jueves, 7 de julio de 2022

Un católico antipático: Evelyn Waugh



Evelyn Waugh fue posiblemente el mejor escritor británico de su generación. Lo que no es poco decir, habida cuenta de que su época – la primera mitad del siglo XX – fue la última edad de oro de la literatura europea. Tenía Waugh un carácter rasposo, cáustico y atrabiliario. Cuentan que un día, en una fiesta, una matrona le espetó: “siendo tan católico como dicen que es ¿cómo puede usted ser tan grosero?”. A lo que el escritor respondió: “señora, imagínese cómo sería si no tuviera fe, ni siquiera sería humano”. 

La anécdota es definitoria del temperamento de Waugh, un personaje del que se ha escrito que era fácil de admirar, pero no tanto de amar.[1]Con esta boutade Waugh venía a sugerir – de forma indirecta y desviada – que el catolicismo no consiste, ante todo y por encima de todo, en hacer amigos. Lo que tampoco debería sorprender mucho, habida cuenta de que escrito está en el Evangelio “no he venido a traer la paz, sino la espada”. 

Evelyn Waugh era un católico antipático. Y en unos tiempos en los que la religión se diluye en servicios asistenciales, en terapias de autoayuda y en ñoñerías inocuas, eso es lo que le hace, a nuestros ojos, simpático. Como escritor, como católico y como personaje, Evelyn Waugh era una criatura del viejo mundo.Vista desde hoy, su obra es una displicente impugnación de los dogmas de nuestros días, desde un terreno – el de la novela – en el que se mezclan la teología y la literatura, la religión y la metapolítica.

Contra la “literatura católica”

Existe una prevención comprensible contra lo que se conoce como “literatura católica” o “escritores católicos”. Este resquemor se justifica en cuanto a que, con esta denominación, parece que se evoca una literatura catequética, didáctica e inclinada a tratar al lector como a un alumno.  El afán apologético limita, en los peores casos, la necesaria ambigüedad de la creación literaria y los “escritores católicos” pasan a ser, de forma más o menos consciente, simples “católicos que escriben”. Esta idea instrumental de la literatura es un riesgo no ya de los “escritores católicos”, sino de la literatura “comprometida” en general.  

Existe, por otra parte, un estereotipo del escritor y publicista católico: el de una especie de “Míster Wonderful” de costumbres morigeradas y opiniones moderaditas, convencido de la bondad del mundo y de que, concluido su periplo vital, le aguarda una butaca en el Cielo. Este tipo de optimismo militante – sonríe, Dios te ama– puede resultar impostado, cuando no cargante. Como ya habrá adivinado el lector, no era éste el caso de Evelyn Waugh. 

El autor de “Retorno a Brideshead” era un escritor de cuerpo entero, no un católico que escribe. Pero era un escritor que, incidentalmente, también era católico. El matiz es importante, como veremos. Su visión de la naturaleza humana era cínica y desoladora, y bien habría podido cantar – con los Monthy Python en La Vida de Brian– “Life´s a piece of shit, when you look at it” (bien mirado, la vida es una mierda). Arrogante e inclinado a la misantropía, petulante y maledicente, homosexual intermitente y adicto al sexo y al alcohol, nada hacía presagiar en el joven Waugh a un católico abonado a la misa tridentina. 

Cuerpos viles

Nacido en una familia bien, los primeros pasos en la vida de Waugh fueron caóticos.  Tras interrumpir sus estudios en Oxford – que acabaron en un fiasco – empezó a encadenar trabajos-basura. Fue maestro de escuela hasta que fue despedido por embriaguez. Tras un (tragicómico) intento de suididio y tras verse engañado y abandonado por su primera mujer, Waugh encontró su camino en la escritura. El reconocimiento no tardó en llegar. 

Su primera novela – Decadencia y Caída–  marcó el tono de lo que vendría después. Waugh retrata un mundo en el que la degeneración y la villanía son los estados naturales del hombre. Es la historia de un maestro en una escuela infantil plagada de borrachos, de abusadores de niños y de ex convictos, mientras que la madre de uno de los alumnos es la madamede una red de prostitución. El éxito comercial y literario fue inminente. Su siguiente novela – Cuerpos viles– es un retrato satírico de la vida hedonista y decadente de la juventud dorada (the bright Young Things) en el Londres de la edad del jazz: un universo plagado de ricachones pervertidos, de aristócratas estúpidos y de niñas bien con serrín en la cabeza, en el que cualquier atisbo de responsabilidad brilla por su ausencia. En Un puñado de polvo Waughnarra el fracaso de un matrimonio de la alta sociedad y sitúa a su protagonista en un final de pesadilla: obligado a pasar su vida leyendo novelas de Dickens a un maníaco en la selva del Amazonas. ¿Cuál era la fórmula de Waugh?

Tras su fachada cáustica, paródica y burlesca, la mirada de Waugh – señalan sus críticos – es la misma que la de T. S Eliot en su famoso poema The Waste Land: el mundo es una “tierra baldía” en la que el vacío y la bancarrota moral son la regla, en la que la bondad nunca es recompensada y en la que los inocentes son arrastrados a la destrucción por un entorno maligno. La diferencia con Eliot – señala el crítico Charles J. Rolo – es que el talento satírico de Waugh transforma la tierra baldía en un circo y el vacío existencial en una caótica arlequinada.[2]Es precisamente ese talento cómico – salpicado de retratos de costumbres y de un humor específicamente británico – lo que confiere a su obra una mortal seriedad.

Durante esos años sucedió algo que partió en dos la vida de Waugh: un buen día se convirtió al catolicismo. No se trató de una crisis mística, ni de una “caída del caballo” a lo Saulo de Tarso, ni de una revelación arrebolada de “la Luz” y “el Amor”. La conversión de Waugh fue, parece ser, cerebral y discreta. Él mismo explicaba que “a través de un firme convencimiento intelectual, pero con muy poca emoción, fui admitido en la Iglesia”.    

Lo cuál no supuso un giro mayor en su obra, ni convirtió a Waugh – como hemos visto – en un “escritor católico”. La religión tenía, en la mayoría de sus novelas, un papel periférico. Si lo trascendente tenía peso en su obra, lo es por su mera ausencia, por su retrato nihilista de un mundo sin Dios. 

Periodista, viajero y soldado

El ritmo literario de Waugh recuerda al del cine y el jazz, una técnica en ruptura con la tradición narrativa del siglo XIX. Waugh estudió pintura y eso se nota en sus observaciones rápidas, en sus caracteres dibujados con brevísimos trazos.[3] Unas cualidades ideales para el reportaje y la literatura de viajes, géneros en los que Waugh produjo excelentes páginas. Como reportero de guerra Waugh cubrió la invasión italiana de Abisinia. Leídas hoy, sus colaboraciones pueden sonar como pura propaganda fascista. Hijo del Imperio Británico, la mirada de Waugh sobre los africanos era condescendiente y colonial. Su experiencia como reportero y escritor de viajes quedó plasmada en dos obras satíricas. La novela Black mischief (traducida como “Merienda de negros”) hoy sería impublicable para un autor novel, salvo que éste decidiera recluirse en un zulo o someterse a lapidación pública. El genio satírico de Waugh brilla en la descripción del Imperio de Azania y de su Emperador Seth, Jefe de Jefes de Sakuyu, Señor de Wanda y Tirano de los Mares, Bachiller en Humanidades por la Universidad de Oxford, etcétera, etcétera. La novela Scoop (traducida como “Noticia bomba”) es una una sátira visionaria del periodismo como fábrica de fake news. Un año después – en 1939 – estallaba la guerra.

A pesar de tener ya 36 años, Evelyn Waugh se presentó voluntario y combatió en Creta como capitán en los Royal Marines. Parece que no fue muy popular entre oficiales y subordinados, lo que conociendo al personaje no es extraño. Se comportó, parece ser, como soldado de gran bravura y coraje físico. Dicen que la guerra despertó en él una ilusión patriótica: la del retorno de Gran Bretaña a su acostumbrada grandeza. La decepción con lo que vino después – la subordinación a la ex-colonia americana y la pérdida del Imperio – debió incidir con fuerza en su desencantada visión política.[4]Durante la guerra hizo algo para él importante: recopilar material para sus posteriores novelas. En 1942 publicó la novela Put Out More Flags(traducida como “Izad más banderas”) en la que retomó su vena satírica. Pero lo que vendría inmediatamente después sería algo diferente, algo que sitúa a su autor en otra dimensión, intelectual y literaria. 

Un problema teólógico

Decir que “Retorno a Brideshead” es la mejor novela del siglo XX es seguramente discutible, pero tal vez no lo sea tanto si decimos que se trata de la mejor novela católica de todos los tiempos. Y ello por varias razones. En primer lugar, porque su contenido católico no es del todo evidente y admite varios niveles de lectura. En segundo lugar, porque plantea – de forma extraordinariamente sutil – algunas de las cuestiones más peliagudas de la visión cristiana del mundo. En tercer lugar, porque trata al lector como a un adulto: no le impone conclusiones y le otorga libertad para obtenerlas por sí mismo, situándose, por tanto, a años luz de la literatura “de tesis” y de las novelas “con mensaje”.

¿Cuál es el tema principal de Retorno a Brideshead? Waugh lo describía así: “la influencia de la gracia divina en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados”.

¿La gracia divina? Para entenderlo hay que situarse en el marco mental cristiano. La gracia divina puede definirse como el don gratuito que eleva a lo sobrenatural a la criatura racional, haciéndola hija de Dios y partícipe de la naturaleza divina. Está específicamente orientada a la salvación.

