jueves, 2 de diciembre de 2021

30 DE NOVIEMBRE: CORNELIU CODREANU


 

El 8 de Febrero de 1937, Codreanu anunció ante los medios de comunicación que si el Rey Carol II lo deseaba, la Guardia de Hierro se retiraría de las siguientes elecciones e incluso se disolvería para evitar un baño de sangre. Como era evidente, muchos se quejaron por esta actitud después del buen resultado obtenido, aunque “el Capitán”, con visión mucho más amplia del futuro, sabía que la democracia estaba a punto de ser liquidada y que el Rey Carol II acabaría imponiendo una monarquía absoluta de carácter feudal.

El 11 de Febrero de 1938 los temores de Codreanu se volvieron realidad cuando el Ejército Real Rumano propinó un golpe de Estado mediante el que disolvió el Parlamento Rumano, se tomaron las principales ciudades del país y se prohibieron todos los partidos políticos (liberales, campesinos, conservadores, fascistas, comunistas, representantes de la minoría húngara…), salvo el nuevo Frente del Renacimiento Nacional dirigido por el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa, Miron Cristea, que instauró un régimen de lealtad monárquica en torno a la figura del Rey Carol II, además de un sistema ultrarreligioso, tradicionalista, antifascista, anticomunista y antisemita. Al mes siguiente, el 26 de Marzo de 1938, todos los miembros de los diferentes partidos anteriormente ilegalizados fueron arrestados, torturados y los millares de militantes o simpatizantes enviados a la prisión o campos de concentración. Codreanu que inmediatamente fue detenido y llevado a juicio (los jueces que de nuevo pretendían absolverle fueron encarcelados y sustituidos por unos magistrados afines al monarca), fue acusado de conspiración contra la patria y de intercambiarse correspondencia con Adolf Hitler, algo que “el Capitán” desmontó durante un discurso de más diez horas que para desgracia de él fue a puerta cerrada y por tanto nadie pudo seguir desde el exterior. Finalmente y a pesar de lo evidente de su inocencia, el tribunal le declaró culpable y le condenó a diez años de cárcel (lo que el sabía sería una pena de muerte a corto plazo porque en su cautiverio le asesinarían tarde o temprano).

El 17 de Abril de 1938 Codreanu entró en la Prisión de Jilava, donde llevó a cabo una vida triste y melancólica, que estuvo acompañada de todo tipo de palizas y torturas, ya fuesen físicas o psicológicas. A este trato se sumó la desesperación de estar hacinado en una celda de seis metros de largo por cuatro metros ancho, por supuesto fría y cargada de humedad, en cuyo suelo tenía que dormir vestido sobre unas tablas de madera. Como los guardias tenían prohibido hablar con él, Codreanu dedicó el tiempo a rezar, como la plegaria hecha a Dios el 24 de Abril, Día de Resurrección; aunque también tuvo ocasión de escribir un libro que nunca terminaría bajo el título de Diario de la Cárcel que redactó gracias a que un funcionario le regaló papel y lápiz (y que posteriormente guardaría bajo su custodia). Poco a poco la salud de “el Capitán” fue empeorando porque el ambiente húmedo de la prisión encharcó sus pulmones y le hizo enfermar de tuberculosis crónica.

A las 10:00 horas de la noche del 29 de Noviembre de 1938, Codreanu y otros trece prisioneros de la Guardia de Hierro fueron sacados de las frías celdas en la Prisión de Jilava y conducidos hasta el exterior, donde se les obligó a montar en la parte trasera de un camión, cada uno con las manos atadas y mirando erguidos hacia delante. Algunas horas más tarde y mientras se dibujaba en el cielo el amanecer del 30 de Noviembre de 1938, el camión se detuvo en el Bosque de Tancabesti y los prisioneros descendieron junto a una cuneta. De manera inmediata, detrás de cada legionario se colocó un gendarme (hasta un total de catorce) y en cuanto se encendió una luz de linterna a modo de señal, los guardias pasaron una cuerda alrededor de los cuellos de los reos y los estrangularon hasta la muerte, incluyendo a Codreanu.

Fallecido “el Capitán” y los otros trece legionarios, el camión regresó a la Prisión de Jilava para arrojar los cadáveres a una fosa común. Una vez dentro del agujero, los guardias dispararon sus fusiles y pistolas contra los cuerpos para simular que habían muerto por los disparos en un intento de fuga. Acto seguido se les enterró, aunque al día siguiente, 1 de Diciembre, fueron desenterrados y trasladados a un lugar más lejos para esconderlos en otra fosa sobre la que echaron veinte bombonas de ácido sulfúrico y a continuación una capa cemento y encima de ésta otra de tierra. Inmediatamente después, los catorce verdugos recibieron 20.000 lei de dinero a cambio de su silencio; mientras que los principales orquestadores, el Ministro del Interior Armand Calinescu y el jefe de la Gendarmería Rumana Ion Bengliu, emitieron un parte oficial falso en el que se afirmaba que los prisioneros habían muerto tras escapar del recinto. La orden de los asesinatos había partido del Rey Carol II y de su asesor Nikolai Iorga -la Derecha Liberal-.

La mentira acerca de la muerte de Corneliu Codreanu se mantuvo durante dos años hasta que a la caída del absolutismo del Rey Carol II y la fundación del Estado Nacional Legionario durante la Segunda Guerra Mundial por parte del “Conducator” Ion Antonescu y Horia Sima, el cadáver fue descubierto y reconocido por los forenses el 25 de Septiembre de 1940, cuya valoración demostró que claramente había sido asesinado. La respuesta de la Guardia de Hierro en aquel instante fue brutal porque los legionarios entraron en la Prisión de Jilava y mataron brutalmente a 64 colaboradores del Rey Carol II, entre ellos al comisario Ion Bengliu.

La muerte de Codreanu implicó la desaparición de la Guardia de Hierro a largo plazo, pues aunque esta última se apropió del poder entre 1940 y 1941 al frente del Estado Nacional Legionario de Horia Sima, los sucesos posteriores en la Segunda Guerra Mundial propiciaron su caída definitiva. A pesar de todo, Corneliu Zelea Codreanu fue uno de los personaje más místicos y altruistas dentro del fenómeno fascista, así como una figura clave para la Historia de Rumanía en el siglo XX.

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