporte para el estudio del mismo.

ALFRED HORN

La ORDEN de la CALAVERA
(Fragmento)
por Heinz Höhne, 1967

Capítulo 7. La Orden

El Reichsführer SS convocó una conferencia en Múnich. Oficiales, industriales, profesores y latifundistas acudieron curiosos, vacilantes y desconfiados. Durante muchos meses las clases pudientes alemanas habían escuchado continuas invectivas de los dirigentes nacionalsocialistas, quienes Ies echaban en cara su decadencia y su “pro-judaísmo”. Sin embargo, esa vez Heinrich Himmler renunció a toda crítica. En lugar del esperado ataque, el jefe SS lanzó un llamamiento a los caballeros pidiéndoles su participación activa para «posibilitar la fusión de las diversas corrientes tradicionales con las SS».

«Todo Estado —argumentó— necesita una élite. En la Alemania Nacionalsocialista esa élite está representada por los Escalones de Protección [la SS], pero éstos sólo podrán desempeñar su función cuando las tradiciones auténticamente castrenses, los nobles sentimientos, actitudes y distinción de la aristocracia alemana, así como la fuerza creadora de los industriales, se conjuguen en el plano de la selectividad racial con las exigencias sociales de nuestro tiempo». Un oyente refirió más tarde a Felix Kersten, médico de Himmler, que los razonamientos expuestos por el Reichsführer habían «causado general asombro». Uno no estaba habituado a escuchar semejantes filigranas oratorias de los nacionalsocialistas. Resultado: casi todo el auditorio se afilió a las SS.

Ese episodio en el año I de la Era Nacionalsocialista reveló la destreza de Himmler para presentar a sus SS ante la opinión pública. Los Escalones de Protección se esforzaron como ninguna otra formación NS por elevarse ostensiblemente sobre la masa plebeya del mundo pardo. «Las gentes que solemos llamar “distinguidas” prefirieron las SS a cualquier otra organización del Partido cuando se les propuso ingresar en él», comentó varios años después el jefe SD [del Sicherheitsdienst, Servicio de Seguridad de la SS] Walter Schellenberg. Y el arzobispo católico de Friburgo, doctor Groeber, lo reconoció asimismo en 1946: «Entre nosotros, los de Friburgo, la organización SS pasaba por la más decente del Partido».

A muchos alemanes no les parecieron censurables las pretensiones exclusivistas de las SS, ya que el exclusivismo social se ha dado en todos los tiempos. Ninguna nación, sea democrática o dictatorial, llega muy lejos sin una élite; desde el establecimiento de las democracias anglosajonas hasta la jerarquía politizada del sistema soviético ha prevalecido siempre el convencimiento de que un régimen está mejor protegido contra las crisis cuanto mas sólidos sean sus apoyos en una capa social preponderante.

No muchos años antes, la República de Weimar había hecho patente lo que le sucede a un Estado cuando renuncia a una selección demográfica. Considerando tales antecedentes, la propaganda sobre ese carácter selectivo de los SS tenía atractivas resonancias para los alemanes, máxime cuando Himmler exponía su tesis con un vocabulario cuyo añejo romanticismo les era muy familiar. A diferencia de las “turbulentas SA”, las SS personificaban el dogma conservador. Nada podía menguar el respeto que la Orden de Himmler inspiraba a los ciudadanos, ni siquiera la matanza del 30 de Junio [la “Noche de los Cuchillos Largos”, 1934]. El alivio exteriorizado tras la eliminación de los cabecillas SA, cuyas fuerzas habían dominado la calle desde el advenimiento hitleriano, fue más fuerte que el sentido tradicional de justicia.

«Librar al pueblo de las dominaciones inferiores es un objetivo que merece los mayores sacrificios», escribía el Frankfurter Zeitung interpretando el pensamiento de casi todos los alemanes. Quedaba olvidado el asesinato de los burgueses hostiles al régimen, el estertor agónico de los jefes SA liquidados. Sólo una esperanza hacía alentar a la nación: no se debía tolerar nunca más que los sayones de camisas pardas perturbasen la paz ciudadana.

Además, las SS vestían en el verano de 1934 la indumentaria preferida del alemán, un uniforme, y, por añadidura, vistoso. Era negro de arriba abajo y relegaba con suma discreción al vulgar color pardo. Sobre la cabeza se asentaba una gorra negra de plato con barboquejo negro y calavera argentada. Seguía una guerrera negra y, bajo ella, la camisa parda con botones de cuero negro y corbata negra; también era negro el correaje sobre la guerrera. Cerraban el conjunto unos calzones negros que se embutían en botas negras de montar.

El diseñador de ese uniforme no había dejado nada sin investigar para satisfacer al alemán amante de la fantasía jerárquica mediante innumerables símbolos esotéricos. Un pequeño ángulo de aluminio sobre la manga derecha denotaba al ex combatiente, y un rombo con las iniciales SD, al miembro del celebérrimo y temible Servicio de Seguridad. Las charreteras exponían una variada gama de graduaciones. Hasta el grado de capitán llevaban caponas con seis sardinetas paralelas de aluminio; hasta jefe de estandarte, tres cordoncillos y de ahí hacia arriba, tres cordoncillos dobles. En las solapas se especificaba definitivamente la jerarquía: los oficiales superiores mostraban los signos de su rango en ambas solapas, a saber: el Stardantenführer, una hoja de roble por banda; el Oberführer, dos; el Brigadeführer, dos hojas de roble y una estrella; el Gruppenführer, tres hojas de roble y una estrella; y, finalmente, el Reichsführer, una corona de roble con tres hojas.

ESCALA JERÁRQUICA de los SS
(y su equivalencia en graduaciones militares)

—Militante SS (Soldado de 2ª)
—Sturmmann (Cabo)
—Rottenführer (Cabo Primero)
—Unterscharführer (Sargento)
—Scharführer (Sargento Primero)
—Oberscharführer (Brigadier)
—Hauptscharführer (Subteniente)
—Untersturmführer (Alférez)
—Obersturmführer (Capitán)
—Hauptsturmführer (Capitán)
—Sturmbannführer (Comandante)
—Obersturmbannführer (Teniente Coronel)
—Standartenführer (Coronel)
—Oberführer (Coronel)
—Brigadeführer (General de Brigada)
—Gruppenführer (General de División)
—Obergruppenführer (Teniente General)
—Oberstgruppenführer (Capitán General)

Cada pulgada de vestimenta debía patentizar que en los Escalones de Protección se congregaba una verdadera élite, una guardia de estrictos puritanos que velaba incansablemente por el Estado, personificando una obediencia «que jamás vacila y ejecuta sin reservas cada orden procedente del Führer» (Himmler, Die Schutzstaffel, p. 24).

El Reichsführer había abierto hospitalariamente los postigos de sus Escalones para dar entrada a las acomodaticias clases pudientes del Reich. Esas organizaciones, sobre todo las unidades especiales SD, las formaciones de la calavera y las reservas estrategicas, necesitaban con apremio dinero y cerebros rectores que se encontraban únicamente en la aristocracia, en la alta burguesía y en las finanzas. Himmler se desvelaba tanto por crear dentro de las SS un núcleo poderoso para guarnecer las muy diversas dependencias de su creciente Imperio, que, a veces, le pasaba inadvertido el aspecto paradójico de su obra: año tras año la guardia pretoriana del Nacionalsocialismo había perfeccionado la selectividad racial y biológica hasta convertirla en su credo, y ahora, sin embargo, las SS acogían a grupos sociales cuyos componentes poseían lo que no aparecía en ningun texto de la filosofía racista parda: prestigio, dinero y un señorío innato transmitido por muchas generaciones.