Es fácil ver aquí que esta idea está directamente relacionada con la idea de libre albedrío y de libertad humana. Si Dios actúa en el interior del hombre ¿hasta qué punto éste es libre? Si la gracia se le concede sin ningún mérito por su parte ¿hasta qué punto no se trata de una especie de predestinación? De este rompecabezas teológico derivan algunos de los mayores cismas en la historia del cristianismo, el protestantismo y el calvinismo especialmente.

Evidentemente, Evelyn Waugh no era un teólogo y no era su misión dilucidar este nudo de complejidades. Lo que hace en su novela, de forma muy delicada, es sugerir a la gracia divina como gran protagonista en la sombra, dentro de las visicitudes mundanas de una familia perteneciente a una tribu muy especial: los católicos ingleses. 

Memorias sagradas y profanas

Las “memorias sagradas y profanas del capitán Charles Ryder” – subtítulo de la novela “Retorno a Brideshead” – tienen como protagonistas a un grupo de católicos de la alta aristocracia inglesa en los años de entreguerras en el siglo XX. Conviene tener presente la ambigüedad social de este grupo de personas. Por un lado, son miembros de la clase privilegiada – el Establishment– en una sociedad eminentemente clasista como era la británica. Por otro lado, forman parte de una minoría excéntrica – los católicos ingleses – históricamente marginada por su fidelidad a Roma. En este grupo extraño se desarrolla la trama de esta novela, que es preciso resumir en breve sinopsis.

La narración se abre con un proustiano ejercicio de memoria. A fines de la Segunda Guerra Mundial, durante un desplazamiento con su compañía, el capitán Charles Ryder llega al castillo-mansión de Brideshead, en la campiña inglesa de Shelford, un lugar deshabitado y convertido en cuartel. Pero para Ryder el lugar está plagado de recuerdos. En esa mansión idílica tuvieron lugar una serie de episodios capitales en su juventud.

Charles Ryder recuerda cómo, vástago privado del afecto familiar, inicia hace muchos años sus estudios en Oxford. Allí conoce casualmente a otro estudiante, Sebastian Flyte, con quien traba estrecha amistad. De la mano de Flyte, Charles se introduce en el mundo exclusivo de la alta aristocracia británica – Sebastian es hijo de Lord Marchmain –  y es recibido en la majestuosa casa familiar de Brideshead, hogar de los Flyte. Ryder pasa en Brideshead un verano – la atracción homosexual con Flyte es evidente, aunque nunca se hace explícita – y vuelve de forma recurrente durante los dos años siguientes, hasta convertirse en un íntimo de la familia. Entre los moradores de Brideshead la religión surge en las conversaciones de forma espontánea, ante el asombro de Ryder, que juzga al catolicismo como una extravagancia. Pero la familia Flyte es, en realidad, una familia desestructurada. El patriarca – el descreído Lord Marchmain – les ha abandonado y vive en Venecia con una amante. La mansión es dirigida por Lady Marchmain, una “dama católica” de la alta sociedad, tan encantadora como manipuladora. Ryder está platónicamente enamorado de Lady Julia, la atractiva hermana de Flyte, quien finalmente se compromete con Rex Mottram, un vulgar hombre de negocios canadiense (representación para Waugh del “hombre moderno”). Completan el cuadro familar otros dos hermanos: Lord Brideshead, que es lo que hoy llamaríamos un “viejuno” – un rigorista católico un tanto casposo – y Cordelia, una jovencita vivaracha, perspicaz y con un punto monjil. Pero el eslabón débil de la familia es Sebastian. 

El joven Flyte es un niño grande que no quiere crecer, y que se pasea por doquier con un osito de peluche.  En realidad, tiene problemas emocionales – el carácter absorvente de su madre no es ajeno a ello –, problemas que trata de afrontar con ayuda del alcohol. Su descenso al alcoholismo es la causa del alejamiento de Ryder, que de forma progresiva pierde el contacto con la familia.

Una década después, el esteta Charles Ryder ha triunfado como pintor, pero su matrimonio ha fracasado. En un barco se encuentra casualmente con Julia Flyte, cuyo matrimonio está también en crisis. Ambos deciden separarse de sus respectivos cónyuges y se trasladan juntos a Brideshead. Lady Marchmain ha fallecido hace años. Sebastian, hundido en el alcoholismo, hace años que abandonó a la familia. De él se sabe que ha encontrado refugio como portero en una leprosería católica, en el norte de África.

Un día, inesperadamente, el patriarca Lord Marchmain anuncia su regreso a la Brideshead. Gravemente enfermo, acude a morir en la mansión familiar. Tiene lugar entonces el momento culminante de la novela. Julia se empeña en que Lord Marchmain reciba la extremaunción en su lecho de muerte, ante la indignación de Charles, que lo ve como un intento de manipular al moribundo. No en vano, éste había vivido como un librepensador hostil a toda idea religiosa. El párroco de la localidad – el padre Mackay, un hombre simple y sin pretensiones – acude a asistir al enfermo, pero es rechazado. En una posterior visita, con Lord Marchmain ya inconsciente, el párroco le susurra al moribundo que emita un signo de reconocimiento mientras le administra los santos óleos. Ante el asombro de Charles – toda la novela es una narración subjetiva – Lord Marchmain hace la señal de la cruz. Ryder recuerda en ese momento una frase sobre “el velo del templo que se rasgó de arriba a abajo”. Al salir de la habitación el padre Mackay se refiere a lo acontecido como si fuera algo rutinario, sin la mayor importancia: “ha sido bonito, lo he visto una y otra vez. El diablo resiste hasta el último momento y entonces la Gracia de Dios es demasiado para él. Creo que usted no es católico, señor Ryder, pero al menos estará contento de que las señoras hayan tenido este consuelo”. Casi a continuación, Julia le comunica a Charles que lo ha pensado bien y que no pueden casarse: ella no puede divorciarse y vivir en pecado con Charles.

La novela concluye donde comenzó: con el capitán Charles Ryder ante el castillo de Brideshead convertido en cuartel. Con su vida personal en ruinas, Ryder es una “partícula elemental” houellebequiana, “sin hogar, sin hijos, de mediana edad y sin amor”, como le confiesa a su lugarteniente Hooper (otro representante de la modernidad en la visión de Waugh). Ryder contempla Brideshead, lugar desolado y ayer esplendoroso. “Todo el trabajo reducido a nada, vanidad de vanidades, todo es vanidad”, se dice a sí mismo. Pero en una parte del castillo la vida no se ha extinguido. 

La pequeña capilla que Lord Marchmain construyó en su día – ante la insistencia de Lady Marchmain –  continúa atendida por dos sirvientas y un párroco local. Ryder se dirige a ella y observa la llama en una lámpara de cobre – de “diseño deplorable”– situada ante el Altar; es “la llama que los antiguos caballeros vieron desde sus tumbas y que vieron apagarse; esa llama vuelve a arder para otros soldados, lejos del hogar, más lejos en su corazón que Acre o Jerusalén. No habría sido posible encenderla si no fuera por los arquitectos y actores de la tragedia, y aquí la encuento esta mañana, de nuevo prendida entre las viejas piedras”. “Parece usted inusualmente contento esta mañana”, le dice Hooper al salir.

¿Teología o Love story?

Decíamos arriba que Retorno a Brideshead admite diferentes lecturas. Puede leerse, en primer lugar, como un majestuoso “retrato de costumbres”, como la crónica gatopardesca del fin de un mundo. Este ocaso está representado por un fin de raza: el de la familia Flyte. Los amantes de la estética british la encontrarán aquí en su versión más prístina: espléndidas campiñas y magníficas mansiones, lores extravagantes y mayordomos impertérritos, céspedes impecables y colegios oxonienses, esnobs chispeantes, petimetres en tweed y personajes que se visten de esmoquin para bajar a cenar. Signos e iconos de un ideal de civilización en la vieja Europa, antes de que cultura americana lo anegase todo de bazofia. 

En segundo lugar, la novela puede leerse como una “love story” frustrada. Esa es la interpretación del nieto del autor, Alexander Waugh, quien parece que heredó el apellido de su abuelo, pero no las luces. Con motivo de la adaptación cinematográfica de 2008 decía Alexander que la novela tiene un final abierto y “está escrita de tal modo que los católicos salgan felices, pero también los ateos empedernidos como yo mismo”. La película – digna de nuestro tiempo –  se resuelve con una moralina gayfriendly: el catolicismo represivo impide que todos se amen y sean felices. Poco que ver con la magnífica serie de televisión producida por Granada TV en 1981.[5]

En tercer lugar, la obra puede leerse desde el meollo teológico planteado por Waugh, con lo que su complejidad aumenta de forma exponencial. Como señalábamos arriba, el tema de la novela es la influencia de la gracia divina. Para mostrar cómo ésta se despliega, Waugh emplea una expresión que toma prestada a Gilbert K. Chesterton: el “tirón del hilo” (a Twitch upon the Thread).[6] Se trata de un cordel invisible del que pende un anzuelo, con la longitud suficiente para que la presa vague por los confines del planeta. Pero basta con un pequeño tirón para que la presa retorne al punto de partida. Los “pequeños tirones” se suceden a lo largo de la novela. En el tirón final Charles Ryder retorna a Brideshead, metáfora de la casa del Padre. Pero como decíamos arriba, esto implica un problema peliagudo: el problema de la libertad.

