viernes, 16 de octubre de 2020

Stanley G. Payne: “La Segunda República constituye un manual sobre los errores que no deben cometerse para consolidar una democracia”

 

Stanley G. Payne es, a sus 84 años, el especialista extranjero más prestigioso en el campo de Historia Contemporánea de España. Jubilado ya de su cátedra HilldaleJaume Vicens Vives en la Universidad de Wisconsin-Madison, ha mantenido sin embargo un ritmo de trabajo envidiable. Sus últimos libros se han centrado en el estudio de la República, la Guerra Civil y la España de Franco, pero destacan también sus últimas aportaciones sobre el hispanismo, la imagen de España y la historia general de nuestro país, entre las que sobresalen España. Una Historia única (2008), En defensa de España: desmontando mitos y leyendas negras (2017); 365 momentos clave de la Historia de España (2018); o La revolución española, 1936- 1939 (2019). Esa prolongada y constante dedicación a la historia de España es la clave que deseamos desentrañar en esta entrevista. 

1. Probablemente le hayan hecho muchas veces esta pregunta, pero es casi obligada formulársela a un hispanista. ¿Por qué eligió España como campo de estudio? ¿Fue algún vínculo familiar? ¿Algún viaje de juventud o algún libro que le impactase? -S. Payne. Entrar en esta pista era algo relativamente lógico desde un cierto punto de vista, pero desde otro parecía casi una casualidad. En la escuela me introdujeron al idioma, al menos un poquito, cuando era un niño de nueve años en Texas, y seguía estudiándolo en la escuela secundaria y como subgraduado universitario. Pero eso era una afición personal. El interés en mi país se enfocaba mucho más hacia Hispanoamérica y aprendí muy poco sobre España, sin la menor intención de dedicarme a estudios especializados. Me interesaba mucho más Rusia, pero no tenía la oportunidad de tomar clases en ruso. Perdí la oportunidad de ganar una beca en el Russian Institute de la Columbia University, tal vez por un atraso o extravío de correo, y me quedé con una beca de Claremont, pero en una situación en que tendría que escoger otro tema de investigación. Luego, en ese verano de 1955, por pura casualidad, di con dos libros en inglés que realmente despertaron mi interés. Fueron El temperamento español escrito por el veterano crítico literario inglés (e hispanista por afición) V. S. Pritchett, muy estimulante, y una historia de arte medieval española que realmente me gustó. Nunca tuve un mentor o director especialista en la historia de España, pero sí profesores especializados en cuestiones o países análogos o vecinos que me alentaron y apoyaron: el conocido hispanoamericanista Hubert Herring en Claremont, que dirigió la tesina, y cuando finalmente llegué a Columbia, Shepard Clough (antiguo alumno del exembajador Carlton Hayes), especialista en historia contemporánea de Francia e Italia, como director de tesis. Pero nunca había metido el pie en Europa ni tenía vínculo familiar alguno. Entonces éramos más pobres y se viajaba poco. 

