El martes 5 de abril, durante el discurso que pronunció por vía telemática ante el Congreso de los Diputados, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski comparó los efectos de la guerra en su país con el bombardeo de Guernica (Vizcaya) en abril de 1937. No fue una comparación afortunada. Los daños colaterales de un bombardeo aéreo -que se producen siempre en todas las épocas- no tienen nada que ver con el asesinato expreso de civiles en un territorio dominado por una fuerza militar, en este caso el Ejército ruso.
La alusión de Zelenski muestra, sobre todo, la pervivencia de relatos basados en la propaganda y la desinformación, que en el caso español estuvo presente desde los primeros meses de la guerra civil. La mediocridad de muchos autores, que suplen la falta de investigación con la repetición de errores antiguos, está detrás de falacias como la supuesta matanza de la plaza de toros de Badajoz o el bombardeo naval de los civiles que huían de Málaga. Incluso hay inventos recientes, como ha sido el caso del "Experimento Stuka" en el frente de Castellón.
Algunos tópicos se han mantenido mucho más allá de lo razonable y se destacan acontecimientos de limitada trascendencia, con olvido de otros más relevantes. El bombardeo germano italiano de Guernica, por ejemplo, fue objeto desde que tuvo lugar en abril de 1937 de gran atención, hasta el punto de que Pablo Picasso denominó con el nombre de esa villa vizcaína el cuadro que le había encargado el Gobierno republicano sobre la Guerra Civil, pero el relato de lo sucedido estuvo mucho tiempo plagado de falsedades y exageraciones, por ambos bandos.
Ese relato ya ha sido en buena medida desmitificado y hay prácticamente consenso en que las víctimas mortales no llegaron a 200 (126 según Jesús Salas Larrazábal, aunque el primero en publicar una cifra veraz fue Vicente Talón en 1970). En cambio, muy pocos han oído hablar de la matanza perpetrada por los milicianos en la cárcel de Guadalajara el 6 de diciembre de 1936, donde a lo largo de horas fueron asesinados 282 presos derechistas. O el asesinato el 12 de agosto de 1936, en el Pozo del Tío Raimundo (Madrid), de 193 detenidos que habían sido llevados en tren desde Jaén, entre ellos el Obispo Don Manuel Basulto, que murió perdonando a sus asesinos. Estos últimos, de la CNT, mataron a sus víctimas con ametralladoras, ante una infame turba de dos mil personas que contemplaban el "espectáculo". Lo mismo cabe decir del asesinato de 156 presos internados en el buque prisión "Alfonso Pérez" (Santander, 27 de diciembre de 1936), o del bombardeo republicano de Cabra (Córdoba), que el 7 de noviembre de 1938 causó 109 muertos civiles, casi los mismos que en Guernica año y medio antes. El mayor genocidio de la guerra -unos cinco mil asesinatos en Paracuellos del Jarama (Madrid) en noviembre de 1936- es ignorado por muchos, a pesar de su evidente paralelismo con las matanzas actuales en Ucrania, en concreto en Bucha.
Algunos autores británicos -que gozan de una inmerecida proyección gracias a la difusión mundial del idioma inglés- suplen su falta de investigación con la repetición de falsos tópicos que tienen más de 80 años, en línea con las habituales chapuzas de la BBC. En 2004 un tal Francis Corby -del Imperial War Museum, nada menos- describió así lo sucedido en Guernica
"Durante más de tres horas, bombarderos Heinkel He 111, acompañados por cazas que ametrallaban a tierra, arrojaron 45.000 kilos de bombas de alta carga explosiva e incendiarias sobre Guernica, reduciéndola a escombros sistemáticamente. Murieron más de 1.600 civiles, un tercio de la población, y casi 900 resultaron heridos".
El párrafo es digno de pasar al Guinness: ni uno solo de los datos es cierto. Ignora la participación de bombarderos italianos; los aviones más utilizados fueron trimotores Junkers 52, una aeronave civil de transporte de pasajeros habilitada para lanzar bombas; las docenas de aparatos que intervinieron no podían bombardear durante más de tres horas -ni siquiera media-; los muertos no llegaron a la décima parte y el bombardeo no destruyó el 70 por 100 de los edificios, sino menos de la mitad. Fueron los incendios posteriores los que destruyeron gran parte de la villa, no la acción directa de las bombas. La traducción es también deficiente: las bombas "high explosive" son en nuestro idioma rompedoras.