¿Son libres los personajes de Brideshead? En una interpretación de la novela, la profesora argentina María Sol Rufiner lo expone de la siguiente manera. La comunicación de la Verdad puede tener lugar deforma directa o indirecta. El mensaje se transmite de manera directa en las formas codificadas por el magisterio de la Iglesia. Pero puede comunicarse también de forma indirecta: en ese caso la Verdad se hace subjetiva, se trasmite al sujeto,pero lo deja libre. “La Verdad subjetiva es una verdad de apropiación, que no se puede alcanzar sino mediante el uso de la libertad”, escribe Sol Rufiner. En la trasmisión indirecta “el transmisor del mensaje es ocasión, pero sólo el Verdadero Maestro es el unico que puede dar la condición para que, mediante la libertad, el receptor de la Verdad se vuelva cristiano”.[7]Si lo quisiéramos explicar en términos de Heidegger, diríamos que la gracia se mantiene en la reserva, velada, pero en una reserva protectora, a la espera de ser desvelada por el hombre.  

Este enfoque se revela en un final necesariamente abierto (en eso el nieto de Waugh tiene razón). Algunos critican la escena culminante –  la agonía de Lord Marchmain – como un Deus ex machina, como una conclusión forzada con la que el autor imponesu mensaje cristiano. Pero eso es discutible. Waugh – decíamos arriba – es un escritor que respeta a sus lectores. Cuando antes de morir Lord Marchmain hace la señal de la cruz ¿quién nos dice que es consciente de lo que hace? Se trata, además de una narración subjetiva. Tal vez el narrador, Charles Ryder, sólo ve lo que de forma inconsciente quiere ver. Ahí reside la fuerza de Retorno a Brideshead: en su posibilidad de sugerir, de inocular la sospecha. Significativamente, muchos lectores no llegan a percatarse nunca de sus implicaciones cristianas.

Lecturas metapolíticas

La novela de Waugh admite conclusiones en clave metapolítica. Estas atañen a su idea de la religión como resistenciafrente al mundo moderno, como muralla frente al caos.Un tema en el que el escritor no se andaba con pamplinas.

Primera conclusión: la “felicidad” no tiene nada que ver con la religión. Así se lo espeta – literalmente – Sebastian Flyte a Charles Ryder. Dicho de otra forma: el catolicismo no consiste (no necesariamente, al menos) en soluciones consensuales ni en poner las cosas fáciles a la gente. Lo cual se da de bruces con una Iglesia acomodaticia ante los caprichos del mundo. Eso se vé muy bien al final de la novela, cuando frente al dilema entre el deber católico y la felicidad personal (el divorcio y una boda con Charles) Julia elige el deber católico. “Ésto es lo que hay, y si no le gusta váyase a otra parte”, parece decir el antipático Waugh.

Segunda conclusión: la religión es transmisión, herencia, legado colectivo. Los habitantes de Brideshead se comportan como si hubieran recibido un regalo valioso, algo que deben mantener, aunque les pesa como una losa y no acaban de comprenderlo. Cuando Charles pregunta a su amigo si de verdad creee “en todo ese horrible montón de sinsentido”, Sebastian le responde: “¿es un sinsentido? Ya lo quisiera. A veces suena terriblemente razonable para mí”. En realidad, el legado de los ancestros se vive como un privilegio, y eso confiere responsabilidad. La novela pone de relieve que la fuerza de la religión reside, en primer término, en una transmisión familiar que no se elige, no en una “libertad de elección” sometida a las reglas del mercado.

Tercera conclusión: impugnación de la mentalidad protestante y calvinista; rechazo de la prosperidad material como signo de salvación; abominación de la fusión roñosa entre la Biblia y el business, núcleo del “sueño americano”. Cordelia, la hermana menor de la familia, cuenta que Sebastian está en un monasterio en el norte de África, es ayudante de portería y continúa con sus escapadas alcohólicas, en compañía de un alemán cojo y sifilítico (historia que recuerda “la leyenda del Santo Bebedor”, de Joseph Roth). Entonces pronuncia una frase sorprendente: “no es una forma tan mala de abrirse camino en la vida”. Cordelia subvierte los significados mundanos del éxito y el fracaso. ¿Quién tiene la última palabra? Eso es algo que cada cuál dilucida en el último momento, al adentrarse en el Misterio.

Hacer es creer

Al explicar su conversión, Waugh subrayaba la capacidad de los católicos para “rezar sin sentimientos ni afectación”. Añadía que para ellos “rezar no se asocia con ninguna pretensión de superioridad moral”. Aquí hay algo que Waugh veía perfectamente: el catolicismo no es un moralismo (aunque a veces lo parezca). “Los católicos – escribía Waugh – van a la Iglesia porque no son buenos, mientras que los protestantes van a misa porque son buenos”. Waugh estaba fascinado con la convivencia cotidiana entre lo sobrenatural y lo mundano. La religión era para él algo práctico y concreto, algo que tiene que ver con formulas y con ritos, con los signos visibles de que la vida tiene un propósito y de que el orden del mundo es un orden divino. La religión era, para él, un antídoto contra el caos; el orden es restaurado cada día por el sacerdote a través de los sacramentos. Hay algo británico en esto, una renuencia a los alardes sentimentales. Antes de bautizarse Waugh escribía: “el problema es que no me siento cristiano en absoluto. La pregunta es, si debo esperar a sentir algo… o puedo empezar a ser católico en estado incompleto, recibir el beneficio de los sacramentos y recibir la fe después”.[8] Una conversión parecida a la de otro escritor inglés, Robert Hugh Benson, un cuarto de siglo antes: “no creo que nadie haya entrado en la Ciudad de Dios con menos emoción que yo. Allí estaba la Verdad, tan altiva como una cima de hielo, y yo tenía que abrazarla”.[9]Un catolicismo sin moralismo, sin emoción, gélido como un témpano. ¿Un catolicismo inglés?

La convicción de que las fórmulas y los ritos surten efecto por sí solos (son performativos, dicho en posmoderno pedante) tiene, en realidad, un trasfondo pagano. Hacer es creer: ésa es la fórmula que resume la religión de la antigua Roma.[10] Algunos la acusan de ritualista. Julius Evola lo resumía así: “entre los dioses y los hombres sólo había un intermediario: el rito, comprendido como una técnica precisa y objetiva, considerado como capaz de captar, de impedir o de provocar un efecto dado de las fuerzas espirituales, sin la intrusión de sentimientos o de comportamientos devotos…”.[11] Waugh describía el trabajo del sacerdote como algo que no tiene nada que ver con su carisma personal, de la misma forma en que la personalidad del artesano es irrelevante para la ejecución de su trabajo. La confianza resulta de la seguridad en que hay un orden en el mundo, y sabemos en qué consiste.[12] Hay algo que muchos “neopaganos” actuales rehúsan admitir: el último residuo del paganismo reales el catolicismo, no las reconstrucciones intelectuales modernas, demasiado modernas.

Todo lo anterior nos sirve para comprender una obsesión de Evelyn Waugh: con las fórmulas y con los ritos no se juega. Así se explica que considerase a la liturgia del Concilio Vaticano II – con la supresión de las misas en latín – como un ataque personal.  

La cristiandad y Europa

Los personajes de Brideshead no son “ciudadanos del mundo”. Son parte de una estirpe y de una tierra. El patriarca de la familia – Lord Marchmain – es quien mejor representa estas ideas. En el umbral de la muerte, Lord Marchmain recita la historia de la tierra, de la heredad, de las generaciones: 

“Al prado le llaman “la colina del castillo”, al prado de Horlick, cuyo terreno es desigual y la mitad abandonado, lleno de ortigas y brezo en huecos demasiado profundos para que pase el arado. (…) Ahí yacían nuestras raíces, entre el brezo y la ortiga, entre las tumbas de la vieja iglesia y la capellanía donde no canta ningún clérigo. (…) Éramos caballeros en aquella época, barones desde la batalla de Agincourt. Los mayores honores llegaron con los reyes Jorge. La baronía continúa. Cuando todos hayáis muerto, el hijo de Julia llevará el nombre que sus antepasados llevaban antes de los días de abundancia (…) los de crecimiento y construcción, cuando drenaron los pantanos y araron los páramos, cuando uno edificó la casa, su hijo añadió la cúpula, y el hijo de éste amplió las alas y embalsó el rio…la tía Julia vió cómo armaban la fuente, que ya era vieja entes de llegar aquí, curtida durante doscientos años por el sol de Nápoles y transportada en un destructor en los tiempos de Nelson…” 

El simbolismo es claro. En torno a la familia se afianza la heredad. Dentro de la heredad se construye un castillo. En torno al castillo surge la nación. Sobre la nación se alza la Iglesia.

La religión de Evelyn Waugh no es una moralina humanista, ecuménica y global. Si su Iglesia es universal, lo es porque se alza sobre los hombros de una familia, de una comunidad, de una nación, porque se entrelaza con la historia como la hiedra en los castillos. En el momento de su boda, Lord Marchmain, que adopta (nominalmente) el catolicismo como deferencia a su novia, le agradece a ésta que “le haya devuelto a la Iglesia de sus ancestros”.