A las SS afluían individuos poco comunes que estaban transformando radicalmente el mosaico social de la organización. Hasta 1933 los Escalones de Protección se habían caracterizado por tres tipos humanos: el antiguo mercenario del Cuerpo Voluntario [Freikorps], el intelectual cuya profesión fuera truncada por la crisis económica, y el pequeño burgués veterano del Partido. De esos SS anteriores a 1933 restaba sólo un reducido cenáculo dirigente que, con todo, mantuvo sus dominantes posiciones hasta el ocaso del Tercer Reich. Cuando estalló la Guerra Mundial se había jubilado ya el 90% de los viejos militantes SS. Así, pues, sólo un 10% resistió el empuje de los nuevos que empezaron a invadir la organización de Himmler en Marzo de 1933. La clase nobiliaria inició esa infiltración. Poco después de la subida al poder, ingresaron en las SS varios aristócratas ilustres, entre ellos el archiduque heredero de Mecklemburgo, el príncipe heredero de Waldeck y Pyrmont, los príncipes Christof y Wilhelm von Hessen, los condes Von Bassewitz-Behr y Von Pfeil-Burghauss, el barón del Imperio Von Tüngen, así como los barones Von Geyr, Von Reitzenstein y Von Malsen-Ponickau.

En la primavera de 1933 fluyó aún más sangre azul por las venas SS. El príncipe Von Hohenzollern-Emden, de la casa Sigmaringen, y el conde Von Schulenburg se afiliaron a los Escalones, y unos meses después el anuario jerárquico semejaba más bien una edicion del Almanaque Gotha [de la Nobleza]. Pocos nombres esclarecidos de la historia militar prusiana faltaban allí. Prácticamente estaban todos presentes: el hidalgo Von Daniels, el conde Von Roedem, el conde Von Strachwitz, el barón Von Der Goltz, el hidalgo Von Der Planitz, Von Keudell, Von Alvensleben, Von Podbielski, Von Treuenfeld, Von Nathusius y así sucesivamente, como quiera que se llamasen. Los patricios uniformados de negro ocupaban muchas posiciones prominentes del Cuerpo SS: en 1938 representaban el 18,7% de los Obergruppenführer, el 9,8% de los Gruppenführer, el 14,3% de los Brigadeführer, el 8,8% de los Oberführer, y el 8,4% de los Standartenführer.

Al aristócrata le siguió el hijo del burgués medio. Éste, a diferencia de su predecesor en las SS, fue un producto del siglo XX, por lo general intelectual con educación universitaria (mayormente jurídica) y adepto al estilo e ideario del movimiento juvenil alemán. Casi todos esos neófitos ingresaron en el Servicio de Seguridad, y con el tiempo encarnaron un prototipo abogacil e intelectivo que se sintió tan distante del socialismo truculento profesado por el veterano SS como del vulgar y aburguesado nacionalsocialismo prevaleciente en los tiempos heroicos. Los Walter Schellenberg, los Reinhard Hoehn, los Franz Six y los Otto Ohlendorf, todos ellos eruditos de la burguesía culta, crearon el espécimen tecnocrático y sin sentimentalismos, el social engineer que sirvió al caudillaje NS empleando fórmulas legislativas o administrativas con gran maestría pero sin ilusión, ajeno a toda ideología salvo la del poder desnudo, desarraigado espiritualmente y refractario a las normas generales de convivencia.

Otro grupo procedente de la burguesía como los intelectuales SD fue la promoción de jóvenes economistas que asumieron muchas gerencias en el mundo mercantil SS. Apenas se diferenciaron de los tecnólogos que hoy día pueblan las altas esferas crematísticas [monetarias] en Alemania Occidental. Aquéllos se interesaron todavía menos que sus congéneres SD por la ideología SS. Las empresas comerciales e industriales de Himmler les parecieron tan sólo un camino seguro para emprender su carrera. A la mayoría les importó exclusivamente lo que muchos altos funcionarios SS escribieron en el expediente personal del Standartenführer doctor Walter Salpeter, un astro ascendente en el Imperio economico de la Orden Negra: «Pretende guarnecer su ambición con la ideología nacionalsocialista».

Un tercer grupo de gente nueva tuvo su origen en la oficialidad burguesa del Reichswehr [fuerzas armadas], y agregó, si cabe, nuevos matices a esa imagen polifacética del desapegado arquetipo SS. Esos oficiales ingresaron en la reserva estratégica, existente desde 1934, y eclipsaron rápidamente a los soldados SS de primera hora, es decir a los espíritus cuarteleros tales como Sepp Dietrich. Desde luego, esos militares profesionales no constituyeron un grupo solidario ni se guiaron por principios comunes. El ex teniente general del Reichswehr Paul Hausser, personificación del oficial monárquico y a cuya supervisión se encomendó la reserva estratégica, introdujo un extraño rasgo, conservador y tradicionalista, en la predecesora del Arma SS, mientras que los reformistas cual el comandante prusiano Felix Steiner o el teniente piloto Wilhelm Bittrich vieron la reserva estratégica como una tropa puramente experimental.

El mundo campesino proporcionó también personal a las SS. Sus jóvenes y, por lo general, desorientados aspirantes, engrosaron las filas de aquellas guarniciones destinadas a los campos de concentración (KZ); otros, más inteligentes, probaron fortuna en las escuelas de cadetes SS (de Bad Tolz y Braunschweig), donde se les ofrecía lo que no hizo jamás una academia militar: el grado de oficial sin exigir estudios secundarios.

Como si la tipología SS no fuera todavía bastante confusa, Himmler creó una nueva figura SS: el jefe honorario. Funcionarios influyentes, capitostes nacionalsocialistas, científicos y diplomáticos recibieron de Himmler un título honorario que les daba derecho a vestir el uniforme SS; esos jefes beneméritos fueron destinados en su mayor parte al Estado Mayor del Reichsführer SS, no prestaron servicio alguno y tampoco poseyeron mando. Himmler esperaba que tales títulos honorarios posibilitaran el desenvolvimiento de los SS en sociedad e, inversamente, le permitiesen ejercer su influencia sobre los detentadores, una idea fantástica que, aparte de Himmler, también sustentaron muchos “des-nazificadores” después de 1945 y algunos historiadores.

El hecho de que algunos diplomáticos oposicionistas como el secretario de Estado barón Ernst von Weizsaecker fuera Brigadeführer SS, o que algunos adversarios acérrimos de Hitler como el Gauleiter Foster tuvieran el título de Obergruppenführer SS, sedujo tanto a ciertos cronistas excesivamente ingenuos que les pareció descubrir bajo cada uniforme negro a un espía de la quinta columna organizada por Himmler en el Estado y el Partido. A decir verdad, esos jefes honorarios tenían tan poca simpatía por el jefe SS como la esposa del ministro italiano conde Ciano, al cual Himmler había conferido, no obstante, la afiliación honoraria SS.

El rango de Oberführer SS no impidió al gobernador civil de Colonia, Rudolf Diels, luchar contra el intrusismo de la Gestapo en su Administracion local, y otro jefe honorario, el intendente general y Gruppenführer SS Eggert Reeder, a quien Himmler intentara sancionar en 1943, prohibió sin rodeos toda intromisión del jefe SS en su Departamento. El uniforme SS sirvió para disimular muchas ocurrencias sorprendentes: el jefe del Partido sudete aleman, Konrad Henlein, fue nombrado Gruppenführer SS porque se frustraron las maquinaciones del SD destinadas a hacerlo caer, y el jefe honorario SS Martin Bormann neutralizó la labor del SD en territorio nacional.