2. Durante sus estudios de doctorado, tuvo un contacto frecuente con numerosas personalidades del exilio español. De ellos, ¿quién le pareció más sugestivo? -S. P. Joaquín Maurín, el fundador del famoso y malogrado POUM. En Nueva York conocí a varios emigrados republicanos notables, y de ellos el que me aconsejó más franca y astutamente fue Emilio González López, profesor de literatura española en Hunter College. Con Casares Quiroga, había sido uno de los dos líderes principales de la ORGA republicana gallega, aunque más moderado que su rival principal, pero sus contactos con la España de 1958 eran limitados. Uno de los miembros de mi tribunal del examen doctoral oral, preliminar a la tesis, fue Francisco García Lorca, exdiplomático republicano y hermano menor del poeta, que era profesor de literatura española en Columbia. Le expliqué que iba a necesitar contactos más extensos para empezar mis investigaciones en España, y por eso me puso en contacto con Maurín. Joaquín Maurín había sido, y en algún sentido seguía siendo, un personaje francamente carismático, aunque había tenido poco éxito en la política por su revolucionarismo extremo. Desde 1947, después de su salida de la cárcel en España, vivía en el exilio en Nueva York a base de su propia pequeña agencia de prensa, American Literary Agency, como una suerte de enlace entre la prensa de Estados Unidos y la de Hispanoamérica. Su experiencia personal le había templado mucho; ya no era un marxista-leninista revolucionario, sino más bien un socialdemócrata. Maurín tenía una personalidad impresionante, de gran calor humano pero combinado con inteligencia y rigor, como muy pocos que he conocido en mi vida. Me recibió en seguida de un modo abierto y simpático, y llegamos a ser muy amigos. A largo plazo su actitud conmigo era casi paternal, como si yo fuera su “hijo americano”. Siempre me invitaba a comer en su restaurante chino predilecto, “The Good Earth”, en la calle 72 con Broadway, cerca de su casa. La última ocasión que nos vimos tuvo lugar en 1973, meses antes de su muerte. Le visité en su casa, dado su estado de salud, pero cuando salí estaba lloviendo, y Maurín insistió en sacar su paraguas para protegerme de la lluvia cuando cogí un taxi, a pesar de que el enfermo era él, no yo. Así que mi último recuerdo personal fue de verdad conmovedor. Aunque su antiguo revolucionarismo había desaparecido en una parte muy grande por esta etapa, nunca compartimos exactamente los mismos valores políticos, y por eso su esposa (hermana del político y ensayista ruso Boris Souvarine, primer biógrafo crítico de Stalin) se sorprendía un poco de nuestra amistad, como ella misma me comentaba. Sentía desazón con respecto a su carrera política anterior, al punto de que no quería hacer una autocrítica formal, sino dejarla en gran parte en silencio. Empezó a publicar sus memorias solamente en los últimos meses de su vida en España Libre (bisemanal neoyorquino de republicanos emigrados, en gran parte cenetistas –con ellos Maurín volvió a su primera juventud política premarxista). Siempre apoyaba mis propios trabajos con entusiasmo, hasta en el caso de mi The Spanish Revolution (1970), a pesar de mi crítica del proceso revolucionario destructivo bajo la República. Fue gracias a la recomendación entusiasta de Maurín a un japonés interesado que pronto salió una edición de ese libro en japonés. 

3. Su primer trabajo de investigación versó sobre Falange Española y la figura de José Antonio Primo de Rivera. ¿Qué le impulsó a investigar un tema tan controvertido en un momento, finales de los cincuenta, álgido del franquismo? ¿Le supuso algún problema en la España de entonces? -S. P. Cuando yo empecé a investigar en 1955, lo ignoraba todo. El tema fue una sugerencia de mi director de tesina, Hubert Herring, que luego podía continuar con la tesis doctoral. No tenía muy claro cómo podría investigar en España, pero poseía la confianza y energía de la juventud. Puesto que habría muy poco de archivos aprovechable, era evidente que iba a necesitar el apoyo de los españoles mismos, a nivel personal. Maurín me puso en contacto con su correligionario Julián Gorkín (que tenía una cicatriz muy prominente en la frente, donde una bala comunista casi consiguió asesinarle) en París, que entonces cooperaba con Dionisio Ridruejo en el intento de formar un nuevo partido socialdemócrata español. Me dio una carta de presentación a Ridruejo en Madrid, solicitando su ayuda. Eso fue clave. Ridruejo se portó estupendamente conmigo, presentándome a todos los camisas viejas de Falange. Nuestras largas conversaciones en el cuarto de estudio de su casa, de las que yo tomaba notas copiosas a mano, también me explicaron mucho. Eso quería decir que mi metodología fue en gran parte “la historia oral”, término que entonces casi no existía. El momento fue especialmente oportuno. Habían pasado veinte años y el mundo había cambiado bastante. Los veteranos del partido estaban más relajados, con cierta distancia y perspectiva que antes no hubieran tenido. Muchos estaban dispuestos a hablar conmigo y hasta a dar alguna documentación primaria. Algunos eran bastante honestos, otros no. Es la responsabilidad del historiador contrastar y tratar de verificar todo esto. No tiene nada que ver con la llamada “memoria histórica”. La historia oral es una metodología crítica profesional que busca ser objetiva, también utilizando otras fuentes, mientras que la “memoria histórica” es una creación política presentista que, en la práctica, ignora la historia. 