En su biografía del mártir católico Edmund Campion, Waugh escribía que, tras la Reforma en Inglaterra, las iglesias de los pueblos se habían convertido en “conchas vacías”. Un vacío que se cierne, ya irreparable, sobre una lglesia anglicana ya indistinguible del mundo. Para Waugh el cristianismo es el eje de la construcción de Europa, y sabía que la civilización no puede reducirse a una “comunidad de valores”. Las abstracciones tipo “nuestros valores” eran, según él, una receta segura para el caos.[13] Al igual que el romántico Novalis, Waugh pensaba que la civilización europea “llegó a su ser a través del cristianismo, y sin el cristianismo no tiene sentido, ni puede exigirse a nadie que sea fiel a ella”.[14]¿Defensa de un confesionalismo político? ¿Nostalgia por el Trono y el Altar? No necesariamente. Pero sí asunción clara de un legado histórico. De forma pionera, Waugh decía algo parecido a lo que tantos “católicos ateos” defienden hoy en día. La reivindicación del catolicismo como civilización, como forma de vivir y de entender el mundo, frente al desarraigo de la globalización.  

Pero que nadie se llame a engaño: Evelyn Waugh era un creyente. “Yo reverencio a la iglesia católica, no porque esté establecida o porque sea una institución, sino porque es verdad”. La fe no era para Waugh un adorno que uno se coloca cuando tiene ya la vida resuelta, sino que era “la esencia de la cosa misma” (the essence of the whole thing). “En la realidad más profunda de las cosas – escribe Miguel Castellví – Waugh estaba convencido de que las realidades visibles son mera apariencia de las sobrenaturales”.[15]

Revuelta contra el mundo moderno

“Por fin el enemigo estaba claramente a la vista, inmenso y odioso, con su disfraz quitado. Era la Edad Moderna en armas. Cualquiera que fuese el resultado, había un sitio para él en esa batalla”.

EVELYN WAUGH, Men at Arms (1952)

Evelyn Waugh no era un vocero de eso que hoy llamamos “la angloesfera”. Era un inglés europeo, y contemplaba a los Estados Unidos con la mirada de un británico del siglo XVIII, consternado ante aquella rebelión de mercachifles. “No existe eso que llaman “un americano” – escribió en una ocasión–. Todos están exiliados, desarraigados, trasplantados y avocados a la esterilidad”. Los Estados Unidos representaban para él una fuente inagotable de fealdad, la ofensiva de una civilización mecanizada y estandarizada a la que abiertamente despreciaba.

Si decimos que Evelyn Waugh era un reaccionario nos quedamos cortos. El escritor se vanagloriada de situarse “con doscientos años de retraso” en relación a su época, y lamentaba que no existiera un partido político suficientemente reaccionario para poder votarle. A las acusaciones de “reaccionario” respondía que “un artista debe ser reaccionario, tiene que situarse contra el tenor de su época, no dedicarse a danzar en torno suyo”. Ni Philippe Muray lo expresaría mejor.  

Más que un reaccionario, Evelyn waugh era un rebelde contra el mundo moderno. Su rebeldía estaba en el extremo de la provocación, de la caricatura incluso. Tras el fracaso de su primer matrimonio, una vez bautizado, el sexualmente ambiguo Waugh se las arregló (anulación mediante) para fundar una familia con siete retoños. Recibía a sus hijos cada día, de uno en uno y durante diez minutos (“el tiempo suficiente, espero, para infundir respeto”). Se retiró a vivir lo más lejos posible del mundo moderno, en una remota casa de campo en Gloucestershire, en la que “nada tiene menos de 100 años, excepto las cañerías, que están estropeadas”. Allí se dedicó a estudiar teología, a escribir sus novelas con pluma de tinta antigua y a trasegar el vino de su bien provista bodega. Desde allí lanzaba diatribas sobre el rumbo de la Iglesia católica y las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II, que el autor de Retorno a Brideshead juzgaba “incoherentes, amorfas e informes, en cuanto introducen caos e incertidumbre, reflejos de una teología eucarística que se aparta del sentido sacerdotal y sacrificial (…) con una pérdida de la claridad del sacrificio en el rito Tridentino”.[16] Sería interesante conocer hoy sus opiniones sobre las misas “inclusivas” de performances teatralizadas, danzas tribales y pachamamas.

Los últimos años de Waugh se vieron ensombrecidos por una caída del interés por su obra. Cuestión de modas. Esnob hasta el final, rechazó su nombramiento como Comandante del Imperio británico, porque, según él, merecía la designación superior de Caballero del Reino. Casi todos los que le conocieron en vida hablan mal de él, pero nadie discute su genio literario. Años después de su muerte, la figura de Waugh comenzó a agigantarse. La mayoría de sus novelas fueron llevadas a la pantalla. Todo lo cual nos lleva a una pregunta intrigante.

¿Són las “malas personas” mejores escritores? ¿Se escribe mejor con la pluma cargada de veneno? La de Waugh, ciertamente, estaba cargada de odio contra el mundo moderno. Señala el crítico Christopher Hitchens que tanto Waugh como Eliot nos parecen hoy frescos, mientras que Chesterton e Hilaire Belloc nos parecen pintorescos y antiguos. Los dos primeros transmiten “algo de la energía movilizadora del fascismo”.[17]

Algunos críticos reprochan a Evelyn Waugh que, para tratarse de un escritor católico, demostró poca compasión y ninguna humildad. Dicen que en su obra no se encuentra ni un atisbo convincente de amor. Puede ser. Pero para escritores de acrisoladas cualidades morales, de compromisos con el Bien de la humanidad y de insobornables defensas de las minorías, nuestra época ya está servida. Waugh tenía muchos defectos, antes y después de convertirse. Un carácter altanero y humillante, escasa empatía, cambios bruscos de humor y problemas con la bebida. No tenía las cualidades que hoy reportan parabienes oficiales. Su visión era diferente. ¿Cómo condensarla? 

Probablemente en la mirada final de Charles Ryder, cuando contemplaba esa llama “que los antiguos caballeros vieron desde sus tumbas, y que vieron apagarse, y que vuelve a arder para otros soldados, lejos del hogar, más lejos en su corazón que Acre o Jerusalén”. Claro que para pensar así hay que ser un católico antipático.

Evelyn Waugh en la puerta de su casa: “entrada prohibida a los paseantes”.


[1]Enrique Sánchez Costa, El resurgimiento católico en la Literatura Europea Moderna (1890-1945). Ediciones Encuentro 2014, p. 232.

[2]Charles J. Rolo, “Evelyn Waugh, The Best and The Worst”. 

https://www.theatlantic.com/past/docs/issues/54oct/rolo.htm

[3]Miguel Castellví, “Retorno a Evelyn Waugh”

[4]El historiador británico John Julius Norvich relata una monumental bronca de su padre con Waugh, al comienzo de la guerra, al declarar éste último (según Norwich) que “prefiero que Alemania gane la guerra a que lo hagamos nosotros si es a hombros de los americanos”. Entrevista en youtube.   

[5]Carlos Villar Flor, “Cómo diluir un clásico católico en la pantalla”. Aceprensa, 28-11-2008.

La miniserie producida en 1981 fue protagonizada por Jeremy Irons, con un reparto en el que se incluyen gigantes como Laurence Olivier y John Gielguld. La magnífica banda sonora está a cargo de Geoffrey Burgon. Esta producción es un ejemplo extraordinario de lo que puede ser la colaboración entre la televisión y la literatura. Se trata tal vez – según no pocos críticos – de la mejor serie de televisión de la historia. Nada que ver con Netflixy sus culebrones urdidos a golpe de estudios de audiencia. 

[6]En la novela de Chesterton El candor del padre Brown.

[7]María Sol Rufiner, “El problema de la Cristiandad hoy: Análisis de “Retorno a Brideshead” de Evelyn Waugh desde el problema del devenir cristiano”.

https://www.academia.edu/4572591/_El_problema_de_la_Cristiandad_hoy_An%C3%A1lisis_de_Retorno_a_Brideshead_de_Evelyn_Waugh_desde_el_problema_del_devenir_Cristiano_

[8]Joseph Pearce, Literary Converts. Spiritual inspiration in an age of unbelief.  Ignatius Press 1999, Edición Kindle. 

[9]Joseph Pearce, Obra citada.

[10]John Scheid, Quand faire, c´est croire: les rites sacrificiels des Romains. Aubier 2011. 

[11]Julius Evola, Symboles et “Mithes” de la Tradition Occidentale, Mélanges. Arché Milano 1980, pp.61-62. 

[12]Ian Ker, The Catholic Revival in English Literature 1845-1961. Newman, Hopkins, Belloc, Chesterton, Greene, Waugh.Gracewing 2003, p. 188.

[13]Ian Ker, The Catholic Revival in English Literature 1845-1961. Newman, Hopkins, Belloc, Chesterton, Greene, Waugh.Gracewing 2003, p. 198.

[14]Miguel Castellví, “Retorno a Evelyn Waugh”

martes, 5 de julio de 2022

CÓMO (Y POR QUÉ Y POR QUIÉN) LA IZQUIERDA PASÓ DE LA HOMOFOBIA AL ARCO IRIS


 

Durante casi un siglo el sexo fue tabú para la izquierda marxista. Más que tabú, estuvo mal visto y peor vivido. Luego, cuando se produjo la revolución de octubre y aparecieron los partidos comunistas, el sexo se vivía como una “desviación pequeño-burguesa”. Marx no había dicho nada sobre sexualidad: la única “opresión” que conocía era la de la burguesía sobre el proletariado, por tanto, nadie tenía que emanciparse sexualmente de nada. En las pocas referencias que hay en la obra completa de Marx, a la mujer, se la equipara a los niños: sostiene que las mujeres deben ser consideradas como “seres débiles” de los que el capital abusará, pagándoles menos de lo que merecen y haciéndolas trabajar hasta el límite de sus fuerzas.