Sin embargo, Himmler no desistió de solicitar nuevos reclutas para su inmenso Imperio. Y en los ratos libres organizó incluso dentro de las SS instituciones completas que le facilitaran el acceso a la sociedad pudiente. Por lo pronto, abrió un canal hasta la Agrar-Society, una asociación hípica rural. Himmler consolidó ese baluarte del conservadurismo nacionalista alemán: por supuesto, una parte de la Asociacion Hípica cabalgó con las SA, pero los SS se reservaron la porción más suculenta. Todas las sociedades hípicas y remontas [criaderos de caballos] de Prusia oriental, Holstein, Oldemburgo, Hannover y Westfalia vistieron uniforme negro. Los caballistas SS proporcionaron a Himmler muchos éxitos sociales. El jinete olímpico Günter Temme, Unterscharführer SS, montando sobre Egly, ganó limpiamente en 1935 el XVI Spring-Derby aleman estableciendo un récord en la historia de esa competición, y otros jinetes SS lograron diversas victorias durante los campeonatos hípicos alemanes de 1937.

Es ocioso decir que Himmler pagó caros esos triunfos: tuvo que admitir en las SS a cada miembro de esas sociedades hípicas sin considerar sus convicciones políticas. Desde entonces, muchos combatientes veteranos de los Escalones rezongaron sin cesar alegando que aquellos jinetes seguían siendo reaccionarios nacionalistas pese a sus uniformes negros. El órgano informativo Das Schwarze Korps advirtió a los jinetes en tono amenazador: «En primer lugar, deben asimilar el espíritu nacionalsocialista, es decir, todas las virtudes y capacidades cultivadas por los SS durante su larga existencia, y gracias a las cuales se han mantenido incólumes tres cosas: subordinación, disciplina y lealtad al Führer» (6 de Marzo de 1935). Casi todos los jinetes SS se doblegaron, pero algunos expusieron ideas muy distintas sobre las virtudes de un caballero. En 1933 once jinetes se negaron a prestar el juramento SS y fueron internados en un campo de concentración. Militantes SS fusilaron al Reiterführer prusiano barón Anton von Hohberg y Buchwald (2 de Julio de 1934) porque ese antiguo “Casco de Acero” había divulgado las interioridades SS en el Reichswehr, y diez años después, Himmler hizo ajusticiar al jefe de la remonta SS, el jinete olímpico y Sturmbannführer SS conde Hans-Viktor von Salviati por manifestarse contra Hitler.

El pacto con los jinetes abrió paso a Himmler hacia el estamento agrario; y la alianza subsiguiente con los dirigentes de la Kyffhaeuser, una asociación de ex combatientes monárquicos, le permitió explotar el filón de añejos estrategas. La presidencia federal y las jefaturas regionales de la Kyffhaeuser se pasaron a la SS como un solo hombre. Pero esos maduros luchadores no supieron cómo explicarse la actividad de su jefe nacional, pues a la cabeza del grupo Kyffhaeuser ingresó en los Escalones el general de Infantería Wilhelm Reinhard, acendrado monárquico y camarada de aquellos militares reaccionarios contra los cuales se pronunciara Das Schwarze Korps en 1935 diciendo que ellos «personificaban esa arrogancia burguesa y nacionalista que excluía al obrero de la sociedad nacional, despertando en él la impresión de que se le tenía por un paria».

En verdad era difícil superar la ironía de esa situación: el general ultraconservador conde Rüdiger von Geltz maldecía al Schwarze Korps y lo catalogaba como una institución reaccionaria de la peor especie, mientras su buen amigo Reinhard, con quien había compartido los amargos tragos del “alzamiento Kapp” [Kapp-Putsch] en 1920, se hacía nombrar Obergruppenführer SS y pasaba por nacionalista inmaculado. Y en 1941 el ex militante SS y tesorero del Reich Franz Xaver Schwarz censuraba todavía a Reinhard diciendo que no podía soportar la vista de «ese monárquico cavernícola con uniforme negro». Dijo Schwarz: «Sólo siento que un individuo semejante sea Gruppenführer SS y vista ese hermoso uniforme, aunque por dentro siga siendo el de siempre».

Himmler no anduvo sólo a la caza de nuevos reclutas, sino que también buscó el dinero que le faltaba para mantener sus formaciones SS, cada vez más caras. Los magnates industriales y los grandes comerciantes de Alemania se pusieron gustosamente a disposición del Reichsführer. Movilizaron sus fuerzas y fundaron un casino denominado Círculo de Amigos del Reichsführer SS, cuyos socios tuvieron incontables razones para buscar la sombra de Heinrich Himmler. Oportunistas, como el consejero de la IG Farben doctor Heinrich Bütefisch, nacionalsocialistas convencidos como el doctor Werner Naumann, secretario de Estado en el Ministerio de Propaganda, próceres preocupados como Friedrich Flick y anti-NS encubiertos como Hans Walz, director de la empresa “Robert Bosch”, formaron un fondo común para los Escalones de Proteccion.

Realmente, el susodicho Círculo nació de la Comisión Consultiva para Cuestiones Económicas creada en el verano de 1932 por Wilhelm Keppler, economista consejero de Hitler; a esa Comisión, que sería un importante recurso técnico de los futuros autócratas alemanes, pertenecieron eminentes financieros e industriales, entre ellos el gobernador del Banco Nacional, Schacht, el soberano de las Acerías Reunidas Albert Voegler, y el banquero colonés barón Kurt von Schroeder. No resultó nada útil para el asesoramiento económico a Hitler, pero el joven adlátere de Kepler el Hauptsturmführer SS Fritz Kranefuss supo arreglárselas para sacar algún provecho: logró despertar el interés de Himmler por aquel casino señorial que, a mediados de 1934, quedó bajo la tutela del jefe SS.

Schacht y Voegler cesaron voluntariamente su participación, pero, en cambio, otros muchos empresarios se asociaron al Círculo de Amigos del Reichsführer SS. Pocas fueron las grandes empresas mercantiles que no esperaron poder proteger sus intereses contra los ataques del Partido mediante la afiliación de un consejero o el pago de generosas cuotas a las SS. La lista de socios tuvo gran similitud con el anuario comercial. En el Círculo estuvieron representados el Instituto de la Moneda, el Banco Alemán, el Banco de Dresden A. G., el Banco Comercial, el Banco del Reich, y la Banca de J. H. Stein; las empresas navieras Norddeutscher Lloyd y Hamburg-Amerika-Linie; las compañías petrolíferas Deutsch-Amerikanische Petroleum Gesellschaft y Continentale Oelgesellschaft; las fábricas de productos alimenticios Doktor August Oetker y las grandes empresas I. G. Farbenindustrie, Mitteldeutsche Stahlwerke A. G., Siemens-Schuckerwerke A. G., Portland Zement Werke, Rheinmetall-Bersig y Reichswerke A. G. Hermann Goering.

El secretario del Círculo, Kranefuss, convocó regularmente a los señores socios, en cuyas asambleas hicieron siempre acto de presencia altos funcionarios SS. Al principio, se celebraron dos consejos por año, coincidiendo con el Reichparteitag de Núremberg y la jura de los hombres de las reservas estratégicas en Múnich; más tarde, los miembros se reunieron mensualmente en la hostería berlinesa Haus der Flieger. A partir de 1936 Himmler pidió a los distinguidos caballeros una contribución monetaria fija. Hizo saber al banquero del Círculo, Von Schroeder, que se debería facilitar ciertos fondos para las «actividades culturales, sociales y benéficas de los SS». El banquero se apresuró a satisfacer los deseos del insigne mecenas.