Yo también calculaba que el momento era más oportuno para un investigador universitario norteamericano, por las buenas relaciones entre Washington y Madrid después de 1953. Así era. Los españoles de aquel tiempo en una gran parte aceptaron como válidas mis credenciales como doctorando neoyorquino, dándome cierto estatus objetivo y desinteresado que no hubiera podido lograr ningún español de esa época. La policía me vigilaba, pero de un modo discreto y profesional, sin la menor interferencia directa. Años después pude leer el informe policíaco sobre mis actividades que llegó al despacho de Franco en abril de 1959. Fue un documento por la mayor parte exacto, pero también expresó cierta impotencia de la policía y del régimen para impedir mis pesquisas, por la evolución de la dictadura y la delicada situación internacional. 

4. El nombre de la cátedra que ocupó en la Universidad de Wisconsin-Madison homenajea al historiador Jaume Vicens Vives. ¿Ha sido quien mayor influencia ha ejercido sobre usted en sus comienzos como hispanista? -S. P. Jaume Vicens fue el historiador más dinámico e impresionante que yo he conocido jamás, en cualquier país. Ya tenía fama en el extranjero, y quería conocerle. Mi compatriota Gabriel Jackson, algo mayor que yo, ya tenía contacto con él y le pedí una carta de presentación, que le presenté en su casa en Barcelona el segundo día de mi estancia en España. Me sorprendió el calor de su bienvenida; me invitaba a cenar la próxima noche, en compañía de su hijo Pere, que el año anterior había vivido en California como alumno de intercambio. En total, nos vimos en cinco ocasiones diferentes ese año, tres veces en Barcelona y dos en Madrid. Me distinguió con una atención, y hasta con una amistad, que me sorprendió, porque de verdad yo no era nadie, pero Vicens evidentemente creía que como joven estudioso era prometedor. Era el historiador más distinguido de España de su generación, un estudioso que tuvo que luchar con las condiciones de atraso educacional de la época y también con las restricciones políticas evidentes. Me impresionaron sobre todo su rigor y originalidad intelectuales, su aguda capacidad analítica, su apertura a las nuevas corrientes internacionales, y su fantástica energía y dinamismo. No tenía igual.

No era perfecto. Empezó su carrera con unas críticas originales y valientes del subjetivismo de la historiografía catalanista de aquellos años, pero al final formó su propio mito, hasta cierto punto, de la burguesía catalana modernizante del siglo XIX. Pero no ha habido nadie que fomentara tantos proyectos creadores en tan breve espacio de tiempo. Influyó mucho en mi propia formación por varios modos: por su valentía y originalidad, por su ejemplo personal, profesional y moral, y también por algunas sugerencias concretas. Fue Vicens, por ejemplo, quien me sugirió el tema de mi siguiente investigación importante, sobre los militares y la política. Cuando obtuve mi cátedra en Wisconsin en 1980, no dudé un instante en que debía homenajearle.