NI MARX NI EL MARXISMO ERAN “PROGRESISTAS” EN ASUNTOS DE GÉNERO

Algunos autores han sostenido que Marx era “un progresista en materia de igualdad de géneros”. Sin embargo, sus comportamientos en lo cotidiano, se corresponden perfectamente a lo que hoy sería llamado “machista”: Marx prefería tener hijos que hijas, menospreció los primeros pasos del movimiento de liberación femenina y a las mujeres en general. Llega a concebir a la mujer dentro del matrimonio con “una forma de la propiedad privada exclusiva”. A diferencia de Engels que sí era “sufraguista” y en varios escritos se manifestó a favor del voto femenino, Marx era completamente indiferente a esta temática.

Marx se posicionó contra el trabajo remunerado de la mujer. Sostiene que la mujer, por su mayor “docilidad”, hace que su presencia en las fábricas reduzca la capacidad de resistencia de la “fuerza de trabajo y favorece la disciplina industrial”. Y, libera al obrero varón de la responsabilidad de un comportamiento “machista” con su mujer -a la que considera como una “posesión del obrero”, sin hacer referencia alguna al “poder patriarcal”- culpabilizando al capital de todas las desgracias que suceden al obrero y a su familia.

En una palabra, ni la mujer, ni los hijos, le interesaron mucho en la medida en que escapaban a la simplicidad de su esquema burgués contra proletario, capital contra trabajo, desposeído contra poderoso.

OTROS EJEMPLOS DE “MORAL SEXUAL DE LA IZQUIERDA”

En el anarquismo las cosas eran parecidas. Las distintas sectas anarco-sindicalistas, por ejemplo, que llegaron con buena salud hasta la guerra civil española, eran, más bien, rigoristas en materia de sexualidad. “Amor libre”…, sí, pero, mucho mejor, “lucha por los derechos de los trabajadores”. En la CNT está cuestión se planteó continuamente hasta el 18 de julio de 1936. No fue por casualidad que Durruti poco antes de morir enviara a todas las mujeres que componían su columna, de retorno a Barcelona.

Todo lo que no tendía a mejorar la cultura y la situación social del proletariado era considerado como “peligroso” porque desviaba de la principal tarea: conseguir un cambio socio-económico. En cuanto a la homosexualidad y al travestismo eran combatidos, criticados y despreciados como “vicios burgueses”.

En la propaganda del Komintern y en la que se desarrolló en España durante la guerra civil por parte de la República, llama la atención cómo es tratada la homosexualidad: siempre se identifica con “el fascismo”. La imagen de Franco aparecía en la propaganda república con rasgos ambiguos, de militar afeminado, de la misma forma que en la propaganda de la izquierda alemana se presentara a los “junkers” y a los “militaristas”, como simples homosexuales: en tanto que “fascistas”, debían de ser receptáculo de todas las depravaciones. Eso mismo se insinuaba de Hitler y en España de José Antonio Primo de Rivera.



¿Habrá que fusilar a los caricaturistas de izquierdas que en los años 30 presentaron a Hitler, Franco y demás líderes fascistas como gays, travestidos o transex?


Máximo Gorki llegó a decir: “Exterminad a los homosexuales y habréis acabado con el fascismo”. Y es que para la propaganda de izquierdas antes de la Segunda Guerra Mundial, la homosexualidad era la raíz del fascismo. No hay duda, pues, sobre la opinión que tenía la izquierda del mundo gay: era, simplemente, el enemigo y esto por un amplio número de razones.

Arthur Koestler, en sus memorias, cuando todavía era militantes comunistas, sentía cierta repugnancia al practicar el sexo. Era como si traicionara la “sagrada causa del proletariado”. El partido y la causa, la revolución mundial, estaban por encima de todo. Era la doctrina oficial del Komintern y así se mantuvo. Cuando Wilhelm Reich empezó a interesarse por la “sexualidad proletaria”, sus camaradas del KPD lo miraron con cierta desconfianza y en 1932 dejaron de apoyar su “SEXPOL”, organización juvenil por un “política sexual”. Dos años después, reconocería que, en la URSS, el Partido Comunista había ahogado la “libertad sexual”, había penalizado y prohibido la homosexualidad. Fue expulsado de las filas del partido.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (1) LUKÁCS 

Sin embargo, en 1923 habían ocurrido tres fenómenos que pasaron desapercibidos para la mayor parte de la población.

Por una parte, Georg Lukács, comunista húngaro y partidario de Béla Kun, que había sido “comisario responsable de Instrucción Pública” en la efímera “República Soviética de Hungría”, publicaría Historia y conciencia de clase. Lukács había extraído algunas conclusiones del fracaso de la revolución en Hungría y en toda Europa entre 1919 y 1923. La obra fue condenada por el IV Congreso de la Internacional y obligó al autor a hacer la autocrítica. La obra, casi más hegeliana que marxista, trata de ser una justificación filosófica del bolchevismo. Propone un nuevo modelo organizativo para el partido al que considera como “forma histórica y como portador de la conciencia de clase”. No era, por tanto, necesario que el partido estuviera formado por proletarios, ni al servicio del proletariado. Es más, en otro tiempo, en otra época, en otro lugar, podía darse una revolución comunista, sin proletarios, incluso sin un partido leninista organizado. Fue expulsado del Partido Comunista Húngaro en 1928.

Lukács se había dado cuenta de que el proletariado, no solamente no era “revolucionario”, sino que, lo más probable, es que jamás lo fuera. Esto, a un intelectual no fanatizado por el marxismo, le hubiera dado argumentos más que suficientes para abandonar esta ideología, pero Lukács se considerará siempre un “revisionista” del marxismo, en absoluto un no-marxista, ni mucho menos, un antimarxista. Su razonamiento es simple: siendo el marxismo la único “doctrina científica”, cuando se produce un desfase entre la realidad y la interpretación ideológica, el problema no es de la ideología, sino de la realidad que ha adoptado una dirección errónea. El problema es que Lukács considera que Occidente vive desde hace dos mil años instalado en el error. Y ese error tiene un nombre: civilización cristiana y occidental.

Así pues, el gran adversario, para Lukács es el cristianismo y el orden de valores derivados de él. La ideología, por tanto, queda a salvo en su infalibilidad.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) - GRAMSCI

El mismo año 1923, Antonio Gramsci había desplazado a Amadeo Bordiga en la secretaría general del Partido Comunista Italiano. En las elecciones del 6 de abril de 1924, sería elegido diputado y desde su escaño asistiría a la muerte de Matteotti y, después, a la consolidación del régimen fascista. En los meses siguientes, y especialmente durante su estancia en cárcel a partir de 1927, reflexiona sobre algo que le preocupaba desde hacía tiempo: había algo en el esquema marxista que no terminaba de encajar con la realidad.

Desarrolló la idea de “hegemonía” y de “bloque hegemónico” que no era nada más que una ampliación del problema planteado por Marx sobre la “infraestructura” y la “superestructura”. Para Marx, la “infraestructura” era solamente el sistema económico. Esta “infraestructura” presionaba sobre la “superestructura” determinando leyes, costumbres y hábitos sociales, modelo político, aparato represivo, etc. Marx había recomendado que para cambiar la “superestructrura” era necesario actuar sobre la “infraestructura” porque todo en una sociedad capitalista estaba condicionado por la economía.

Pero, en el análisis de Marx, lo que entendía como “burguesía” (en realidad, era clase capitalista) se oponía directamente al “proletariado”. Cuando Marx formuló su tesis, el capitalismo se encontraba aun en una fase industrial poco avanzada. En las décadas siguientes aparecerían otros grupos sociales generados por la industrialización, la mejora en las condiciones económicas y que no era nada más que el producto de la nueva ordenación social: la clase mediaY la clase media empezó demostrando su poder, movilizándose y movilizando a buena parte de la población en lo que fueron los fascismos. No fue, por tanto, la “burguesía” la que generó los fascismos, sino una clase que Marx ni siquiera había tenido ocasión de conocer.

En prisión, Gramsci se replanteó un problema que Marx había dejado resuelto con excesiva facilidad. Si, a pesar de los sindicatos, resultaba muy difícil cambiar la “infraestructura” económica que era como penetrar en el reducto de la fortaleza del capital, ¿no podría alterarse la “superestructura” operando directamente sobre ella? Gramsci respondió afirmativamente y de ahí derivó su concepto de “hegemonía cultural” y de “bloque hegemónico”. Para Gramsci la “hegemonía cultural” era, en definitiva, lo que garantizaba el control del capital sobre la sociedad. Por ejemplo, cuando se produce la Primera Guerra Mundial, el capital (lo que llama “burguesía capitalista”) llama a la “defensa de la patria” constituyendo así un “bloque hegemónico” en el que están presentes distintos grupos sociales todos ellos subordinados al poder del capital y unidos por la idea de patriotismo. Pero si se lograba restar dirección intelectual y legitimidad moral al “bloque hegemónico” podría ocurrir que éste se desplazara hacia las “fuerzas populares del trabajo y de la cultura” y, por tanto, los equilibrios de fuerzas en la “superestructura” quedaran modificados.

Si a esta lucha por la “hegemonía cultural”, unimos el trabajo del Partido Comunista y de los sindicatos obreros, entonces y, solo entonces, se llegará al “momento revolucionario” en el que sea posible derribar el poder del capital.