También se mostraron aquiescentes las empresas asociadas, y en un dos por tres afluyeron cuantiosos donativos a la cuenta corriente SS de la Banca J. H. Stein cuya presidencia estaba desempeñada por el propio Schroeder. Aportación total anual: un millón de marcos. Seguidamente, se transfirió a la cuenta especial de los SS en el Banco de Dresden, donde Karl Wolff, ayudante jefe de Himmler, pudo manejarla mediante su talonario de cheques. El jefe SS hizo patente su agradecimiento. Sobre los caballeros del Círculo llovieron los títulos SS; de los 32 socios no afiliados a las SS, 15 fueron nombrados jefes honorarios de los Escalones, lo que no los obligó a nada excepto vestir ocasionalmente el uniforme negro.

Desde luego, hubo un metodo asociativo mucho más discreto y barato para quien rehusara ponerse el uniforme negro. Hitler concedió a los emprendedores SS, como formación escogida, el privilegio de poder financiarse por sí mismos y ganar prosélitos entre las gentes adineradas (miembros patrocinadores, Foerdernde Mitglieder = FM). Eso era lo que se entendía por simpatizantes, que prestaban ayuda financiera a la SS pero sin formar en sus filas. No necesitaban prestar ningún juramento de fidelidad y tampoco debían someterse al régimen interior SS.

Cada estandarte SS poseía una organizacion FM, y el militante SS se comprometía a captar por lo menos un miembro patrocinador. «La organización FM —manifestaba en Marzo de 1933 el jefe SS Kurt Wittje— significa el único ingreso seguro en los Escalones de Protección, y representa una garantía firme para el desarrollo ulterior de la economía SS». Tras la subida al poder, las SS intensificaron su propaganda FM especulando con la particularidad de que los alemanes preferían, en el fondo, la organización FM a cualquier otro órgano del Partido. La sigla FM ofreció considerable protección contra los excesos nacionalsocialistas y, por añadidura, un FM no necesitó pertenecer al Partido y tuvo absoluta libertad para determinar su propia aportación pecuniaria. Mínima contribución anual: un marco.

A esos incentivos, Himmler agregó algunos otros de su propia invención. Hizo diseñar una insignia FM de plata, inasequible en los comercios, con un óvalo en el que aparecían grabadas la cruz gamada, las runas Sieg y las iniciales FM; fundó una Revista FM (tirada al comienzo de la guerra: 365.000 ejemplares) y envió a cada conciudadano interesado en la FM el siguiente aforismo: «Es un honor ser militante SS y también lo es el ser miembro patrocinador; ambos cumplimos con nuestro deber, nosotros, los militantes SS y vosotros, los miembros patrocinadores, cada cual desde su puesto. Y Alemania se engrandecerá sin cesar».

La ofensiva propagandística aportó los esperados frutos. Poco tiempo después, el ejército fantasmal de miembros patrocinadores aventajó numéricamente a los efectivos SS e inyectó dinero en las arcas vacías de los Escalones: en 1932, los 13.217 miembros patrocinadores aportaron 17.000 marcos; en 1933 fueron 167.272 miembros y 357.000 marcos, y en 1934 esas cifras se elevaron a 342.492 y 581.000 respectivamente.

Mientras tanto, aquellas SS compuestas con elementos tan diversos experimentaron, inevitablemente, la falta de cohesión interna. Los veteranos se encontraron cuando menos lo esperaban con unos desconocidos de uniforme SS a los cuales les resultaba muy difícil recitar el abecedario del Nacionalsocialismo. El tesorero Schwarz no quiso ponerse más su uniforme negro porque —según lo expresó el Gruppenführer Berger— «ese uniforme lo llevaba puesto demasiada gente y, sobre todo, había muchos jefes SS que no tenían derecho a usarlo bajo ningún concepto» (2 de Julio de 1941). Graduaciones y uniforme dijeron muy poco sobre los pensamientos del hombre SS. El futuro jefe de la Gestapo, Heinrich Müller, llevó prendido en su guerrera el honroso ángulo del ex combatiente y, simultáneamente, la jefatura del Partido de Múnich-Alta Baviera hizo constar (4 de Enero de 1937) que el «ambicioso advenedizo Müller, jamás conocido como camarada nacionalsocialista», no había tomado «nunca parte activa en los asuntos del Partido» y, por consiguiente, «tampoco era merecedor de la exaltación nacional».

El departamento de Personal, anexo al Servicio de Seguridad del Reich, catalogó al Sturmbannführer SS, doctor Heinrich Bütefisch, como antiguo masón y hombre de «raigambre absolutamente mercantil» cuya «mentalidad, orientada hacia la colaboración internacional, juzga natural que cualquier empresa comercial sea un Estado dentro del Estado y se gobierne por sus propios principios y leyes» (19 de Enero de 1943). Y acerca del Oberführer Von Schroeder, el autor de un informe confidencial fechado en Agosto de 1937 reveló que el banquero había confraternizado con los separatistas renanos y con Konrad Adenauer, de lo cual se infería que «no era un activista integral según se entendía este concepto en las SS».

El propio Himmler columbró al fin esa amenaza que se cernía sobre la unidad interna de sus SS. En 1937 confesó que «el factor cuantitativo, la masa humana, entrañaba graves peligros», pues en los Escalones de Proteccion «había [ingresado] una muchedumbre entre la que no se podía dar por descontada la presencia masiva de idealistas incondicionales ni entusiastas incondicionales». Himmler anunció que se había conjurado el peligro… En realidad, ese peligro persistiría hasta que desapareciese el último SS.

Con todo, suspendió temporalmente el ingreso en las SS a mediados de 1933. Himmler señaló:  «Lo he decidido: no se admitirá a nadie más, y así tendremos suficiente tiempo desde fines de 1933 hasta fines de 1935 para hacer una criba entre los recién llegados y expulsar al que no valga». Durante esos dos años fueron descartados absolutamente 60.000 militantes SS. Las órdenes tajantes de Himmler afectaron a oportunistas, alcohólicos, homosexuales, hombres de dudosa procedencia aria, y también a viejos espadachines que habían sido útiles en los días de lucha para abatir a los adversarios políticos, pero que ya no encajaban en el cuadro de la guardia hitleriana. Tampoco aguantó Himmler por más tiempo a los desocupados profesionales. «Todo afiliado que abandone su puesto de trabajo por tercera vez sin una razón justificada, causará baja definitiva en nuestras filas. Aqui no queremos holgazanes».

Hizo perseguir con especial tenacidad a los homoeróticos, pues interpretaba las trasgresiones del Párrafo 175 como una ofensa personal. El homosexualismo le parecía un crimen mortal; ningun homosexual SS se libraba de su venganza, sin excluír a los viejos luchadores cual el jefe de la central SS, Gruppenführer Kurt Wittje. Con fecha 22 de Mayo de 1935 el Schwarze Korps anunció que Wittje había sido relevado “por enfermedad”, y Himmler mencionó en un discurso «con gran sentimiento por su parte» que había dejado marchar a Wittje, pero esperaba que «se repusiera algún día y se reintegrara al servicio». Los jefes SA, en cuyos oídos sonaban todavía las Catilinarias contra los homosexuales de Roehm, supieron en seguida cuál era la verdadera enfermedad de Wittje. El jefe SA Lutze comentó incisivamente: «Les ha costado mucho expulsar a Wittje. Fue necesario ejercer presión por todas partes» (21 de Agosto de 1935).

En 1937 Himmler exigió que todo homosexual de las SS se fuera a la calle y, además, compareciera ante los Tribunales. «Y una vez que cumpla la condena impuesta —agregó— será internado en un campo de concentración». Pero no fue sólo eso lo que exasperó a Himmler; también lo sacó de quicio encontrar sangre no aria en las venas SS. A partir del 1° de Junio de 1935 cada jefe SS desde Sturmführer hacia arriba hubo de demostrar que tanto él como su esposa no tenían ningún antepasado judío; desde el 1° de Octubre tuvieron que hacerlo también todos los Oberschafführer y Hauptscharführer, y pocos meses después la medida fue aplicable a todo militante SS.