 5. Después de Falange, estudió las relaciones entre el Ejército y la política española, y se embarcó en un estudio de las izquierdas españolas titulado La Revolución española. ¿Qué papel tuvieron ambos factores, militares y organizaciones obreras, en la crisis del constitucionalismo español entre 1923 y 1936? -S. P. La larga época del liberalismo decimonónico español finalmente alcanzó cierta estabilidad después de 1874, y ese régimen, no la muy controvertida Segunda República, es el verdadero antecedente del sistema democrático actual. Entró en un proceso de crisis lenta en 1917, con su punto de inflexión en 1923, iniciado por el pronunciamiento de Primo de Rivera. La estabilidad constitucional y representativa no volvió hasta después de la muerte de Franco, pero el pronunciamiento de 1923 no representó ninguna gran conspiración o rebelión del Ejército, sino una iniciativa personal –con apoyo limitado– de Primo de Rivera. España había llegado a ser un país muy liberal, con mucho respeto por las leyes y los derechos individuales, y menor interés de parte de los militares en interferir en la vida política. Más tarde los republicanos no tendrían el menor éxito en sus múltiples intentos de provocar una sublevación a su favor, a pesar de la izquierdización de una gran parte de los militares. Y hasta en una situación de verdadera crisis como la de la primera de 1936, por meses los conspiradores militares tenían poco apoyo dentro del Ejército. La Segunda República casi constituye un manual sobre los errores que no deben cometerse para construir y consolidar una democracia. No hubo partido que no contribuyera negativamente en este proceso. Pero en la medida en que hubiera una clave principal, fue el proceso revolucionario, iniciado de un modo limitado y confuso en 1931 y luego acelerado en 1934, para después ampliarse profundamente en 1936, el que evitó la pervivencia de la República. La sublevación militar, parcialmente derrotada, fue el detonante de la Guerra Civil, pero la causa fundamental fue este proceso revolucionario, una verdad admitida por un socialista honesto como Julián Besteiro. No quiero recapitular toda esa historia aquí, aunque en varias ocasiones he explicado cómo las circunstancias de España reflejaban perfectamente las bosquejadas por la teoría conductista de la revolución de Tocqueville. El proceso revolucionario empezó de un modo semimoderado, para luego radicalizarse más y más. La pretensión de que la gran revolución española de 1936 –en la zona republicana la más extensa y violenta revolución obrera de masas desde la rusa en 1917, como insistían sus portavoces mismos– fue meramente una repentina “respuesta” a la sublevación militar semifracasada es mentalmente infantil, porque nada de esa extensión y profundidad puede ser inventada sobre la marcha, sino que fue la expresión de ese amplio proceso revolucionario en evolución. Dadas las circunstancias internacionales de 1936-37, pronto llegó a ser la “revolución que nunca se osaba o se atrevía a decir su nombre”. El camuflaje de la revolución ha sido la base de todo el mito histórico de las izquierdas en España desde entonces. Me parece realmente extraordinario que después de medio siglo ningún historiador español se haya atrevido a reemplazar mi antigua The Spanish Revolution, que sigue siendo el único estudio individual de todo ese proceso clave, aunque en el siglo XXI ese tomo está en parte desfasado. Relanzo el título para mi ensayo nuevo sobre la Guerra Civil, no porque se trate de una revisión de ese libro, sino para llamar la atención sobre lo que fue la clave de la coyuntura. La razón de este silencio, en la medida que haya razón, es que ninguna de las grandes revoluciones modernas fue tan completamente puesta al revés como la española, con la victoria total y aplastante de la contrarrevolución de Franco. En eso España ciertamente fue diferente, pero eso no cambia la historia, y debe exigirse la verdad de lo sucedido en la zona republicana entre julio de 1936 y abril de 1939. 

6. Es significativo su interés por la historia del nacionalismo vasco en los años setenta. ¿Tuvo que ver el contexto conflictivo de la España de entonces? ¿A qué atribuyó en aquellos años el surgimiento de ETA? -S. P. Mi interés en los nacionalismos lo despertó Vicens Vives, quien siempre deseaba que prestara más atención a Cataluña. Pero, cuando finalmente tuve algún tiempo para dedicar al tema en 1972-73, la cuestión vasca había llegado a ser la más candente. Por eso, sí, fue consecuencia de los conflictos de aquellos años. No pensaba escribir un libro sino un estudio más breve pero, cuando investigaba en los fondos del Basque Studies Program en Nevada (entonces probablemente el único de esa clase fuera de España), su director me pidió que lo ampliara a un libro breve para su serie de publicaciones. En aquel entonces yo, como la mayor parte de la gente, creía algo ingenuamente que la exacerbación del vasquismo fue el producto de la prolongación de la dictadura. Como he explicado en otro sitio, me habían gustado mis dos charlas con el líder del PNV, José Antonio Aguirre, campechano y simpático, en París en 1958-59, y tenía una opinión bastante positiva de los nacionalistas vascos. Pero esa monografía breve sobre el primer nacionalismo vasco fue de un alcance limitado, y era útil meramente como una primera indagación pionera en lo que después llegó a ser una industria de estudios sustancial.