UN PARENTESIS SOBRE EL “GRAMSCISMO DE DERECHAS”

Imposible no hacer un alto aquí y recordar la idea de Alain de Benoist sobre el “gramscismo de derechas”. Aparte del hecho de que Guillaume Faye, ya reconoció en su obra El Arqueofuturismo, que cuando la “nouvelle droite” debatía sobre esta temática, apenas conocían la obra de Gramsci, por nuestra parte añadiríamos que realizar una “lucha cultural” en la derecha y en los años 70, suponía engañarse sobre las posibilidades: en primer lugar porque Gramsci no partía de cero, tenía una ideología bien estructurada a la que solamente añadió unos elementos de crítica para perfeccionarla y evitar el desfase entre las previsiones ideológicas y la realidad social, y, por otra parte, Marx y Engels no habían sido solamente “doctrinarios”, sino que fueron militantes políticos, comprometidos con una causa, primero la de la Liga de los Comunistas y, después con la Internacional.

Para que una lucha cultural pudiera dar sus frutos, precisaba como condición sine qua non que previamente existiera una ideología de conjunto que poder “hegemonizar” y no unas simples críticas a la actualidad cultural, en función de la cual se erigían simples “puntos de referencia”.Y, en segundo lugar, la imagen del “intelectual” ajeno a la lucha política contaminante y de dudoso porvenir, era algo que no había estado presente en la izquierda: allí el “intelectual” era, al mismo tiempo, “soldado político”. En el caso de la “nouvelle droite”, el conjunto estaba formado por antiguos “solados políticos” licenciados que habían decidido romper con sus viejas organizaciones, sin pensar siquiera en construir otras nuevas.

La historia de la “nouvelle droite” francesa siempre nos ha parecido la historia de un entrenador (“cultural” en este caso) que juzgase que era preciso “prepararse” para afrontar la lucha cultural en el momento en el que se plantease el “match”, esto es el partido en el que enfrentaría a dos visiones del mundo, dos perspectivas culturales, dos formas de concebir al ser humano. Pero ese “match” nunca llegaba. Y el entrenador seguía diciéndonos que debíamos entrenarnos más y más, prepararnos para el momento.

Decir esto en 1978 era una cosa porque la extrema-derecha francesa era poco menos que cero, pero luego cuando se desató el fenómeno Le Pen en los 80, las cosas cambiaron: ya había un movimiento político sobre el que operar. Pero, para el entrenador, este movimiento era poco y lo miró siempre con desdén desde su posición de superioridad intelectual. Y el problema ha sido que el reverdecer de un partido populista de derechas (el límite máximo que puede encontrar acomodo un proyecto alternativo dentro de la actual situación socio-política) en Francia, se ha producido casi completamente al margen de la “nouvelle droite. Volvamos a Gramsci.

SOMOS LO QUE PENSAMOS. CÓMO GRAMSCI LLEGÓ A SER LO QUE FUE

Los padres de Gramsci eran podres, pero él era abogado y disponía de cierta cultura. A pesar de que trabajó y logró una beca para estudiar Filosofía y Letras, se afilio al Partido Socialista. En 1921 pasó al Partido Comunista. La rapidez con la que el fascismo se hizo con el poder, hizo que Gramsci empezara a desconfiar de la “conciencia de clase” y del poder del proletariado como fuerza opuesta al capital A partir de aquí cuestionó algunos aspectos del marxismo y del leninismo, aun aceptando lo esencial, a saber, que la ideología dominante en una sociedad es la de la clase dominante que se expresa mediante la “hegemonía cultural” trasladada a la población a través de las creencias religiosas, de los medios de comunicación y de la educación.

Así pues, atacando las ideas religiosas, desvalorizándolas, penetrando entre los fieles y haciendo sembrar las dudas, se neutralizada a unos; infiltrándose en los organismos de poder cultural se lograba limitar la influencia de las clases dominantes en el mundo de la cultura y, finalmente, observando y ganando a los movimientos culturales alternativos y disidentes que suelen aparecer en toda sociedad, se conseguía, en conjunto, mermar, poco a poco, la influencia del “bloque hegemónico”.

Gramsci no era particularmente empático ni con los trabajadores (intuía que solamente aspiraban a mejorar sus condiciones de vida y les daba igual si era mediante la revolución o mediante concesiones del capital), ni con los intelectuales (a los que consideraba como figuras diletantes pequeño-burguesas). Sostenía que el intelectual debía “reivindicarse” siguiendo una “línea de masas”, asumiendo la causa del proletariado y de la transformación de la sociedad. Esta élite intelectual deberá garantizar el “control sobre el lenguaje” y atribuir nuevos contenidos a los conceptos habitualmente manejados por la sociedad.

En la práctica, Gramsci desplaza el “sujeto revolucionario” del proletariado al intelectual. Intelectual, para él, es aquel que “piensa”, “razona”, “analiza”. Pero esas disquisiciones pueden quedar demasiado elevadas y ser poco accesibles para las masas. Por eso, hace falta una pieza de transmisión entre la “intelectualidad” y las “masas”: el divulgador, el periodista, el agitador cultural, el que hace presentables y comprensibles las ideas elaboraras por los intelectuales. Será así como lo que Gramsci llama “clases subalternas” vayan restando poder al “bloque hegemónico”

Pero hay otra tesis de Gramsci que es particularmente importante. Así como Marx y Engels, pero también Lenin y los bolcheviques, habían considerado que las leyes económicas y, sobre todo, la dialéctica y la lucha de clases, se encaminaban hacia un destino fatal: la revuelta del proletariado contra la burguesía y su consiguiente triunfo, Gramsci, se da cuenta de que ese esquema es demasiado rígido y, por otra parte, algunas críticas que ha formulado el fascismo han hecho mella en él: en el esquema marxista, en efecto, no hay lugar para el libre albedrío, todo en él es mecanicismo aplicado a la sociedad. Es el precio de haber considerado como única infraestructura a la economía y establecer que solamente podía modificarse les relaciones de poder actuando en ese terreno.

En 1923, cuando Lukács publica su libro sobre la conciencia de clase, Gramsci ya ha llegado a la conclusión de que la transformación de una sociedad debe realizarse a partir del cambio cultural y que es importante la adhesión de una élite cultural si de lo que se trata es de precipitar un “momento revolucionario”.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) – LA ESCUELA DE FRANKFURT

Finalmente, en Alemania y como resultado de las derrotas en cadena del Partido Comunista y de la extrema-izquierda desde 1919 hasta 1922, aparece un movimiento intelectual que ejercerá su poderosa influencia, primero en ese país y luego irradiará desde EEUU a todo el mundo: la Escuela de Frankfurt. De hecho, no fue sino hasta los años 60, cuando se popularizó este nombre como característico de un grupo de intelectuales alemanes que se distanciaron del marxismo ortodoxo y realizaron una obra de “revisión” añadiendo al conjunto marxismo otras aportaciones (especialmente procedentes del freudismo).

Todos los miembros de la Escuela de Frankfurt fueron judíos, en mayor o menor grado, laicizados, que se marcharon a EEUU cuando subió Hitler al poder. Lo eran Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthar, Leopold Neumann; a todos ellos se les conoce como “la primera generación de la Escuela de Frankfurt”. Posteriormente se han ido incorporando otros, una segunda e incluso una tercera generación, en donde el elemento judío ya no es tan característico.

Las reflexiones de este grupo están en la misma onda que las de Lukács y Gramsci. En 1923, financiados por Félix Weil, un millonario judío de origen germano-argentino, un grupo de intelectuales crearon el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt.

Lo esencial de la Escuela de Frankfurt es su incorporación de tesis freudianas al patrimonio marxista. Reconocen como Gramsci la idea del “libre albedrío” y, contrariamente, a los marxistas ortodoxos que no atribuían gran importancia a la “felicidad humana” antes de la “revolución”, los miembros de esta Escuela consideran que el ser humano, antes, después y durante la revolución, deben sentirse libres, felices y completos. El mundo clásico hubiera llamado a esta postura “hedonismo”, especialmente, porque el recurso a Freud les convence de que la felicidad pasa a través de la sexualidad.

Los miembros de su primera generación escribirán, tanto en sus primeras obras en Alemania durante los años 30, como en las tardías aparecidas en los años 60, teorías sobre la sexualidad, tanto individual como social. Serán los que sugerirán a Simone de Beauvoir que el sexo es “una construcción social” y que en la naturaleza no existe sexualidad definida (por entonces no se había descubierto el ADN y un error de este tipo podía justificarse…).

Marcuse y Adorno fueron quienes más lejos llegaron en este terreno. Pero, lo que, en realidad, preocupaba a la Escuela de Frankfurt, a la vista de que todos sus miembros eran de origen judío, era la llegada del NSDAP al poder en Alemania en 1933. Todos ellos emigraron a EEUU y desde allí prosiguieron sus estudios. Al menos estaban más próximos a las fundaciones capitalistas que, a partir de ahora, financiarían sus trabajos. Luego vino la Segunda Guerra Mundial, pero ya desde su llegada a EEUU -salvo Fromm, que optó por residir una temporada en México- su trabajo “filosófico” consistió en encontrar argumentos de carácter antifascista: y a eso se dedicaron. No les fue muy difícil, a fin de cuentas, todos, todos ellos procedían del marxismo y habían pasado por la militancia comunista. Ahora, solo se trataba de adaptar el antifascismo al mundo capitalista y preparar el terreno para la guerra que se avecinaba y que encontraba en los EEUU y en el presidente Roosevelt y su fracasado “New Deal”, a su más interesado promotor.