Los afiliados, incluyendo algunos camaradas antañones [viejos] de Himmler, corrieron desalados [ansiosos] para escudriñar vetustos registros parroquiales e impresionantes mamotretos en los que esperaban hallar ese dato indispensable: la genealogia “aria”. Los oficiales hubieron de remontarse hasta 1800, y los jefes, hasta 1750. Y cuando Himmler descubría las huellas del enemigo universal en el árbol genealógico de sus hombres, golpeaba ferozmente… entre los grados subalternos. Quien tuviese algunas gotas de sangre judía debía pedir sin tardanza la baja por conducto de su inmediato superior; de lo contrario, intervenía el Tribunal SS y decretaba una expulsión deshonrosa.

Respecto a los cargos superiores, el anti-judío Himmler mostró cierta benevolencia. El Obersturmführer M., casado con una judía en cuarto grado, como lo expresaba el expediente SS, pudo permanecer en la SS; pero antes su esposa hubo de renunciar solemnemente a la ulterior procreación, y él al ingreso de sus hijos en los SS. Pocos años después, el Reichsführer evidenció que su tolerancia era tanto mayor cuanto más elevado era el grado de los “malhechores”. Al Gruppenführer Krüger le fue permitido lo que no pudo hacer el Obersturmführer M. Cuando Krüger quiso casar a su hija con el Sturmbannführer SS Klingenberg, durante la guerra, se descubrió inesperadamente que en el árbol genealógico de esa muchacha «había un antepasado judío puro por línea materna nacido el año 1711», según especificó el propio Himmler. Klingenberg no recibió autorización para casarse con la hija de Krüger, pero éste pudo colocar a su hijo en el estandarte “Adolf Hitler” (carta de Himmler, 2 de Octubre de 1943).

La expulsion de 60.000 afiliados SS no proporcionó todavía la necesaria cohesión interna. Himmler vislumbró un remedio: lo que necesitaban sus Escalones era un espíritu de cuerpo. ¡Eso los mantendría bien unidos! Se requerían condiciones de ingreso más rigurosas, una organización más estricta y un código de honor al que se sintiera obligado cada militante. Hasta entonces, los Escalones de Protección habían constituído una mera organización; en lo sucesivo, formarían una Orden. Esa Orden constaba de un cuadro supremo de mandos que se ramificaba en una serie de direcciones centrales a las ordenes del Reichsführer: la Ayudantía General, dirigida por el Brigadeführer Karl Wolff, órgano supremo de los SS, denominada Estado Mayor del Reichsführer SS, en 1936, y elevada al rango de Dirección General en 1939; la Dirección Central SD bajo el mando del Gruppenführer Reinhard Heydrich, órgano ejecutivo del Servicio de Seguridad; la Dirección Central de Raza y Colonización, administrada por el Obergruppenführer y ministro de Agricultura Walter Darré, quien velaba celosamente por la pureza racial e ideológica de todos los militantes SS; el Tribunal Supremo SS, cuyo presidente, Paul Scharfe, supervisaba la jurisdicción especial sobre las SS y se hacía cargo en 1939 de la correspondiente Dirección Central; y la Dirección General SS bajo el sucesor de Wittje, August Heissmeyer, una central de administración técnica para todas las unidades SS, excepto el SD.

Más tarde, se transformó el cargo de Heissmeyer en una secretaría minuciosamente organizada que no controló tan sólo a los SS existentes hasta entonces (denominados SS ordinarios desde 1934 para distinguirlos de las formaciones especiales), sino también los contingentes de la calavera y las reservas estratégicas. Comoquiera que junto a la administración de esos efectivos armados, más los estandartes montados, también le competía la gestión financiera de todos los SS, se decidió perfeccionar el importante cargo desempeñado por Heissmeyer.

En 1942 surgieron cuatro nuevas Direcciones Centrales; tres debieron su existencia al acervo de la “Organización Heissmeyer”. La Dirección General SS, ya bastante desengrasada, pasó a cargo del Gruppenführer Gottlob Berger, mientras se subdividía en nuevos organismos superiores: la Central de Mando bajo el Gruppenführer Hans Jüttner, órgano ejecutivo del Arma SS; la Dirección de Personal bajo el Gruppenführer Maximilian von Herff, oficina reguladora para los asuntos personales de todos los jefes SS y para la distribución de los SS ordinarios; la Dirección Administrativa bajo el Gruppenführer Oswald Pohl, a quien se confió la administración de todas las empresas mercantiles SS y de los KZ; y el “Departamento General del Obergruppenführer SS Heissmeyer”, organismo fiscalizador de todas las instituciones educativas políticas.

Esas autoridades principales inspeccionaron periódicamente la espesa red de sectores, subsectores, estandartes y demás unidades que componían el inmenso ejército SS. Sus delegados pulsaron sin pausa la disciplina y el servicio de cada formación SS. Los mensajeros del Reichsführer se presentaron por sorpresa en infinitas ocasiones, averiguaron mediante interminables entrevistas los conocimientos y preparación de cada jefe, examinaron los libros contables de cada unidad y también verificaron el celo profesional de los oficiales superiores.

«Durante mis inspecciones he observado —sermoneaba el Gruppenführer Zech, de la Dirección General SS— que los Sturmbannführer y los Standartenführer se comunican por lo general demasiado poco con la tropa en el cumplimiento del servicio diario». También se deducía por los libros de servicio —donde el jefe SS debía especificar el trabajo realizado cada día en beneficio de su gente— «que, por lo general, no se actuaba como disponía el Reglamento». Las unidades SS aguardaban también, por lo general, con evidente inquietud la llegada del supervisor berlinés, como lo prueba una advertencia confidencial sugerida por el propio Zech: «La palabra “control” debe desaparecer. Nuestro Führer no controla los batallones SS: sólo los inspecciona».

Una vez solucionada esa cuestión, el jefe SS pudo atender a otro nuevo punto del programa: se propuso equiparar los multiformes tipos humanos de sus Escalones al militante idóneo SS, ese superhombre hecho a medida que por la voluntad de Himmler debería ser arquetipo y ejemplo. La Dirección de Raza y Colonización (RUSHA) recibió orden de estudiar nuevas y mucho más severas condiciones para el ingreso de los aspirantes. El Hauptsturmführer profesor Bruno K. Schultz concibió una escala de valores para un comité racial de la RUSHA ante el cual comparecerían los candidatos SS para someterse al examen final.

El profesor dividió su escala en tres grupos, a saber: la fisonomía racial del aspirante, sus condiciones fisiológicas, y su apariencia general, pero no ideó otra escala similar para las facultades intelectivas. Puesto que Himmler, fiel a la leyenda de los demógrafos NS, sólo podía imaginar al superhombre como un ser nórdico, rubicundo de ojos azules, y quería limpiar paulatinamente la SS de otros tipos raciales, la RUSHA de Schultz orientó también su mundo especulativo hacia el arquetipo nórdico. Su tabla racial reconoció exclusivamente cinco grupos humanos: el “nórdico puro”, el de “preponderancia nórdica o westfálica”, el mestizo resultante de la fusión armoniosa entre ambas razas “con leves rasgos alpinos, dináricos o mediterráneos”, el mestizo de ascendencia predominantemente eslava o alpina, y el mestizo de razas no europeas.

Sólo parecieron dignos de la SS aquellos candidatos incluídos en los tres primeros grupos. Y eso fue una concesión del ideólogo Himmler, pues él opinaba que al cabo de algunos años los hombres rubios asumirían el mando del Estado, y un siglo después el pueblo alemán volvería a tener sangre germano-nórdica. Desde luego, la raza no lo fue todo. El profesor Schultz exigió en un plan de nueve cláusulas que el futuro militante SS tuviese también una equilibrada constitución física. Así evitó a su Reichsführer «el horror de verse ante individuos cuya talla es ciertamente elevada pero, por una razón u otra, se han desarrollado de forma asimétrica».