Las cosas no han cambiado mucho. La película Gernika, dirigida por Koldo Serra en 2016, es una suma de despropósitos. Tras la falacia de considerar una democracia al Gobierno del Frente Popular la cinta muestra una situación bélica ajena a la real. Presenta una caricatura del jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor -Von Richthofen-; incluye bailes de gala -¡de rigurosa etiqueta!- para los corresponsales en el Bilbao de abril de 1937; inventa una checa soviético-comunista en Guernica; aviones polimotores de bombardeo horizontal pasan en vuelo rasante, cuando los aviones de bombardeo horizontal de la Legión Cóndor debían lanzar las bombas a más de mil metros de altura, para que pudiera desenrrollarse la cinta que actuaba de seguro; las conferencias telefónicas con Nueva York son ¡instantáneas! y la acción culmina con una estética de videojuego de mala calidad. Resulta difícil poder explicar semejante disparate, aunque no puede descartarse un exceso de Chacolí.
Lo sucedido fue manipulado desde los primeros momentos por ambos bandos. El primero en hacerlo fue el periodista británico George L. Steer, corresponsal del Times de Londres, que en 1938 publicó El árbol de Guernica, un relato muy sectario y repleto de errores. Comenzaba diciendo que el bombardeo se produjo en día de mercado, como si fuera la jornada normal de una apacible villa, cuando el frente estaba a unos 15 Km, retrocediendo, y el mando militar había prohibido la llegada de personas con productos para el mercado.
El Gobierno del Frente Popular difundió la cifra de 1.645 víctimas mortales, más de diez veces superior a la real. Los 126 muertos, por otra parte, no fueron víctimas directas de las bombas, sino producto del derrumbamiento de dos refugios mal construidos: el Asilo Calzada y el Santa María. La villa, en fin, estaba situada junto a un puente -el de Rentería- que era el último antes del mar y paso obligado del material pesado y motorizado de las tropas que se retiraban. Las deficiencias de puntería de los aviones fueron las que hicieron caer gran parte de las bombas en la población, que por cierto albergaba tres fábricas de armas: Unceta (pistolas Astra), Talleres de Guernica (bombas de aviación, espoletas y ojivas para Artillería y cargas de profundidad antisubmarinas) y Beistegui (ametralladoras).
En el otro bando y preocupado por mantener el apoyo de la aviación alemana, que consideraba imprescindible, Franco respaldó achacar la destrucción de la villa vizcaína a la actuación de dinamiteros, lo que era falso. Pasaron muchos años antes de que esa mentira empezara a rectificarse. En julio de 1949 (nº 114, páginas 35 a 44) un artículo de la revista Ejército -escrito poco antes de su muerte por el general José Martínez Esparza, testigo de la ocupación de la villa- ya admitió que había actuado la aviación, pero la rectificación oficiosa se produjo en 1971, en la monografía Vizcaya del Servicio Histórico Militar, basada en información veraz. Un año antes, en septiembre de 1970, la revista Ejército (nº 368, página 74) ya había publicado una elogiosa crítica del libro Arde Guernica de Vicente Talón, que comenzaba así: "El 26 de abril de 1937 la villa de Guernica fue destruida por los aviones de la Legión Cóndor". El bando contrario -por no hablar de algunos pseudohistoriadores- tardó más tiempo en rectificar las falsedades iniciales, tanto las de nacionalistas vascos como las del insolvente George Steer. Todavía en 1984 escuché a un nacionalista vasco, en el propio Guernica, hablar de 4.000 muertos.
Algunos de los datos básicos fueron ignorados o manipulados. Steer, por ejemplo, no citó la participación de aviones italianos. El periodista, conservador, quería estimular el rearme británico ante la amenaza de empezaba a constituir la Alemania nazi y limitó la responsabilidad de lo ocurrido a la aviación alemana, cuyo poderío podría ser empleado contra Gran Bretaña, en lo que tenía razón.
El mito más destacado fue suponer que el bombardeo pretendía dañar un símbolo del autogobierno vasco, por estar en Guernica la Casa de Juntas, donde históricamente los reyes de Castilla juraban los fueros de Vizcaya. Como el edificio se encontraba en las afueras de la villa no sufrió ningún daño y el jefe del Ejército del Norte, general Emilio Mola, ordenó su protección. Los primeros en hacerlo fueron Regulares de Tetuán, sustituidos al poco tiempo por una compañía de Requetés navarros, al mando del capitán Jaime del Burgo.
Por supuesto, las fuerzas que ocuparon la villa no asesinaron a ni un solo civil. Al conocer los efectos del bombardeo, el general Franco prohibió a las aviaciones italiana y alemana que llevaran a cabo acciones similares. Ucraina, por tanto, no se parece en nada a Guernica.
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