LA PERSONALIDAD AUTORITARIA DE THEODORO W. ADORNO

El grupo, primero se reunión en Nueva York, sede provisional del Instituto de Investigación Social en el exilio y luego, poco antes de la entrada de EEUU en guerra, se instalaron en California. En esa época Horkheimer escribió su Dialéctica de la Ilustración. Pero la obra que nos interesa fue escrita en la postguerra. Se trata de La personalidad autoritaria, firmado por Adorno. La idea era que, en determinados sujetos, existe un superego estricto que controla a un ego débil e incapaz de sobreponerse a sus impulsos primarios. Esto lleva a conflictos interiores que llevan al individuo a aceptar convencionalismos sociales y sumisión a la autoridad. Pero también, ese individuo sumiso, se convierte en dominante frente a grupos y personas que él considera como “inferiores”. Actúa brutal y despóticamente con ellos y les impide “ser felices”. Así aparece la “personalidad autoritaria” que es favorecida por dos instituciones: la religión y especialmente, la familia. En ambos casos aparece una “voluntad de poder sobre los demás” (el concepto es de Adler). Esa “personalidad autoritaria” está en el germen del fascismo. De todo fascismo. Para Adorno, cualquier forma de autoritarismo, termina siendo “fascismo”. Y el fascismo se reduce a Auschwitz. Por lo tanto, hay que defender a la sociedad para evitar un “nuevo Auschwitz”. ¿Cómo? Sencillo:emprendiéndola contra la autoridad de la religión y contra el modelo familiar. Sostenía que el fascismo no era nada más que la repetición de pautas violentas aprendidas en la infancia por la contemplación del modelo patriarcal. Un niño que viera como su padre le ordenaba irse a la cama, sería un niño que, en el futuro reproduciría estas pautas y terminaría contento y feliz en las Hitler Jugend. La estructura heteropatriarcal era el modelo que reproduciría el fascismo a nivel de Estado. Deshaciendo estos dos elementos, religión y familia, todos lo demás que acompaña a las estructuras tradicionales se disolverá por sí mismo. La ciencia positiva sería el gran adversario de la religión, pero pera destruir a la familia hacía falta mucho más.

Adorno, para acometer este ataque contra la familia y la religión, amplió sus horizontes: dado que el materialismo dialéctico no servía para interpretar la historia salvo en momentos relativamente recientes, introdujo elementos extraídos de freudismo para convenir que la historia de Occidente era, una y otra vez, la aparición, mantenimiento y reafirmación del “fascismo”. Veía “fascismo” en toda la historia de occidente. Allí donde existiera una estructura “heteropatriarcal”, allí existiría una “deformación” del carácter con la aceptación de la autoridad, por tanto, “fascismo”. Toda la historia de Occidente, toda su tradición, eran “fascistas”, especialmente desde el advenimiento del cristianismo. Así pues -y esta es la conclusión- para “destruir el fascismo” había que operar: 1) Contra las tradiciones (que Adorno llama despectivamente “convencionalismos”) y 2) Contra aquellos vehículos más caracterizados de estas tradiciones (familia y religión).

Aquí, Adorno se vio obligado a romper con toda la tradición de izquierdas que, hasta no hacia mucho achacaba el fascismo a pulsiones homosexuales. Al leer su libro se percibe con claridad que está haciendo simples equilibrios con el lenguaje, manejando conceptos freudianos y sociológicos, pero eludiendo la concepción predominante en esa época entre la clase médica y los psicólogos sobre la homosexualidad.

La psicología no compartía el criterio antifascista de una relación directa entre homosexualidad y fascismo, sino que había establecido un origen bastante ponderado. La homosexualidad sería una neurosis que favorecería la reaparición de un complejo de infantilización no superado. La explicación partía de que en la infancia todavía no están desarrollados conscientemente los rasgos de identidad sexual, ni tampoco existe impulso sexual consciente, por tanto, los niños tienden a agruparse, jugar y colaborar entre ellos y las niñas hacen otro tanto. Cuando aparecen los impulsos sexuales, esta primera etapa queda atrás y la tendencia “normal” es hacia la heterosexualidad y a que los individuos de un sexo se vean atraídos por el opuesto… salvo en determinados casos de malformaciones físicas (androginia) o psicológicas en las que el sujeto no ha superado la fase “infantil” y sigue atrayéndole y buscando la compañía de seres de su mismo sexo, como en la infancia.

La explicación es bastante mejor que la aportada por Adorno que se pierde en categorías freudianas cuya validez todavía se discute hoy. El interés que tiene para Adorno su justificación de la homosexualidad como una forma de huir del fascismo heteropatriarcal, es oportunista: le permite atacar a la familia y eso vale más que el rigor y la verdad científica o filosófica. Porque, una vez determinado quién es el enemigo, poco importa la legitimidad de los argumentos que se empleen contra él: se trata de abrir cuantos más frentes mejor, desde donde se le pueda hostigar.

Adorno “transmuta” todos los valores de la izquierda sobre la sexualidad y conseguir que, aquellos que más han atacado, criticado, hostigado y perseguido a la homosexualidad (Hitler, por ejemplo, sólo consideraba que la homosexualidad era un asunto privado y que no había nada más que decir, salvo que algún homosexual realizara tareas contra el Estado o contra las estructuras tradicionales de la sociedad alemana y si ejecutó a Rhöm, que había sido su colaborador más próximo en los 10 años anteriores, no fue por su notoria homosexualidad, sino por la sospecha de ser enemigo del Estado), es decir, la izquierda marxista, a partir de ahora se posicionen como defensor de las “minorías sexuales”. Todo para erosionar a la familia e impedir que siga reproduciendo el “modelo heteropatriarcal germen del fascismo”.

Dos últimos apuntes sobre Adorno. Su padre se llamaba Oscar Alexander Wiesengrund, pero él renunció al apellido que quedó reducido a la “W” que siempre aparece en su nombre. “Adorno” era el nombre de la madre, de la que siempre se sintió más próximo, una soprano lírica que le indujo el interés por la música. Durante mucho tiempo, dudó entre si dedicarse a la filosofía o a la música. La cuestión fue que en su madurez y en La personalidad autoritaria, elaboró una teoría sobre la sexualidad. En 1968, después de los sucesos revolucionarios de París, tres alumnas se le desnudaron en clase (en realidad, solo le mostraron los pechos). Adorno murió unos días después, el llamado “atentado de los senos” fue la causa directamente del paro cardíaco que sufrió. Comentando esta anécdota con el escritor y marxista Vázquez Montalbán, me decía que Adorno era capaz de elaborar una teoría sexual, pero no de soportarla a cinco metros de distancia…

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jueves, 30 de junio de 2022

Incompetencia intelectual de los políticos en todas las esferas del gobierno. Por Ernesto Ladrón de Guevara

 



Nada menos que el presidente del Instituto de Derecho Internacional, anglosajón y protestante, reconoce que Francisco de Vitoria inauguró, en la Historia del Derecho, el primer código de Derecho Internacional, y los Derechos Humanos recogidos en la Compilación de las leyes de Indias de Solórzano, con las normas de trato digno a los aborígenes de las Indias occidentales (América, Filipinas y resto de tierras civilizadas por los españoles.

                Mi nieto me pregunta entonces, cómo es posible que esa estatua esté de forma tan deteriorada y sucia y yo le respondo que eso hay que preguntarles a los representantes de las instituciones vascas, en concreto a las alavesas y más específicamente al Alcalde y demás concejales del Ayuntamiento de Vitoria, y que lo que voy a hacer, cosa que estoy haciendo en esta escritura, es preguntarle por esta vía al señor alcalde de esta noble y digna ciudad de Vitoria en cuya plaza del Machete se exhibe un objeto que da nombre a la plaza donde el procurador de la ciudad, precedente de lo que hoy llamamos alcalde, juraba cumplir las costumbres y defender los privilegios de la ciudad, y si no lo hacía que le cortaran la cabeza con tal machete.

Y en tal sentido, yo me pregunto qué es lo que atrae más la atención del munícipe, ¿el euskera batúa prácticamente inexistente en nuestro pasado de los dos últimos siglos? ¿llamar a muchos más emigrantes a que acudan a nuestra ciudad para que cambien la sociología urbana tradicional? ¿obstaculizar la vida y costumbres rutinarias de los ciudadanos en un clima de aumento exponencial de la delincuencia, según los informes del ministerio del Interior? ¿eliminar de la cultura antropológica cualquier resto de nuestro pasado?.... 

 

                Tenemos a otro grande, reconocido intelectual asesinado por los compañeros de batalla de los nacionalistas, los milicianos revolucionarios soviéticos de los años treinta que asesinaron,  sin juicio, a Ramiro de Maeztu, con nocturnidad y alevosía.

Ramiro de Maeztu, un grande al mismo nivel de Unamuno, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Pío Baroja, Ortega y Gasset y otros, fue asesinado por tener el coraje de decir lo que pensaba, ser libre y amar profundamente  un hecho sin precedentes en la Historia de la Humanidad, que fue la Hispanidad. Natural de mi ciudad, Vitoria, y eterno ignorado en la misma. Solamente tiene una calle y por casualidad. No se le hacen conmemoraciones, ni recuerdos, ni jornadas de exaltación de su pensamiento ni nada  de nada. Le quitaron el nombre a un Instituto que ahora llaman Ekialde, que evoca un lugar genérico topológico. Otro olvidado y abandonado.

                Y así sucesivamente. Por ejemplo, la calle donde vivo, en la misma ciudad. Se llamaba Calle Calvo Sotelo. Hoy calle Francia. Aún no sé por qué retiraron a Calvo Sotelo de la calle, prohombre cabeza y representante de la oposición cuando se dinamitó la convivencia en la Cortes Generales en la II República y una diputada, Dolores ibárruri (La Pasionaria), amenazó  diciendo al jefe de la oposición que tenía los días contados. Y así ocurrió. Le asesinaron vilmente. Todavía hay imbéciles que asocian a Calvo Sotelo con Franco, cuando ni tan siquiera le dieron la oportunidad de comprobar el levantamiento armado contra los revolucionarios que dinamitaron la República.