Himmler requirió con meticulosidad que no le faltara en ningún caso al militante SS la simetría de sus miembros. Por consiguiente, Schulz admitió únicamente aspirantes que reuniesen las cuatro primeras calificaciones de su programa (“estatura ideal”, “extraordinaria”, “muy buena” y “buena”); los candidatos con las tres calificaciones inferiores fueron rechazados automáticamente y sólo se dio una oportunidad a los de las dos calificaciones intermedias. Estos últimos aspirantes, cuya “deficiente” constitución física representaba un gran inconveniente, debieron demostrar por su porte y desenvoltura que eran asimismo hombres nórdicos. Himmler decía al respecto: «Puede ocurrir también que bajo un régimen disciplinario, el candidato cese de caminar como un siervo y que su pisada, sus manos y todo lo demás correspondan realmente a lo que nosotros entendemos por ideal».

Si el aspirante salvaba los obstáculos interpuestos por el Comité Racial, aún debía atravesar un laberinto de pruebas y verificaciones muy dificultosas. Los candidatos SS pasaban por muy diversas pruebas hasta prestar el llamado juramento de casta y poder llamarse militantes SS. Las distintas estaciones de ese particular noviciado SS se ajustaban al calendario de festejos nacionalsocialistas: El 9 de Noviembre, aniversario del alzamiento en la Bierkeller de Múnich, el candidato, cumplidos ya los dieciocho años, recibía el nombramiento de aspirante oficial a los Escalones, y se ponía un uniforme SS sin distintivos. El 30 de Enero (advenimiento nacionalsocialista), ese aspirante oficial se presentaba ya como cadete y en posesión de un carnet SS provisional. Uno de los momentos culminantes era el cumpleaños de Hitler. En ese 20 de Abril el cadete  se formaba con insignias y carnet SS definitivos para prestar juramento a su Führer:

«Te juro, Adolf Hitler,
Führer y canciller del Reich alemán,
comportarme con fidelidad y valentía.
Prometo solemnemente obedecerte y cumplir tus preceptos,
de lo cual pongo a Dios por testigo».

Una ceremonia tan hierática haría sentir necesariamente al neófito esos lazos místicos entre el carismático Führer y sus uniformados adoradores. Especialmente mágico se le antojaría el juramento en las reservas estratégicas. Esas fuerzas (a diferencia de las SS ordinarias) se concentraban en Múnich el 9 de Noviembre hacia las 22 horas para jurar fidelidad a los santos lugares del Nacionalsocialismo ante Hitler. Un miembro del “Círculo Emil Helfferich” se conmueve todavía hoy cuando rememora «aquella jura de medianoche frente al Feldhernnhalle en Múnich. Jóvenes brillantes, serios, de aspecto impecable y magníficamente equipados. ¡Una auténtica élite! Se me saltaban las lágrimas cuando esos miles recitaban a coro la fórmula del juramento, iluminados por las antorchas. Era como una oración».

Sin embargo, para ese cadete de las SS ordinarias no habían terminado todavía las tribulaciones. Entre el juramento, el 20 de Abril, y la incorporación al Servicio del Trabajo (Reicharbeitsdienst = RAD) el 1° de Octubre, el ajetreado aspirante debía ganarse la condecoración deportiva del Reich y aprenderse el catecismo SS, cuyo compendio de preguntas y respuestas le permitían ahondar en el culto hitleriano de la Orden Negra:

«—Pregunta: ¿Por qué creemos en Alemania y en el Führer? Respuesta: Porque creemos en un Dios Todopoderoso que ha creado Alemania en su mundo y nos ha enviado al caudillo Adolf Hitler. —Pregunta: ¿A quién debemos servir ante todo? Respuesta: A nuestro pueblo y a nuestro caudillo Adolf Hitler. —Pregunta: ¿Por qué obedeces? Respuesta: Por íntima convicción, por mi fe en Alemania, en el Führer, en los Escalones de Proteccion, y por lealtad».

Tras ese aleccionamiento ideológico, el aspirante cumplía su servicio militar y social para reaparecer finalmente en la SS con una nueva catadura: como militante potencial de los Escalones. Si los informes de la Wehrmacht le eran favorables, podía ingresar definitivamente en la Orden al cabo de un mes. El ingreso se celebraba una vez más el 9 de Noviembre, y entonces se cerraba el círculo. Nuevamente prestaba juramento el flamante miembro de las SS. Esa vez lo hacía por él mismo y su futura familia, acatando la orden del Reichsführer SS promulgada el 31 de Diciembre de 1931 por la que se imponía a todos los afiliados SS el deber de contraer matrimonio «aunque teniendo presente única y exclusivamente el criterio sobre raza e integridad genealógica», y tan sólo con autorización previa de la RUSHA o de Himmler.

Entonces el joven cofrade recibía la daga SS y, mediante ese acto simbólico, se zambullía en una hermandad particularista e insólita en la que el fanatismo sectario, los hábitos feudales y el romántico ritual germánico se amalgamaban extrañamente con la moderna gerencia político-económica y la inexorable razón de Estado. Por fin, se representaba el cuadro apodíctico del adoctrinamiento proyectado por Himmler para modelar al superhombre SS: la confirmación del espíritu de cuerpo. Se remedaba ostensiblemente el culto social del oficial prusiano. Cada orden de Himmler, cada detalle externo del servicio diario deberían infundir un soplo de exclusivismo en el militante para que los SS pudieran diferenciarse de las restantes organizaciones NS. Himmler confería un honor especial a su Orden inspirándose en las ceremonias caballerescas medievales.

El juez SS Scharfe nos explica por qué se distinguían también los SS dentro del Partido: «El militante SS ocupa, naturalmente, una posición descollante entre los restantes camaradas del Partido, ya que él debe velar por el Movimiento y por el Führer sacrificando su propia vida si fuera necesario. Es ocioso decir que esa posición especial… entraña un tratamiento especial del militante SS». Fundándose en tal razonamiento, Scharfe aseveraba que ningún Tribunal del Estado, ni del Partido siquiera, tenía jurisdicción sobre el militante SS… esas atribuciones correspondían exclusivamente a los jueces y superiores de los hombres SS.

Existía una judicatura especial que se interponía entre la justicia ordinaria y el SD, las reservas estratégicas, las formaciones SS, las escuelas de cadetes y, prácticamente, todo jefe SS desde Sturmbannführer hacia arriba. Siglos de jurisprudencia europea quedaban reducidos a cero: el militante SS recibía honores muy particularmente y los defendía por su propia cuenta. Aquella daga que había recibido simbolizaba el honor especial del hombre SS. Tras el conflicto con Roehm, los SS habían recusado los tribunales de honor SA, y Himmler declaraba en 1935: «Cada militante SS tiene el derecho y la obligación de defender su honor con las armas». Retornaba, pues, una prerrogativa aristocrática y fosilizada: el duelo.

A partir de entonces, todo militante SS pudo arrojar el guante a quien le viniera en gana siempre y cuando se contara con la aprobación del Reichsführer. Himmler especificó con su proverbial meticulosidad profesoral las modalidades permisibles del duelo. «Si hubiera ofensa flagrante —se leía en su orden—, el militante SS dará los pasos necesarios dentro de las primeras veinticuatro horas (los días festivos no cuentan) para dejar entrever que le bastará una aclaración o, mejor dicho, una satisfacción». Si se le negara tal satisfacción, el ofendido «deberá participar a su rival que se propone llevar adelante el asunto mediante su representante (padrino), quien le dará oportunamente noticias suyas». El padrino, «cuya graduación debe ser, en lo posible, la misma del ofensor, vestirá uniforme de servicio para presentar un desafío bien razonado al rival de su mandante y puntualizar la elección de arma». El reto por escrito en sustitución del padrino «tendrá mi autorización cuando se trate de casos excepcionales», pero entonces «se deberá notificar todo por carta certificada».

