viernes, 23 de septiembre de 2022

A comerse más sapos. Por Ernesto Ladrón de Guevara

 

Que vivimos en una tiranía con ropajes de democracia ya no lo duda nadie que tenga un ancho de frente mínimo.

            Los nacionalistas y adjuntos están muy  preocupados por el bajo índice de uso social del euskera. Hubo hace unos meses un dato muy significativo que se expuso en diferentes medios para dar el reflejo del estado de la situación sociolingüística.  Salió a la luz que la gente que solicita ser atendido en las autoescuelas en vascuence (el término euskera es un neologismo nacionalista) no superaba el dos por ciento. Y eso pese a que los que normalmente se sacan el carnet de conducir son jóvenes que se incorporan a la actividad adulta, es decir los que han pasado por el régimen de euskaldunización obligada, y una cosa característica de esa incorporación es que se sacan dicha acreditación que les posibilita adquirir un vehículo y conducirlo.

Los nacionalistas y adjuntos de la izquierda entienden la libertad como el marco ideológico suyo dentro del cual se puede ejercerla. Si te sales de ese marco ya no tienes derechos.  Y uno de esos derechos es a hablar con los demás seres de tu entorno familiar y social en la lengua que te de la gana, simplemente porque somos personas nacidas con dignidad por ser humanos y entrar la libertad de pensamiento, de expresión y de relación con los demás en ese concepto de dignidad, sin ser sometidos a requisitos restrictivos absurdos. Porque absurdo es que te impongan una lengua que colisiona con eso que se llama en derecho el ejercicio consuetudinario, o de costumbre o de usos transmitidos de generación en generación, lo que hace que lo que prevalezca sea la utilización de un idioma, el español, y no de otro de laboratorio como es el batua, pergeñado como ingeniería del comportamiento y herramienta de modificación cognitiva. Es decir, como vehículo para convertir a la gente en nacionalistas por obligación, no por devoción. 

            Pero para los nacionalistas solamente existe su endogamia aplicada a los demás con un tacto tan poco sutil que todo aquel que no sea nacionalista lo ve como una intrusión insoportable en su vida privada y en su marco de decisiones particulares. Lo cual es un atropello con todas las letras del lexema.

El tema es que uno de los pocos reductos libres que ha habido hasta ahora era el de las autoescuelas. Y como paso por las Horcas caudinas, han improvisado un curso en la Academia de la Ertzaintza para capacitar a los futuros monitores de las autoescuelas y, oh sorpresa, esos formadores han de ser duchos en el uso de la lengua de Sabino Arana. No pueden impartir sus dominios cognitivos por la vía de la lengua del común de los vascos y de las vascas que es el castellano.

Y aquí esta explicado lo de las Horcas caudinas, pues la pretensión es que nadie pueda ser investido de  las funciones monitoras para enseñar a conducir al 98 % de los aprendices que no quieren ser aleccionados en la lengua de D. Sabino.   Pero, ¡oh sorpresa!, resulta que no hay formadores suficientes que tengan como lengua “propia” el vascuence, y se ha formado un cuello de botella que impide que entren en el mercado nuevos instructores de conducción.  El caso es “joder” al personal, y aplicar el deporte preferido de estos aprendices de brujo que es que si la sociedad no quiere taza darle tazón y medio. Es decir, que si hay fracaso escolar derivado de la inmersión lingüística, no importa, más inmersión que estos lo soportan todo. Que si no hay demanda de aprendizaje a la conducción en euskera porque la lengua materna de la absoluta, absoluta, mayoría de los hablantes es la lengua del conjunto de los españoles, da igual, se les pone una cincha alrededor de la cintura y se les lleva a cordel, como a los niños de párvulos y así suma y añade el IVA.

            ¿Serán los vascos y vascas no nacionalistas capaces de más tragaderas?  Seguro que sí. Por eso lo hacen.

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