lunes, 30 de marzo de 2020

Aplausitos y cuentos chinos

«Hay que salir a los balcones para gritar que unos gobernantes están poniendo en jaque la vida de nuestros compatriotas»
Juan Manuel de Prada
Sé bien que me ha tocado vivir en una época aciaga, en que ingentes masas son cretinizadas por medios de propaganda sistémica que ni siquiera se tropiezan con el escollo de la conciencia personal, arrasada por las ideologías y el emotivismo. Pero la crisis del coronavirus está propiciando fenómenos en verdad nauseabundos.
Es nauseabundo, por ejemplo, que la propaganda sistémica siga afirmando machaconamente que las víctimas de la plaga son inferiores en China que en España o Italia. 
Sin entrar ahora en cuestiones sobrenaturales que tal vez expliquen la tragedia del pueblo chino, conviene recordar que se trata de un pueblo secularmente sometido a las formas de despotismo más atroces. 
Por ceñirnos a las más recientes, conviene recordar que, hace menos de un siglo, la revolución acaudillada por Mao exterminó a muchos millones de chinos; y, más recientemente, muchos millones de mujeres chinas han sido obligadas a abortar, mientras el comunismo reinante se hibridaba de turbocapitalismo (y no debemos olvidar que, para el gran Castellani, la amalgama de comunismo y capitalismo, dos aberraciones que «coinciden en su núcleo místico», sería la «hazaña del Anticristo»). 
Es nauseabundo que la propaganda sistémica acepte los datos divulgados por una banda de genocidas herméticos que, probablemente, estén ocultando al mundo una mortandad inabarcable (y en marcha) de cientos de miles de chinos. Y que, en el dudoso caso de que estuviesen diciendo la verdad, es porque detectaron la presencia del virus en el aire un segundo después de producirse; lo cual es todavía más amedrentador, pues esta hipótesis nos obligaría a aceptar que la plaga es consecuencia de una fuga en algún laboratorio biológico que los chinos están ocultando al mundo. 
Y más nauseabundo todavía es que España, en lugar de contribuir al aislamiento y a la ruina de esta nación criminal, le compre remesas de material sanitario fraudulento, en circunstancias barulleras que deberían esclarecerse cuanto antes (pues apestan a corruptela). 
Buscar remedio a nuestras calamidades en quienes las han causado es propio de traidores dimisionarios e ineptos. 
Y de políticos miserables que vendieron la primogenitura de España por un plato de lentejas europeístas, desmantelando toda nuestra industria, que ahora es incapaz de fabricar nada.
Y si nauseabunda es la actitud lacayuna y crédula que mantenemos con unos genocidas que estan diezmando a la Humanidad después de diezmar a su propio pueblo, todavía más nauseabundo es el emotivismo delicuescente que paraliza a la sociedad española. 
Una sociedad incapaz de rebelarse contra un Gobierno que está empujando a nuestros médicos y asistentes sanitarios a un contagio cierto y a una muerte probable, por no dotarlos de ropas y materiales profilácticos que les permitan afrontar la cura y el cuidado de los enfermos en condiciones seguras. 
Esos aplausitos en los que prorrumpen cada día los españoles encerrados en sus casas son un lastimoso acto antipolítico, que transforma en emotivismo fofo e inane lo que tendría que ser lúcida e indignada rabia ante un Gobierno de criminales; pues así deben ser calificados quienes, a sabiendas de su indefensión, exponen a médicos y asistentes sanitarios a un peligro cierto, envíandolos armados de una simple mascarilla quirúrgica a enfrentarse con un virus letal, que es como mandar soldados armados de tirachinas a enfrentarse con una division Panzer. 
No hay que salir a los balcones para prorrumpir en aplausitos emotivistas, sino para gritar que unos gobernantes criminales están poniendo alevosamente en jaque la vida de nuestros compatriotas. ¡Basta ya de aplausitos y cuentos chinos!”.

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