Su concepto del honor SS fue tan singular que toleró ocasionalmente el recurso al suicidio. También adoptó aquí un tono de pedantismo burocrático, como lo evidencia el caso del Obersturmführer Johannes Buchhold, condenado a muerte por abuso de autoridad. «Por orden del Reichsführer SS —anotó el Hauptsturmführer Bleyl con fecha 22 de Junio de 1943— notifiqué a… Buchhold que se dejaría una pistola en su celda durante seis horas como indicación de que se le daba una oportunidad para expiar la acción punible cometida por él. Así, pues, entregué al Obersturmführer SS Buchhold una pistola Mauser 08 con una bala en la recámara y el seguro alzado. Acto seguido, me despedí». El reo hubo de agradecer todavía por escrito a su Reichsführer ese acto de clemencia. «Ratifico la declaración expuesta más arriba y, para que así conste, estampo al pie mi firma y rúbrica. Buchhold, Obersturmführer». Último comunicado del Reichsführer: «El cadáver debe quedar a disposición de los familiares. Buchhold ha expiado su delito con la muerte. Dese a entender que ha caído en acto de servicio para ahorrar preocupaciones a los familiares».

Sin embargo, esa justicia privativa del militante SS hacía peligrar la disciplina y el orden, según opinaba Himmler. Y la causa era muy sencilla: los temibles riesgos del igualitarismo. Lo que antaño atañera solamente al oficial prusiano —salvaguarda del honor profesional— se había extendido en la SS hasta el último peldaño del escalafón. Por consiguiente, Himmler tuvo que contrarrestar esa seudo-democratización con un orden jerárquico muy estricto dentro de sus hombres.

El Reichsführer trazó una divisoria a través de la colectividad SS para separar al sacerdocio de los legos. Himmler sabía que la distribución de cargos e insignias importantes acrecentaba el poder y el esoterismo de una orden jerárquica. Por lo tanto, introdujo tres emblemas. Para militantes distinguidos, sin diferencia de grado, hizo diseñar una sortija de plata con la calavera SS en miniatura. Ese sello había sido concebido inicialmente para los ex combatientes, y se debería distribuír tan sólo entre los 10.000 primeros afiliados. Pero el círculo de sus poseedores se extendió cada vez más. En 1939 lucían esa sortija casi todos los jefes SS que tuviesen tres años de antigüedad como tales.

Himmler manejó con más cautela el talismán de los mandos SS, el honroso espadín que contaba entre los requisitos fundamentales para ascender a la nueva nobleza alemana. Solamente se podía conferir ese espadín a los militantes con graduación (desde Unterstumführer hacia arriba); además, esa concesión no estaba prescrita como en el caso de la sortija sino que representaba una merced más o menos arbitraria del Reichsführer. Únicamente los diplomados de las escuelas Junker recibían sin más trámites la daga al terminar sus estudios. La daga de Himmler debería mostrar quiénes eran los elegidos del gran maestro para integrar la escala jerárquica. Cuanto mayor el rango, mayor la espesura de las dagas. Al terminar la guerra poseían daga 362 de los 621 Standartenführer, 230 de los 276 Oberführer, 88 de los 96 Gruppenführer, 91 de los 92 Obergruppenführer y los cuatro Oberst Gruppenführer.

Desde luego, ese escalonamiento jerárquico tan matizado no satisfacía aún al místico Himmler. Su cerebro, lleno de romanticismo histórico, sabía por las innumerables sagas leídas y releídas, que el rey celta Artús (año 500 d.C.) reunió a los doce caballeros más nobles y valerosos alrededor de una mesa circular y, con su ayuda, defendió la fe y la libertad de los celtas contra el intruso anglosajón. De ahí se podía aprender también algo útil para los SS. La leyenda del rey Artús debió haber impresionado considerablemente al Reichsführer, pues no toleraba nunca en su mesa ni más ni menos de doce invitados. Y así como el rey Artús eligiera otrora a sus doce bravos, el “rey Heinrich” designó también a los doce Obergruppenführer más destacados para ocupar los altos grados jerárquicos de su Orden.

Tambien ideó Himmler un emblema destinado a esos esforzados caballeros. En 1937 el profesor Karl Diebitsch, director del Departamento SS de Bellas Artes (Múnich) recibió un encargo de su Reichsführer: debía diseñar varios escudos de armas para los más importantes jefes SS. Sin embargo, antes de que el profesor ejecutara con toda su vehemencia científica esa orden, entró en escena otra creación de Himmler: el “patrimonio vernáculo”. Unos cuantos arqueólogos se dedicaron exclusivamente a desenterrar antigüedades germánicas. Esos investigadores excavaron en todas direcciones para proporcionar material genealógico al forjador Diebitsch. El 17 de Julio de 1937, Pohl, uno de los Gruppenführer seleccionados, tuvo la primera noticia sobre el patrimonio vernáculo y se manifestó así: «Lo que nosotros perseguimos es el escudo ancestral del hombre germánico, nuestra marca de fábrica. Es el símbolo de la estirpe germánica y de sus antiquísimos antepasados. Y para poder ligar con el añejo blasón del linaje germánico, se requiere una cuidadosa investigación».

El jefe SS encontró en el castillo de Wewelsburg un Valhala donde pudo instalar su “Tabla Redonda” y proporcionar una decoración digna a las armas de sus caballeros. El nuevo Grial de Himmler acogió a los elegidos. Se les hizo pasar a un comedor de 35 por 15 metros, y se instalaron en torno a una enorme mesa de roble; cada uno ocupó un sillón de orejas forrado con piel de cerdo, cuyo respaldo ostentaba una placa argentada donde se leía el nombre del caballero ocupante. Desde entonces, celebraron allí regularmente coloquios y conferencias que apenas se diferenciaban de una sesión espiritista. Cada elegido poseyó en aquel castillo su propio aposento cuyo moblaje, de determinado estilo, se consagró a una adecuada personalidad historica.

El castellano previó también el fin de sus caballeros. Bajo el comedor había un inmenso sótano abovedado de roca viva y separado del mundo exterior por un muro cuyo espesor tendría sus buenos dos metros. Aquello fue el sancta sanctorum de la Orden: el adoratorio, el reino de los muertos. En medio del pavimento se abría una cavidad, algo así como un pozo al que conducían dos peldaños. Una pila granítica constituía el centro, y a lo largo del muro se alineaban doce zócalos de piedra.

En la pila se incinerarían los blasones de cada Obergruppenführer difunto, y sus cenizas se conservarían en la urna colocada junto al zócalo correspondiente. Los respiraderos —cuatro boquetes abiertos en la techumbre— estaban construídos de tal forma que el humo formaría una columna perfecta durante la ceremonia de incineración.

Pues bien; allí en la mansión de Wewelsburg Himmler pretendía forjar la armazón ideológica de la Orden con sus doce Obergruppenführer. El escenario parecía idóneo para tal empresa: Wewelsburg era el único castillo amurallado y elevado de Westfalia, próximo a Paderborn, y su nombre provenía de un antiguo propietario, el caballero bandido Wewel von Buren. El burgo, otrora refugio ocasional del obispo de Paderborn, se extendía (y se extiende todavia) sobre una loma desde la cual se dominaba el riachuelo Alme, cuyas aguas bañaban la aldea de Wewelsburg. Ésta fue arrasada en tiempos de los hunos, por ser un castillo sajón con fosos, pero renació pujante con el siglo XVII bajo el nombre de Wewelsburg, un gran triángulo grisáceo sobre el verde paisaje, destinado a ejercer una extraña fascinación en el espíritu exaltado de Himmler, hombre más apegado al pretérito que al presente.