7. El aumento de la conflictividad durante el tardofranquismo no auguraba un tránsito tranquilo de la dictadura a la democracia. ¿Existía cierto escepticismo en Estados Unidos sobre la democratización de España? -S. P. La situación en España en 1975 parecía conflictiva en comparación con la de 1960, pero no tanto desde otras perspectivas. En el Departamento de Estado existía algún escepticismo, que fue muy acusado en el caso personal de Henry Kissinger, siempre aconsejando mucho cuidado y lentitud en la Transición por temor de que a los españoles se les escapara de las manos. Pero en la primera parte de 1975, y probablemente antes, yo había llegado a ser francamente optimista, como éramos la mayor parte de los pocos estudiosos que nos ocupábamos de los asuntos políticos españoles, porque estábamos convencidos de que ya existían todos los ingredientes necesarios para una transición democrática exitosa. Por eso, cuando en junio de 1975 la Junta Democrática, bajo un disfraz, consiguió convocar una sesión privada en un salón de la Cámara de Representantes en Washington para insistir en una intervención del gobierno estadounidense para con trolar al mando militar español, evitando que se reprimiera la democratización, yo fui el único de unos doce presuntos expertos que dijo que no sería necesario. Expliqué que casi todas las intervenciones militares importantes en España habían sido respuestas a crisis políticas, y si los nuevos líderes de un gobierno democrático conseguían mantener la estabilidad, con la ley y el orden, un logro que yo creía posible, no habría una intervención desestabilizadora. 8. Su labor de ‘fascistólogo’ y su capacidad de análisis comparado de este movimiento quedarán como una de sus grandes aportaciones a la historiografía mundial. Pero, ¿qué le indujo a embarcarse en una empresa tan ambiciosa? -S. P. Fijarme en esa cuestión fue una consecuencia de mis primeras pesquisas en España y también de la coyuntura de aquellos años. Puse como subtítulo a mi primer libro las palabras algo pomposas de “Historia del fascismo español”, con la certidumbre de que se trataba de la expresión española de una tendencia europea más amplia. Pero me habría sido muy difícil en aquel momento presentar cualquier análisis comparado del fenómeno, por la ausencia de investigaciones intensivas. Una vez que había terminado el libro de los militares y varios escritos menores, junto con mi historia general de España y Portugal en dos tomos, el problema me preocupaba más y más, y me puse a leer una enorme literatura secundaria, que me costó bastante tiempo. Durante la última parte de la década de 1960 y gran parte de la década siguiente también, existía a nivel internacional lo que llegó a ser conocido como “el debate sobre el fascismo”, en que, después de los primeros años, yo participé también. Mi primera contribución de cierta importancia fue una ponencia en un congreso en Noruega en 1974, y desde entonces persistí en la labor. Por 1977 creía que había formado una base de datos y una estructura analítica adecuadas para pasar a la preparación de un libro no tanto de narración histórica sino de análisis comparado, más como politología, que pudiera dar claridad analítica e histórica al fenómeno comparado. Tuvo éxito y continúa reeditándose después de casi cuarenta años. 9. Usted siempre sintió un gran interés, incluso vocación, por la historia de Rusia. ¿Fue “Unión Soviética, comunismo y revolución en España” una manera tangencial de abordarla? -S. P. Sí, en cierto sentido. El estudioso que había dado gran parte de su vida a este tema fue mi muy buen amigo el británico Burnett Bolloten. Había llegado a obsesionarse con ello, pero se murió poco antes del colapso de la Unión Soviética, y por eso no pudo rectificar algunos errores cuando finalmente se abrieron los archivos soviéticos. Durante la década de 1990 la americana Mary Habeck y