                Y así suma y sigue. ¿Para qué queremos políticos si éstos se dedican en cuerpo y alma a liquidar nuestros testigos del pasado?

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domingo, 15 de mayo de 2022

Entrevista con Aleksandr Dugin «Rusia sólo puede hacerse con la victoria»

 

Esta entrevista con Aleksandr Dugin fue realizada por periodistas italianos. En ella se abordan los objetivos y el futuro de la intervención rusa en Ucrania.


Profesor Dugin, muchos en Europa han comenzado a hablar de la Tercera Guerra Mundial. ¿Cree acaso que Rusia está lista para enfrentarse directamente con la OTAN o existen líneas rojas que no va a cruzar en su intervención en Ucrania?

El meollo del asunto consiste en que una vez que Rusia ha lanzado la operación militar especial no puede sino salir victoriosa de ella. Podríamos decir que los objetivos concretos consistirían en un dominio máximo de todo el territorio de Ucrania y en un dominio mínimo de toda la región de Novorrusia que va desde Odessa hasta Járkov. La liberación de un territorio mucho menor nunca podría ser considerada una victoria; se trata de “ser o no ser”. Ahora bien, Occidente tiene prioridades muy distintas, pues perder la totalidad de Ucrania –que le ha costado cerca de treinta años dominar y subordinar a sus intereses– constituiría sin duda un retroceso, pero no un golpe mortal. Además, Occidente ha conseguido con todo esto obtener un enemigo real que le permite resolver muchos problemas, entre ellos la consolidación de la OTAN, el fortalecimiento de la influencia de Estados Unidos sobre Europa, relanzar la globalización e incluso salvar la hegemonía estadounidense. De hecho, incluso si Occidente sufre una derrota en Ucrania podrá impulsar toda clase de proyectos. Pero esto no se aplica a Rusia: si fuéramos incapaces de lograr nuestros objetivos, recibiríamos un golpe fatal. Rusia ha cruzado el Rubicón y eso implica que nuestro único modo de seguir existiendo es conseguir la victoria.

Es por eso por lo que creo que Rusia hará todo lo que esté a su alcance para ganar, lo cual implica la posibilidad de una guerra nuclear. Occidente puede resolver las cosas de muchas otras maneras, dejando de lado la confrontación directa y el suicidio nuclear de la humanidad. Rusia consideraría que está en guerra con la OTAN en caso de que un contingente militar de países pertenecientes a esa alianza (como Polonia o Rumanía) llegará a entrar en Ucrania: ello sería el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Pero esto no depende de Rusia, sino de Occidente. En caso de que Occidente decida iniciar la Tercera Guerra Mundial, es decir, enviar un contingente militar o involucrarse directamente en el conflicto de una manera u otra, entonces podremos decir claramente que se ha iniciado este conflicto. No obstante, si lo único que hace Occidente es enviar ayuda a Kiev, no estallará la guerra entre ambos contendientes.

¿Cuándo cree que Rusia parará la ofensiva? ¿Existe acaso una cantidad de territorios o espacio que Rusia desee ocupar y del cual ya no pasará?

Creo que ya he respondido a esa pregunta: existe una cantidad máxima y una cantidad mínima, pero esto último depende de los resultados de la guerra. Pienso que el gobierno ruso desde el principio apuntó a dominar el máximo de territorio posible desde que lanzó la operación militar especial, y por eso ha habido ataques en zonas occidentales de Ucrania como Lvov. Sin embargo, para nosotros también sería una victoria liberar simplemente los territorios de Novorrusia como Járkov, el Donbass, la región de Jerson, Zaporizhia, Nikolayev, Dnipropetrovsk y Odessa.

¿No piensa que estas diferencias entre Rusia y Europa podrían resolverse por medio de una conferencia internacional?

Considero que las relaciones diplomáticas entre Rusia y Europa se restablecerán bajo un nuevo formato una vez que la operación militar especial culmine con nuestra victoria. Por ello, no tiene sentido ningún diálogo antes de que alcancemos este punto, especialmente porque se basa en el cese de las hostilidades. Rusia no se detendrá hasta alcanzar la victoria; después de eso se podrá negociar.

¿No considera que Rusia forma parte de Europa y que su cultura pertenece a nuestra zona de influencia? ¿Qué quedará de todo eso una vez que haya terminado la guerra? La ruptura de todos nuestros lazos culturales, ¿no significará una perdida tanto para Europa como para el pueblo ruso?

La cultura europea contemporánea, basada en la cancelación, los LGBTQI+, el transhumanismo y el postmodernismo, no tiene nada que ver con la verdadera Europa, pues todo eso se ha construido sobre la negación de sus propias raíces.

Occidente es una civilización decadente que ha maldecido sus propios cimientos

Occidente es una civilización decadente que ha maldecido sus propios cimientos y que ahora agoniza, por lo que pienso que es positivo que Rusia corte toda relación con ese montón de desechos radioactivos en que se ha convertido Europa. Además, Rusia nunca ha formado parte de Europa ni antes ni después de los Urales. Somos una civilización distinta y completamente autónoma de carácter ortodoxo y euroasiático. La ruptura de nuestras relaciones sólo afectará a los europeos, pues Rusia tiene cimientos que, por establecer una analogía, se parecen más a la verdadera Europa que a la parodia de Europa que ha construido la Unión Europea liberal, atlantista y decadente.

¿Cuál considera que es el futuro del Nuevo Orden Mundial y qué papel jugará la democracia en él?

El Nuevo Orden Mundial es la fase última del liberalismo; es decir, el momento en que el liberalismo se convierte en un sistema totalitario en el que se suprime cualquier forma democrática en pro de la creación de un Gobierno mundial transnacional que dictamina cuáles son los valores, las normas y reglas que la humanidad debe seguir, a la vez que determina qué está permitido y qué está prohibido sin tener en cuenta las diferencias entre las distintas civilizaciones y culturas. Todo esto nos lleva a considerar que

El NOM pretende crear un campo de concentración mundial donde la democracia desaparecerá

el NOM tiene por objetivo crear un campo de concentración mundial donde la democracia desaparecerá. Rusia tampoco tendrá ningún futuro en él, pues sigue defendiendo su soberanía, su identidad y su propio sistema de valores que nada tiene que ver con las normas que ha creado el globalismo. Es por eso por lo que Rusia lucha a favor de la multipolaridad, pues no considera que exista una sola civilización (liberal, como lo pretende Fukuyama) sino varias (como lo defiende Huntington).

¿No considera que Rusia, que posee un territorio muy extenso, podría ser engullida económicamente por China?

No lo creo. Rusia es una gran potencia no sólo por la cantidad de territorios y recursos de que dispone, sino también por su armamento y voluntad política. Es cierto que económicamente somos muy inferiores a China, pero contamos con otras ventajas estratégicas de las que esta última carece. Por otro lado, no considero que China sea una amenaza para Rusia, sino un aliado en nuestra lucha contra la hegemonía occidental y a favor de la creación de un mundo multipolar. China no puede mantener su soberanía sin Rusia y Rusia no podrá seguir siendo soberana –especialmente ahora– sin el apoyo de China.

¿Qué opina de las ideas del papa Francisco, un hombre independiente de la influencia de Estados Unidos, y su negación de la “guerra justa” en favor del diálogo?

El papa Francisco es la máxima autoridad de una rama del cristianismo que desde la Edad Media no tiene ninguna autoridad sobre los ortodoxos. Además, el papado tiene una influencia mínima dentro del actual Occidente anticristiano y ha quedado reducido a una función humanitaria carente tanto de sentido como de importancia, por lo que nos da igual cualesquiera que sean sus opiniones sobre las guerras “justas” e “injustas”. Además, incapaz como es de entender nuestra posición, su llamamiento a negociar con una civilización que para los ortodoxos no es más que la encarnación del Anticristo, es algo que para nosotros no tiene peso alguno. Sólo debemos ver cómo los católicos han apoyado la rusofobia dentro de las filas de los uniatas ucranianos, lo cual es uno de los factores que han desencadenado el actual conflicto.

Lev Tolstoi es un escritor ruso muy leído y admirado en Europa, siendo el precursor de la no violencia defendida por Gandhi. ¿Qué opina de Tolstoi y su legado?

Tolstoi no es muy popular en la Rusia contemporánea. Sus llamamientos a rechazar la Iglesia y la monarquía provocaron terribles sufrimientos al mundo ruso durante el siglo XX, por lo que se encuentra muy desacreditado a los ojos del pueblo.

A diferencia de Tolstoi, Dostoyevski siempre fue un místico y un defensor del patriotismo radical

Citarlo resulta contraproducente. Personalmente, creo que es un pensador muy interesante, especialmente en sus escritos sobre las herejías y sectas populares rusas. Sin embargo, eso forma parte de mis investigaciones académicas. Por otro lado, creo que el pacifismo a ultranza no es otra cosa que una justificación de la guerra total. Dostoyevski fue quien predijo la consecuencia final de todas estas ideas; él, a diferencia de Tolstoi, siempre fue un místico y un defensor del patriotismo radical: es uno de los guías más importantes de nuestra sociedad y quizás la expresión de nuestro logos. Su influencia se constata en la cantidad de series y películas que han adaptado sus obras, lo cual contrasta con el desinterés general por Tolstoi.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

El mito del Euskera perseguido por Franco, por Francisco Torres

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