Según quiere la leyenda, Himmler oyó hablar de cierta profecía que auguraba lo siguiente: cuando sobreviniese la próxima invasión desde el Este, sólo se resistiría un burgo de Westfalia, y se dice que lo estuvo buscando por todo el país. Pero la realidad es mucho más prosaica: el Municipio de Buren, a quien correspondía el mantenimiento del burgo, se alegró de poder traspasar la destartalada fortaleza al jefe SS. El 27 de Julio de 1934 Wewelsburg quedó en poder de las SS, que lo arrendaron por un marco anual. Poco después, Himmler informó al ministro de Hacienda, Schmitt: «Me propongo reconstruír Wewelsburg para convertirlo en escuela de jefes SS. Por lo tanto, solicito la mayor subvención posible para los gastos de edificación» (Geschichte der Wewelsburg, por W. Segin).

El romántico Himmler había encontrado su Marienburg, pues así como veía en los SS una segunda orden caballeresca alemana, proyectaba también hacer de Wewelsburg un emporio espiritual, un centro de inspiración para la nueva Orden, análogo a aquella Marienburg en Prusia oriental donde antaño el gran maestre de la Orden Teutónica forjara su dominación sobre los eslavos y enterrara a sus más relevantes muertos bajo el coro de la capilla palatina.

Himmler creó en su Estado Mayor privado una sección encargada de Wewelsburg, al cuidado del Standartenführer Siegfried Taubert, quien fue nombrado también comandante de la plaza en 1937. El arquitecto SS Hermann Bartels proyectó la reconstrucción para realizar a su manera lo que el jesuíta Johann Horrion había anunciado ya poéticamente hacia principios del siglo XVII:

«Ahora se alza Wewelsburg, / dominante sobre macizas rocas, / aspirando el aire entre las nubes, / audaz la altanera cabeza. / Antaño fundado por los hunos (si se ha de dar crédito a la saga), / ha elegido tu señorío / entre muy diversos señores / y te ofrece una morada digna de ti…».

Una cuadrilla de trabajadores voluntarios y una plana mayor de técnicos SS reedificaron el burgo patrocinado por Himmler. Sobre el comedor, en el ala Sur de la fortaleza triangular, levantaron las habitaciones privadas del Reichsführer, agregando una gran sala para su importante colección de armas y una biblioteca donde tuviesen cabida 12.000 voluminosos tomos. En dos espacios contiguos construyeron el salón de actos y una audiencia para el Tribunal Supremo SS. Aquella planta contuvo también unos aposentos reservados a Hitler, quien, desde luego, no apareció jamás por Wewelsburg, razón suficiente para que corriera por aquella aldea el rumor de que Hitler debe haber sido enterrado en Wewelsburg.

Las extravagancias de Himmler por un castillo que hacia el fin de la guerra le había costado ya trece millones de marcos fueron algo más que una mascarada histórica. Él se figuró que la Historia —o su peculiar interpretación de ella— podría llegar a ser un coagulante ideológico, un motor filosófico de sus Escalones. Wewelsburg no fue la única fortaleza que tendió lazos indisolubles entre Himmler y los SS. «Es mi propósito —declaraba en 1937— erigir a ser posible en las inmediaciones de cada estandarte otros tantos exponentes culturales del grandioso pretérito aleman, para que normalicen nuestra vida y la orienten hacia un Estado digno de un pueblo culto».

En 1936 fundó una “Sociedad para el Fomento y Mantenimiento de los Monumentos Culturales Alemanes”, que prodigó sus cuidados entre los edificios históricos, si bien sólo aquellos que documentaban los períodos predilectos del ideólogo SS, es decir, la remota Antigüedad germánica, la Era pagana del Medievo, y la época colonialista de la misión alemana en el Este bajo la Orden Teutónica. La sociedad restauradora de Himmler cuidó concienzudamente lo que convino a los SS en ese mundo petrificado anti-eslavo y anti-cristiano, tal como castillos desmoronadizos de la Orden Teutónica o la legendaria floresta sajona de Verden a orillas del Aller, donde se alza un túmulo para perpetuar la memoria de los 4.500 sajones paganos ejecutados allí en el año 782 por Carlomagno.

A ese respecto, comentaba Himmler: «Tales cosas nos interesan porque revisten suma importancia en la lucha política e ideológica». Romanticismo histórico, pan-germanismo y paganismo como elementos integradores de esos SS reclutados en todos los estratos sociales, constituyeron el fondo de dicha fundación y otras similares promovidas por Himmler. Entre ellas, ocupó un lugar prominente la “Institucion en Memoria del Rey Enrique I”, pues Himmler, enemigo de los polacos, sentía viva admiración por ese monarca de la dinastía sajona (876-936) que lograra someter a los eslavos.

En el milenario de la muerte del citado rey, el 2 de Julio de 1936, el Heinrich vivo juró ante el muerto, cuya cripta (por entonces vacía) se halla en la basílica de Quedlinburg, que reanudaría y coronaría la misión sajona en el Este. Un año después hizo trasladar solemnemente los restos mortales de Enrique I a la basílica. Según manifestó Himmler, la cripta del monarca «sería un lugar sagrado al que peregrinarían los alemanes para rendirle homenaje». Y el Reichsführer solía acudir allí en cada aniversario del rey para mantener con el otro Heinrich un diálogo silencioso que se iniciaba puntualmente cuando las doce campanadas de la medianoche despertaban inquietantes ecos alrededor del sombrío sarcófago.

Himmler aprovechó cada oportunidad para establecer contacto con el regio difunto. Se atribuyó la facultad de conjurar los espiritus y reunirse con ellos periódicamente; no obstante, y según confió a su amigo íntimo Kersten, sólo se presentaron los espíritus de personas muertas por lo menos cien años antes. Cuando caía en trance —informó el propio Himmler— se le aparecía con frecuencia el espíritu del rey Heinrich para revelarle trascendentales enigmas. Y así, Himmler iniciaba muchas conversaciones ordinarias con estas palabras: «El rey Heinrich hubiera hecho lo siguiente en este caso…». Se interesó tan vivamente por su héroe que poco a poco creyó ser una reencarnacion del rey (Das Schwarze Korps, Julio de 1937).

Sin embargo, ese ocultismo no nació de una afición desmedida a la Historia. Los vínculos con el pretérito deberían imprimir un sello de predestinación a la Orden SS, deberían originar un determinismo histórico que caracterizase a todos los militantes SS sin excepción como una larga cadena de hidalgos germánicos. El lema fundamental de las SS, concebido por Himmler, decía así: «La organización SS emprende su marcha, según leyes inmutables, como una Orden nacionalsocialista de hombres categóricamente nórdicos, como una colectividad de tribus nórdicas conjuradas». Himmler: «Nosotros no quisiéramos ser solamente los descendientes que zanjen el litigio con las armas, sino también los futuros ascendientes… el patriciado indispensable para perpetuar la vida del pueblo germánico».

Evidentemente, Himmler eligió el culto de los antepasados germánicos para proporcionar cohesión ideológica a la SS. Por cuanto se refiere a fundamentos filosóficos, la organización SS no pudo ofrecer más que las restantes formaciones nacionalsocialistas: una bizantina fe en Hitler, un nacionalismo extremo y una ilusión racista. Ninguna otra doctrina diferenció a las SS de las demás organizaciones NS.

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