los españoles Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo sacaron la primera documentación básica de Moscú, y en los 2000 parecía posible escribir una historia auténtica de una de las cuestiones más importantes y más controvertidas de la Guerra Civil. La historia de Rusia es un tema apasionante, aunque a la vez deprimente y frustrante. He explicado mi interpretación de una parte de eso en mis reseñas de libros sobre Rusia en Revista de Libros. En 1917 algunos escritores de izquierdas, Trotski incluido, abordaron el tema de que España era el país más parecido a Rusia, un concepto muy falso. El país más parecido a España (fuera de Portugal) es, a pesar de las grandes diferencias, Italia, y en el este de Europa, como decía el gran historiador polaco Jan Lelewel, es Polonia. 10. El Colapso de la República ha sido el intento más sugerente de ofrecer una explicación más compleja y multicausal de la quiebra del constitucionalismo español. ¿Cómo ve actualmente la historiografía sobre los orígenes de la Guerra Civil? -S. P. Yo he dicho siempre que la ausencia de atención a las verdaderas causas de la Guerra Civil por parte de los historiadores españoles, con la ausencia de una historia objetiva y detallada de los últimos meses de la República, es un fenómeno extraordinario de timidez, conformismo y pensamiento único. Creo que ahora se realizan progresos, especialmente en los dos últimos años. Un libro clave es vuestra historia nueva de las elecciones del Frente Popular, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (2017), que explica por primera vez el punto de partida. Todo el mundo sabía que las tres últimas fases del proceso electoral (marzo a mayo) fueron fraudulentas, pero con este libro nuevo aprendemos que una parte crucial de la primera fase, la básica, fue igualmente anormal. Y, sobre todo, que el ascenso de la izquierda al Poder se produjo antes de que pudieran verificarse los resultados y, por tanto, permitió a sus dirigentes construirse una mayoría. Otros hispanistas han contribuido, sobre todo el libro más reciente del as de los hispanistas italianos en historia contemporánea, el muy destacado Gabriele Ranzato, con su El gran miedo de 1936 (2014). Son muy importantes los dos libros recientes de Miguel Platón sobre la República y sobre el comienzo de la Guerra Civil, e igualmente importante la obra que se publicará pronto sobre la conspiración militar de 1936 por Roberto Muñoz Bolaños, la primera historia completa y objetiva de la preparación de esa sublevación. Es la enorme ventaja de los historiadores que tienen la suerte de trabajar en un marco de libertad y democracia: pese a todos los obstáculos y resistencias, poco a poco la verdad y la complejidad histórica emergen. 11. Usted tiene historias generales, ensayos y balances sobre la historia española, estudios sobre diversos aspectos como el Ejército, las izquierdas, el catolicismo, el fascismo, el nacionalismo, la República, la Guerra Civil, el Franquismo y la imagen de España. El bagaje es impresionante. ¿Existe algún aspecto de la historia de España que le hubiera gustado investigar y no haya podido? -S. P. Claro, hay varios aspectos que no he podido tratar con más que un breve ensayo: el reino de Asturias (mi interés principal en la Edad Media, aunque totalmente fuera de mi alcance), el nacionalismo cultural del siglo XIX, y otras muchas cuestiones. Si hubiera podido ser antropólogo, me habría gustado hurgar en la cuestión del “individualismo español”, tesis que nunca me ha convencido: me parece un mito que, por su perduración, necesitaría ser estudiado. Y podríamos seguir así por mucho tiempo. Para poner la cuestión del revés, sin duda he dedicado demasiada atención a la historia política, pero eso es el producto de mi época y mis circunstancias y, en realidad, no lo lamento lo más mínimo.


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